por GÉNERO TARSO*
No hay “fin de las utopías”, sino su cancelación por el triunfo de la mercantilización de la vida
La ambigüedad de esta era distópica, naturalizada por el cinismo de la derecha política y periodística en todo el mundo, quizás ya esté sintetizada en un pasaje de un libro de Chomsky (¿Quien corre el mundo?), cuando recuerda dos reportajes en la portada del The New York Times – lado a lado – uno de ellos informando que los republicanos se oponen a cualquier acuerdo que implique “aumentar los ingresos” (eufemismo de gravar a los ricos) cuando el otro artículo tiene el titular: “Aun con precios más altos, los artículos de lujo desaparecen de los estantes”. (pág.86, Ed. Planeta, SP-2017).
En este texto no discuto la eficacia humanística de los sistemas sociales “soviéticos”, ni la superioridad (o inferioridad) del sistema socialdemócrata de producción y distribución de recursos en la sociedad capitalista industrial. Trato de buscar, sin embargo, un camino analítico sobre el “fin de las utopías”, en la idea del socialismo y la democracia liberal, como baluarte del experimento de la democracia moderna, por la realidad de la socialdemocracia mundial. Esto, visiblemente, eliminó las políticas de igualdad social de sus ambiciones estratégicas para sustituirlas por la lucha contra la pobreza, en abstracto, basada en políticas compensatorias y de asistencia social, mientras que el modelo soviético – stricto sensu – terminó como un modelo de afirmación nacional-imperial, no ajeno al mercenarismo de los más clásicos imperialismos occidentales.
No hay un “fin de las utopías”, sino su cancelación por el triunfo de la mercantilización de la vida y por la obstrucción de los modelos solidarios de convivencia social. La soledad colectiva de las redes, por las posibilidades del anonimato, muchas veces irresponsable y criminal, la individualización producida en la distancia sin integración humana, sin comprender el dolor del otro, las imposibilidades de conocer su grandeza y la búsqueda de vivir en las sombras. Las utopías se reconstruirán después de un largo período de dispersión y muerte de los sujetos, pero el problema es que el “mal” y el “bien” serán redefinidos por duros períodos de lucha, ya que nadie conoce sus verdaderos rostros.
El bloqueo de una nueva representación utópica para la izquierda occidental, cuyo imaginario progresista sigue anclado en las luchas del siglo pasado o sometido a una identidad que transita anárquicamente al ámbito político -por su propia radicalidad y fragmentación- no será superado mientras dure la Guerra OTAN-EE.UU.-Ucrania y Rusia. Como Guerra “intra-corporis”, dentro del propio sistema global-imperial, es una Guerra entre acreedores y deudores interconectados, entre productores-compradores de armas y mercancías, también interconectados, que se alimentan del desastre y el caos.
Este caos es la base de la distopía cínica que involucra a las grandes potencias que se disputan el pragmatismo del poder geopolítico de la humanidad, los recursos naturales, el agua, los espacios territoriales y el poder de controlar el clima. No hay utopía democrática, ni recreación de condiciones para la paz en curso, sino un proceso de redistribución de fuerzas entre iguales en la cúspide de la pirámide y cuando se disputan lo que queda tras las guerras y las tinieblas, los de abajo aumentan su sufrimiento.
Veamos algunos ejemplos llamativos, que pueden resultar insignificantes para un análisis completo de un ciclo histórico, pero que pueden ayudar a pensar los tormentos del presente, a partir de cuestiones muy concretas: ¿algún país que tenga capacidad para ejercer un cierto dominio sobre el juego global pone a la democracia política como verdadera brújula de su política exterior? ¿Algún país socialdemócrata tiene las condiciones para ejercer una política exterior basada en una ética socialdemócrata, construida a partir de los valores ilustrados que ilustraste?
Nikolai Bujarin -dicho por Lenin como el más "querido de todo el Partido"- fue asesinado por la Policía Política de Stalin, el 15 de marzo de 1938, tras un juicio "falso" en uno de los más importantes Juicios de Moscú -casi diez años después de haber sido expulsado del Buró Político del PC de la URSS, en 1929, por diferencias con Stalin-. Fue rehabilitada en marzo de 1988, por Gorbachov, poco más de tres años antes de la disolución de la URSS, que se produjo -formalmente- en diciembre de 1991. La URSS se preparaba, económica y militarmente, para afrontar la 2ª. Guerra Mundial contra el país capitalista más belicoso del mundo, la Alemania nazi, que se estaba organizando para la Guerra y el Genocidio. Sus cenizas nos visitan hoy.
Entre el asesinato de Bujarin y el final de la 2da. Guerra, la utopía soviética atraviesa dos momentos de extrema trascendencia histórica: la distópica “estalinización” de la idea socialista y el retorno de la utopía soviética, en Occidente, con la derrota de Alemania, que convertiría al mundo en un inmenso campo de concentración de terror y muerte, si saliera victoriosa sometiendo a la URSS. La muerte de Bujarin, un hecho histórico particular de la política mundial dentro de la primera experiencia de la utopía socialista, sin duda señalaría al mundo de la “izquierda” no comunista (socialdemócrata) el fin de las ilusiones sobre la idea de que en la experiencia de la URSS se estaba gestando un proyecto de democracia más avanzado que la Revolución Francesa, aunque un régimen de excepción sería “tolerable”, debido a la guerra que se avecinaba. La muerte prematura de la conciencia crítica del bolchevismo en ese momento se proyectaría a lo largo de la historia posterior.
Entre la II Guerra Mundial y la disolución de la URSS, dos hechos más particulares, llenos de tipicidad –que luego se universalizaron a través de la militarización de la exportación de modelos “socialistas” o “democráticos” a Asia y Europa del Este– asaltaron las utopías en los dos lados calientes de la “guerra fría”: el primero fue la Guerra de Vietnam, en la que ese país –a hierro y fuego– creó su nueva identidad nacional, derrotando al Ejército más grande y entrenado del mundo; y la segunda, la invasión de Hungría por parte del Ejército Soviético que, al aplastar una rebelión por más democracia, contra la dirección del Partido Comunista Húngaro, terminaría ahorcando al “comunista” liberal Imre Nagy, simpatizante de las reformas políticas que venían de las bases populares del régimen.
La victoria de los aliados, frente a EEUU y principalmente a la URSS e Inglaterra -ésta por haber sufrido los primeros impactos de la Guerra- creó como aparente conciencia universal la esperanza de reconciliación entre la democracia liberal y la idea de una sociedad socialmente igual: la URSS había comenzado a defender con ardor la paz mundial negociada en el “Pacto de Yalta”, aunque una parte importante de los socialistas –con fuerza electoral en Europa- señalara la “dictadura del proletariado”, bajo el estalinismo, como una farsa dirigida por un implacable burocracia que garantizaría su poder sobre la base de la estructura policial-militar, partidaria y estatal, que detentaba el poder en Hungría.
La experiencia soviética se basó en la creación de un nuevo sistema de clases, superado rápidamente por la evolución de EEUU, con su acumulación financiera, desarrollo tecnológico y económico -de carácter keynesiano-militarista- cuyo modelo está destinado a sustentar el empleo interno y las guerras de ocupación externas. Lo que gira en el mundo de hoy, por lo tanto, es un juego de lo imprevisto: la antigua URSS se desarrolla lejos de los predicados del leninismo y la “democracia soviética” como un país capitalista, y la socialdemocracia europea se desarrolla fuera de los predicados de Bernstein y Kautsky. Estos argumentaban que el socialismo debía ser el sucesor de la abundancia de la producción capitalista para la formación de una sociedad entre iguales, dentro de la democracia liberal.
Es en el pequeño espacio de esta pinza que países como Brasil, Argentina, Chile y Colombia -principalmente- buscan hacer girar la rueda de la Historia, quizás con retraso, para construir un Estado Social dentro de la democracia liberal. Traté de entender a Isaiah Berlin cuando dijo que las “utopías” eran peligrosas, pero me convencí cada vez más de que lo más peligroso e indecente, históricamente, es vivir sin ellas. Y sin rumbo. De sus cenizas nacen las hidras del fascismo y los perros hidrófobos del nazismo genocida.
* Tarso en ley fue gobernador del estado de Rio Grande do Sul, alcalde de Porto Alegre, ministro de Justicia, ministro de Educación y ministro de Relaciones Institucionales de Brasil. Autor, entre otros libros, de utopía posible (Arte y Artesanía).
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