Una vela para la política, otra para la guerra

Clara Figueiredo, la falsa elección, fotomontaje digital, 2020
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por IGOR FELIPE SANTOS*

Aunque los movimientos de Bolsonaro parecen contradictorios, son complementarios en el sentido de que alimentan el conflicto entre instituciones.

La reforma ministerial de Jair Bolsonaro, que cambió a seis ministros en el mismo día, forma parte del proceso de transición del gobierno, iniciado a fines del año pasado, que marca el cierre del cerco en torno a las relaciones de la familia con Fabrício Queiroz y las investigaciones abiertas en la STF. El gobierno de Bolsonaro se inició en la ola antipolítica de la campaña electoral de 2018. Se consolidó un trípode de apoyo al gobierno, que convencionalmente se caracterizaba por los núcleos ideológicos (los olavistas), los núcleos jurídico-militares y los económicos. El presidente fue el símbolo del orden y la autoridad, el entonces ministro de Justicia Sergio Moro una bandera en la lucha contra la corrupción y el superministro de Economía Paulo Guedes un garante del programa neoliberal de austeridad fiscal y privatizaciones.

Un grupo de militares ocupó puestos dentro del Palacio del Planalto, como el general Carlos Alberto dos Santos Cruz en la Secretaría de Gobernación, y en ministerios estratégicos, como Minas y Energía e Infraestructura. Se asignó un equipo de olavistas a áreas claves, como el Ministerio de Educación y Relaciones Exteriores, referentes de los grupos más extremistas que están al frente de la lucha ideológica en las redes sociales, alineados con el proyecto político-ideológico de la extrema derecha. .

Se están produciendo cambios en la forma de operar del gobierno de Bolsonaro en estos dos años y cuatro meses, con la salida de ministros, con el cambio en la relación con el Congreso Nacional, con la reacción del Poder Judicial y con el impacto de la pandemia del coronavirus, que abre diferentes perspectivas.

El núcleo ideológico, que actuaba como los “perros rabiosos” del bolsonarismo, con protestas callejeras, ataques a los enemigos y lucha ideológica en las redes sociales, ha perdido protagonismo en el último período. Hasta el año pasado, este núcleo estuvo al frente, tirando de la cuerda, haciendo “pruebas” y allanando el terreno para las acciones de Bolsonaro.

Al inicio de la pandemia del coronavirus, cuando Bolsonaro tomó la línea negacionista, arremetió contra gobernadores y boicoteó las políticas de aislamiento social, lo que generó una fuerte reacción en la sociedad y su aislamiento institucional, este segmento salió a las calles acusando con protestas una maniobra para derrocar al presidente. en símbolos militares, alimentando la sombra de un golpe de Estado que persiste en este gobierno.

Tras el ataque con fuegos artificiales al STF por parte de un grupo extremista, se abrió la investigación por actos antidemocráticos, con un operativo de allanamiento y captura y un decreto de detención de seis investigados, como la activista de extrema derecha Sara Giromini, conocida como Sara Invierno. También se inició la investigación fake news, con el objetivo de investigar denuncias calumniosas y amenazas contra ministros de la Corte.

En el contexto de la escalada del conflicto entre el STF y los grupos bolsonaristas de extrema derecha, cayó el ministro de Educación Abraham Weintraub y Sara Winter fue detenida durante 10 días, liberada bajo medidas cautelares con tobillera electrónica. Sin ninguna expresión de solidaridad por parte del presidente, expresó públicamente su resentimiento por el abandono político.

Esta crisis se precipita con la detención del policía militar retirado Fabrício Queiroz, exasesor del senador Flávio Bolsonaro y amigo del presidente Jair Bolsonaro, en Atibaia, interior de São Paulo, en la casa del abogado de la familia Frederick Wassef, figura de tráfico en el Palacio da Alvorada, residencia oficial de la Presidencia, y en actos en el Palacio del Planalto.

Desde entonces, Bolsonaro pasó a mantener un “margen de seguridad” del núcleo ideológico, desencadenado puntualmente en torno a disputas que le interesaban directamente. Al mismo tiempo, se acercó a la derecha fisiológica (también conocida como “centrão”), tratando de aumentar su influencia en el Congreso Nacional, y buscó ampliar sus relaciones con el STF.

El acercamiento con el STF resultó en la decisión del ministro Gilmar Mendes, que concedió arresto domiciliario a Queiroz y, posteriormente, el acuerdo sellado con derecho a foto y abrazos de Bolsonaro y Dias Toffoli, que abrió las indagatorias, para el nombramiento de Kássio Nunes Marques en sustitución de Celso de Mello.

La articulación del gobierno con el llamado “centrão” bloqueó la apertura de procesos de juicio político, aumentó la influencia del ministro Rogério Marinho, absorbió a Fábio Faria (PSD) en el Ministerio y colocó a Gilson Machado en Turismo, quien habría entrado en la cartera, según a su antecesor, Marcelo Álvaro Antônio, en la negociación para la elección a la presidencia de la Cámara de Diputados.

La maniobra del gobierno, que incluyó la designación de otros cargos y la liberación de enmiendas, resultó en la elección de Arthur Lira (PP-AL) en la Cámara de Diputados y Rodrigo Pacheco (DEM-MG) en el Senado. Al mismo tiempo, la derecha liberal fue engullida en el Congreso, que tenía como exponente a Rodrigo Maia y trataba de construir una candidatura para 2022.

Finalmente, el alejamiento de Bolsonaro del núcleo ideológico fue evidente en el caso del diputado federal Daniel Silveira (PSL-RJ), quien grabó un video amenazando a los ministros del STF y elogiando al AI-5. Tras una posición unánime del STF por la detención del parlamentario y la decisión de refrendarla por una amplia mayoría de la Cámara de Diputados, Bolsonaro guardó silencio, lo que señala el desplazamiento de las “guerras culturales” de la extrema derecha.

Apenas iniciadas las actividades legislativas, se aprobó el proyecto de ley que otorga autonomía al Banco Central, al servicio de los intereses del capital financiero para blindar la política monetaria y cambiaria. A poco de una reunión entre el Presidente de la República y los nuevos Presidentes de Cámara y Senado, se lanzó una carta con proyectos prioritarios de la agenda neoliberal para 2021.

La reforma ministerial en curso, prevista desde principios de año, se enmarca en este proceso de cambios de gobierno, con el elemento extraordinario del cambio en el Ministerio de Defensa y el desdoblamiento de la salida de los comandantes del Ejército, Aire Fuerza y ​​Armada.

El núcleo ideológico perdió espacio, con la renuncia de Eduardo Pazuello da Saúde (aunque es general, fue el mayor estandarte del negativismo sanitario) y de Ernesto Araújo, de Relaciones Exteriores, ambos a pedido del centrão, que pretendía que la permanencia de los ministros comprometió la gestión de la pandemia. Queda la ministra Damares Regina Alves, que trabaja en una agenda conservadora, pero con llamamiento popular, y dialoga con las iglesias evangélicas que han apoyado a Bolsonaro en las últimas encuestas de opinión.

El centrão gana más espacio en la gestión y operacionalización de la relación con el Congreso Nacional, con el nombramiento de Flavia Arruda (PL-DF) a la Secretaría de Gobierno y con el desplazamiento del general de reserva Luiz Eduardo Ramos a la Casa Civil. Hasta entonces, Ramos actuó en el Congreso en la negociación con los parlamentarios y Arruda presidió la comisión mixta de presupuesto, que definió los proyectos y reformas que se darán a conocer en el año.

El nombramiento del jefe de la Policía Federal Anderson Torres, actual secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal, en el Ministerio de Justicia señala que Bolsonaro quiere aumentar el control y endurecer las directrices en áreas estratégicas. La familia de Flávio confía en él y es un amigo. A su mando estará la Secretaría Nacional de Seguridad Pública, que dialoga con la Policía Militar en todos los estados. Con el regreso de André Mendonça a la Abogacía General de la Unión, adquiere mayor dominio en la defensa legal del gobierno.

La renuncia del general de la reserva del Ejército Fernando Azevedo e Silva al Ministerio de Defensa y la sustitución por Walter Braga Netto, que estaba en la Casa Civil, resultó en la salida de los comandantes del Ejército, Fuerza Aérea y Marina. Azevedo e Silva es un general que saltó a la política antes de que Jair Bolsonaro asumiera la presidencia. Ya actuó en la asesoría parlamentaria del Ejército en el Congreso, fue asesor de despacho del Presidente del Supremo Tribunal Federal, Dias Toffoli, y llegó al Ejecutivo en el Ministerio de Defensa designado por Eduardo Villas-Boas. Es decir, tiene conexiones, influencia y menos dependencia de Bolsonaro.

El nombramiento del general Braga Neto para Defensa, así como los cambios en Justicia y en la AGU, señalan que Bolsonaro quiere un mayor control sobre las Fuerzas Armadas, poniendo bajo su mando puestos militares clave. Para ello, necesitaba destituir al General Edson Leal Pujol del cargo de Comandante del Ejército Brasileño.

Si bien los movimientos de Bolsonaro parecen contradictorios, son complementarios en cuanto alimentan el conflicto entre instituciones, como el STF y el Congreso, con las Fuerzas Armadas, actuando como garante de un régimen político inestable, con instituciones debilitadas y ante una crisis social creciente y descontrolada pandemia de coronavirus. Al avanzar o retroceder, estará en el centro de la lucha política.

Por un lado, fortalece la articulación política en el Congreso Nacional, consolidando su influencia y construyendo una base política para las elecciones presidenciales de 2022, responsabilizando a los parlamentarios en el ámbito de la gestión de gobierno. En ese escenario, proyecta que vive el peor de los tiempos y tendrá que atravesar el desierto de la pandemia y la crisis social, pero podrá recuperarse el próximo año, manteniendo el proyecto neoliberal y la polarización con la izquierda a reagrupar la derecha y disputar las elecciones. Así, enciende una vela para la política.

Por otro lado, al imponer sacrificios al núcleo ideológico, lo compensó endureciendo la conducta de Defensa y Justicia. Dirigirá personalmente y consolidará su mando sobre los aparatos de poder del Estado. Es decir, se prepara para un escenario de recrudecimiento de la crisis, con convulsión social por el empobrecimiento de la población y un eventual estallido de movilizaciones masivas, así como atemorización de sectores del capital y sus voceros que elevan críticas al gobierno. De esta manera, enciende otra vela para la guerra.

*Ígor Felipe Santos es periodista

 

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