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por GÉNERO TARSO*

Nuestro (proto)fascismo conserva dos características del fascismo mussolinista-hitleriano: el odio violento al humanismo ilustrado y el desprecio por la vida ajena.

Las utopías no son peligrosas, como quería Isaiah Berlin. Se vuelven peligrosas en las personas que, por decisión o por fanatismo, quieren imponer sus utopías a los demás, sin respetar la integridad humana de quienes las rechazan. Así, fuerzan su recepción –como si fueran verdades de una razón sin humanismo– o incluso como si fueran un programa dogmático-religioso con la autoridad de un Dios que no comprende a los humanos. Me refiero, en el tema de las utopías, a aquella polémica entre Berlín y los marxistas de su tiempo, en un momento en que la racionalidad de la utopía democrática –en su forma liberal-representativa– ya estaba siendo bloqueada con éxito por el fascismo emergente.

Nuestro (proto)fascismo conserva, sin embargo, dos características importantes del viejo fascismo mussolinista-hitleriano: el odio violento al humanismo ilustrado y el desprecio por la vida de los demás. No defiende, sin embargo, conscientemente -este fascismo atípico nuestro- un Estado conceptualmente diferente al que allí existe, forjado en una idea coherente con su tradición europea. Tampoco se sustenta en la visión de una nación soberana que se prepara para una guerra de conquista.

Nuestro fascismo local, aunque a la vez menos bárbaro que sus contrapartes, es sin embargo más difícil de combatir en la esfera de la política, ya que no se opone al orden social y económico vigente, sino que vive a través de la producción una secuencia de movimientos -aparentemente irracionales- que exacerban los odios que ya están contenidos en la sociabilidad ordinaria. En el caso brasileño, estos movimientos se adaptan a las demandas del capital financiero global – para llevar a cabo “reformas” – sin basarse en un pensamiento conservador orgánico, sino sustentados en una ideología esclavista apenas superada.

A diferencia de sus antecesores europeos del siglo XX, es un fascismo de “sabueso”: no se atreve a pronunciar su nombre y expresa su identidad –no menos odiosa o necrófila– a través de determinados comportamientos simbólicos, presentes en conductas y atrezos, cuyos impactos en los militantes antihumanistas son rápidamente mimetizados.

El 9 de junio, cuando el país se acercaba a las 40 muertes registradas por el Covid 19, el Presidente de la República apareció en público con una corbata decorada con fusiles; y el “número 2” del Ministerio de Salud apareció luciendo una calavera en la solapa. Indiferencia ante la muerte e indiferencia ante el dolor, como si las víctimas del Covid fueran los enemigos derrotados y quienes los apoyan fueran su ejército de reserva.

Estos hechos podrían ser sólo manifestaciones singulares de una extrema derecha de aventureros psicópatas, si en un marco de normalidad política fueran percibidos como residuos del pasado. En el contexto actual, sin embargo, no: el Presidente llegó al Gobierno a través de una elección, cuyo desenlace fue producto de una minuciosa articulación política que fecundó una alianza explícita de grupos empresariales, nacionales y globales, con la agroindustria, sumada a amplias sectores de las clases sociales de altos promedios -orientados por las sucesivas campañas antiizquierdistas del oligopolio mediático- cuyo propósito fue y son las reformas que extinguen nuestro sistema de protección social.

Si esto es cierto, se puede decir que nuestro fascismo es un fascismo de “sabueso”, no una iniciativa de “acción” de un partido fascista organizado, que habría acudido a las clases dominantes para convertirlas en rehenes de un determinado proyecto de nación. . Por el contrario, sería un grupo de acción inorgánico -utilizable por mandato político- incluido en un pacto de poder para impulsar las “reformas” del Estado del Bienestar y que sólo en el Gobierno empezó a organizarse como “parte”, a desligarse sí mismo de sus "maestros". Por eso, las anclas de nuestros “esbirros” del fascismo están plantadas -para mantenerse en el poder- en las arenas de la marginalidad miliciana y buscan alianzas con grupos militares que aún viven la paranoia de la Guerra Fría.

El fascismo de “secuaces” es pura acción, no doctrina; es violencia ofensiva, no defensa de ideas; es un flujo político no organizado por el pensamiento, no una “guerra de posiciones” con miras a conquistas en el ámbito político. Esa parece ser – estos días – también la fuerte contradicción interna que atraviesa la articulación del poder protofascista del Gobierno de Bolsonaro: la misma “diversidad” de las necesidades de las clases burguesas que le garantizaron el Gobierno, también crea la condiciones que le impiden formular un programa unitario, con un mínimo de coherencia política. Así, el grupo protofascista original -para mantener la gobernabilidad- necesita mantener su apuesta por las “reformas” ultraliberales, que es un proyecto universal del capital rentista, que garantiza la tolerancia de las élites rentistas para seguir gobernando.

Italo Balbo, intelectual de acción y compañero superior de Mussolini, sociólogo, militar, político de elaboración y acción – uno de los cuatro organizadores de la Marcha sobre Roma (1896-1940) – miembro del Gran Consejo Fascista, fue uno de los importantes garantes de Mussolini con la élite económica italiana, así como Guedes es el garante tecnocrático de Bolsonaro con la élite rentista. Balbo fue garante de la acción política, Guedes es garante burocrático -procedente de la sangrienta experiencia de Pinochet- pero ambos representan lo mismo, el primero en el fascismo clásico, el segundo en el protofascismo “sabueso”.

Gramsci, en su Cartas de prisión (Brazilian Civilization) recuerda la actuación de Balbo camino al poder de la Marcha sobre Roma, visitando un texto del propio Balbo, que exalta la acción racionalizada después del festival (Revista gioventú fascista, noveno aniversario, 1931): “Mussolini actuó”, escribe Balbo, “si no lo hubiera hecho, el movimiento fascista habría perpetuado durante décadas la guerrilla civil (…) “es decir, sin la Marcha sobre Roma, sin la revolución solución, nuestro movimiento se encaminaría hacia aquellas crisis fatales de cansancio, tendencias e indisciplina, que fueron las tumbas de los viejos partidos”.

Viernes 13 de junio de 2020. Circula en las redes y se imprime en los diarios la orientación del Presidente a sus grupos de acción, para que ingresen a los Hospitales y verifiquen la disponibilidad de camas UCI, luego de haberse burlado de las predicciones de los científicos sobre la inminencia de la catástrofe sanitaria y culpabilizando a los Gobernadores y Alcaldes del dramático avance de la Pandemia.

El 11 de junio, en Copacabana, dos “buenos ciudadanos” arremeten contra un homenaje a los muertos por el coronavirus, que algunas personas realizan -silenciosa y pacíficamente- clavando cruces en la arena y llorando la muerte de sus seres queridos. Es la indiferencia ante el dolor ajeno, que se vuelve violento y necrófilo: las cruces son derribadas y luego reconstruidas, por un individuo solitario, que perdió a su único hijo de 25 años.

El llamado “natural” del Presidente demuestra que el orden jurídico concreto ya no funciona con las “normas y sanciones” del texto constitucional “escrito”. Su vacilante vigencia es incapaz de disuadir a un Jefe de Estado de movilizar hordas “irregulares” para invadir hospitales y reprimir la acción primitiva de “buenos ciudadanos” celebrando la indiferencia hasta la muerte, demostrando así que ya está viva y cristalizada una socialidad fascista. Y que opera, cada vez más, con sus arrogantes pandillas estimuladas desde el “Estado de facto”, que tiende a hacerse hegemónico, avalado por la voz del “Líder”: es otro orden (real) ya presente en la vida cotidiana. de las masas acosadas por la pobreza y la enfermedad.

El fascismo gamberro, antes que una estructura técnica de poder, es un estado espiritual y moral que libera de la acción a los instintos más primitivos. Y eso -de hecho, de hecho- está ocupando a toda la sociedad, que empieza a aceptar la seguridad que se forja en el miedo y el silencio. Supera sus obstáculos no dentro del juego político reglado del Estado de Derecho, sino a través de golpes selectivos que, enmarcando cada parte de la sociedad fragmentada – movimientos sociales, grupos ciudadanos, artistas, intelectuales, academia, juristas, sindicatos, segmentos partidistas, aparatos Estado burocrático – revoca la Ley a través del miedo y coopta la cobardía y la vileza para monopolizar el crimen y el asesinato.

Sin embargo, cuando el fascismo ya vivido en la historia se constituyó como posibilidad de poder, como lo hizo Mussolini, llamó a las adhesiones y se preparó para expresarse como fuerza suprema del Estado. Sus relaciones de clase y con la vida en común, formaron un nuevo grupo dirigente que en algún momento (1 y 2 de abril de 1921, en Italia) ya incluía varias ligas campesinas salidas del socialismo, que empezaron a caminar hombro con hombro en unidad con el “ Caciques” de Agrária, de los grandes terratenientes.

Italo Balbo comienza entonces su período de gloria y expresa, simbólicamente, en su relación con Mussolini, con quien caminó por las calles de Ferrara, la fuerza de “acción” que siempre ha sido el fundamento principal de la política fascista. Cuando un admirador desprevenido se interpuso en el camino de los líderes, fue el turno de Balbo, “divertido por su triunfo”, despejar el camino con furiosos golpes de su famoso bastón.

Mostró así que la vida no valía nada, pues cada uno estaba destinado a compartir, dentro de un organismo total –independientemente de su cuerpo y de su voluntad– el nuevo todo único que se llama Italia, ahora recuperada en su antigua luminosidad que construyó el mundo occidental.

Al día siguiente (4 de abril) Mussolini diría, ya en el Teatro Comunal de Bolonia, que “nos calumniaron: no quisieron entendernos y, por mucho que se deplore la violencia, sembrar nuestras ideas en cerebros refractarios, había que estar en guardia, al son de los golpes”. Balbo había ganado, Mussolini también.

13 de junio, sábado por la mañana en Brasil, una nota de dos generales y un capitán emite un juicio fulminante y preliminar sobre cualquier otro juicio del STF, en adelante, calificándolo previamente como ilegal, si la decisión no les agrada: E decir : Las FFAA “tampoco aceptan tentativas de toma del poder por otro Poder de la República, contrarias a las Leyes, o por juicios políticos”. Estos tres militares se invocaron francamente como un “poder moderador”, a través de ese evidente juicio político de conveniencia, que transforma a Brasil en una República protegida. El Balbo del “esbirro” del fascismo, un Guedes, pudo haber ganado sin ni siquiera salir al campo.

*tarso-en-ley fue Gobernador del Estado de Rio Grande do Sul, Alcalde de Porto Alegre, Ministro de Justicia, Ministro de Educación y Ministro de Relaciones Institucionales de Brasil.

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