por NICOLE GONDIM PORCARO*
La pandemia ha acentuado un escenario que beneficia las campañas electorales de quienes ya están consolidados en el poder, tanto en las redes como en las calles
Desde marzo se ha especulado cómo las restricciones sanitarias y el aislamiento social producto de la pandemia impactarían en las elecciones municipales de 2020, pero recién a partir del inicio de la campaña electoral a finales de septiembre se pudo observar el alcance de los cambios en relación a las elecciones anteriores. El hecho es que las desigualdades que permean la sociedad, y que se reflejan en una bajísima presencia de minorías políticas representadas en el poder institucional, se acentuaron en el contexto atípico de estas elecciones.
La forma más tradicional y económica de realizar campañas políticas, cara a cara, en la calle, especialmente importante a nivel municipal, es más difícil y ha perdido espacio, mientras que la arena virtual ha ganado protagonismo. La politóloga Bruna Camilo informa que, además de que hay menos gente en las calles, los que están “están muy retraídos”, sin ganas de hablar y hasta de aceptar los volantes repartidos, por problemas de salud.
Este contexto socava la construcción de una identificación entre candidato y elector que solo permite el contacto cara a cara, como explica la periodista Ana Karenina Berutti: “mantener la distancia física termina imponiendo una distancia entre el candidato y el elector, algo que no debería ocurrir. so pena de quitarle el votante al candidato, manteniendo a este candidato en otro nivel, en este caso literalmente “intocable”.
Además, la imposibilidad de realizar reuniones con muchas personas, asociaciones y líderes locales, restringe la presentación de nuevas candidaturas para grupos sociales estratégicos. En este contexto, las candidaturas más conocidas parten con una ventaja aún mayor a la habitual precisamente porque ya cuentan con una base electoral formada y relaciones con líderes políticos comunitarios que permiten que sus acciones de propaganda electoral local, como mítines y caminatas, sean mejor recibidas. . Candidaturas más pequeñas y recién llegadas a la política -el caso de la mayoría de mujeres, negros y jóvenes, por ejemplo- han tenido muchas dificultades para establecer un diálogo en espacios donde aún no son conocidos.
Así, las aplicaciones se quedan con un mayor foco en internet. Resulta que, siendo las redes espacios mucho menos democráticos de lo imaginado, la disputa por la visibilidad por parte de las campañas viene determinada por el capital disponible para llevar a cabo la promoción de contenidos en las redes sociales. Cuanto más dinero tiene que invertir la candidatura en potenciar, más efectivo se vuelve el rendimiento de los algoritmos: cuanto más pagas, mayor es el alcance y más limitado el alcance del público objetivo, es decir, más efectivo es el impulso.
El procedimiento en sí para llevar a cabo el impulso es extremadamente complejo para los legos y requiere la creación de un sitio de alojamiento pago. Y para realizar una campaña digital impactante y asertiva, es necesario contratar especialistas en comunicación política y marketing digital, a los que pocas campañas tienen acceso.
La situación es un poco mejor para las candidaturas de partidos cuyas secretarías especializadas, como las de la mujer, están brindando asesoría para la producción de contenidos y distribución de material. Pero incluso en estos casos, las disparidades sociales crean abismos en la competitividad: la brecha digital ha sido una barrera importante para los candidatos que no dominan bien las tecnologías y no tienen su propio equipo para ayudarlos. Hay reportes de candidatas que necesitan ayuda de niños y adolescentes para gestionar la campaña de las madres en las redes.
En cierto modo, la campaña, para tener éxito, se encareció. Tener más recursos se volvió más importante, mitigando los impactos de las medidas judiciales y legales para una distribución más equitativa de los fondos públicos para mujeres y negros.
Los candidatos que tienen sus propios recursos y donantes adinerados continúan teniendo una gran ventaja, acentuada por la crisis económica. Y, en circunstancias tan adversas, los partidos políticos favorecen aún más las candidaturas consideradas más “competitivas”: las que buscan la reelección o son más conocidas, en su mayoría hombres blancos y adinerados.
Estamos, por tanto, ante un escenario que beneficia las campañas electorales de quienes ya están consolidados en el poder, tanto en las redes como en las calles. Los datos en Brasil y en el mundo ya indicaron cómo la pandemia trajo efectos desproporcionados, ya sea por corte(s) de clase, raza o género, acentuando todas las desigualdades conocidas, lo que se refleja en la disputa política. El ideal democrático es aquel en el que todos los ciudadanos pueden ejercer sus derechos políticos, votar y ser votados, en igualdad de condiciones. Lo que observamos hoy es que todavía estamos muy lejos de eso.
*Nicole Gondim Porcaro es estudiante de maestría en derecho público en la Universidad Federal de Bahía (UFBA).