por RONALDO ROCHA*
Una serie de errores llevaron a los partidos de “izquierda” a derrotas evitables y redujeron el alcance de sus éxitos parciales.
En la primera vuelta –fase inicial del mismo y único proceso electivo integral, con dos eventos íntimamente ligados entre sí–, la extrema derecha, en las circunstancias en las que abiertamente pretendía serlo o era públicamente apoyada por Bolsonaro y su agrupación palaciega, sufrió en general una derrota en las elecciones mayoritarias, aunque se mantuvo en carrera hasta el día 29 en ciudades de relevancia nacional. Cabe señalar, sin embargo, que logró avanzar en términos proporcionales. Logró mantener antiguos y acumular otros cargos parlamentarios en las Cámaras Municipales, cobijados en varias microleyendas mientras busca cumplir las condiciones para el registro legal propio.
A su vez, la llamada “izquierda” –esta lista clasificada también geográficamente como “izquierda” y “centro-izquierda” por algunos analistas centrados exclusivamente en el fenómeno– siguió la cuesta iniciada en 2016. Además de retroceder en pleno de votos, perdió 286 ayuntamientos, o el 26,38%, y 1.561 concejales, o el 13,6%. Sin embargo, escapó al cataclismo ardientemente vaticinado y deseado por la reacción política. Además, sigue compitiendo en varios municipios, incluidas las capitales de los estados, con una trascendencia innegable. Por su parte, la derecha más tradicional -ya sea en su matriz doctrinalmente liberal-conservadora, ya sea en su voracidad fisiológico-pragmática- salió fortalecida.
Estos datos, aunque importantes, son precarios para definir la correlación de fuerzas. Para el movimiento comunista, es obvio que las elecciones dentro de la lógica del capital nunca resultarán en una transformación radical. Se dan bajo la estructura social, el marco legal y el fundamento ontológico del régimen democrático-burgués, incluyendo el metabolismo del capital como “relación social entre las personas, efectuada a través de las cosas”, según la síntesis de Marx en La capital. Por tanto, no serán en modo alguno el camino preferencial de la supresión del yugo monopolista-financiero e imperialista o, con mayor razón, la praxis “transcrita” hacia una sociedad más allá de la propiedad privada y de las clases.
Mucho menos lograrán fines emancipatorios bajo las restricciones impuestas en Brasil, incluyendo ciertas reglas establecidas en la transición conservadora de 1988, como el artículo 142, que establece en la Constitución la protección de las Fuerzas Armadas sobre la "ley y el orden" o, en al menos, da lugar a interminables discusiones y exégesis sobre sus límites o intenciones. Tal basura se potenció en estos tiempos de reacción de Bolsonar y lawfare. De hecho, el sufragio ni siquiera es suficiente, per se, como forma de elevar las condiciones de vida o de trabajo del mundo obrero y de las clases populares. Votar es un ser social con determinaciones complejas, nunca una voluntad demiúrgica de la historia humana.
Un principio similar debe ser reiterado, así como, cuando sea necesario, divulgado, como afirmación teórica fundamental y cuestión política permanente. Una doble razón justifica esta cuasi perogrullada. Primero, su existencia en un “lugar” ubicado mucho más allá de la ideología sensible que se reproduce en la experiencia espontánea de las multitudes proletarias. En segundo lugar, su disolución en la mezcolanza intelectual prevaleciente de la “izquierda”, comúnmente considerada sensu lato y de manera un tanto generosa, poner las indispensables gotas sobre los gelatinosos “es” que pueblan los discursos de los conglomerados mediáticos y hasta la jerga circulante en las filas populares.
Esta noción vaga y cacareada abarca al menos dos vastas esferas. Uno, en un concepto esencial que está anclado en la formación económica y social brasileña contemporánea, nombra sólo los segmentos y asociaciones anticapitalistas, aunque diversificados y matizados. Otra, en el sentido meramente político del fenómeno, sin conexión alguna con la exterioridad social, incluye el papel también multifacético de los actores “mejoradores”, que intuyen, valoran, piensan y actúan sólo internamente dentro de los límites de la objetividad social, incluido el Estado burgués. , que organiza el conjunto formado por los aparatos y órganos de poder, intrínsecamente ligados al capital y sus personificaciones.
Tal campo genérico y diversificado está permeado por las sustancias de las clases que lo constituyen, con sus diversas fracciones, así como por los intereses, ideologías, opiniones, formulaciones, concepciones, fines y comportamientos promovidos o presentados por sus miembros, individual y colectivamente. colectivamente, agregados más o menos orgánicamente. Es visible –principalmente o, en ciertos casos, exclusivamente– en la sociedad político-jurídica, donde aparece como un punto emergido de la iceberg candidato en las sucesivas elecciones. En la primera vuelta, por regla general, estaba fragmentado, ya sea por convicción de secta, o por patriotismo de partido, o por una crasa falta de comprensión de la situación actual.
De hecho, aceptó resignadamente los condicionamientos que le preparaban las reglas electorales partidarias vigentes, aceptando la provocación y la trampilla astutamente tendida por la hegemonía conservadora. Ni siquiera consideró las reiteradas consideraciones: una, que la preparación obligatoria de candidatos a concejales no prohibe ni remotamente las coaliciones mayoritarias para alcalde; otro, que los subtítulos son fáciles de recopilar cuando las campañas tienen mayorías densas, en lugar de llevarse a cabo en guetos aislados. Prevaleció la inercia, cuya motivación parte de hábitos arraigados, pasando por indicios de autosuficiencia, y llegando a ilusiones autoafirmativas.
Sin embargo, también es claro y pacificado, al menos para los pioneros sociales de orientación marxista, que la participación en las urnas, aun con sus límites intrínsecos e inamovibles, es un instrumento necesario e inalienable en la lucha, sobre todo para dialogar con las mayorías. y construir puntos institucionales de apoyo a la “guerra de posiciones”, tal como la formuló Gramsci. Sólo es posible eludir este requisito en dos situaciones particulares: una, en situaciones como las de 1966 y 1970, cuando convenía anular activamente el voto; otro, en medio de procesos revolucionarios en proceso de supresión del poder burgués, generando nuevas instituciones político-estatales.
En las circunstancias de hoy, es decir, en las elecciones municipales brasileñas de 2020, vale la pena corriente principal: el II Congreso de la IC – 1920 – refutó enérgicamente “el 'antiparlamentarismo' en principio, concebido como un rechazo absoluto y categórico a la participación en las elecciones y en la acción parlamentaria revolucionaria”. Sin embargo, el día 15, los errores tocaron a los partidos de “izquierda” – compuestos, digamos, por asociaciones o agrupaciones comunistas, pasando por radicales-demócratas, socialdemócratas convencionales, social-liberales y semi-anarquistas difusos, incluso keynesianos, desarrollistas, nacionalistas, etc., a derrotas evitables y redujeron el alcance de sus éxitos parciales.
Si los errores persistieran, pondrían en peligro importantes victorias. Afortunadamente, para quienes luchan de verdad, el frente amplio se impone como táctica, ya que es la línea compatible con la amplitud inmanente a las “izquierdas” social e ideológicamente multifacéticas: el campo proletario; los estratos populares; las fracciones democráticas del capital–, así como capaces de sumar nuevos apoyos, de modo que los aliados sean tratados como tales, no como adherentes ocasionales de la motivación electoral. El curso concreto y real de la lucha entre las clases, traducido en disputa político-práctica por el voto, constriñe a pasos agigantados las inflexiones a acercarse o incluso coincidir con la búsqueda de la unidad.
En esa línea, el polo popular busca, en Porto Alegre, Fortaleza y Belém, abrir la coalición anterior. En Recife, las fuerzas democrático-progresistas siguen rotas, pero introducen partidos burgueses disponibles en sus campañas, olvidando que deberían haber estado en la misma trinchera desde la primera vuelta. En Contagem, el segundo mayor municipio integrado a la Región Metropolitana de Belo Horizonte, el frente crece con la participación de candidaturas y asociaciones anteriormente opuestas. En Río, partidos populares y personalidades piden el voto de Paes, con el objetivo de derrotar a Crivela. En la mayor capital se forma el Frente Democrático por São Paulo, reforzando la postulación de Boulos.
Entonces, para repetir una expresión feliz, Y La Nave Va. Esta vez, sin embargo, aún con las nubes lúgubres que prometía el prólogo de la primera vuelta, el epílogo de la segunda en nada se parece al funeral felliniano, ni adopta los recursos formales surrealistas que completaron el séquito naval de la cantante lírica Edmea. Tetua, mucho menos pretende ser el falso documental sobre un entierro. A diferencia de navegar por el Mediterráneo en 1914, durante la Primera Guerra Mundial, con la música de Nino Rota dando paso a la forma operística, en 2020 el barco democrático de Brasil es remolcado a tierra, sin divas muertas y al son de jingles. ¡Los protofascistas y la extrema derecha no contaban con eso!
*Ronaldo Rocha Es sociólogo y ensayista. Autor de Anatomía de un credo (capital financiero y progresismo productivo).