Vladimir Putin en Corea del Norte

Imagen: Zhengkui Li
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por BRUNO FABRICIO ALCEBINO DA SILVA*

Las relaciones entre Rusia y Corea del Norte tienen raíces profundas y complejas que se remontan al contexto histórico posterior a la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría.

La reciente visita de Vladimir Putin a Corea del Norte, la primera en 24 años, marca una nueva era en las relaciones entre Pyongyang y Moscú, con importantes implicaciones para la geopolítica global. Esta reunión, aclamada por el líder norcoreano Kim Jong-un como el comienzo de una “asociación inquebrantable”, ilustra la confluencia de intereses estratégicos entre dos de los regímenes más aislados y sancionados del mundo. La alianza revitalizada entre Rusia y Corea del Norte es una respuesta directa al aislamiento impuesto por Occidente, especialmente Estados Unidos, y refleja un esfuerzo coordinado para desafiar la hegemonía occidental.

Para Kim Jong-un, este acercamiento con Putin no sólo diversifica sus opciones diplomáticas más allá de China, sino que también fortalece su posición interna, demostrando la capacidad de atraer la atención y el apoyo de un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. La visita de un líder ruso, especialmente uno de la talla de Putin, es una rara victoria diplomática para un régimen que casi nunca recibe visitas de jefes de Estado. Esto refuerza la legitimidad del gobierno de Kim dentro de su propio país, al tiempo que señala una resistencia compartida contra la presión internacional.

Por otro lado, para Vladimir Putin, la alianza con Corea del Norte ofrece una vía de escape al creciente aislamiento occidental (no olvidemos que Rusia forma parte de los BRICS). Ante una orden de arresto de la Corte Penal Internacional (CPI) y estrictas sanciones por la invasión de Ucrania, Putin busca demostrar que todavía tiene aliados estratégicos y que el aislamiento impuesto por Occidente no es absoluto. La asociación con Pyongyang permite a Moscú proyectar una imagen de resiliencia y solidaridad contra lo que Vladimir Putin describe como las políticas hegemónicas de Estados Unidos y sus aliados.

Históricamente, la alianza entre Rusia y Corea del Norte se remonta a la década de 1950, después de la Guerra de Corea, cuando ambos países, junto con China, formaron un bloque comunista contra la influencia occidental. Sin embargo, esta relación pasó por altibajos, especialmente después del colapso de la Unión Soviética. En los últimos años, la invasión rusa de Ucrania en 2022 ha catalizado una reactivación de estas relaciones, y ambos países buscan apoyo mutuo en medio de condenas y sanciones internacionales.

Uno de los aspectos más relevantes de esta nueva fase de cooperación es el supuesto intercambio de armas entre ambos países. Corea del Norte, acusada de suministrar misiles y proyectiles de artillería a Rusia, niega tales actividades, al igual que Moscú. Sin embargo, si se confirman, estas transacciones violarían las resoluciones de la ONU y aumentarían significativamente las tensiones con Occidente. Por otro lado, se especula que Rusia está transfiriendo tecnología al programa de armas nucleares de Pyongyang, lo que supondría una seria amenaza para los enemigos de Corea del Norte.

A pesar del alarmismo de los medios occidentales, Occidente y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no se quedan atrás en la ampliación de su alcance con la reciente adhesión de Finlandia y Suecia a la alianza. Esta medida representa no sólo un cambio significativo en la postura de estos países, que tradicionalmente han mantenido una política de neutralidad hacia Moscú, sino también una escalada de las tensiones geopolíticas en la región. La adhesión de estos nuevos miembros a la OTAN no puede verse simplemente como un simple gesto de cooperación, sino más bien como un paso que potencialmente intensifica la militarización y polarización en las relaciones entre Occidente y Rusia.

La firma de un acuerdo de asociación estratégica entre Putin y Kim, que incluye cláusulas de asistencia mutua en caso de agresión extranjera, formaliza esta alianza y promete exacerbar aún más las tensiones internacionales. Este pacto no sólo solidifica la cooperación militar entre los dos países, sino que también representa una provocación directa a los esfuerzos de Estados Unidos y sus aliados por contener la proliferación nuclear y supuestamente mantener la “estabilidad regional” en el este de Asia.

La visita de Vladimir Putin estuvo marcada por ceremonias militares y cálidos encuentros, poniendo de relieve la importancia simbólica y práctica de esta alianza. Ambos líderes hicieron fuertes declaraciones contra la “hegemonía” occidental: Kim Jong-un expresó su apoyo incondicional a la “operación militar” rusa en Ucrania y Putin agradeció el apoyo de Corea del Norte a la política rusa.

Este fortalecimiento de los vínculos también se produce en un contexto más amplio de formación de bloques antioccidentales, en el que China desempeña un papel central. Beijing, aunque oficialmente no está directamente involucrado en la guerra de Ucrania, ha demostrado un apoyo encubierto a Moscú, creando un eje de potencias antihegemónicas que desafían abiertamente las normas internacionales dominadas por Occidente.

Esta dinámica recuerda a la Guerra Fría, cuando bloques ideológicos rivales competían por la influencia global, pero con una complejidad adicional proporcionada por la globalización y la interdependencia económica contemporánea. El resurgimiento de alianzas como Moscú y Pyongyang sugiere una creciente fragmentación del orden mundial, donde naciones aisladas y sancionadas encuentran puntos comunes en su resistencia al poder occidental.

Las relaciones históricas entre Rusia y Corea del Norte

Las relaciones entre Rusia y Corea del Norte tienen raíces profundas y complejas que se remontan al contexto histórico posterior a la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría. Estos vínculos se forjaron en un período de intensa rivalidad geopolítica entre el bloque occidental, liderado por Estados Unidos, y el bloque oriental, dominado por la Unión Soviética. Desde entonces, la dinámica de estas relaciones ha estado determinada por una combinación de intereses estratégicos, ideológicos y geopolíticos, que reflejan las transformaciones globales a lo largo de las décadas.

La alianza entre Rusia y Corea del Norte comenzó a formarse al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Península de Corea quedó dividida en dos zonas de ocupación, con el Norte bajo control soviético y el Sur bajo control estadounidense. En 1948, se estableció formalmente la República Popular Democrática de Corea (RPDC) bajo el liderazgo de Kim Il-sung, con un fuerte apoyo de la Unión Soviética. Este apoyo incluyó asistencia militar, económica y política, consolidando a Corea del Norte como un estado socialista aliado de Moscú.

Durante la Guerra de Corea (1950-1953), la Unión Soviética, junto con China, apoyaron militarmente al Norte contra las fuerzas de la ONU lideradas por Estados Unidos, solidificando aún más la alianza. La guerra terminó con un armisticio pero sin un tratado de paz, dejando a la península en un perpetuo estado de tensión. En los años siguientes, la Unión Soviética continuó brindando asistencia económica y militar a Corea del Norte, ayudando a desarrollar sus industrias y su ejército.

La relación entre los dos países atravesó una fase de tensión durante la era de Nikita Khrushchev, cuando el líder soviético adoptó una política de desestalinización y buscó la coexistencia pacífica con Occidente. Kim Il-sung, que gobernó Corea del Norte con mano de hierro, vio estos cambios con recelo y buscó mantener una política de autosuficiencia, conocida como Juche, que enfatizaba la independencia política, económica y militar. A pesar de estas tensiones, la alianza se mantuvo intacta debido a la amenaza común que representan Estados Unidos y sus aliados.

Con la caída de la Unión Soviética en 1991, las relaciones entre Moscú y Pyongyang entraron en un período de declive. Rusia, bajo el liderazgo de Boris Yeltsin, buscó alinearse más con Occidente y redujo significativamente el apoyo económico y militar a Corea del Norte. Este período de distanciamiento obligó a Corea del Norte a buscar nuevas fuentes de apoyo, profundizando sus vínculos con China.

Sin embargo, con el ascenso al poder de Vladimir Putin en 1999, las relaciones comenzaron a mejorar gradualmente. Putin buscó restaurar la influencia de Rusia en el escenario global y vio a Corea del Norte como un aliado estratégico en la región. Las visitas de Kim Jong-il, hijo y sucesor de Kim Il-sung, a Rusia en 2001 y 2002 marcaron el comienzo de un acercamiento. Moscú ofreció asistencia humanitaria y renovó algunos acuerdos de cooperación económica y militar.

En los últimos años, especialmente después de la invasión rusa de Ucrania en 2022, las relaciones entre los dos países se han fortalecido aún más. Corea del Norte ha expresado su apoyo a las acciones rusas y ha habido informes de que Pyongyang estaba suministrando armas y municiones a Moscú, aunque ambos países niegan oficialmente estas transacciones. A cambio, se especula que Rusia está proporcionando tecnología militar avanzada a Corea del Norte.

La actual visita de Vladimir Putin a Corea del Norte simboliza una nueva era en las relaciones bilaterales. La renovada alianza entre Rusia y Corea del Norte debe verse en el contexto más amplio de un orden mundial cambiante. Ambos países enfrentan severas sanciones y aislamiento internacional, y su cooperación ofrece una manera de mitigar estos impactos. Además, la alianza entre Moscú y Pyongyang es un componente de una red más amplia de naciones que desafían la hegemonía occidental, en la que China desempeña un papel central en este escenario.

China y BRICS Plus

A medida que el panorama geopolítico global continúa evolucionando, observamos una transición gradual hacia un mundo multipolar, donde varias potencias regionales y globales emergen como actores clave. En este contexto, China y la expansión de los BRICS (a Plus) –que ahora incluyen a Egipto, Etiopía, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Irán, además de los miembros originales (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) – desempeñan papeles cruciales.

El ascenso de China como potencia económica y política ha sido una de las transformaciones más significativas del siglo XXI. Bajo el liderazgo del Partido Comunista Chino (PCC), China ha adoptado una política exterior pragmática y asertiva, buscando expandir su influencia global a través de iniciativas como la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Cinturón y Iniciativa de la Ruta). La Cinturón y Iniciativa de la Ruta no sólo promueve la infraestructura global y la conectividad económica, sino que también fortalece los lazos diplomáticos de China con una red diversa de países, incluidos muchos de los nuevos miembros BRICS Plus.

El concepto de BRICS Plus, introducido por primera vez durante la presidencia de China en 2017, refleja la intención de ampliar el alcance y la influencia del bloque más allá de sus miembros originales. La inclusión de países como Egipto, Etiopía, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Irán pretende no sólo diversificar la base económica y geopolítica del grupo, sino también consolidar una plataforma de cooperación en áreas como el comercio, el desarrollo sostenible y la gobernanza global. .

Esta expansión de BRICS Plus es sintomática de un movimiento más amplio hacia un mundo multipolar, donde múltiples centros de poder coexisten e interactúan en un equilibrio dinámico de intereses e influencias. Sin embargo, la configuración multipolar no implica necesariamente una distribución equitativa del poder; más bien, refleja un orden en el que varias potencias regionales y globales ejercen una influencia significativa en diferentes partes del mundo.

China, como actor principal dentro y fuera de los BRICS, desempeña un papel central en este escenario emergente. Su continuo crecimiento económico, combinado con una diplomacia proactiva y enormes inversiones en infraestructura global, posiciona a China como un pilar clave del nuevo equilibrio de poder. La adhesión de países de Medio Oriente y África a BRICS Plus también refleja la creciente importancia de estas regiones en la economía global y los asuntos internacionales.

Por otro lado, la dinámica entre los miembros originales del BRICS y los nuevos participantes trae consigo desafíos y oportunidades únicos. Si bien los BRICS originales representan una coalición de grandes economías emergentes con aspiraciones comunes de reformar las instituciones financieras internacionales y promover un desarrollo más inclusivo, los nuevos miembros aportan perspectivas regionales específicas e intereses estratégicos variados.

A medida que China y BRICS Plus continúan expandiéndose y consolidándose como actores influyentes en el escenario global, asistimos a la construcción gradual de un mundo multipolar. Este nuevo paradigma no sólo desafía la hegemonía tradicional de Occidente, sino que también promete un orden internacional más diverso y complejo, donde la cooperación, la competencia y la negociación entre múltiples centros de poder definirán el futuro de las relaciones internacionales.

¿Qué pasa con Estados Unidos y Occidente?

A medida que nos acercamos a las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre, el panorama político mundial se vuelve cada vez más volátil e incierto. La revancha entre Joe Biden y Donald Trump es más que una simple competencia electoral; simboliza una bifurcación crítica en el futuro de Estados Unidos y, por extensión, de la dinámica occidental. Mientras Biden busca consolidar sus políticas de recuperación económica post-Covid-19, infraestructura verde y una política exterior contra Rusia y China, Trump, por otro lado, capitaliza la creciente insatisfacción popular con la política establecida, promoviendo una agenda de nacionalismo y economía. proteccionismo.

Esta elección se produce en un contexto de creciente descontento con el liderazgo occidental tradicional. La administración Biden, a pesar de sus esfuerzos por fortalecer las alianzas transatlánticas y revitalizar la OTAN, enfrenta importantes desafíos tanto en el país como en el extranjero. El vaciamiento del liderazgo en Occidente es palpable. La Unión Europea, por ejemplo, enfrenta una crisis de identidad, y miembros tradicionalmente influyentes como Francia y Alemania enfrentan sus propias crisis internas y diferencias políticas. El ascenso de la extrema derecha, ejemplificado por los avances en las elecciones al Parlamento Europeo, refleja un cambio tectónico en las preferencias electorales de los europeos, que buscan alternativas a la establecimiento político tradicional.

Las recientes elecciones al Parlamento Europeo pusieron de relieve esta tendencia, con partidos nacionalistas y de extrema derecha ganando terreno en varios países. Estos partidos, que defienden políticas de inmigración restrictivas, soberanía nacional y, en algunos casos, una revisión crítica de las políticas de integración europea, están ganando apoyo popular. El ascenso de partidos liderados por figuras como Marine Le Pen en Francia, Matteo Salvini en Italia y Alternativa para Alemania (AfD) refleja una Europa que, en muchos sentidos, se está alejando del liberalismo económico y los valores democráticos tradicionales que Definió el proyecto europeo tras la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, esta ola de extrema derecha no es sólo un fenómeno europeo. En Estados Unidos, la polarización política también está aumentando, y Trump y sus aliados siguen desafiando las normas democráticas y la establecimiento republicano. La retórica de Trump, a menudo incendiaria y polarizadora, resuena en una base significativa de votantes que se sienten abandonados por las élites políticas tradicionales. Esto no sólo amenaza la unidad interna de Estados Unidos, sino que también pone en duda la posición del país como líder del llamado “mundo libre”.

Además, el debilitamiento del liderazgo tradicional en Occidente es evidente en varios frentes. El Brexit, que marcó un hito en la erosión de la cohesión europea, aún resuena con sus consecuencias económicas y políticas. La salida del Reino Unido de la Unión Europea no sólo desafió el proyecto europeo, sino que también puso de relieve la creciente fragmentación dentro del bloque. El auge de los movimientos populistas y nacionalistas ha exacerbado estas divisiones, poniendo en riesgo la estabilidad y la integración europeas.

En Estados Unidos, la administración Biden, a pesar de sus esfuerzos por restaurar el liderazgo estadounidense en el escenario global, enfrenta desafíos considerables. La inflación, la crisis de confianza en las instituciones y la creciente polarización política son sólo algunos de los factores que obstaculizan su agenda. La presencia continua de Trump en la política estadounidense, ya sea como candidato o como líder de una facción importante dentro del Partido Republicano, continúa desafiando la narrativa de unidad y progreso que Biden intenta promover.

Mientras tanto, la competencia global continúa intensificándose, con China y Rusia cada vez más asertivas en sus políticas exteriores. El ascenso de las potencias no occidentales, combinado con el debilitamiento del liderazgo occidental, está rediseñando el equilibrio de poder global. La iniciativa china de la Franja y la Ruta, la creciente influencia rusa en Asia Central y Medio Oriente y la intensificación de las rivalidades comerciales y tecnológicas entre Estados Unidos y China son sólo algunos de los indicadores de este nuevo orden mundial multipolar.

A medida que nos acercamos a las elecciones estadounidenses y observamos los acontecimientos políticos en Europa, queda claro que Occidente enfrenta un período de turbulencia y transformación. El ascenso de la extrema derecha, el vaciamiento del liderazgo tradicional y el desafío constante que plantean las potencias emergentes están dando forma a un nuevo paradigma global. El futuro de Occidente y su capacidad para mantener su influencia y sus valores globales dependerán de cómo respondan sus democracias e instituciones a estos desafíos sin precedentes. Las elecciones de noviembre y los acontecimientos en Europa serán sin duda cruciales para determinar el rumbo de este nuevo mundo multipolar.

*Bruno Fabricio Alcebino da Silva Es Licenciado en Relaciones Internacionales y Ciencias Económicas en la Universidad Federal del ABC (UFABC)..


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