por JOÃO CARLOS SALLES*
Saludo a Zitelmann José Santos de Oliva.
1.
La perfección desdeña nuestras alabanzas, ignora nuestros gestos. Veneramos la perfección, es obvio; pero sólo podemos celebrar cosas imperfectas, cosas mezcladas, mezclas, condenados como estamos a vivir como jarrones rotos, cuerdas estiradas, ruinas que apenas dejan entrever la arquitectura quizás habitada por dioses inverosímiles. Celebramos así a quienes representan, o mejor dicho, a quienes saben ver tales límites; finalmente, aquellos que se saben condenados a la dimensión más terrenal y, sin embargo, nunca renuncian a la búsqueda de lo sublime.
La preservación de los nombres de nuestros cohermanos, por precaria que sea esta forma de inmortalidad, depende de estos gestos de celebración de existencias exclusivamente humanas, a través de los cuales podemos rescatar las virtudes mediante el ejercicio de una memoria colectiva. Y he aquí que hoy nos reunimos para celebrar a Zitelmann José Santos de Oliva. Nuestro esfuerzo, entonces, parafraseando una dedicatoria que alguna vez le hizo a su madre, es pronunciar su nombre hoy no como un simple recuerdo, sino como una permanencia.
La celebración de este centenario se hace eco de otro homenaje, el jubileo de un joven anciano, saludado entonces por Jorge Amado y João Sá (príncipe de las letras y líder de las clases empresariales), en una cena el 31 de enero de 1974, en el Clube Baiano de Tennis, al que asistieron más de 300 destacadas personalidades del mundo empresarial, académico o cultural.
De estas personalidades, me tomo la libertad de nombrar a quienes, desde siempre, tienen asiento en la Academia de Letras de Bahía: Adriano Pondé, Ari Guimarães, Carlos Eduardo da Rocha, Dom Avelar Brandão Vilela, Edivaldo Boaventura, Godofredo Filho, Itazil Benício dos Santos, James Amado, João da Costa Falcão, João Eurico Mata, Jorge Amado, Jorge Calmon, Josaphat Marinho, José Calasans, José Luiz de Carvalho Filho, José Silveira, Luís Henrique Dias Tavares, Orlando Gomes, Wilson Lins y Zélia Gattai Amado. Y testigos de este extraordinario momento fueron los cohermanos Edvaldo Brito, Fernando da Rocha Peres y Florisvaldo Mattos, que estaban allí.
Es necesaria una advertencia. Edvaldo, Fernando y Florisvaldo fueron testigos de ese momento, respecto del cual mi discurso es ahora una mera sombra. Salvo textos, documentos y testimonios, no tuve ningún contacto con Zitelmann. Por tanto, apenas puedo adivinar la presencia de su espíritu en la materialidad de su palabra; Sin embargo, intentaré hacerlo lo mejor que pueda, ocupándome sobre todo de la palabra escrita, que, sin embargo, nunca contiene nada completamente seguro y firme, como afirma Platón en su fedro, a través de Sócrates: “Porque hay algo terrible en la escritura, Fedro, y se parece mucho a la pintura. Porque los productos de esto se presentan como seres vivos, pero, cuando se les pregunta sobre algo, guardan un silencio solemne. Y lo mismo ocurre con los discursos: te parecerá que hablan pensando por sí mismos, pero cuando los interrogas queriendo saber lo que han dicho, siempre indican lo mismo (...), y no No sé con quién debería o no hablar”. (Platón, 2016, p. 137-138.)
En resumen, Zitelmann ya no puede defenderse. Sólo un fragmento del discurso puede acudir en ayuda de la interpretación de otro fragmento. Mientras tanto, aparte de mi tiempo (quizás incluso más que de mis ideas), no soy el mejor apóstol enviado a la misión de preservar su memoria o restablecer el significado de la palabra. Creo, sin embargo, que juntos podemos recuperar gran parte de la evidencia de sus escritos y, añadiría, del testimonio vivo de sus familiares y amigos.
La palabra, convertida en una sombra de sí misma, busca ahora evocar algo aún significativo para quienes, habiendo vivido con Zitelmann, ni siquiera la necesitarían. Sin embargo, por frágil que sea la palabra escrita, los signos que deja son numerosos y elocuentes. Incluso este jubileo que ahora menciono es extraordinario en sí mismo, sobre todo porque sus documentos registran la reacción de alguien que fue tan intensamente celebrado.
Con apenas 50 años, Zitelmann de Oliva estaba en el centro del centro del universo, que es nuestra Bahía. Y, ante todos, miembro de la élite en tantos sentidos, los documentos dejados en ésta y otras ocasiones nos permiten hoy reconocer a un cristiano en lo alto y en la tierra, realizado y profundamente incompleto, que vive dentro de los límites, en una excelente su manera de vivir cristiana y las bendiciones inherentes a las muchas manifestaciones de amor y amistad.
2.
Zitelmann era ciertamente un moralista. En palabras de Alceu Amoroso Lima, que reseña su primer libro, “un moralista en el más alto sentido de la expresión” (en Oliva, 1962, p. XII), al situarse en un “Mirante”, su posición como escritor en el Periódico de Bahía, de los cuales podía discernir lo más alto en lo más trivial y, como señaló su amigo João Batista de Lima e Silva, siempre buscó, “a veces dramáticamente, defender, afirmar y propagar una escala de valores éticos como condición de su propio ser en el mundo” (en Oliva & Calasans, 1970, p. 12).
¿Cuál es la base de este giro moralizante? Creo que fue una conciencia profunda y dolorosa del ser humano, en medio de la cual conservaba una conmiseración por nuestra precaria existencia; el sentimiento intenso de una carga, de un destino, de una obligación, en un hombre guiado por mandamientos. Entre sus imperativos categóricos destaca, en primer lugar, la ética del trabajo, el valor del trabajo como medida y justificación: “Nunca me quedé en la zona de confort – enfatizó. Desde muy pequeño, siendo niño, aprendí que trabajar es necesario. Y ejercí diferentes profesiones. Vale la pena mencionarlo porque es sólo un camino: reparto de leche a domicilio, administrador de depósito de carbón, fabricante de dulces caseros, bedel del Ginásio da Bahia [con Isaías Alves], librero de libros extranjeros [algunos clandestinos], inspector del crédito agrícola del Banco do Brasil portafolio, redactor de debates para la Asamblea Legislativa, director general de una imprenta, periodista, fundador y director de un periódico, diputado y abogado del Tribunal de Cuentas del Municipio de Salvador, profesor universitario, y hoy, como banca, fui elevado al cargo de subdirector del Banco Econômico S/A. [y luego a otros cargos muy destacados del Grupo Económico, como bien sabemos]”. (AAVV, 1974, págs. 27-28.)
Esbozando un rasgo común y verdaderamente moralizante de este camino, Zitelmann añadió: “Todo esto se ejerció con probidad, con celo, con dedicación, con la decisión de hacer lo mejor en todo, sin imposturas, sin concesiones, con verdad” (AAVV, 1974 , pág.28).
Testimonios y confesiones convincentes, me veo obligado a leer esto “con sinceridad” y con colores fuertes. Zitelmann admite finalmente dureza en sus actitudes, brusquedad en ciertos gestos e incluso cierta grosería en algunas expresiones, motivado sin embargo por su “repudio a las indignidades”, su “inconformidad declarada ante el error”. Puedo imaginar el nivel de exigencia que impuso a sí mismo, en primer lugar, pero también, debido a su “esencial sumisión a la razón”, a aquellos con quienes trabajaba y quizás más aún a aquellos a quienes amaba de verdad (AAVV, 1974, p. 30). ).
Aquí observo lo obvio: no puedo emitir juicios, no tengo derecho ni elementos para hacerlo. Simplemente tomo su palabra. Es natural, además, que el comentarista se tome a sí mismo como medida, lo que suele ser inevitable para todos nosotros. Por lo tanto, no necesito estar de acuerdo con el juicio de Alceu de que, siendo muy joven, Zitelmann falló cuando dirigió su fe hacia el socialismo revolucionario. Estaría siendo falso; pero debo admitir que la misma chispa lo acompañó en todas sus transiciones.
En cada rostro de este hombre encontraremos al moralista implacable. En plena novedad, llamado a apreciar a un autor cuya dimensión pronto se alejó de lo trivial, Alceu Amoroso Lima falla quizás en algunos detalles, aunque acierta en general. Simplemente no puedo juzgar, considerando la materia de la que estaba hecho Zitelmann, que se habría perdido si hubiera seguido cualquier otro camino. De ser precoz, al fin y al cabo, sólo quedaba madurez y gravedad.
3.
Esta rígida ética de trabajo se asocia a otra, a modo de contrapunto. Una ética de la amistad e, incluso, digamos sin reservas, una ética del amor al prójimo. Este líder severo, guiado por un rigor extremo, también admite: “Soy un hombre sólo de ternura y reconocimiento” (AAVV, 1974, p. 30).
Podríamos considerar igualmente arriesgado tomar literalmente su propia afirmación. Esta devoción por los demás podría ser un estallido retórico. De hecho, aquí los testimonios de tus amigos son mucho más importantes. Son ellos quienes enfatizan y refuerzan este otro rasgo. En su singular y doloroso camino, Zitelmann encontró apoyo en la defensa de la amistad.
La amistad, afirmó Jorge Amado, fue “su escudo de batalla”, preguntando: “¿qué otro amigo podría superarlo en devoción?”. (AAVV, 1974, p. 24.) En efecto, la amistad es moneda de cambio para Zitelmann, pero también es algo pensado, tiene contenido y forma, es decir, una verdadera fenomenología. Aquí, una vez más (como, de hecho, a lo largo de este discurso), intento hacer resonar sus propias palabras.
El hombre, dirá, traza su destino entre la vida (que se desarrolla entre obstáculos “en el oscuro bosque de los intereses subordinados”) y la convivencia (“el ejercicio cotidiano de superar sus debilidades”). La amistad, “caleidoscópica”, es beneficiosa en todas sus formas, y busca así hablar “no sólo de amistad-concepto”, sino también “de una amistad que se caracteriza por dar una mano tendida, un hombro solidario, un oído atento, presente”. -apoyo, perdón-siempre, en todo momento y en cualquier circunstancia” (Oliva, 1968, p. 13-14).
La amistad es el horizonte de la acción; hay que cultivarlo siempre, como un esfuerzo constante y necesario, muy difícil, “en estos tiempos duros de ingratitud, de genocidios, de traiciones” –en otra fórmula, muy apropiada al año 1968, “en estos tiempos temerariamente deformados” ( Oliva, 1968, pág.
Su taxonomía de la amistad no es, sin embargo, una pura abstracción. Se despliega en sutilezas descriptivas de acciones concretas, como si evocara vínculos personales, y adquiere una materialidad aún mayor cuando se traduce en ejemplos, a saber, una vasta lista de amigos, que, en su libro amistad todos los dias, describe con pinceladas rápidas e impresionistas. Por ejemplo, “Dom Jerônimo, tan apóstol, tan singularmente bueno y tan serenamente firme; José Calasans, tan actual, lleno de vida y comprensión; (…) Dom Timóteo, este santo monje, tan participativo, tan activo y que para Bahía fue un don, un don admirable del Espíritu Santo; (…) Luiz Henrique, preocúpate sólo por sus amigos”. (Oliva, 1968, p. 18-19.)
Algunos nombres de una extensa lista, de la que también quisiera destacar una mención, con un abrazo especial: “Edvaldo Brito, con su presencia de príncipe etíope, su modestia, su competencia y su mudo sufrimiento” (Oliva, 1968 , pág.20).
Esta forma de captar la sustancia humana en una red de predicados es una marca del estilo del escritor. En varios textos se acerca al individuo a través de sus reverberaciones, como si la esencia humana no fuera más que el juego de las apariencias, el lugar que habita, la contingencia de las costumbres, los arrebatos de una personalidad nerviosa o los rasgos de la cultura. En ocasiones, el nombre del personaje sólo se revela al final de la crónica, como para insinuar que ningún individuo está completamente oculto o puede ser más de lo que revelan sus gestos. Al fin y al cabo, el pensamiento no puede vivir sin palabras, el pintor sin sus pinturas, ni el hombre bueno se nos presenta sin su moral encarnada en acciones.
En este campo fenomenal, emerge en su obra una especie de metafísica de la amistad, como si pudiera anticipar la sustancia de otro plano, uno que tal vez ya no esté formado por bagatelas mortales. En medio de la travesía, por tanto, sin perder de vista este horizonte trascendente, afirma: “lo que cuenta, lo bueno a lo largo de la vida es hacer amigos, que son en verdad, y en verdad os digo, el desenvolvimiento de nosotros mismos”. nosotros mismos, nuestro encuentro en la multitud, nuestra integración en lo múltiple y la realización terrena del ideal cristiano de que los demás, cuando están cerca, son nuestro crecimiento, nuestra realización y nuestra alegría”. (Oliva, 1968, p. 22.)
“El sufrimiento es una constancia, casi una permanencia”. (Oliva, 1962, p. 39.) Al fin y al cabo, “son terribles las contradicciones que envuelven a toda la humanidad, contradicciones que (…) provocan, al menos, angustias, aflicciones y angustias” (Oliva, 1968, p. 27). Por tanto, el camino doloroso impregna a toda la humanidad y no hay vida sin angustia. Y la lista de causas de nuestra angustia es variada: “la cobardía de los débiles, la traición de los cobardes, la envidia de los frustrados, la vileza de los ricos, las mentiras de los cínicos, la calumnia de los desvergonzados, la frialdad de los débiles, la ambición excesiva, sin frenos y contrapesos, de los arribistas”. (Oliva, 1968, p. 35.)
No puedo dejar de notar que tales causas de dolor, sufrimiento y frustración son inmemoriales. No están ligados a un tiempo específico. Por ello, refuerzan el doble aspecto moralizante de una ética de trabajo y una afirmación de la amistad. No es casualidad que Jorge Amado pudiera concluir así su saludo, que, siendo honestos ahora, no parece nada exagerado: “Amor es tu palabra, Zitelmann, y la pronuncio aquí en esta fiesta de amigos para que ilumina y calienta nuestros corazones” (AAVV, 1974, p. 24).
4.
Es imposible entender a Zitelmann de Oliva sin su historia y menos sin su conversión. Esta conjunción nos da la medida justa de revuelta y contención tan propia de su compleja condición de hombre cuya sombra se muestra en el mundo y que, sin embargo, se entrega a las medidas de la eternidad.
Que Dom Emmanuel me perdone a estas alturas de mi discurso cualquier posible herejía, ya que ahora me atrevo a comentar la religiosidad de un converso al cristianismo a manos de los benedictinos, que Zitelmann dirá que fueron sus guías y amigos. Los elogios a los benedictinos son, de hecho, frecuentes y muy fuertes, como en su éxtasis al recibir un regalo de Dom Jerónimo en 1960: “Gané el Regla de San Benito. Hacía mucho tiempo que no recibía un regalo con tanta alegría. Sí, con gran alegría, porque estoy tan ligado a los benedictinos que todo lo que me acerca a estos admirables predicadores de la verdad es siempre motivo de alegría”. (Oliva, 1968, p. 134.)
Así que perdónenme por cualquier posible absurdo. Al fin y al cabo, a pesar de mis conocidos aspectos religiosos, soy un poco materialista y bastante marxista, aunque también soy wittgensteiniano; Además, soy dado al activismo político y, además, soy hijo de una mujer suicida y, por tanto, nunca estoy realmente en paz con la severidad dogmática de una Iglesia que, en 1963, le negó sus exequias. Además, si soy religioso y dado a muchas abstracciones, sólo puedo serlo a mi manera singular en cascada, es decir, irremediablemente perdido entre terreiros, iglesias y espacios académicos (todos ellos sagrados), siempre siguiendo, llenos de encanto, ambos. la procesión del Senhor dos Passos y la de la Cofradía de la Boa Morte.
Volvamos, sin embargo, a la conversión de Zitelmann. Si el marxismo afirma esencialmente la idea de que la historia tiene un significado y que el proletariado es la clase universal, es decir, la única capaz de realizar los valores más propiamente humanos a través de esta historia, creo que, estemos en desacuerdo o no, Zitelmann habría comprendido finalmente, ciertamente con la ayuda de los benedictinos (buenos católicos de izquierda), que ninguna clase es por sí sola portadora de lo humano (ya sea la burguesía o el proletariado, ya sea el campesinado o la aristocracia), que además el significado de la humanidad está más allá de cualquier historia y quizás esa historia misma, cuando se piensa en ella, realmente no tiene ningún significado.
Hay coherencia en este hombre que visita los extremos. Como reconoce José Calasans, “en el camino de la juventud o en el camino de la madurez, fuisteis, coherentemente, fieles a vuestro destino histórico, sin intentar ocultar, en los respectivos tiempos, la hoz y el martillo, el rosario y el misal” (Calasans, en Oliva & Calasans, 1970, p.
La transición del marxismo al cristianismo, sin embargo, no parece meramente teórica. Es visceral. Zitelmann parece querer exorcizar un defecto personal, como si el compromiso con la libertad dependiera del rechazo decidido “de la congestión, de la mistificación y de la aberración marxista, que sólo y sobre todo llama falazmente la atención sobre las miserables riquezas de este mundo” (Oliva, en Oliva y Calasans, 1970, p.26). Las palabras de Zitelmann, esenciales en su camino, purgándose, inmolándose de lo que consideraba un error adolescente y, por tanto, un pecado venial.
Muchos han notado la intensidad con la que se ha descartado el marxismo, pero todos le conceden la permanencia de un compromiso, vivido con integridad e integridad. En sus palabras, un activismo por la libertad. Así, con gran implicación personal, Zitelmann encuentra su autenticidad en el cristianismo.
“En esta reunión con Xto. Pude saciar toda mi sed de justicia, realizar todo mi amor por el prójimo, realizar el deseo de una sola fraternidad, apaciguar todo el deseo de dar a los demás y ver con toda luz que todo interés por los demás sólo se descubre cuando dejar de lado las ataduras al odio y las subordinaciones a la conciencia calcinada y obedeciendo sólo a la determinación de ser plenamente solidarios, como sólo el cristiano puede ser esencial y sinceramente revolucionario”. (Oliva, en Oliva & Calasans, 1970, p. 26.)
Sin ningún individuo o incluso una clase que posea la verdad de la historia, todos experimentaríamos en este terreno la saga inacabada de la libertad, compartiendo la carga misma de la condición humana, a saber: “Es ineludible que el hombre, porque está marcado por sus valores originales el pecado, no es sólo virtudes y no sólo grandeza. Todos tenemos al menos siete caras. No somos monolíticos. Tenemos nuestras debilidades, nuestras caídas, nuestros oscurecimientos e incluso las desventajas de la gracia”. (Oliva, en Oliva & Calasans, 1970, p. 39.)
Esta perspectiva de un hombre nuevo, “sol saliendo de una cáscara de huevo azul”, para usar una imagen de Cassiano Ricardo, no es sencilla. Nadie escaparía ahora de la carga, del difícil viaje, nadie tendría la respuesta correcta al enigma de la vida, pero aquellos que no son inútiles o frívolos lo sabrían y sentirían. En cualquier caso, vale la pena subrayar, su deseo de ver en la precariedad de lo humano la improbable presencia de lo eterno no lo alejó del mundo, ni lo hizo callar ante las patentes inequidades. Permítanme dos ejemplos del difícil año 1968.
El estudiante Edson Luiz es asesinado el 28 de marzo de 1968 en el Restaurante Calabouço. Zitelmann no puede contener su indignación y no se queda callado: “¡No se puede matar impunemente a personas inocentes”! Su respuesta es cristiana, sin duda; pero la revuelta es simplemente cívica y tiene su característico aspecto moralizante: “La muerte de Edson Luiz no debe haber sido en vano – escribe. Y que su inmolación despierte en todos, especialmente en quienes detentan el poder, el sentido de que el poder sólo es válido si nace del deseo del pueblo y sólo adquiere autoridad si se ejerce con dignidad, humildad y magnanimidad. Que todos recuerden que la sangre de los inocentes mancha y queda manchada para siempre”. (Oliva, 1968, p. 114.)
Vemos a Zitelmann aún más indignado por el asesinato de Martin Luther King. El escritor se siente tocado personalmente, interpelado en sus sentimientos, llevado a reflexionar sobre sus propias reacciones. Podemos verlo emerger de una revuelta que exigiría la aplicación de la ley del Talión (“herida por herida, hematoma por hematoma”) a la lección del Éxodo, es decir, la contención que nos llevaría a no seguir ni siquiera la multitud, si es para perpetuar el mal.
“Ser cristiano no significa ser el mismo en cualquier momento. También hay un tiempo de revuelta, y ésta es valiente, encarnando en ella el significado de una lucha que ya no concierne a una causa particular, sino a toda la humanidad:
Martin Luther King es una presencia. (…) Es hora de llorar su muerte. Pero no nos limitemos a lamentarnos. Ahora y mientras hay asesinatos e injusticias, es tiempo de luchar. Luchemos contra todas las desigualdades. Cómo peleó. Luchemos contra todas las injusticias. Cómo peleó. Luchemos contra toda discriminación. Cómo peleó. Luchemos contra los fanáticos de la muerte. Cómo peleó. Porque es cierto que 'toda muerte humana me disminuye porque soy parte de la humanidad' (Oraciones, XVII, John Donne)”. (Oliva, 1968, p. 277.)
Zitelmann, único crítico del marxismo, nunca impidió que sus hijos participaran en manifestaciones contra la dictadura, muchas de ellas encabezadas por marxistas, ni dejó de honrar, en sus manifestaciones públicas, los mejores principios democráticos. (Salles, 2015, p. 421.) Así es como, en su discurso de inauguración de esta Academia, en 1970, con orgullo y valentía, utiliza la palabra para denunciar cuántos “en el disfrute del mando eclipsan la libertad, el poder transformador del poder”. el gobierno en un simple poder policial” (Oliva, en Oliva & Calasans, 1970, p. 26).
Zitelmann, valientemente, no se quedó callado. Recordemos aquel oficio de celador que le fue confiado por obra y gracia de Isaías Alves. Su gratitud fue inmensa. Sin embargo, al sucederle en esta silla, no dejó de denunciar en ese mismo discurso de toma de posesión (en un raro momento poco indulgente) un craso error por parte de Isaías, quien, ya un hombre maduro, experimentado y, por tanto, capaz de juicio racional, se había adherido a la versión típica del fascismo, el integralismo (Oliva, en Oliva & Calasans, 1970, p. 38) –por cierto, una manifestación supuestamente católica de la extrema derecha–.
La gravedad moral de Zitelmann no le permitió permanecer en silencio. A favor de Isaías debo añadir dos cosas al respecto. Primero, Isaías no estaba solo en esta adhesión. Cientos de miles de brasileños, con nombres de gran protagonismo en nuestra historia, adhirieron al integralismo, revelando quizás una cara íntima de nuestro país, que de vez en cuando coquetea más directamente con el oscurantismo. En segundo lugar, el propio Zitelmann tuvo la alegría de dejar constancia en este mismo discurso que Isaías supo hacer penitencia por tal error en el tiempo humano, siendo segura para todos nosotros la promesa de la remisión de los pecados. (Oliva, en Oliva & Calasans, 1970, p. 39.)
5.
Las claves de la amistad y el amor son severas. En Zitelmann son guías de vida en medio del camino. Un moralismo devenido religioso ciertamente lo protege en todo momento del amoralismo burgués de los ambientes de pura competencia, que tampoco le eran ajenos. Después de todo, era una mezcla de hombre de negocios e intelectual. En palabras de su amigo João Sá, “un hombre mixto de acción y pensamiento” (AAVV, 1974, p. 17). Habiendo trabajado duro, se convirtió en un hombre de élite en dos sentidos, de modo que, también según João Sá, sus conversaciones podían tener lugar “al lado del hogar de las familias empresariales e intelectuales de Bahía” (AAVV, 1974, p. 15 ).
No estoy preparado para hablar del empresario. Ciertamente, esto lo pueden hacer de otras maneras, por personas más preparadas y más acostumbradas a este perfil. Sin embargo, los documentos me permiten adivinar su extrema perspicacia práctica, su inmenso poder analítico, cuando dirige su mirada hacia una realidad que, modestia aparte, creo que sabe mucho: la Universidad Federal de Bahía.
Viajar por un informe, o Problemas de una Universidad: texto precioso, es un refinado comentario al informe presentado por el rector Miguel Calmon a la Asamblea Universitaria de la UFBA en 1965. El texto revela una fina percepción de la realidad universitaria, de los problemas de nuestra Universidad que, mutatis mutandis,, manténgase actualizado.
Antes de abordar su contenido, elogiemos el brío filosófico e irónico del escritor, que comienza por hacer consideraciones sobre la naturaleza del propio texto analizado, es decir, un informe. Después de todo, los informes se escriben para no ser leídos. Son obras hechas para unos pocos lectores, que son los que las leen por obligación profesional –los mecanógrafos–, los que las leen por deformación de la personalidad –los aduladores–, los que las leen por deber de oficio –los opositores–. – y, finalmente, las que las devoran por imposición orgánica – las polillas. (Oliva, 1965, p. 3.)
Afortunadamente, los buenos críticos también pueden leer los informes. En este caso, la crítica al informe permite resaltar las virtudes del directivo capaz de ver más allá de los intereses privados, junto a las virtudes gongóricas del escritor cultivado en la prosa bahiana, que no tiene prisa por abandonar su estilo frondoso, ni tampoco Quiere seguir el consejo de Alceu Amoroso Lima, según el cual le convendría ser breve y escapar de la influencia sobreabundante de Rui Barbosa. En protesta, registro, y passant, mi solidaridad gongórica con Zitelmann, comprendiendo además que hay, en su caso, un feliz acuerdo entre contenido y forma literaria, ya que la tensión barroca sirve a la perfección a quien encuentra en el mundo una especie de separación de sí mismo, una contradicción latente, una tristeza alegre en la vida misma. (Oliva, 1962, p. 248-249.)
Veamos el contenido de su Viaje. Este texto de 1965 nos ofrece un diagnóstico vigoroso de una Universidad aún por crear, prisionera sobre todo de una importante fragmentación, es decir, una institución que: (i) aún no ha completado el movimiento de convergencia basado en intereses comunes, estando marcado por los intereses particulares de las unidades que lo preceden y, por tanto, careciendo de un espíritu universitario capaz de superar la prevalencia de espíritus particularistas; (ii) aún no había alcanzado un nivel de excelencia bien distribuido y, además, integrado en actividades interdisciplinarias; y (iii) aún no se había consolidado como sede del humanismo, ya que, de todas las instituciones humanas, “en un mundo agitado por el desconcierto y la frustración y dominado por el desaliento, la Universidad representa la seguridad de la continuidad espiritual del hombre que no existe. No hay nada que temer” (Oliva, 1965, p. 13).
La fragmentación de las unidades., nos pone el ejemplo de comprar cuatro o cinco Enciclopedias británicas “cuando dos bastarían para cubrir las necesidades de la Universidad” (Oliva, 1965, p. 6), si se pusiera en valor la Biblioteca Central y no se buscara cada unidad tener su propia biblioteca completa. O la multiplicación de laboratorios de enseñanza precarios, cuando colectivamente podríamos haber compartido equipos, si no fuera por los sentimientos dudosos de los dirigentes escolares que creen que sería “una pérdida de prestigio trasladar la enseñanza de estas materias de sus unidades a los institutos”. (Oliva, 1965, p.6).
De la fragmentación académica, nos pone el ejemplo de centros dedicados a una misma disciplina, pero que “funcionan sin conexión alguna entre sí, más bien en una hostilidad silenciosa, sin posibilidad de trabajar en equipo e intercambiar experiencias” (Oliva, 1965, p. 7). Con ello, se separarían los equipos de una organización pensada “en función del trabajo creativo de la ciencia” (Oliva, 1965, p. 7), y cabe mencionar aquí que esta reparación se vuelve aún más actual, si pensamos sobre las implicaciones de esta separación para un trabajo interdisciplinario deseable.
“Esta deformación hace que la Universidad sea incapaz de afirmarse y permite la existencia de organismos moribundos, que viven una vida muy por debajo de las posibilidades reales de sus miembros”. (Oliva, 1965, p. 7.) El hecho de que Zitelmann pueda entonces destacar a un puñado de profesores (21 nombres, aunque otros también fueron de renombre), demuestra con este mismo resaltado lo lejos que estábamos de un auténtico centro de investigadores, en el que no habría lugar para un “saber anquilosado” que se estratifica aquí y allá “en las duras líneas de compendios hechos al gusto de los frustrados y obedientes a la pasividad de las nociones establecidas” (Oliva, 1965, p. 9).
De la pobreza de los horizontes, nos pone el ejemplo del gran número de estudiantes que realmente no se sitúan en el centro de la misión universitaria, ya que sólo compiten por los diplomas, o incluso de profesores a quienes sólo les importa el título. Frente a estos sentimientos menores y, sin embargo, tan presentes, se plantearía como un deber, una advertencia y una tarea el desafío de no ser nunca como los tibios que hay que vomitar. Una tarea verdaderamente actual, por tanto, para todos los que entendemos la universidad como una institución crítica; para quienes, por tanto, no quieren ver la universidad “aplazada, ofendida, humillada y vilipendiada, que no quieren verla despreciada o menospreciada, que no admiten su desmoralización, su etiolación, su desintegración” (Oliva, 1965) , pág.14).
6.
La crítica al informe de Miguel Calmon es un documento extraordinario. Histórico y también actual, aunque por otros motivos. La afirmación de la necesidad administrativa y académica de compartir resultó de la fuerte afirmación de que la UFBA era, entonces, una “universidad pobre, en una tierra pobre” (Oliva, 1965, p. 5).
En cierto sentido, Zitelmann, ¡cómo ha cambiado y crecido nuestra UFBA! A ti que tanto la amaste y tanto te dedicaste a ella, seguro te gustará saberlo. Ya no tiene sentido pensar en compartir información como un desafío de gestión. Enciclopedias británicas o laboratorios de enseñanza. Nuestra investigación actual está prosperando y nuestra infraestructura de investigación tiene un alcance significativo. La UFBA incluso optó por una coordinación unificada de laboratorios, aunque todavía necesitaba superar algunas resistencias atávicas. Y estos equipos no están destinados sólo a la enseñanza, sino que sirven para investigaciones de alta calidad y de interés público.
Para dar algunos ejemplos de equipos compartidos hoy, cuyo valor global es del orden de varios millones de dólares, tenemos el intercambio regular de microscopios electrónicos de transmisión y microscopios electrónicos de barrido, resonancia magnética nuclear, cromatógrafos líquidos de alto rendimiento, actuación acoplado a un espectrómetro de masas de alta resolución, celda para determinar el equilibrio de fases. Equipo cuyo funcionamiento apenas puedo discernir, en su abundancia de proparoxtonos; pero también pianos, pianos de la mejor calidad, que menciono aquí, Zitelmann, para recordar y afirmar que nuestra UFBA sigue teniendo en una orquesta maravillosa uno de sus centros.
Además, junto a una importante infraestructura de edificios y equipamientos, hoy se encuentran cientos y cientos de nuestros destacados investigadores. También son considerables nuestros activos inmobiliarios, que a menudo son el objetivo de las aves rapaces en el mercado inmobiliario. Además, la UFBA hoy cuenta con un importante número de cursos de pregrado y un posgrado consolidado, habiendo emprendido una audaz expansión.
A pesar de toda esta diferencia, Zitelmann, a pesar de los avances en medio de los reveses, puedo confiar en usted. Para nuestra tristeza, nuestra rica universidad a menudo se encuentra empobrecida. O mejor dicho, ha estado experimentando una falta de recursos y, por esta razón, su integridad, integridad y autenticidad están amenazadas. Al fin y al cabo, los recursos que, por obligación legal, deberían destinarse a su pleno mantenimiento y garantía suficiente de sus actividades finales, están atrapados dentro de límites inaceptables.
Vivimos una situación de penuria, más o menos grave, más o menos agresiva, que ya lleva una década, en la que se ha incumplido lo dispuesto en el artículo 55 de la Ley de Lineamientos y Bases de la Educación: “ Corresponderá a la Unión asegurar anualmente, en su Presupuesto General, recursos suficientes para el mantenimiento y el desarrollo de las instituciones de educación superior que mantiene” – recordando que nuestras instituciones, como lo establece la Constitución Federal, deben ejercer inseparablemente la enseñanza. , investigación y extensión o, por definición, no son auténticas universidades.
De hecho, se han producido recursos adicionales a través de dos mecanismos que, en condiciones normales de temperatura y presión, con su funcionamiento regular garantizado, pueden incluso ser bienvenidos, complementando acciones a través de una especie de clientelismo parlamentario o mediante términos de ejecución descentralizada (TED). , a través del cual otros organismos gubernamentales traerían buenos desafíos a la inteligencia académica universitaria. De hecho, se podrían recaudar recursos incluso más allá de la propia esfera pública, si la universidad, al no estar contra las cuerdas, no ve amenazada la libertad de pensamiento y de investigación, ni ve comprometida su autonomía.
Sin embargo, en la situación actual, en la que dista mucho de existir tal garantía de recursos suficientes y comunes para la vida universitaria, la suplementación se vuelve peligrosamente perturbadora tanto para la unidad de la institución como para su autonomía, al limitarse a contratar energía académica –en En nuestro caso, especialmente por parte del propio Estado, los beneficios resultan inconvenientes y las pérdidas, de gran magnitud, mucho más que predecibles. Como consecuencia, se compromete la integración de la institución y su necesaria universalidad, afectando así el aura misma de la institución y, en consecuencia, empañando su magnificencia.
La voz de Zitelmann todavía resuena, en respuesta a nuestros miedos. Al argumentar su análisis, asoció la fragilidad administrativa de la institución, los conflictos entre grupos aislados y la integración aún incompleta de las unidades en el conjunto de la universidad, un cuadro desafortunado de las condiciones de vida de los docentes, una vez condenados a ejercer una “profesión de pobreza”: una profesión de fe cuyos votos ahora han sido tristemente renovados. Un sacerdocio que, admitámoslo, podría o puede aún ennoblecer a los devotos, pero también nos comprometió y compromete a la entrega como mortales que, créanme, también lo somos.
La lección de Zitelmann permanece, en lo que respecta a los principios, aunque nuestra realidad sea diferente. “Vivimos cometiendo inequidades”, afirmó Zitelmann. (Oliva, 1962, p. 254.) Es una contingencia humana, tanto en la vida privada como en el ejercicio de las funciones públicas. Por eso, nuestro trabajo debe ser incesante para que nunca permitamos que lo sublime sea medido por lo que pueda ser lo más mezquino.
Ésta es, quiero creer, una lección de quien, habiendo sido mano derecha e izquierda del rector Miguel Calmon, supo ver y defender la universidad en su conjunto. En efecto, quien ama la universidad necesita ponerse en esta posición de guardián de su aura, teniendo el deber de afirmar cada día la naturaleza misma de la universidad, más allá de cualquier contingencia, y nunca permitiendo que el pragmatismo se imponga como medida de paz. La sabiduría ni los valores a largo plazo están dominados por los intereses inmediatos de grupos, partidos o individuos.
7.
Concluyo, finalmente, para alivio de todos, mencionando una vez más la colección de pasajes sagrados, de los cuales Zitelmann tenía catorce. Como dije anteriormente, tal vez simplemente estaba “señalando, en contraste con el sublime ejemplo de Cristo, la trayectoria común de quienes se convierten y, en la exageración de la paradoja, comienzan a someter su vida terrena a una inversión diaria en altos valores. ” (Salles, 2015, p. 421). Esta colección siempre me ha impresionado, como si todavía estuviera en una procesión en Cachoeira, el centro mismo del centro del universo, con el viaje suspendido por la canción de Verónica:
Oh, todos ustedes,
Que recorras el Camino,
Ven y mira
¡Si hay un dolor parecido al mío!
Estas colecciones me parecen ahora un signo de algo mucho más amplio, como si cada uno de sus libros retratara diferentes estaciones, diferentes pasos. Siento que cada libro nos sostiene tras posibles caídas y levanta la mirada ante cada manifestación de desesperanza. Aunque se encuentra entre los más afortunados, con el apoyo de su familia y de sus numerosos amigos, en cada uno de sus libros vemos, por un lado, un peso, una sombra, la presencia de la condición humana y, por el otro. , en medio de tal conjunción de dolores, la posibilidad de una existencia digna, tal vez hacia la decimoquinta estación –el paso al que, después de todo, toda la cristiandad aspiraría–.
Si el cristiano es el que espera y busca también en la dura vida cotidiana la redención del mundo, es aún más profundamente cristiano el que es consciente de su sombra, el que sufre sinceramente su propio peso, el que finalmente conoce el precio de la vida humana. condición. Zitelmann fue así profundamente cristiano, incluso por recorrer su doloroso camino en la fe de la estación final, que conduciría de la cruz a la resurrección, teniendo claro que el hombre que, por el contrario, pierde su sombra e ignora su opacidad, es condenado a una vida no auténtica. Cuando lo leemos, por tanto, entre diferencias y encuentros, lo descubrimos humano en algún momento de una Camino de la Cruz, siempre agarrando la llama fría de la humanidad – que es desafiada cada día por el severo llamado de lo divino.
A sus 50 años fue celebrado por la mayor expresión de nuestras letras y la fina flor del empresariado. Parecía casi la perfección. La perfección, sin embargo, decíamos al principio, no se celebra. En su centenario, celebramos una vez más esta expresión terrena de un camino espiritual. Y celebrar hoy su nombre es extender el homenaje a su familia, en el que podemos sentir una reverberación. Que esto nunca se desvanezca, ya que es efecto de los círculos concéntricos de quienes supieron sembrar buenas semillas de amor y amistad.
Mi misión termina. El desafío, más allá de cualquier diferencia, fue intentar captar lo que, sin embargo, siempre se nos escapa. Hoy, con Drummond, creo que simplemente preguntamos:
¿Qué misterio es el hombre?
¿Qué sueño, qué sombra?
¿Pero existe el hombre?
Y quizás hayamos aprendido que preguntas tan abstractas sólo pueden responderse con ejemplos concretos. Si nuestro trabajo no ha sido en vano, debemos poder decir que existe al menos un ser que satisface el concepto de hombre. Debemos ser capaces de señalar a un individuo, con sus debilidades y virtudes. Entonces, por todo lo humano, sin riesgo de error, creo que podemos decirlo. Sí, ciertamente hubo y sigue habiendo un hombre, Zitelmann José Santos de Oliva, y su sombra es espesa.
*Joao Carlos Salles Es profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Federal de Bahía. Ex rector de la UFBA y ex presidente de ANDIFES. Autor, entre otros libros, de Universidad pública y democracia (boitempo).
Discurso en homenaje al centenario de Zitelmann José Santos de Oliva, en sesión de la Academia de Letras de Bahía, realizada el 13 de junio de 2024 – aniversario de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad Federal de Bahía.
Referencias
AAVV. Cumpleaños 50 de Zitelmann de Oliva. Cartel de 1974.
OLIVA, Zitelmann. Un hombre y su sombra. Salvador: Ediciones CEIOB, 1962.
_____. Viajar por un informe, o Problemas de una Universidad. Salvador: Estuario, 1965.
_____. amistad todos los dias. Salvador: Estuario, 1968.
OLIVA, Zitelmann & CALASANS, José. Discursos en la Academia. Salvador: Estuario, 1970.
PLATÓN. fedro. São Paulo: Pingüino / Companhia das Letras, 2016.
SALLES, JC “La invención del escritor”. Revista de la Academia de Letras de Bahía, v. 53, 2015.
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