por MARÍA RITA KEHL*
Una sociedad regida por la asunción de la igualdad de derechos y dignidad entre todos los ciudadanos produce, en cierta medida, subjetividades diferentes a las que produce la lógica de las sociedades capitalistas
Sí, ya he sido “invitado”, no muy amablemente, para ir a vivir a la Isla. Quien le grita esto a un oponente de izquierda cree que está cometiendo la ofensa más grave que se pueda imaginar. Escribo este artículo para aclarar que, en mi caso, no me ofende nadie que me “echa” de aquí a Cuba, como tampoco me ofende nadie que me mande al carajo. Respeto a las putas, aunque la señora que me parió, madre querida, nunca tuvo esa profesión. Ahora que lo pienso: siempre es más difícil ofender a una persona de izquierda. En general, no tenemos prejuicios contra una serie de cosas que los agresores usan para intentar socavar nuestra autoestima. Creo que solo me ofendería si alguien me llamara… bolsonarista.
Aun así, quiero explicarme un poco antes de que me pregunten por qué un psicoanalista brasileño de clase media decidió escribir sobre aspectos de la vida en Cuba.
El psicoanálisis es una técnica de investigación del sujeto: el trabajo conjunto entre el analizando y el analista busca integrar en la conciencia las formaciones del inconsciente responsables de los síntomas y sufrimientos que motivaron la demanda de análisis. La premisa, por parte del analista, es que en el origen de la formación de síntomas se encuentran representaciones reprimidas de culpa, conflictos y, sobre todo, deseos. No reprimimos todas nuestras fantasías: sólo aquellas que puedan desgarrar la imagen de perfección que tratamos de mantener frente a los demás y, sobre todo, frente al espejo.
Pero Freud no limitó su investigación al material subjetivo obtenido en la oficina. También dedicó algunos ensayos muy importantes al análisis de los fenómenos sociales. Cito el más conocido, fuera de orden. El inventor del psicoanálisis se pregunta por qué hay guerras[ 1 ]; o qué factores provocan la característica uniformidad del comportamiento de las masas[ 2 ]; lo que produce angustia en los llamados hombres civilizados[ 3 ] y, en el caso de los más atrevidos e imaginativos, el origen del tabú del incesto[ 4 ].
Fueron los filósofos de la llamada Escuela de Frankfurt quienes destacaron la importancia de esta asociación investigativa entre el psicoanálisis y las teorías sociales. Los ejemplos más conocidos son el ensayo de Adorno sobre la industria cultural y la serie de artículos sobre la vida en París de Walter Benjamin.[ 5 ] incluyendo los magníficos ensayos sobre la poesía de Baudelaire. Estos últimos, por cierto, fueron publicados en el Frankfurt revista de estudios sociales, rechazado.
Negativa imperdonable, a mi modo de ver. Adorno y Horkheimer ya estaban refugiados en los Estados Unidos, mientras que Benjamin luchaba por sobrevivir en París bajo la inminente ocupación alemana. No, tal negativa no fue la causa de su suicidio, en la frontera entre Francia y España, cuando intentaba escapar del riesgo de una segunda captura, esta vez por parte de los nazis (ya había estado en un campo de concentración francés durante la Régimen de Vichy). . Pero el rechazo a sus últimos ensayos, cuyo conjunto se denomina París, capital del siglo XIX –y que incluye un capítulo extraordinario dedicado a Baudelaire– agravó la penuria del miembro más talentoso de la Escuela de Frankfurt, que ya vivía en París rozando la pobreza. Durante la ocupación de París, Benjamín se unió a un grupo de otros judíos para intentar escapar a través de los Pirineos hacia España. Cuando finalmente llegaron a Port Bou, la frontera estaba cerrada. Con todas sus fuerzas y esperanzas agotadas, Benjamín tomó la cápsula de veneno que llevaría consigo por la noche si era capturado por los alemanes. Por la mañana, la frontera reabrió. El cuerpo de Walter Benjamin fue enterrado en el cementerio del pequeño pueblo francés.
Qué larga introducción, dirá el lector. ¿Qué tendrá que ver el desastroso destino de los filósofos de Frankfurt y de Benjamin con la provocación de la derecha brasileña al enviar a Cuba a los opositores del presidente?
De hecho, este breve ensayo me dará algunas recomendaciones más amistosas para terminar mis días en la Isla. Aclaro que la evocación de los frankfurtianos se da porque fueron ellos quienes se atrevieron al gesto intelectual de incluir elementos del psicoanálisis en sus intentos de investigar la sociedad, su funcionamiento, sus males. En este artículo, las breves observaciones de un psicoanalista que visitó La Habana[i] están autorizados en base a este principio de Frankfurt. No soy la persona indicada para analizar la situación política en la Isla, pero soy sensible a las evidencias que cambian en las condiciones del vínculo social -como la premisa, difícil de cumplir, de que todos somos iguales en dignidad y derechos-. – producir transformaciones en la subjetividad de los ciudadanos.
Los pocos días que pasé en La Habana junto a muchos escritores brasileños invitados a la Feria del Libro de 2005[ 6 ], me hizo darme cuenta de que sí: si se transforman las condiciones que regulan el lazo social, también se transforma la subjetividad. En La Habana tuve la dicha de observar algunos de los efectos que el cambio de paradigma -del individualismo al colectivismo- tuvo en el vínculo social. Una sociedad regida por la asunción de la igualdad de derechos y dignidad entre todos los ciudadanos produce, en cierta medida, subjetividades diferentes a las que produce la lógica de las sociedades capitalistas.
No, lector: no omito ni olvido el paredes en el que Fidel ejecutó a disidentes. ¿Son realmente necesarias la estupidez y la brutalidad inherentes a todas las tiranías para mantener una sociedad basada en ideales socialistas, en un mundo casi enteramente capitalista?
Entonces, ¿qué será del socialismo cubano tras la muerte de Raúl Castro, el hermano mucho menos carismático que Fidel –quien, tras su muerte, se inmortalizó como símbolo de los ideales de la revolución?
Me atrevo a suponer que lo que quede de los ideales de la revolución en Cuba no depende tanto de quién ocupe el lugar del principal líder político. Son un logro del pueblo cubano. Tampoco estoy seguro de que estos ideales deban estancarse por la fuerza. Están vivos entre los habitantes de la isla. Dijo el chofer que nos llevó del aeropuerto al centro de La Habana: “Creo que muchas cosas pueden cambiar sin comprometer el socialismo”. Quiero apostar a que el pueblo cubano se hará cargo de estas transformaciones sin destruir los presupuestos básicos del socialismo. Esta apuesta se basa, en primer lugar, en la observación de la sociabilidad progresiva mantenida, por voluntad propia, entre los integrantes del Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST). Muchos de sus valores se inspiraron… en la sociedad cubana.
Cambios de paradigma
La diferencia más obvia, para quien viene de un país donde prevalece la economía de mercado, es el cambio en la relación con el tiempo. En las calles de La Habana, los cubanos no parecen correr tras el paradigma ajeno, esto es: sociedades organizadas bajo la presión de la hiperproductividad, la carrera incesante por adelantarse a los demás y, hoy, la continua adquisición y reposición de nuevos bienes. y tecnologías rápidamente superadas por el cálculo de la obsolescencia programada. Este que también nos hace sentir obsoletos, si no corremos todo el tiempo tras las "noticias".
Los cubanos no parecen estar “corriendo [a] buscar su lugar en el futuro”, como en la samba de Paulinho da Viola[ 7 ]. Todavía están tratando de resolver los problemas creados por su revolución, sin tener interlocutores en otros países para intercambiar experiencias.
No sé si es correcto llamar a esta temporalidad, vivida con menos prisa, precapitalista. Tal vez sea una temporalidad que toca la nuestra, sin encontrarse nunca con ella. Pero, a diferencia de la nuestra, también es consecuencia de la permanencia del impacto subjetivo y social de su revolución. No sería justo decir que los cubanos están anclados en el pasado, sino que el pasado les brinda una fuerte referencia de quiénes son. Antes de que digan que esto sucede porque el pueblo de Cuba no tiene otra cosa de que enorgullecerse, se equivocan. Nadie discute ni ironiza el sentimiento de identidad nacional de los franceses, que también se basa en una revolución que tuvo lugar hace casi dos siglos y medio. Imaginemos, entonces, cuán actual es para los cubanos el triunfo de la revolución de 1953-59. Este que los mayores aún recuerdan haber presenciado. Este que hay que defender a diario, contra la amenaza norteamericana.
Vallas publicitarias “desaparecidas” en La Habana. Hay propaganda socialista, que resulta bastante discreta. Algunos dirán: mentiroso. Sin embargo… ¿qué es más engañoso: creer que un coche nuevo es el camino a la felicidad, que todo es mejor con Coca Cola o… que “nuestra fuerza son nuestras ideas”? Yo diría que el deseo expresado en la propaganda socialista apunta a la posibilidad de una ética muchas veces mejor que la lógica de la exclusión y la ética de la rivalidad permanente que alimentan el impulso consumista en el capitalismo, donde el valor de una persona se mide por el número de personas que tiene. logró dejar atrás.
Así, la cartelera que encuentran los visitantes al desembarcar en el aeropuerto de La Habana no anuncia un nuevo modelo de automóvil ni un hotel de lujo:
"En este momento, en el mundo, millones de niños duermen en las calles. Ninguno de ellos es cubano..
Sería solo un reclamo publicitario, sentimental, si no fuera cierto. Niños en la calle, solo cuando van de allá para acá. Es hermoso ver a los niños cubanos, al salir de la escuela, uniformados, haciendo fila para comprar helado en la famosa Copélia. El precio del helado en pesos cubanos les resulta asequible. Los turistas voluntariamente (no todos) pagamos el costo más alto que permita la distribución más equitativa. Pero también hay niños que se nos acercan preguntándonos si les podemos regalar… ¡un bolígrafo Bic! Esto no es pobreza: es embargo. Faltan bolígrafos Bic y muchas otras cosas en Cuba.
La estupidez de la tiranía de la familia Castro es la contrapartida de la estupidez del país más rico del mundo que comanda el embargo contra el comercio con Cuba. Pero a pesar de la pobreza que no es miseria, creo que no hay que comparar a Cuba con Brasil, sino con Haití. Sin socialismo, Cuba sería como Haití.
No tenemos que comparar la población de La Habana con la de las clases medias brasileñas, sino con la de nuestras favelas. El caso es que los pobres habitantes del centro de La Habana están expuestos a la mirada de los turistas, mientras que la vida en nuestras favelas transcurre lejos de los barrios que frecuenta la clase media. Pero los pobres de La Habana no se quedan solos. Hay escuelas para sus hijos, hay atención médica gratuita, para todos. El tejido social no se ha degradado, como aquí. Los cubanos saben que sus hijos se graduarán y no pasarán hambre, y que ellos mismos no serán desamparados en la vejez.
Esto le da a la vida social una especie de relajación, una forma más desarmada de comunicarse con el extraño, que nos es desconocido en la tierra del “cada uno para sí y Dios para todos…” o Dios para los que ya nacieron por encima de los demás. Por supuesto, todo esto hace aún más repugnante la estupidez de los dictadores, que desconfían de la consolidación de los valores socialistas entre la población cubana.
Estos se actualizan espontáneamente por el comportamiento de los cubanos que, en su pobreza, no se sienten inferiores a los turistas. Así como no parece importarles hacerse pasar por superiores a sus compatriotas.
Aquí reporto tres episodios en los que los lectores tendrán que examinar el supuesto freudiano de que la subjetividad también se ve afectada por las condiciones del vínculo social. Una sociedad que crea mecanismos para promover la igualdad, tanto en términos de derechos como de recursos, desarrolla sentimientos de dignidad en sus ciudadanos. Aunque la economía de la isla depende en gran medida del turismo, los cubanos no me parecieron subordinados a sus visitantes, que vienen de países más ricos. Los que, en Brasil, los sirvientes suelen llamar "jefes".
El primer episodio me lo narró Emir Sader, quien vivió como exiliado en La Habana durante la dictadura brasileña de 1964-85. Emir estaba trabajando en su tesis doctoral. En el terreno contiguo a la habitación que intentaba estudiar, un grupo de trabajadores manuales escuchaba música a alto volumen. Emir se acercó a la ventana y preguntó amablemente: Por favor, compañeros, les pido que bajen el volumen de la música. Estoy trabajando...
A lo que los trabajadores respondieron, con naturalidad y sin ningún rencor (que los pobres tratan de ocultar al tener que obedecer órdenes desagradables de “arriba”): Nosotros también!
Y dale salsa, rumba, boleros...
El embargo también afecta a los turistas, que no siempre tienen de sobra, por ejemplo, en la decepción del hotel. En un país más igualitario no se aplica la regla de que “el cliente siempre tiene la razón”. Las camareras del hotel nos trataron sin especial deferencia. Las frutas para el desayuno, que en los hoteles brasileños abundan hasta el punto de ser desperdiciadas, ahí –imagínense– no se desperdician, porque… ¡se acaban! Sí, hay poca abundancia en Cuba, para los que están acostumbrados. Quizás, lo que no le sobra al turista es lo que le permite a ningún niño, además de no dormir al aire libre, tampoco pasar hambre. Ante la imposibilidad de cumplir con cualquier pedido, los empleados no intentan engañarnos porque no nos tienen miedo.
¿Hay más papaya, señorita?
¡Se acabó!
También estaba molesta porque los frutos se habían ido. Sólo que él no tenía miedo de decirme eso. No trató de engañarme diciendo o viéndome en la cocina”, y luego desapareció de mi vista.
La Feria del Libro de La Habana es en febrero. Cuando viajé, no me di cuenta de que incluso en el Caribe hay invierno. Tomé vestidos ligeros, camisas sin mangas, sin pantalones largos. Tuve que ir a una tienda a comprar algo más cálido. El aire acondicionado estaba encendido en el ajuste más frío. Le pedí al vendedor que lo apagara, o al menos calentara un poco el aire. No pretendió responder a mi pedido, como hacen tantos vendedores en Brasil que disfrutan del frío del aire acondicionado y no quieren pasar calor por culpa del cliente. Me respondió con simpatía, sin ningún resentimiento, como quien está frente a un igual:
Qué lástima: no puedo, señora. ¡Siento un calor!
Este no es un texto sociológico. Lo que relaté son pequeñas observaciones de campo que revelan una diferencia significativa de paradigma con relación, al menos, a la sociedad brasileña, en la que nadie dice “no” a quien tiene dinero. En el que los pobres, en el mejor de los casos, se valen de la pulsera jeitinho – el mismo que usa la burguesía para justificar al empleado por qué no puede registrarse. La asunción de la igualdad de derechos, activa en el imaginario social (incluso defraudada por algunas autoridades) proporciona relajación en las relaciones entre extraños. Entré en un banco a cambiar dólares por pesos cubanos; la cola era enorme y me pareció caótica. Cada vez que alguien veía de frente a un conocido, dejaba su asiento para hablar con él. Parecía malandragem brasileño. Pensé que mi turno nunca llegaría. ¿Nadie se quejaría de los saltadores de cola? Por supuesto que no, y pronto entendí por qué: cada vez que uno de ellos dejaba su asiento para hablar con un conocido en el frente, decía en voz alta: ¡“el último”! Lo “arreglado” era que podías salir de la cola siempre y cuando volvieras al final de la misma. Por cierto, funcionó. Más tarde, en una gran reunión con motivo del aniversario de la fundación del MST, me di cuenta de que esa actitud libre pero responsable en las colas había sido adoptada por los compas
Hace años, en un carnaval en Salvador, todos terminábamos la noche en uno de los pocos restaurantes que permanecían abiertos hasta la mañana. En el pasillo camino al baño había un banco de madera donde era común ver a alguien durmiendo. Le pregunté a un empleado si este era el banco para clientes borrachos. Me dijo que no: los que se turnaban para dormir allí eran ellos mismos, cuando ya no podían aguantar los turnos de 24 horas durante el Carnaval. Le pregunté si valía la pena: el jefe debería pagar el doble, ¿no? “¡No señora, no puede pagarnos más! Aquí le ayudamos, pero cuando hay un problema también nos ayuda. Cuando la esposa de mi colega estaba a punto de dar a luz, ¿usted cree que él la llevó a la maternidad en su auto?”.
Este es el camino de la dominación cordial brasileña. Funciona, no porque mitigue la impotencia de los trabajadores, sino porque porque se aprovecha de esta impotencia. Deberíamos ser nosotros los que digamos “¡Vete a Cuba!” para los empleadores brasileños. Con la esperanza de que, quién sabe, puedan aprender algo allí.
*María Rita Kehl Es psicoanalista, periodista y escritor. Autor, entre otros libros, de Resentimiento (Boitempo).
Publicado originalmente en Portal Carta Maior.
Notas
[1] “¿Por qué la guerra?” Carta a Einstein, 1932.
[ 2 ] Psicología de masas y análisis del yo, 1921.
[ 3 ] Descontentos de la civilización, 1930.
[ 4 ] Tótem y tabú, 1912-13.
[5] “París, la capital del siglo XIX”.
[6] Brasil en la era Lula fue homenajeado en la Feria del Libro de La Habana en 2005.
[7] “Señal de Cerrado”.
[i] Brasil fue el país homenajeado por la Feria del Libro de La Habana, en 2005. La editorial Boitempo envió a varios autores a dar conferencias allí, entre los cuales tuve el honor de incluirme. Mi conferencia versó sobre los dos conceptos que participan, con significados diferentes y más concordantes, en el psicoanálisis y en la teoría crítica: Fetichismo y Alienación.