Por Eugenio Bucci*
El primero de mayo, primer ensayo: un frente en camino
Finalmente, comienza a hundirse. Con su ritmo perezoso, la oposición comienza a despertar ante el imperativo de despertar. Diciendo lo mismo para otros sinónimos: las oposiciones dan señales de despertar a la necesidad de entenderse, de tejer acuerdos entre sí, por pequeños que sean. Más allá de sus diferencias -graves, profundas, numerosas y legítimas-, los opositores a la mala gestión de Bolsonaro se están dando cuenta de que tienen un bien en común que deben proteger. El nombre de este bien común es democracia.
La palabra “democracia” está desgastada y se presta a casi todo tipo de oportunismo, pero aquí el tema se presenta de forma bastante directa, sin florituras. No hará falta mucho latín para describir el hecho que nos interpela: lo que define, en primer lugar, la naturaleza del gobierno que está ahí es que se sitúa e insiste en situarse –e insiste en declarar que se sitúa– fuera el ámbito democrático. Más aún, se empeña en abrirse de par en par como fuerza opositora al campo democrático. En todas sus declaraciones -todas, sin excepción- este es un gobierno que toma a la democracia (ya sea como forma social o como régimen de convivencia) como su enemiga y actúa para destruirla. Ahora bien, si las cosas son así, y lo son, la oposición, aunque sea por instinto de supervivencia, necesita unirse contra este (des)gobierno.
Aquí es donde un frente se vuelve pensable e indispensable. No un frente electoral o partidario, sino un frente que incluya partidos, pero no sólo partidos, y que establezca como programa la lucha diaria contra los estallidos arbitrales provenientes del Palacio del Planalto y la defensa intransigente de las instituciones democráticas. Esto en la acción diaria.
Este frente debe ir más allá de las fronteras de clase, aunque no excluye el fortalecimiento de la identidad e independencia de la clase obrera (como convencionalmente la llamamos) y de sus propias políticas. La defensa del orden democrático, en este momento, se organiza sobre todo por el repudio sistemático a un gobierno que insiste en definirse no sólo como una fuerza antagónica al campo democrático. Si el bolsonarismo se presenta a la Historia como un factor destinado a quebrantar la democracia y sus instituciones, es natural que miembros del campo democrático lo defiendan y se cierren contra él. Por estas y otras razones, finalmente, el centavo comenzó a caer.
Pero hay un problema ahí. ¿Qué significa defender la democracia en Brasil? ¿Qué democracia es esta, cara pálida? En este punto de la ecuación, incluso se podría decir que la democracia en Brasil es una farsa y que, siendo una farsa, no tiene sentido defenderla. No pocos de mis amigos dicen eso, y no se equivocan. Incluso se puede insistir: defender la supervivencia de un ente que no tiene vida es una especie de delirio que no nos llevará a ninguna parte. Si vas por ese camino, tendrás tu razón, tendrás un buen argumento. Es cierto que la armadura de la democracia brasileña perpetúa rasgos que nos legó la esclavitud. En nuestra democracia actual, el derecho a la vida no es más que una figura retórica para los segmentos pobres de la periferia.
Todo esto es cierto, pero en su momento este buen argumento no ayuda mucho. No solo nos saca de lugar, sino que tiene el potencial de abrir un atajo a un revés peor. Piénsenlo: llevado a sus consecuencias lógicas, este argumento exigiría destruir la democracia de las apariencias que nos encierra. La idea no es del todo descabellada, pero si seguimos ahí, pronto llegaremos a una contradicción. Si la tarea es desacreditar, desmoralizar, desenmascarar y hacer colapsar la democracia, el argumento nos llevaría a embarcarnos en el espejismo de que los bolsonaristas, al flagelar el marchito proyecto democrático que nos queda, están haciendo lo que hay que hacer. ¿Está bien?
La situación actual nos muestra que no: definitivamente no de esa manera. Es cierto que nuestra democracia es mala, tiene fallas, además de consagrar la impunidad de los de arriba y la exclusión social de los de abajo. Sin embargo, no es cierto que bombardearlo sea el camino a seguir. Para arreglarlo, y esto, a estas alturas, la mayoría de nosotros lo sabemos, no necesitamos menos, sino más libertades democráticas. Y ahí lo tienes. Los que hoy atacan la democracia -los bolsonaristas- se oponen visceralmente a las libertades. Requieren violencia y discreción para resolver lo que en democracia se presenta como un callejón sin salida. Por eso, al plantar sus búnkeres en las externalidades del campo democrático, bombardean la civilización, nos bombardean a todos, adoptando la postura de enemigos de todos.
De ahí que incluso quienes diagnostican la “moribundez” de la democracia del país no dudan en proclamar: mejor democracia, con sus hipocresías y criminales opresiones, que las milicias en el poder. Todos, o casi todos, se dieron cuenta de que renunciar a la democracia tan precaria que tenemos es pavimentar la rampa del Palacio del Planalto para la tropa de milicianos -o milicientos-.
Esos tropos están casi allí. Las fuerzas de las tinieblas avanzan, toman posiciones en la maquinaria pública, y allí se divierten cada vez más sin la menor ceremonia. Todavía no abofetean, pero ya abofetean a otras personas en una escena abierta, sin esconderse. Milicianos, vestidos como jugadores de la selección brasileña de fútbol, golpearon a periodistas este domingo 3 de mayo de 2020, en Brasilia, frente al Palacio del Planalto y frente a los brutalizados y cómplices del Presidente de la República. Ese fue un ritual de oscurantismo. El propio presidente, con esa risa que parece un gruñido “cinofilitico”, autorizó la violencia contra los reporteros y realizó gestos en los que sus manos simulaban armas de fuego temblorosas.
Este es el momento en que se necesita el frente. O defendemos la democracia, o fortalecemos nuestras debilitadas y viciadas instituciones democráticas, o los brucutus nos pisotean. Y, si realmente queremos detener las fuerzas de la oscuridad, tendremos que movilizar una acción conjunta de las oposiciones. Ciertamente existen otras formas de resistencia, pero no puede faltar un frente que una a la oposición en defensa del campo democrático.
Por todo ello, la noticia que recibimos el XNUMX de mayo fue buena. En la tarde de ese viernes, feriado nacional, tuvimos un acto público vía internet, con cantantes y disertantes. Entre estos oradores se encontraban los principales líderes de la oposición. Fernando Henrique Cardoso, Luiz Inácio Lula da Silva y Ciro Gomes, acompañados de Marina Silva, tomaron la palabra y exaltaron la unidad política para oponerse a un Presidente de la República que habla en nombre de la muerte. Fue un paso.
Hasta el otro día, FHC descartó la idea de acusación afirmando que debemos tener “paciencia histórica”. Luego perdió los estribos y exigió públicamente la renuncia de Bolsonaro. Ya es hora. En un contexto donde hay muchos simpatizantes de Bolsonaro que confían en la voz de FHC, este pedido de renuncia marcará una gran diferencia y avanza hacia la composición de un frente.
Aparte de eso, puede execrar a uno u otro de los cuatro que, ahora juntos, afirman que el presidente es incapaz de gobernar Brasil. Puedes tener las más variadas y justificadas críticas a FHC, Marina, Lula o Ciro. Tendrás legitimidad si dices que uno es neoliberal y el otro un coronel iracundo disfrazado de socialdemócrata, pero no puedes decir que las libertades democráticas y los derechos sociales saldrán ilesos si estos cuatro se cruzan de brazos y se niegan a trabajar por una frente.
Si estos cuatro, que son los principales referentes de las oposiciones, no actúan de manera articulada para frenar el fascismo que ya trota por el piso de la Meseta Central, las cosas ciertamente empeorarán. Si no demuestran que tienen un acuerdo mínimo sobre las garantías democráticas, esas instituciones -y las autoridades que están a su cargo- no tendrán el respaldo para hacer cumplir la Constitución.
El frente que necesitamos ahora no tomará la misma forma que Juscelino Kubitscheck, Jango Goulart y Carlos Lacerda improvisaron el suyo, en 1966, y que salió mal. Tampoco será como el que hizo posible la memorable campaña de Diretas Já en 1984 –que tampoco resultó victoriosa en el corto plazo. El frente por la defensa de la democracia, hoy, tendrá la conformación de un bloque por la defensa de los derechos y libertades, y sus efectos se sentirán en diferentes ámbitos, mucho más allá de las cumbres de los partidos políticos. Este será un frente con perfil social, más que partidista. El acuerdo que pondrá en marcha será el acuerdo de que nadie puede renunciar a la democracia, y que solo con más democracia se puede mejorar la democracia. No hay concesiones en ese punto.
Miro esta perspectiva con una punzada de esperanza. No más que un punto. Creo que esta experiencia puede ayudar a las corrientes de izquierda a entender mejor una agenda con la que todavía tienen dificultades: la agenda de una democracia amplia e incluyente, que si no obedece a los designios de cada uno de los tantos ideólogos que hay, al menos les asegura un lugar al sol (o, vamos, a la sombra también).
Además, por el momento, no es necesario que maticemos en detalle las definiciones teóricas de nuestra precaria democracia. Para nosotros, basta decir que nos oponemos a quienes quieren exterminarlo. Esta calificación, la de estar en contra de los que están en contra de la democracia, será suficiente para sustentar la acción. Lo único que necesitamos ahora es un frente que no nos dé la espalda, un frente en la línea que ha venido predicando la historiadora Heloísa Starling. No es pedir demasiado. Y si tenemos el coraje y la mente abierta para pedirlo, estaremos en condiciones de hacerlo realidad. Un frente contra el fascismo. El resto lo vemos en el camino, en voz alta.
*Eugenio Bucci es Profesor Titular de la ECA-USP. Autor, entre otros libros, de ¿Hay democracia sin verdad fáctica? (Editora Estação das Letras e Cores, 2019).