por GILBERTO MA RODRIGUES*
Comentario sobre la autobiografía recién publicada de Barack Obama
Cualquier memoria de un presidente estadounidense sería un bálsamo frente a la innoble figura de Donald Trump. Esta percepción aplicada a Barack Obama adquiere una dimensión superlativa. Lanzado poco después de las elecciones presidenciales, el libro La tierra prometida llegó como un anuncio del fin de la pesadilla del mandato de Trump. Una de las cualidades innegables de Obama es su capacidad para sincronización político. El primer volumen de su memorial a la presidencia fue un récord de ventas y volvió a colocar al expresidente en la escena mundial de opiniones, visiones y entrevistas sobre América y el mundo.
Para leer e interpretar el libro de Obama con la flema y la objetividad necesarias, es necesario, por tanto, tomar distancia de este escenario de extrema polarización en el que se sumerge EE. alivio (global, por cierto) de ver derrotado al ocupante de la Casa Blanca por la victoria indiscutible -consagrada en la votación, por el colegio electoral y, tras la insurrección trumpista del 6 de enero, por el Congreso estadounidense- de Joe Biden Demócratas y Kamala Harris. Es de este ambiente de triunfo sobre el escenario de tierra arrasada de cuatro años de trumpismo que debemos partir solemnemente para analizar la obra conmemorativa de Obama.
Con más de 700 páginas, divididas en siete capítulos, y que representan solo el primer término, Tierra Prometida está escrito en primera persona, como una historia sincera contada a cualquier persona curiosa o interesada. Esa parece haber sido la intención de Obama: democratizar el conocimiento sobre lo que significa ser presidente de los Estados Unidos. Además de este aspecto didáctico, el libro de Obama revela la existencia de dos Personas en la obra, Obama-candidato y Obama-presidente.
Los primeros dos capítulos (Parte I. La apuesta; Parte II. Sí podemos) son la narrativa del candidato de Obama, una case de un fenómeno electoral, como sujeto de gran carisma y portador de un poderoso mensaje de esperanza y de romper un obstáculo político –el de ser candidato afroamericano en una sociedad atravesada por el racismo, en la que los negros y negras representan el 10% de la población del país. El eslogan de su campaña, “Si podemos” (Sí se puede) ha transformado su viaje personal en un viaje colectivo que lo acerca a mitos y epopeyas. Pero Obama se niega a igualarse a sí mismo oa ser reconocido como un héroe; más bien valora y ensalza en detalle el apoyo de su esposa, su familia, sus consejeros y sus correligionarios, destacando sus cualidades -que muchas veces califica como superiores a las suyas-. El pudor de Obama -aliado a su impresionante intuición política- supone una fortaleza imbatible en su condición de candidato.
pero el otro persona, el presidente Obama, que enfrentó un muro político permanente de los republicanos en el Congreso, y en el ámbito internacional la creciente pérdida de influencia y poder estadounidense en el mundo, revela dudas, incertidumbres y vacilaciones disonantes del portador de la esperanza. en el suelo de Realpolitik, que Obama dice haber aprendido de sus primeras experiencias electorales en Illinois, incluida una derrota al principio de su carrera política, la esperanza es un capital simbólico que no se traduce en logros tangibles. Hay una visión de por fin en la autoevaluación de Obama al justificar lo que hizo, lo que no hizo y lo que imagina proyectará más allá de su presidencia.
En el tercer capítulo (Parte III. Renegade), Obama relata su llegada a la Casa Blanca, la formación del gobierno y los primeros y duros enfrentamientos con la oposición republicana. El día a día de la presidencia y sus ritos son narrados con gran riqueza de detalles, intercalados con descripciones de los perfiles de cada actor de la escena política, ya sea simpatizante u opositor. Resultado de una de las primeras grandes batallas políticas en el Congreso –la Ley de Recuperación, para enfrentar la crisis económica de 2008– fue aprobada en 2009, indicando las dificultades que tendría Obama para gobernar.
También en este capítulo presenta sus impresiones y puntos de vista sobre la política exterior de Estados Unidos. Su gobierno heredó las guerras de Irak (a la que se opuso como candidato al Senado), Afganistán, la "Guerra contra el Terror" representada entonces por el al qaeda, la cuestión nuclear con Irán y Corea del Norte. Y el ascenso de China y los BRICS. Sobre su forma de formular la acción exterior, Obama dice que hubo fricciones entre la nueva generación (Susan Rice entre otros) y la vieja generación (Hillary Clinton entre otros) de su equipo y confía en que la tensión entre estos miembros del equipo “fue producto de una acción deliberada por mi parte, una forma de resolver las tensiones dentro de mi propia cabeza” (p. 327). Esta tensión inducida entre lo “moderno” y lo “tradicional” del Partido Demócrata dentro de su gabinete, aparece como una seña de identidad del presidente Obama, que intenta obtener una síntesis permanente de opuestos, una conciliación de antípodas, que le haga gobernar en una continua disposición de árbitro de su propio gobierno.
En los capítulos cuatro (Parte IV. La buena pelea) y quinto (Parte V. El mundo tal como es), Obama se sumerge en el análisis de la política internacional y sus personajes principales, a quienes conoció y con quienes negoció. Los temas destacados son las acciones de gobernanza global en medio de la crisis económica y la lucha contra el calentamiento global. Es en este contexto que surgen los BRICS. Obama reconoce -e incluso justifica- el poder de este nuevo grupo en la gestión de los asuntos globales con la irrupción del G20 y el déficit de participación en el Banco Mundial y el FMI. Obama dice “En teoría, al menos, simpatizaba con su punto de vista” (p.352). Pero les encarga a estos países que asuman mayores responsabilidades.
Es en este contexto del nuevo papel de los BRICS que Obama cita a Lula en un párrafo que causó gran repercusión en la prensa brasileña. Hubo quienes dijeron que Obama “se vengó” de Lula (porque Lula no habría tenido una buena relación con Obama, como la tuvo con Bush), por las declaraciones realizadas. Vale entonces reproducir lo dicho por Obama (p. 352-53): “El presidente brasileño, por ejemplo, Luiz Ignácio Lula da Silva, había visitado el Despacho Oval en marzo (2009), causando una buena impresión. Un exlíder sindical simpático y canoso, que pasó un tiempo en prisión por protestar contra el gobierno militar, y elegido en 2002, había iniciado una serie de reformas programáticas que dispararon las tasas de crecimiento de Brasil, ampliando su clase media y asegurando vivienda y educación para millones de personas. de los ciudadanos más pobres. También se decía que tenía los escrúpulos de un jefe en la Tammany Hall, y circulaban rumores de patrocinio del gobierno, tratos clandestinos y sobornos que ascendían a miles de millones”.
Sacado de contexto, el párrafo da a entender que Obama califica a Lula como un líder popular que beneficia a los más pobres, al mismo tiempo que lo tilda de “mafioso”, clientelar y oscuro en los asuntos gubernamentales. Pero Obama es muy cuidadoso con sus palabras: nunca menciona la corrupción. Y cuando se escribió el libro, Lula ya había sido acusado y (ilegal e injustamente) arrestado por la Operación Lava Jato. Dentro del contexto del libro, el párrafo sobre Lula es parte del razón fundamental de Obama para mostrar que los BRICS son una nueva fuerza política internacional, pero a su juicio conllevan problemas en sus estructuras políticas y gubernamentales.
Todos los líderes políticos fueron criticados y analizados por sus “contradicciones” al respecto. Por eso, la idea de “la venganza de Obama” contra Lula no puede sostenerse. Incluso se puede hacer una lectura favorable de las memorias del presidente al expresidente Lula, en la línea de sus célebres frases "¡Este es el tipo!" y “El líder más popular del mundo”, dicho por Obama a Lula en una reunión del G20, cuya revelación le valió al expresidente brasileño una dosis extra de prestigio internacional en la ocasión.
Sobre Brasil en general, es interesante notar que al revisar el índice de la obra, el país aparece tres veces, una de ellas en seis páginas. Es el único país latinoamericano mencionado expresamente más de una vez -ni Cuba ni Venezuela se mencionan, y México se menciona solo una vez- para nombrar tres países que ocupan un lugar destacado en la agenda exterior de Washington. Y en cuanto a los líderes de la región, solo se menciona a los presidentes Lula y Dilma. Es por esta “prominencia” de Brasil en la memoria del primer mandato de Obama –y la ausencia de otros países y líderes latinoamericanos– que se reconoce la importancia relativa del país en la memoria de Obama.
En el Capítulo VI (Parte VI. Todas las pruebas), Obama informa sobre las dificultades que tuvo que afrontar en el gobierno, destacando la reforma de Wall Street, la fuga de la plataforma petrolera de BP en el Golfo de México y la desactivación de la prisión de Guantánamo ( una de sus promesas nunca cumplida por el bloqueo de los republicanos, pero no solo).
En el Capítulo VII (Parte VII. En la cuerda floja), Obama habla de las dificultades que enfrentó para enfrentar el conflicto en el Medio Oriente (cabe señalar que Obama fue el menos pro-israelí de los presidentes estadounidenses en la historia reciente, lo que llevó a las acusaciones de ser pro-islámico) y el proceso de la Primavera Árabe. Cuenta detalles de cómo trató de convencer al presidente Mubarak de dejar el poder cuando comenzaron las manifestaciones. Y narra un episodio que causa vergüenza diplomática a Brasil: al visitar el país durante el mandato de la presidenta Dilma, Obama autorizó, estando en Brasilia, la primera intervención militar de su gobierno: un ataque a las fuerzas de Gaddafi en Libia (p. 672).
El libro tiene dos insertos internos con una rica colección de fotos del primer mandato de Obama, que revelan momentos cruciales de su gobierno. Estas son imágenes que dicen mucho sobre cómo Obama percibió su trayectoria. Ahí se puede ver cuando Obama recibe el Premio Nobel de la Paz en Oslo; y el Presidente con la Secretaria de Estado Hillary Clinton y el alto mando militar que acompañaba la operación que ejecutó a Osama Bin Laden en suelo paquistaní. Entre esas fotos, una parece resumir el propósito de sus recuerdos: Obama agachado, recibiendo a un niño negro, cuyo semblante no oculta la enorme satisfacción de conocer al Presidente. La leyenda de la foto dice: “Parte de la justificación que le di a Michelle antes de postularse para presidente fue que si ella ganaba, los niños de todo el mundo se verían a sí mismos y verían sus posibilidades de manera diferente. Y eso, en sí mismo, valdría la pena”.
Naturalmente, una reseña de un libro de tal amplitud y detalle dejará mucho que desear en muchos aspectos. No nos queda más remedio que animar a todo aquel que pueda estar interesado a leer el libro, que contó con un excelente equipo de traductores en una cuidada edición brasileña. Sin olvidar que el libro sobre el segundo trimestre está por llegar…
*Gilberto MA Rodrigues Profesor y coordinador del Programa de Posgrado en Relaciones Internacionales de la Universidad Federal del ABC.
referencia
Barack Obama una tierra prometida. Traducción: B. Vargas, CA Leite, D. Bottman, J. Dauster. São Paulo: Companhia das Letras, 2020, 731 páginas.