por VINÍCIO CARRILHO MARTÍNEZ*
Carta al presidente Luiz Inácio Lula da Silva
Querido compañero, ilustre, excelente, Presidente de la República “Luiz Inácio Lula da Silva”, con la seguridad de que no seré leído, le escribo para hacerle algunas breves reflexiones sobre el necesario y obligatorio nombramiento de una mujer negra para el Supremo Tribunal Federal (STF).
Teniendo en cuenta nuestro llamamiento a partir de ahora: ¡¡por menos racismo, por una mujer negra en el STF!!
Considerando que Su Excelencia nunca tendrá conocimiento de esta carta, pero que otras personas podrán leerla y así, juntos, podremos aumentar el coro a favor de la defensa instigadora de todas las luchas contra el racismo, la misoginia, el feminicidio,
Considerando que (creo) siempre me he puesto al alcance de la lucha por la derecha, como componente vivo de la lucha política, en el corazón de la inagotable lucha de clases,
Considerando que la lucha contra el nacionalfascismo (2016-2022) no ha cesado, no debe cesar nunca, y que hoy estamos comprometidos con la conquista/recuperación de la justicia política restaurativa en el ámbito del Estado democrático de derecho (profundamente laico, como el artículo 19 de la Constitución Federal de 1988 – CF88),
Considerando que incluso las “cartas al/desde el tiempo” (aquellas atrapadas en botellas y arrojadas a las profundidades del mar) tienen algún sentido, nos vemos obligados a pronunciarnos en la inoportuna lucha por nominar a una mujer negra para la Corte Suprema.
Por eso, insistiendo en una lucha justa, comencemos con la afirmación: “Por qué una mujer negra en el Supremo Tribunal Federal (STF)”. En caso de emergencia, cubrir la vacante de la ministra Rosa Weber, que se jubila.
Hay muchas respuestas que convergen en un solo punto: hacer justicia a la historia. Especialmente en lo que respecta a la historia de las mujeres negras que lucharon (luchan), que cayeron (todavía caen) ante la violencia, el machismo arcaico convertido en misoginia y conduciendo al feminicidio.
Esta futura nominación a la presidencia –en la práctica, un nombramiento– haría justicia, aunque inicialmente simbólica, a todas las Marías Quitérias y Marielles. Miles de ellos, a lo largo de la historia, y muchas veces delante de nuestros ojos.
Sería una respuesta digna de las promesas de inclusión, emancipación y adhesión a los mejores valores humanos. Sería un depósito definitivo en la certeza de que prevalecen los derechos humanos, así como la lucha por la descompresión social y política.
Esta indicación, el nombramiento, sería un claro disparo al corazón del patriarcado y al dominio (verdadero “dominus”) del hombre blanco, altamente educado, pero heredero de las élites culturales dominantes. Sería una apuesta definitiva al cumplimiento, goce y respeto constitucional; sería una creencia inquebrantable y poco confiable en la fuerza normativa de la Constitución.
Sería el último llamamiento a la soberanía constitucional, al respeto del Estado laico, democrático y de derecho; sería un tiro mortal a la tesis de quienes defienden otro nombre (masculino, dominante) asociado a "terriblemente evangelizado".
Su nominación/nombramiento sería un ataque claro y contrario a otras nominaciones/nombramientos obedientes únicamente a intereses personales o políticos.
Esta nominación/nombramiento llevaría a una mujer negra (garante y constitucionalista) a donde debe ir: la casa superior de justicia. Esta, que no es (no debería ser) la Casa Grande, sería reconfortante para el ideal de justicia, de democracia, de asuntos públicos, pues es el espacio donde las mujeres negras podrían contribuir a la construcción de la justicia popular que tanto anhelamos.
Esta mujer negra, garante, constitucionalista –con sus evidentes y notorios conocimientos jurídicos– miraría a los suyos. Te miraría aún más a ti y a tus seres queridos si vinieras del activismo legal (judicial) a favor de los pobres, los negros y los oprimidos.
Esta mujer negra se haría justicia a sí misma, a su historia de vida, a sus seres queridos, al pueblo indefenso que siempre ha defendido; Haría justicia al propio Tribunal Supremo, guardián de la Constitución. Sólo hay que pensar que no todos los nominados tienen una visión muy acertada de lo que es un Estado de derecho.
Esta mujer negra le haría justicia a esta escritora, porque, como persona con discapacidad física, encontraría en esta mujer negra activa, combativa en la defensa de las garantías constitucionales y de los derechos humanos, una mujer negra noble y valiente que defiende los derechos fundamentales de todas las minorías sociales. Porque ella misma siempre ha sentido en el color de su piel lo que es ser minoría en una sociedad nacional elitista, profusamente racista y excluyente.
Se respetarían todos los criterios técnicos al nombrar a esta mujer negra para el STF. De hecho, forjada en la lucha por el cumplimiento y goce efectivo de los derechos humanos fundamentales, esta mujer negra exigiría que así fuera. Es su cláusula de piedra, la piedra lanzada por todos los que están del lado correcto de la historia. Conociendo y defendiendo toda su historia, su honestidad intelectual, la mujer negra nunca bajaría la defensa de sus notorios conocimientos jurídicos, humanos, sociales, antifascistas, antirracistas.
Una vez nominada y juramentada, esta mujer negra –la primera en el STF– sabría inmediatamente de cuánta hipocresía está hecha la élite de los poderes constituidos. Como combatiente, en la afirmación histórica de los Derechos Humanos Fundamentales, esta mujer negra no quedaría impresionada. Ésta sería su voluntad añadida en la lucha por la descompresión social y política.
Señor Presidente, mi última consideración, tal como comencé: ¡por menos racismo, por una mujer negra en el STF!
*Vinicio Carrilho Martínez Es profesor del Departamento de Educación de la UFSCar.
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