por BARRETO DE LIMA*
Crónica inédita descubierta por el investigador Alexandre Juliete Rosa[i]
Bastos Tigre
¡Era muy viejo! Ya había pasado los sesenta años... Durante casi cincuenta años su vida fue sólo una idea... Al principio, en los primeros años, hubo luchas y obstáculos; luego, la serenidad del pensamiento de que ya se es maestro, y se expande naturalmente en la obra, marcando cada página, cada párrafo, cada línea... Una gran vida, dice Alfredo de Vigny, es un pensamiento de juventud realizado en la vejez. maduro…yo había hecho eso…
Pero qué giros había tenido que tomar para lograr su objetivo, plenamente, con toda autonomía e independencia...
Se analizó a sí mismo y a su vida, allí, entre sus libros, una triste mañana de agosto.
Mañana brumosa. Los contornos de las montañas no eran visibles y las casas cercanas se disolvían en la indecisión de aquel ambiente escamoso; sin embargo, vio su pasado con sus deseos y sus luchas, todo muy claro.
Su infancia y adolescencia fueron iguales a las de todos los demás. Universidades, colegas, exámenes... todo en la misma escala que cualquier otro. Después de los veinte años, aquellas desgracias domésticas, la humillación de preguntar, la necesidad de callar opiniones, de tener opiniones que no tenía... Pero, a medida que sufría, me volví mejor, más humano, más capaz. de comprender a los demás, de perdonar y más aún de valiente! ¿Cómo se produjo esta transformación en aquel que era tímido, enemigo de toda violencia? ¡No sabía! Era como Marco Aurelio, el piadoso amigo de todos los hombres de sus “Pensamientos”, que, por el azar de la vida, lo hizo general y victorioso…
Luego, recordó las reproducciones de los bajorrelieves que adornan el Arco de Triunfo de este estoico Emperador... Debería mirar sus victorias con la misma piedad con la que miraba, desde lo alto de su caballo, a los bárbaros que le pidió perdón...
El gran historiador y sociólogo, en aquella mañana brumosa, recordaba con fastidio sus victorias, y, de no haber sido por la necesidad de conseguir medios para comunicar sus pensamientos, que eran grandes, incluso él se habría avergonzado de su triunfo...
Tenía esto como una misión superior, un deber sacerdotal; era necesario eliminar un obstáculo más para el perfecto entendimiento entre los hombres; y, sabiendo cómo, tuvo que hacerlo, mediante el arte de escribir, utilizando, aparentemente, los medios más diferentes y opuestos a su temperamento, incluso la impiedad.
Pobre hombre, sabiendo la audacia de su pensamiento que pronto heriría al más honesto erudito que pudiera ayudarle en su carrera, tuvo que hacerse popular, llamar la atención, enmascarando todo esto con el propósito de realizar acciones inútiles, 'los pequeños pedazos de inteligencia', para que el público en general, de aquí y de allá, se acostumbrara a él, acostumbrándose a sus aparentes banalidades, para que cuando llegara la gran obra, ellos también la buscaran y los editores no se negaran a tomar el riesgo de publicarlo.
Fueron diez o veinte años de simulación, simulación de ignorancia y hábitos, de vicios y virtudes, de capacidades e incapacidades. Mientras tanto, él, el verdadero, marchaba por el flanco, estudiaba, meditaba. Todas las ciencias arduas, todas las investigaciones especiales, todas las teorías nebulosas, las leo, releo y asimilo.
El crítico más sagaz no descubriría en los pequeños folletos que publicaba, de vez en cuando, el mercado, esos propósitos y esas lecturas.
Uno u otro amigo o camarada, sin embargo, pudo adivinar este pensamiento en su mente, pero ninguno esperaba que lo llevara a cabo excepto de la forma más o menos fragmentaria en que lo estaba haciendo.
De todas las tonterías de los literatos y sus secuaces se vistió; de todas sus pequeñas verdades, intentó demostrar que tenía ambición; pero nada de eso quería, nada de eso le mantenía el ánimo en alto en disputas y disputas vernáculas.
La popularidad en sí no era su fin; Su objetivo era publicar la costosa obra, soñada cuando tenía poco más de veinte años, cuando le sobrevino el dolor del mundo y vio mejor a los hombres y las cosas.
Seguro que podía hacerlo, se entregó en cuerpo y alma a ella. No era sólo leer y estudiar lo que necesitaba; también fueron viajes, consultas in situ, reproducciones a través de artes gráficas: todo un trabajo muy costoso y paciente.
Lo había hecho y se acabó. Los tomos estaban ahí y todos ya se habían despedido ante el asombro con el que recibieron el primero. Su misión en la vida estaba completa.
Ya no tenía un pariente cercano; Los amigos estaban ahí y allá, en posiciones diferentes, pero ya muy diferentes de lo que alguna vez fueron.
Sólo en el mundo, con las relaciones ceremoniosas de su trabajo, la vida no le pesaba mucho, a pesar de su aislamiento casi total. Había cumplido con su deber; había hecho lo que un niño había soñado, sin halagos, sin bajezas y sin disminuir sus elevados pensamientos. Galileo, esta vez, no había derrotado a Juliano.
Rico, consideró, habiendo podido pasar por todos los puestos, había obtenido muchas cosas que no quería, pero sentía una pequeña falta, la de un compañero, hombre o mujer, para recordar en él o ella los sagrados entusiasmos y los oscuros desalientos de sus primeros años de actividad mental.
Tal vez ya hubiera muerto, tal vez todavía viviera mucho tiempo, pero ¿quién se quedaría con esos libros, esas notas, esos papeles íntimos?
Su heredera, una sobrina, ya no llevaba su propio nombre, sino el de su padre, su cuñado; y los niños allí. Madre e hijos parecían no tener nada serio en mente y sólo lo recordaban para adornarse con parentesco, como si llevaran un alfiler o un camafeo caro.
Cuando llegaron a su casa, ni siquiera echaron una mirada amistosa a sus libros, algunos de los cuales su padre le había regalado cuando era niño, antes de que pudiera entenderlos; y él los había comprendido, amado, estudiado con provecho...
Recordó haber buscado sus papeles más íntimos y antiguos. Cosas de hace casi cuarenta años que no había tocado en más de treinta…
Inmediatamente encontró el paquete, unas tiras, con algunas notas del diario:
"Hoy, 14, 18 de octubre… Fui a casa de T., un joven y famoso poeta. Me leyó un cuento en verso. No sentí la sustancia de la poesía; Todo es apariencia, ricas rimas, encabalgamientos y no sé qué más. Él es él mismo: muy amable, muy agradable, pero incapaz de sentimientos profundos y amplios. El trabajo es del hombre, pero de un hombre que no puede interesar a nadie.'
No siguió leyendo la página del diario inacabado y abrió una libreta en la que estaba de todo: notas de gastos, direcciones de compañeros, recomendaciones de libros, etc. En medio de todo esto, encontró esta nota:
"Hablando con ACM hace unos días, en su habitación, no sé con qué propósito, me dijo:
– La ciencia, Malvino, lo demuestra…
– ¿Has pensado alguna vez, respondí, en demostrar la certeza de la ciencia?
Él, casi interrumpiéndome, objetó.:
– Vienes con tus paradojas.'
En ese mismo cuaderno, también encontró lo siguiente, extrañamente titulado:
"Mi decálogo. No me interesa ninguna mujer; no codiciar el dinero; evitar socializar con los poderosos, menos que los que valoro; ya no asiste a ninguna educación superior; etcétera etcétera.'
Cerró su cuaderno, molesto por aquellas necedades de su primera juventud; Estaba a punto de restaurar el fajo de papeles y atarlo nuevamente, cuando llamó su atención un gran sobre cerrado y sellado, con algo voluminoso en su interior. Rompió el sello, abrió el sobre y encontró una flor, una rosa marchita, con esta etiqueta atada al pedúnculo: 'Esta rosa me la regaló H., la tarde de Navidad del 18...'
Puso su 'curiosidad' sobre la mesa y pensó:
- ¿Quien era?
Esforzó su memoria, recordó fisonomías, hechos públicos y privados de aquellos tiempos y de los que había sido testigo...
Se volvió a preguntar:
– ¿Quién era la H de esa rosa?
No había escrito su nombre completo, ni la presencia de aquella reliquia era capaz de estimular su memoria al punto de hacerle recordarla en ese momento.
- ¿Quien era?
Ya no lo sabía en absoluto.
lima barreto (1881-1922) fue periodista y escritor. Autor, entre otros libros, de Triste final de Policarpo Quaresma.
Nota
[i] Esta es una crónica inédita de Lima Barreto, nunca publicada en un libro. La encontré en el periódico humorístico. Dom Quijote, cuya idealización y dirección vino de su amigo Bastos Tigre, a quien está dedicada la crónica. Este es un texto muy importante. Además de ser un auténtico testamento intelectual y literario, toca temas sumamente delicados para el autor: la soledad (aunque es un chico sumamente sociable) y la idea del Amor.
Lima Barreto no se casó, nunca tuvo citas. Las pocas referencias que encontramos sobre relaciones con mujeres suelen hablar de encuentros rápidos o pasajes en casas de prostitución. Evidentemente el texto tiene un perfil ficticio: el hombre que perfila el cronista tiene sesenta años... fue un gran historiador y sociólogo...
Cualquiera que conozca un poco la biografía y la obra de Lima Barreto, la forma en que se interpenetran, podrá, sin mucho esfuerzo, reconocer a este hombre, plenamente consciente de que no fue un perdedor en la vida, como muchos decían de él. Podría ser que faltara un gran amor en tu vida, o al menos no se materializó.
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