por JOSÉ GERALDO COUTO*
La película de Celine Song es sencilla sin ser simplista
El coreano-estadounidense, el perdedor en la loca “carrera por los Oscar” Vidas pasadas, de la recién llegada Celine Song, tiene el gran mérito de ser simple sin ser simplista. Su expresividad reside en su delicadeza, en su rechazo a la estridencia.
A través de un ingenioso recurso de guión, la primera escena siembra curiosidad y establece una de las ideas básicas de la película, que siempre se pueden inventar historias alternativas para cada individuo o grupo de individuos. En la barra de un bar, a primera hora de la mañana, están sentados uno al lado del otro tres personas de unos treinta años: un hombre asiático, una mujer asiática y un hombre “occidental”. Desde una mesa alejada, una pareja que no vemos especula sobre quiénes son y qué relaciones tienen entre ellos. Formulan diferentes hipótesis, casi como si fueran espectadores frente a la pantalla, al comienzo de una película. En otras palabras: como nosotros.
La misma escena volverá a aparecer cerca del final, cuando ya sabremos quiénes eran los tres personajes y escucharemos de qué hablaban allí. Es como si la película hubiera desarrollado una de las hipótesis planteadas. Hasta llegar de nuevo a ese punto, la narrativa habrá retrocedido en tres etapas: 25 años antes, 24 años antes, doce años antes...
Esquema novedoso
Todo comienza en Seúl, cuando el chico Hae Sung y la chica Na Young son compañeros de escuela y casi amantes. Pero este incipiente romance se ve interrumpido cuando Na Young emigra con su familia a Canadá y cambia su nombre a Nora. Corte a doce años después, cuando Nora (Greta Lee), una aspirante a escritora y dramaturga, participa en una residencia de artistas cerca de Nueva York, mientras que en el otro lado del mundo Hae Sung (Teo Yoo) hace su servicio militar.
No conviene anticipar las otras etapas de estas vidas paralelas, conectadas en un momento por Internet y luego por un encuentro “cara a cara”. Baste decir que se establece un delicado juego en torno a los conceptos de azar y destino, condensados en la expresión coreana “In-yun”, que según Nora proviene del budismo y significa algo así como destino o providencia, reverberando encuentros y desencuentros de vidas pasadas.
Pero lo que podría tener el peso de una parábola filosófica se disuelve en suavidad e ironía. Al conocer a un joven judío americano en la residencia artística, la propia Nora, tras explicarle el “In-yun”, dice que “es algo que dicen los coreanos para seducir a alguien”.
Es con esta ligereza de espíritu que se cuenta lo que es, en esencia, una historia de amor no consumado, como tantas otras de la literatura y el cine. Vidas que pudieron haber sido y que no fueron.
Consciente de esta tradición, Celine Song juega con los signos recurrentes de las películas de amor, transfigurando en ocasiones mediante la ironía o pequeños desplazamientos. Un ejemplo: en su paseo por Nueva York, Nora y Hae Sung llegan a un parque de atracciones. Pero en lugar de la escena cliché de amantes divirtiéndose en una montaña rusa o comiendo algodón de azúcar, se sientan frente a un carrusel melancólico y medio desierto y hablan de las veces que Nora estuvo allí con su marido Arthur (John Magaro). Mientras navegan por el Hudson, pasan por la Estatua de la Libertad, pero Hae Sung comenta: “Ella nos da la espalda”.
Contraste cultural
Siempre hay un equilibrio entre realidad y ficción. En la cama con Nora, Arthur (que también es escritor) imagina lo que están viviendo como una narración literaria, en la que él desempeña el papel del marido inoportuno en el camino de los amantes. La ironía es amarga, pero no pierde su ligereza y humor.
La cuestión del contraste cultural entre Corea y Estados Unidos no es secundaria. Está en el corazón del drama. En un momento, Nora actúa como intérprete entre Arthur y Hae Sung. Sobre este último le cuenta a su marido: “Él es muy coreano. Me siento tan poco coreana cuando estoy con él. Pero también, de alguna manera, más coreano”.
La progresión narrativa se produce en un equilibrio entre el clásico decoupage “occidental” y momentos de contemplación y silencio característicos de cierto cine asiático, en los que los “tiempos muertos” cobran vida y significado.
Pero el cine es ante todo imagen, y en Vidas pasadas hay uno que resume todo el drama narrado: es la bifurcación del camino, en un barrio periférico de Seúl, donde los dos amigos se separan, el pequeño Hae Sung subiendo la colina de la izquierda y la pequeña Na Young subiendo las escaleras de la izquierda. la derecha.
Este plan regresa en un flash durante una conversación entre ambos, un cuarto de siglo después. Imagen-tiempo (para utilizar una expresión vaga de Gilles Deleuze), verso visual, erupción del inconsciente. Cine de poesía brotando en medio de la prosa.
*José Geraldo Couto. es crítico de cine. Autor, entre otros libros, de Andrés Bretón (Brasileño).
Publicado originalmente en Blog de cine del Instituto Moreira Salles.
referencia
Vidas pasadas (Vidas pasadas)
Estados Unidos, 2023, 106 minutos.
Dirección y guión: Celine Song
Elenco: Greta Lee, Teo Yoo, John Magaro, Federico Rodríguez
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