por JOÃO CARLOS SALLES*
Discurso pronunciado en la ceremonia de clausura del segundo mandato como Rector de la Universidad Federal de Bahía
1.
El pensamiento apenas deja entrever lo sublime. Suele acercarse a él a través de la negativa, como si las palabras no pudieran captar su residuo más importante, su esencia, que inefablemente resistiría. En una fórmula antigua, lo más alto, lo divino mismo, no podía ser alabado por nuestros labios.
En relación a las universidades públicas, este no es el caso. Se nos aparece en valores y en hechos, como si habitara dos dimensiones inmiscibles pero interconectadas, y nos permitiera decir lo que es sólo cuando decimos también lo que aún no es, es decir, lo que debería ser. Después de todo, la universidad es nuestra institución más alta y, sin embargo, siempre permanece terrenal. Por lo tanto, tenemos mucho que contar sobre la universidad, vivida según esta tensión constitutiva.
Permitidnos que nos acerquemos a ella primero con una frase negativa, para ahuyentar cualquier mal augurio y sacudirle un poco el polvo del cuerpo. La universidad no es una mera cosa, un objeto, un qué. Preguntar de entrada qué es la universidad sería casi cometer un error categórico. Una institución viva, es como un organismo. Es más, es un sujeto, un quién; y, sobre todo, es un nosotros, un sujeto colectivo.
Ciertamente depende de la energía de cada miembro de la comunidad y, sin embargo, nos supera a todos. No existiría sin nuestra adhesión, sin nuestra entrega, sin nuestra donación; sin embargo, es mucho mayor que la suma de todos nosotros. Más que un lugar de pensamiento, es pensamiento colectivo, cuerpo vivo, que en un espacio de múltiples encuentros y constantes desafíos, trabaja, respira, delibera, baila y sueña.
No escondo mi inspiración aquí. En uno de los textos más hermosos jamás escritos, “Juicios de valor y juicios de realidad”, Émile Durkheim trazó esta fuerza de lo colectivo, que sería la fuente de todo lazo social y estaría en el origen de toda autoridad legítima: “ el pensamiento colectivo metamorfosea todo lo que toca. Mezcla reinos, confunde opuestos, invierte lo que podría tomarse como la jerarquía natural de los seres, nivela las diferencias, diferencia los semejantes, en una palabra, reemplaza el mundo que nos revelan los sentidos por otro mundo absolutamente diferente, que no es más que el sombra que proyectan los ideales que construye”. (DURKHEIM, Emilio, sociología y filosofía, Medicina forense, pág. 112).
No es por casualidad, entonces, una vez tocados por la misma fuente que nos autoriza la autonomía, por esta conexión interna entre docencia, investigación y extensión, vivimos en la UFBA, o mejor dicho, vivimos en la UFBA en medio de maravillas. Estamos tocados, día a día, por los ideales que nos constituyen e incluso nos definen.
2.
La universidad no es un organismo público más. Todo servicio público es noble, tiene una misión elevada, pero no es homogéneo, no contando todo ello, por ejemplo, con la prerrogativa constitucional de autonomía. Sólo una obtusa visión gerencial, con fuertes implicaciones ideológicas, puede nivelar el tejido de las instituciones y suprimir su diversidad, reduciéndolas a todas en la misma medida. Semejante mirada tecnocrática anularía entonces cualquier valor, diciéndonos más o menos esto: en la administración en general, todo vale lo que pesa, cuánto recauda, cuánto cuesta, y la sociedad no debe magnetizar ciertos ámbitos de la vida pública ( salud y educación, por ejemplo) con cualquier valor superior.
Esta visión de mente estrecha, desafortunadamente, ha prosperado. Está presente en reducciones presupuestarias, contingencias, bloqueos y recortes, por lo que el daño causado al sistema público de educación superior es devastador. Está presente en el irrespeto del actual gobierno al principio de autonomía, pues con tal ataque no se sabe exactamente que la universidad es heterogénea a otras instituciones, tiene otras medidas administrativas, ya que su gestión está determinada, no por abstracto. Principios que serían válidos para una empresa cualquiera, pero para sus fines, su propio tiempo y su historia.
Frente a tantas y tales amenazas, la UFBA ha demostrado en estos años oscuros que no solo dura; ella vive y tiene historia. Más aún, reafirmando su madurez y autonomía, con la competencia de todo el equipo de la administración central, pero también con la movilización de los dirigentes de nuestras unidades, de los diferentes grupos y colectivos, de las representaciones de nuestras categorías y del compromiso de nuestros estudiantes, técnicos, profesores y trabajadores tercerizados, la UFBA demostró ser un lugar donde se teje nuestra historia, tanto en la definición de proyectos internos como en la afirmación de un proyecto más amplio de nación, proyecto que, en nuestras auténticas universidades, resulta de una red característica de conocimiento y solidaridad.
Debemos estar de acuerdo en que la institución tiene otras caras, no solo las más brillantes. Estos otros rostros, sin embargo, no se ajustan a la verdad que elegimos juntos. Siempre habrá, fuera o dentro de la universidad, quien prefiera ver ruinas donde vemos proyectos, quien encuentre en los efectos del asalto presupuestario razones o pretextos para dilapidar una inteligencia cítrica y poca voluntad de trabajo conjunto, quien adopte la postura fácil del consumidor y no la postura crítica propia de la ciudadanía universitaria.
Los hechos, sin embargo, no testifican solos y no nos obligan a rendirnos. Supimos ser los herederos de Corneteiro Lopes y, cuando se nos presentaban verdaderas dificultades (que son muchas) y nos señalaban tachas (que son múltiples y algunas atávicas), juntos evitamos soluciones fáciles y demoledoras, juntos eliminamos caminos que pudieran comprometer el patrimonio material o inmaterial de la Universidad, menoscabar su salud institucional o hacer depender el tan necesitado presupuesto de medidas cautelares lesivas a su autonomía y valores.
Así, entre todas las universidades posibles, en medio de hechos gratificantes o adversos, diseñamos juntos un horizonte de defensa de la Universidad como proyecto de largo plazo, como proyecto de Estado y nación, por lo que nunca nos correspondería renunciar a la financiación pública de toda su actividad, ni cabría, por ningún proselitismo, menospreciar sus promesas de expansión – expansión que, siendo imprescindible, debe ser también auténtica, encontrando en ella cobijo el talento y el color de nuestro pueblo y por ella conservando siempre su calidad académica.
3.
Reanudemos nuestro ejercicio de teología negativa. La universidad no es un mero instrumento, una herramienta valorada exclusivamente por su aplicación o por sus resultados inmediatos. Sin embargo, en el lenguaje de la burocracia gubernamental, sólo encontraría justificación en la proporción de sus “entregas”. Del mismo modo, el conocimiento también valdría sólo por los puestos de trabajo que puede generar, y deberían descartarse o reducirse carreras y profesiones que no encuentren respuesta en el mercado.
Ahora bien, la universidad pública nunca deja de dar respuestas inmediatas, y lo ha hecho, de hecho, de manera notable en momentos graves, como esta pandemia, sirviendo así su conocimiento a intereses de distintos órdenes y distintas medidas temporales. Sin embargo, nunca se reduce a tales resultados o entregas, y no le corresponde abandonar la dimensión múltiple del saber a cultivar y proteger, ni condenar al hambre a dimensiones cuya respuesta está más relacionada con el sentido mismo de la institución. , independientemente de la rentabilidad que pueda tener la oferta a corto plazo.
Los malentendidos de este orden, resultantes de una visión instrumental y pragmática, son generalizados y tienden a hechizar a los agentes públicos de un amplio espectro político. Precisamente por eso, porque esta imagen es tan insidiosa, será difícil que dejemos de luchar contra proyectos como el Futuro-se y otras burlas – proyectos que tienen en común la subordinación de la universidad a algún interés externo y limitado, a alguna dimensión unilateral, ya sea porque ven a la universidad como un obstáculo, o porque la ven como un bien superfluo. E incluso en ambientes que suponíamos progresistas, es posible encontrar una manifestación explícita o mal disimulada de cierto desdén por la universidad.
La universidad molesta. Sería una tontería hacer la vista gorda ante esta molestia, ya sea motivado por una completa ignorancia de su importancia estratégica o por algún tipo de resentimiento. Es cierto que empezó a molestar aún más cuando, como en el caso de la UFBA, se enriqueció con su ennegrecimiento y con todas las demás acciones afirmativas que ampliaron su horizonte de posibilidades y ampliaron su campo de derechos; pero también incomoda a quienes, incluso supuestamente progresistas, sólo son capaces de pensar los asuntos públicos en términos de cálculo presupuestario y no, por el contrario, pensar el cálculo presupuestario en términos de una jerarquía establecida y consensuada por la ciudadanía a largo plazo. interés.
4.
Pronto llegará octubre, trayendo sólo esperanzas. Por lo tanto, debe tener más cuidado. No estaremos libres de amenazas aún cuando pasemos la página actual de autoritarismo y oscurantismo, pues no es nuevo que nuestra sociedad, autoritaria y excluyente, negocie para vaciar la autonomía de la universidad y comprometer su apoyo. Eliminando a los ignorantes, a los prejuiciosos, no eliminaremos mágicamente la ignorancia o los prejuicios.
De hecho, los viejos vicios pueden tomar la apariencia de nuevas virtudes y, con el pretexto de valorar las universidades, pueden reducirlas a un banco de proveedores de servicios o a una máquina engrasada para producir diplomas, lo que equivaldría a externalizar la vida universitaria (endulzada en el discurso como una virtud académica y una pragmática necesidad presupuestaria), o a una reducción de su alcance estratégico, que se limita a lo que, además, las instituciones privadas saben hacer bien (aumentar las vacantes), sin que las instituciones privadas (con conocidas y loables excepciones) buscan seguir los estándares adecuados, elevados y bien reglamentados de nuestras instituciones públicas.
La inteligencia de la política suele carecer de la más mínima sabiduría. Aquí está el peligro. La valoración de la vida universitaria sí puede, con bellas imágenes y en otro escenario político, asociarse sutilmente a la falta de compromiso con el financiamiento de la actividad académica como efectivamente debe ser, es decir, con autonomía para la investigación y la inversión en todas las áreas del conocimiento. Repito, en todas las áreas del conocimiento, y no sólo en aquellas que puedan servir mejor a los intereses del mercado, de los partidos o incluso de alguna política pública más inmediata del propio gobierno.
Llega octubre, con su música, con sus encantos. Que sepamos recordarle a la próxima primavera que las Universidades son proyectos a largo plazo. Con un país en ruinas, sin respuestas inmediatas, es con mayor esfuerzo que debemos evitar el riesgo de tratar la educación superior como si fuera una división de un problema más.
Ya llega octubre, con su alegría. Tenemos, pues, el deber de advertir a quienes puedan albergar las más justas esperanzas y en quienes hipotecaremos nuestros sueños, que las medidas de austeridad no valen para los proyectos civilizatorios, que el proselitismo o la astucia presupuestaria nunca cumplirán el propósito de convertir el talento y el refinamiento de nuestros pueblo, nuestro pueblo diverso y hermoso, y nuestro deber es aún mayor de extender a todos, con calidad, el derecho a una educación pública plena.
La universidad no es una mera prestadora de servicios, subordinada a una agenda o determinada por demandas a cuyo diseño no contribuye. De lo contrario, quedaría reducido a un banco de productos simbólicos sin valor en sí mismo, una vez perdido su lugar en la constitución del repertorio deseable de símbolos.
En cualquier escenario, por tanto, la lucha continuará, y la Universidad, ahora fortalecida en la adversidad, molida en bruto, madurada en la resistencia, jamás aceptará propuesta alguna que le quite sentido o disminuya su futuro, este nuestro futuro, en nos presenta como promesa de una nación no desigual, sino profunda y radicalmente democrática.
5.
Nos acercamos a lo divino a través de lo negativo. Al fin y al cabo, lo que aún no se ha materializado debe ser nuestra más profunda justificación, siendo la propia universidad un fin y un valor universal. Por tanto, necesita multiplicarse, pero nunca sin la garantía de su derecho a la plena madurez. Por tanto, no estaremos en un ámbito universitario, si las plazas se multiplican (como pretenden con Reuni Digital) sin garantizar en cada nuevo espacio las condiciones para esa articulación definitoria e inseparable entre docencia, investigación y extensión.
Las universidades, es cierto, tienen tiempos diferentes. Maduran a través de la inversión constante y, sobre todo, a través de la expansión de su comunidad académica. No brotan enteras, pero no se pueden atrofiar al principio. Las marcas de la construcción, las cicatrices de su crecimiento son parte de un proceso, no de una condena. Es necesario, pues, continuar la lucha contra lo que alguna vez bauticé como “síndrome de Virchow”, es decir, la idea de que las universidades en sentido pleno estarían destinadas a unos pocos centros, con alguna estructura estúpida válida para el norte o el noreste, con lo cual el sur y el sureste nunca podrían estar satisfechos.
La regla es simple y debe aplicarse de norte a sur. No hay excelencia académica legítima sin compromiso social. Tampoco hay compromiso social con la calidad sin excelencia académica. Y, en fin, ambas universidades tienen el deber esencial de buscar la plenitud, y nuestro pueblo tiene derecho a la universidad plena.
Se requiere expansión. Por tanto, debe ser un proyecto y no un pretexto o recurso para el proselitismo. La auténtica expansión no es, por tanto, una mera hinchada que, en la cruel fórmula nietzscheana, entregaría a los pobres al diablo ya las estadísticas. La universidad no puede ser, por tanto, un simulacro de política pública, sino una promesa de ampliación de un espacio ejemplar y democrático de formación, un espacio insensible a las rudezas de la barbarie, donde la buena investigación nos redime de las gélidas marcas de la razón, donde la imaginación nos libera del mero cálculo, donde se amplían horizontes y derechos y donde la crítica severa, porque es rigurosa, presupone el encuentro, acoge el discurso del otro y no busca su destrucción.
La Universidad, además, no debe ser escenario de disputas ajenas a su naturaleza. Si se reduce a satisfacer demandas externas, se compromete tanto su autonomía colectiva para la investigación, en adelante dirigida por su aplicación, como, en consecuencia, el investigador individual es desnaturalizado, reducido (quizás voluntariamente) a la condición de mero consultor, quizás incluso con ventajas financieras, pero ciertamente no intelectuales.
Este ejercicio de teología negativa podría durar horas y horas. debo parar Ese ejercicio lo seguirán haciendo quienes ahora heredan toda la confianza y energía de nuestra construcción colectiva, la fuerza de ser UFBA, una cierta UFBA, entre muchas posibles. Somos la UFBA, la que se reconoce y sonríe en cada graduación, en cada llanto y hasta en cada artículo o libro. Somos esta UFBA, presente en investigaciones y asambleas, en laboratorios y en diálogo con las comunidades tradicionales. Somos la UFBA de la agitación, que hierve en las calles y en las redes, en las academias y en las aulas. La UFBA que siempre dirá no a la barbarie.
6.
Este es mi último gesto como decano. Todavía desde este lugar, ahora les dirijo una última palabra. Pude aludir arriba a lo que quizás no se puede decir, a lo que, en fin, ninguna palabra capta ni conserva. Una vez terminado el trabajo, sé que, por sí solas, las palabras dispersas pueden incluso decir lo significativo (esto es lo que dice cómo son las cosas), pero nunca expresar lo relevante, lo que toca nuestros problemas de vida.
Muchas palabras, de hecho. Quien los lea o escuche puede estar aún lejos de darse cuenta de la energía que los habita. Sin embargo, si el lenguaje no llega a lo relevante, no queda otro camino que él mismo para ir más allá de lo meramente significativo. Y, con ellos, creo que debería registrar precisos últimos gestos.
Ya he vaciado los cajones. Ya me he despedido de cuerpos, unidades, categorías y grupos por separado, y ahora me despido colectivamente expresando mi más profundo agradecimiento a todos. Me voy ahora como entré, con la frente en alto. Al igual que mi padre Divaldo Sales Soares, quien anteriormente se desempeñó como delegado de tierras, no demarqué un solo metro de terreno baldío para mí.
No hice amigos ni enemigos por nada; No beneficié a nadie que esperaba bendiciones; ni perjudiqué a nadie que esperara hostilidades. De esta manera, traté de honrar la posición. Es decir, cumplir con el deber, que corresponde a toda gestión legítima, de favorecer ante todo nuestra unidad y de actuar sólo en interés de la institución.
También, con nuestro equipo, traté de seguir el buen ejemplo que construimos juntos y que, estoy seguro, continuará este próximo lunes con este mismo espíritu, de una gestión estructurada, en sintonía con los propósitos de nuestra comunidad y con los supremo proyecto de nación, sin esperar nunca de nuestro oficio más que lo estrictamente propio de los servidores públicos – lo que, por cierto, hace de la gestión pública, especialmente la universitaria, un ejercicio de hacer que la utopía bañe a la institución con las prerrogativas y demandas comunes.
Los rectores deben tener mucho de este tipo de vanidad, la que resulta de la obligación de representar al colectivo y la de que todos y cada uno de los gestos tengan que corresponder a las expectativas de la institución. Vanidad está pues en ser con más fuerza, en la fórmula consagrada, de todos los servidores el más humilde. La vanidad está en saber que un decano es sólo lo que puede ser el equipo con el que compartimos el trabajo y la gestión diaria.
Debo decir aquí, con todas las letras, que no tendríamos ningún éxito sin la dedicación y competencia de todo nuestro equipo. Porque juntos y mezclados no teníamos tregua ni derecho a la inocencia, mientras que nunca pudimos ni quisimos esperar gratitud por cumplir con nuestro deber. Y no había otros secretos. Juntos fuimos conscientes de que la gerencia siempre nos trae todo lo que es capaz de entregar y nos cobra íntegramente lo que ya les debíamos desde un principio.
Aprendí mucho. Hoy soy una persona diferente, más allá de las canas. Como dije en otra ocasión, dejo este lugar más sabio, más rico, más fuerte y más honorable. Sabio por haber aprendido mucho de todos, de cada discurso, incluso de los más disonantes; lo suficientemente fuerte como para aceptar la fuerza del interés colectivo, que incluso me lleva, en el momento adecuado, a seguir otro camino; rico, y muy rico, por estar involucrado en la riqueza y refinamiento de nuestro pueblo que hace ciencia, cultura y arte; y orgullosa, incluso vanidosa, de tener el honor único de, con mis muchos defectos, no haber avergonzado a quienes me confiaron, durante tanto y tan poco tiempo, la representación de este nosotros, este sujeto colectivo.
7.
No hay lugar más alto. Los compañeros decanos y decanas aquí presentes entenderán lo que estoy tratando de decir, ya que deben sentir lo mismo. Estamos, por así decirlo, en el centro del centro de nuestro universo único. Y cada decano, cada decano, solo puede sentir lo mismo cuando está en su casa. De la misma manera, cada miembro de la comunidad, cada director, cada docente, cada alumno, cada técnico, debe poder sentirse así en el momento en que se conecta a esta esfera infinita de conocimiento y formación, cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguno.
Esta es la singularidad, además, de una asociación como ANDIFES, que reúne a los líderes de las instituciones federales de educación superior – y que nos da el inmenso honor de estar reunidos en Salvador y presentes en esta ceremonia. La singularidad de nuestras universidades hace que la fuerza de la asociación no sea independiente de su situación un tanto paradójica. ANDIFES, como ya dije cuando estuve en su presidencia, es más grande que el grupo de rectores, pero es más pequeño que cualquiera de nuestras universidades. Comprender esta aparente paradoja nos lleva a valorar el equilibrio entre la necesidad de la lucha conjunta, nuestro trabajo conjunto y el estricto respeto a la autonomía y especificidad de cada una de nuestras instituciones, que son fuente de toda legitimidad. Mi afectuoso abrazo a las decanas y decanos aquí presentes y mi agradecimiento a aquellos con quienes pude compartir la experiencia de gestión en estos ocho años que ahora concluyen.
Puede que algunos de vosotros sintáis una punzada de envidia ante la posibilidad que se me abre a partir de ahora de poder expresar de forma más directa e individual posiciones y opiniones sobre este momento en el que, en nuestro país, el choque entre el oscurantismo más rudo y una forma fuera democrático. No dejaré de aprovechar (pronto) este derecho ciudadano y expresar, en otro lugar y forma, la posición que he tomado en defensa de las libertades democráticas y contraria al propio absurdo, participando, pues, por otros medios, en la lucha (que ha sido de todos) en defensa de la educación y contra la barbarie.
Sin embargo, la situación del país es delicada e inestable. Con ello, el escenario puede demandar manifestaciones insólitas de todas las personas e instituciones y con carácter de emergencia pública. Después de todo, el absurdo de ver cuestionadas las condiciones mismas de un estado de derecho no está muy lejos. Estoy seguro que, en tal caso, si hace falta una manifestación aún más contundente de la UFBA, no dejará de venir, con la marca característica de nuestra resistencia política e institucional. Si es necesaria la manifestación de las universidades públicas, estoy convencido, la armonía de nuestras instituciones resultará fuerte e inmediata. Si hay que resistir, no hay duda, ANDIFES también alzará la voz. Todos nosotros, ciertamente, no dejaremos de decir: ¡Dictadura nunca más!
Qué bueno poder decir esto alto y claro en el Gran Salón de Rectoría de la UFBA, con la convicción y la serenidad de que nuestro Consejo Universitario no repetirá el grave error de antaño y nunca más asentirá a un golpe de Estado. ¡Dictadura no más!
8.
Me voy ahora con la frente en alto y, además, muy feliz. Al fin y al cabo, el éxito de una gestión también está en que se prepare para que los demás sigan sembrando y cosechando buenos frutos. Y el futuro de la UFBA, estoy seguro, será brillante.
La gestión futura promete muchas maravillas. Incluso los discursos futuros deben ganar si se liberan de mis vicios del lenguaje y se alejan de mi gongorismo. Quizá tengan menos “por lo tanto” y “por qué”, naturalmente evitarán la profusión de conjunciones adversativas, serán más naturales y bellos. La fuerza y la densidad de la institución, sin embargo, no dejarán de impregnar su textura más amplia y fina.
Reflexiono ahora brevemente sobre este momento en que nos alejamos y necesitamos alejarnos, mi amigo Paulo Miguez, haciendo breves y gramaticales consideraciones sobre las nociones de 'saudade' y 'missing', nociones que tendemos a confundir. Incluso es cierto: si digo, por ejemplo, que extraño a Ubirajara Dórea Rebouças, a Milson Berbert Pessoa y a Fernando Antônio Lopes Rego, eso quiere decir e implica, en condiciones normales de uso de las palabras, que los extraño, de hecho, extraño ellos inconmensurables.
Podemos notar que, a pesar de este uso común, las nociones son gramaticalmente distintas y, muchas veces, es importante separarlas. Pensando en la rectoría que ahora termina, sería una gran desgracia para mí que la gente no lo extrañara o lo extrañara. Sin embargo, será una desgracia para la próxima rectoría, si se pierden la nuestra. La desgracia, curiosamente, vendría a valer para ambos rectores en otra combinación de términos, a saber, el caso en que extrañarían nuestra rectoría, pero no la extrañarían.
La gramática filosófica nos enseña: es necesario separar las nociones para llegar a la única fórmula adecuada y deseable, es decir, esperamos que sí sientas alguna nostalgia por nuestra rectoría, pero no la ausencia de ella. Y confío en que así será. Todos sabemos que, con la crisis actual, los desafíos serán inmensos, pero el nuevo Decano nace de nuestra experiencia común, de nuestro trabajo conjunto, y nace mucho más preparado para responder a los mayores desafíos e implementar los mejores valores. de la Universidad.
Por otro lado, a nivel personal y más íntimo, también es crucial poder separar las dos nociones. Salvo mejor juicio, merezco ser bendecido con la misma fórmula. Tengo derecho a extrañarte. Y, por supuesto, extrañaré todo esto, ese momento en que me arrojaron, con nuestra comunidad, al centro de una historia de resistencia.
El anhelo ya empezó y se hará aún más fuerte, pero el cielo me dará las condiciones para poder, extrañándote tanto, no extrañarte; para que pueda, con el recuerdo de nuestras andanzas y el cariño de los amigos, retomar mi vida y afrontar nuevos retos.
En ese sentido, el azar, con sus signos, con su sabiduría, quiso que la ceremonia de clausura se realizara el 13 de agosto de 2022. Hoy, mi maestra y amiga Ubirajara Dórea Rebouças habría cumplido 85 años. Sólo puedo atribuir a esta obra del azar un simbolismo especial e involuntario. Después de todo, Bira jugó un papel decisivo, alrededor de 1980, en mi elección profesional por la filosofía, que cambió por completo el rumbo de mi vida. Él estuvo así en el origen de un movimiento que finalmente me trajo a este lugar.
Ahora, en este cumpleaños tuyo, tu memoria envía sus señales y bendice este momento de despedida, confirmando mi más profunda convicción sobre el camino a seguir. El recuerdo de Bira me hace sentir y apreciar la presencia de lo eterno, en la forma única de la amistad, en medio de toda la precariedad de lo humano. Y he aquí que sí bendice el éxito de mi firme y clara decisión de retomar el rumbo de la plena dedicación a la filosofía, de la que tal vez, algunos creen, nunca debí salir y de la que, otros saben, en realidad nunca me fui.
9.
Finalmente, concluyo, y en esta despedida me atrevo a alterar algunos hermosos versos de Drummond, no para hacerlos más hermosos (eso no sería posible), sino para hacerlos más apropiados al sentimiento que creo preside este momento. En los dos tercios finales del poema “Memoria”, Drummond es demasiado severo en su afirmación de la finitud:
las cosas tangibles
volverse insensible
a la palma.
Pero las cosas terminaron,
mucho más que hermosa,
estos se quedaran.
Así decreta la permanencia de las cosas acabadas. Con eso queda lo que termina, prisioneros que somos de nuestra inevitable finitud. Sin embargo, incluso sin escapar de lo humano, nos aferramos a algo más allá de lo perecedero, buscando, quién sabe, redención o consuelo. Por lo tanto, con las debidas disculpas, creo que vale la pena reescribir el último tercio y afirmar, como un falso Drummond:
Pero las cosas bellas,
mucho más de lo que encuentras,
estos se quedaran.
Sin duda la voy a extrañar mucho, es inmensa y natural; pero estaré lo bastante ocupado para cumplir con la obligación de no ser tampoco una falta, guardando el recuerdo fortuito pero intenso de alguna belleza que hayamos podido alcanzar.
Estar en la UFBA es estar en un lugar privilegiado y hermoso, uno de esos lugares que nos permiten sentir el pulso de la historia. Ahora, sin embargo, me retiro. Satisfecho incluso, creo, por no haberme dado nunca por vencido cuando incluso algunos amigos cercanos hicieron que pareciera imposible ganar tal o cual desafío.
Con todos los errores, con todas las fallas, con todas las dificultades y limitaciones que tuvimos, Miguez y todos los amigos de nuestra gerencia, nunca sentimos el sabor del fracaso. Pero, ¿cómo podríamos fallar? ¡Estabamos juntos! ¿Cómo no podríamos tener éxito incluso en las circunstancias más adversas, en estas circunstancias extremas y fuera de lo común del absurdo? ¿Y cómo la próxima administración no puede ser completamente exitosa? ¡Imposible! La gestión que termina y la gestión futura tienen en el corazón a la UFBA, y ese es el secreto de nuestra fuerza común. Quien tiene la universidad pública en su corazón, todo puede y nunca fallará.
En esos ocho años, tuve derecho a hablar. Ahora tengo un deber de silencio. Tuve el honor de representar a esta comunidad en la que se hace historia, y al retirarme de ese lugar, tengo el deber de dejar la magnificencia entera e intacta en su lugar propio y único, pues pertenece únicamente a la institución misma.
La UFBA me dio todo. Ni siquiera llegué a pagar todo lo que me dieron. Y de ahora en adelante, es ayer. Vuelvo a mi vida que, estando en la UFBA, todavía está llena de encantos. Y, finalmente, ejerciendo la autoridad que hasta ahora me ha sido concedida para representar y por representar a la Universidad Federal de Bahía, puedo decir, por última vez: ¡Esta sesión está cerrada!
*Joao Carlos Salles es ex decano de la Universidad Federal de Bahía (UFBA) y ex presidente de la Asociación Nacional de Directores de Instituciones Federales de Educación Superior (Andifes).
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