Una insatisfacción difusa

Imagen: Dayvison Tadeu
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por BRUNO RESCK*

La distancia entre la dirección federal y los trabajadores crea un vacío que puede ser aprovechado por discursos oportunistas de la extrema derecha.

1.

Al hablar con un trabajador de limpieza externo en el edificio donde trabajo, me enfrenté a una realidad que muchos prefieren ignorar: la brecha entre las cifras económicas y la vida real de los trabajadores.

En esas charlas informales en las que no salíamos de los límites del sentido común, la conversación llegó a una conclusión unánime: lo altos que estaban los precios de los alimentos en el supermercado. En ese momento, uno de los trabajadores subcontratados mencionó que recibe alrededor de R$ 1.200,00 por mes y relató la dificultad de lograr que ese valor llegue hasta fin de mes. La conversación terminó, cada uno siguió su camino.

Sin embargo, seguí reflexionando sobre ese intercambio de palabras. Cada vez que paso por una parada de autobús llena de gente o veo largas colas en los hospitales públicos, me viene a la mente esa breve charla. Esta realidad me hizo reflexionar sobre una aparente contradicción: las cifras económicas positivas que presenta el actual gobierno contrastan con la caída de la popularidad del presidente Lula.

¿Ese señor, cuando recibe su sueldo a fin de mes, piensa en el crecimiento del PIB? ¿O en reducir el desempleo? ¿Se sentirá motivado a votar en 2026 con el objetivo de defender la democracia frente a la extrema derecha, o su elección estará guiada por la frustración cotidiana?

Las cifras oficiales muestran un bajo desempleo, pero ocultan un mercado laboral precario. CAGED revela una alta rotación de personal y salarios iniciales bajos, lo que significa que muchos trabajadores no logran estabilidad financiera. Además, es necesario considerar la alta informalidad y la preocupante tasa de desempleo entre los jóvenes de 18 a 24 años, que ronda el 15%. La informalidad, a su vez, fomenta la ilusión del emprendimiento, lo que en la práctica a menudo se traduce en precariedad y sobreexplotación del trabajo.

En los primeros dos años del gobierno de Lula III, algunas categorías de trabajadores obtuvieron ganancias reales en sus salarios. Sin embargo, la inflación en combustibles, planes de salud, alquileres y, principalmente, alimentos erosiona este aumento, haciéndolo casi imperceptible para la población.

Otro factor alarmante, que contrasta con los indicadores positivos del Gobierno, es el nivel de deuda de los hogares. Según la Confederación Nacional de Comercio de Bienes, Servicios y Turismo (CNC), 2024 terminó con el 77% de las familias brasileñas endeudadas. Este escenario de endeudamiento viene acompañado de sucesivos beneficios récord por parte de los bancos, que siguen drenando los ingresos de los trabajadores.

Ante este escenario, vemos una sociedad dividida, llena de un cierto aire de desconfianza y desánimo. Incluso con los esfuerzos del gobierno por mejorar su comunicación, quienes viven en la “planta de producción” notan la falta de entusiasmo respecto a la gestión actual. En definitiva, para comunicarse mejor es necesario tener algo que comunicar.

2.

Lula ganó en 2022 uniendo diferentes fuerzas políticas contra la extrema derecha. Ahora bien, esta misma alianza limita sus acciones, pues depende de un Congreso mayoritariamente conservador y de un sector financiero que presiona a favor de la austeridad. Aún así, hay espacio para medidas progresistas que no dependan exclusivamente del Legislativo, como el fortalecimiento de la banca pública, de Petrobras y políticas de valorización salarial.

¿Puede explicarse este descontento generalizado en la sociedad únicamente como un problema de comunicación? ¿O los límites de la gobernabilidad? ¿O hay algo más profundo?

Desde 2003, los gobiernos del PT no han roto con los dogmas neoliberales del Consenso de Washington: tipo de cambio flotante, meta de inflación y superávit primario. Por el contrario, el gobierno del PT reafirma su fe en la sostenibilidad del Marco Fiscal y en el mantenimiento de la independencia del Banco Central. En casi quince años de gobierno, el Partido de los Trabajadores no ha cambiado las estructuras del capitalismo rentista brasileño ni nuestro papel en la división internacional del trabajo.

La austeridad impuesta por el Marco Fiscal del Ministro Fernando Haddad impide inversiones en mejorar y ampliar los servicios públicos. Por el contrario, la lógica neoliberal permite transferir estos servicios al sector privado. El BNDES del gobierno Lula III da continuidad al programa “Puente para el Futuro” inaugurado en el gobierno de Michel Temer. Una de las políticas de este programa son las Asociaciones Público-Privadas (APP) que destinan dinero público para concesiones de carreteras, puertos, parques, escuelas y guarderías. De esta manera, el gran capital gana dos veces: primero, al captar recursos del presupuesto público a través de la deuda pública; En segundo lugar, mediante la apropiación de bienes y servicios estatales mediante concesiones y privatizaciones.

A pesar del discurso progresista, no ha habido esfuerzos por parte del actual gobierno para revertir el avance de la tercerización en los servicios públicos y privados. Por el contrario, la precariedad del trabajo se ha intensificado día a día. No hay señales de que las privatizaciones de empresas estratégicas vayan a revertirse para actuar en el desarrollo del país. En cambio, el gobierno sigue presentando paquetes de ajuste fiscal que impactan directamente a los sectores más vulnerables de la población, beneficiarios de programas como Bolsa Família y Beneficio de Prestação Continuada (BPC). Éstas son las eternas reformas neoliberales.

Pues bien, un fantasma recorre la política brasileña: el fantasma de las protestas de junio de 2013. En aquel momento, los dirigentes del PT no se dieron cuenta de que, más que un reflejo del patrimonialismo o de la influencia de las redes sociales, lo que llevó a miles de manifestantes a las calles fue la insatisfacción con la baja calidad de los servicios públicos. Los grandes centros urbanos eran auténticos polvorines a punto de estallar.

A pesar de los avances sociales como las políticas de combate al hambre, la ampliación de la red federal de educación y un período de crecimiento económico derivado de la auge de . Lo que permitió aumentar la inversión pública, pero al mismo tiempo se generó un creciente descontento entre distintos sectores de la población.

Aunque el país vivió un clima de euforia y optimismo durante el segundo mandato del presidente Lula, hubo un déficit de políticas urbanas en materia de transporte público, seguridad, educación y salud. Este conjunto de descontentos salió a la luz en junio de 2013, cuando el entonces alcalde de la capital paulista, Fernando Haddad, anunció un ajuste en las tarifas de autobuses. Esta medida fue considerada de extrema importancia para equilibrar las cuentas de la ciudad, pero sirvió como detonante para el estallido de grandes manifestaciones que, en menos de veinte días, se extendieron por las ciudades del país y tomaron la Esplanada dos Ministérios, en Brasilia.

¿Cómo explicar que avances económicos y sociales nunca vistos en la historia de este país se desvanecieran en cuestión de meses? ¿O en un marco temporal más amplio, hasta el golpe de 2016? Existe una visión miope que atribuye los acontecimientos de 2013 y 2016 a una revuelta de la clase media y al fenómeno de las redes sociales. Son explicaciones que buscan un factor externo para eclipsar las críticas al modelo económico del lulismo, que mantuvo intactas las estructuras de dominación, acumulación de capital y sobreexplotación de la fuerza de trabajo.

El trabajador sabe hacer matemáticas. El trabajador no necesita supervisión. Explicaciones como “pobre derecha” colocan la responsabilidad de sus problemas sobre los hombros de los trabajadores. Crea una especie de vínculo moral o un cierto aire de ingratitud por parte del votante que no vota por el partido de los trabajadores o por los partidos progresistas. Es cierto que el mundo del siglo XXI ha demostrado ser complejo y el avance de la extrema derecha, impulsada por la ideología del emprendimiento y la fe de la teología de la prosperidad, es notable. Por otra parte, también es cierto que la extrema derecha ha encontrado un terreno fértil en las últimas cuatro décadas de consolidación del neoliberalismo.

Si hay algo que los gobiernos del PT deberían haber aprendido de las manifestaciones de 2013 es que las promesas de crecimiento económico no son suficientes para garantizar el apoyo popular. El trabajador común no vive de indicadores, sino de la realidad concreta de su vida cotidiana.

3.

Si el gobierno de Lula III quiere revertir el escenario de apatía y desconfianza, necesitará ir más allá de la comunicación y enfrentar realmente los obstáculos estructurales del país. Para lograrlo es fundamental romper con el Marco Fiscal, que impone una lógica de austeridad permanente y sofoca la capacidad del Estado para invertir en infraestructura, servicios públicos y creación de empleo. El crecimiento económico sostenible depende de un Estado fuerte, capaz de impulsar la industria nacional, reducir las desigualdades y garantizar que el desarrollo llegue a todos.

La ampliación de la CONAB y las políticas de reforma agraria podrían contribuir a la estabilidad de los precios de los alimentos, mientras que el fortalecimiento de la banca pública y la expansión del crédito productivo permitirían a los pequeños y medianos empresarios no ser rehenes de las altas tasas de interés del sector financiero privado. Poner fin al Marco Fiscal no significa irresponsabilidad fiscal, sino sustituir un modelo que estrangula la inversión pública por una política económica que priorice el bienestar social y el fortalecimiento del sector productivo.

Además, es esencial que el gobierno reconstruya sus vínculos con la base popular y escuche a quienes experimentan los impactos de la política económica a diario. La distancia entre la dirección federal y los trabajadores crea un vacío que puede ser aprovechado por discursos oportunistas de la extrema derecha.

Si el descontento crece incluso ante indicadores positivos es porque estos números no se traducen en mejoras concretas en la vida cotidiana de la mayoría. El gobierno necesita abrir canales reales para la participación popular, fortalecer los consejos y los movimientos sociales y garantizar que sus decisiones estén condicionadas por las necesidades de la población. Más que anunciar medidas, lo que la gente necesita es sentirse parte del proyecto de reconstrucción del país. De lo contrario, el descontento seguirá creciendo y podría ser capturado por fuerzas políticas que ofrecen respuestas aún más regresivas.

*Bruno Resck, Geógrafo, es profesor del Instituto Federal de Minas Gerais (IFMG) – Campus Avanzado Ponte Nova.


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