por EDUARDO SINKEVISQUE*
“¿Qué había en el Gran Mar donde Guedes navegaba la ballena? Bestias de la crueldad de los hombres y formas de vida y bufonadas inéditas, del tipo de su jefe”
Dos orillas de un río que corre y sangra, la ciudad. Una tercera orilla. El maestro Jonás es quien cuenta, pero también Luciano, el polígrafo de Samosata.
Hacía mucho tiempo que París no era una fiesta.
En el fregadero de la cocina, la ballena de peluche era el juguete del perro, un waimaraner de pelaje gris y ojos azules. Anita, Anazinha, Aninha, la llamaban.
Anita era amiga de Baleinha. Los dos flotaban, nadando sobre sus espaldas, en un país a la deriva.
Un día, un oso del zoológico escupió miel loca en las aguas del río Sena. La desprevenida Beluga ingirió la sustancia y sufrió alucinaciones. Se drogó, se drogó.
Fue al final del humanismo, en el momento de la pérdida de la delicadeza.
Deli Bal, la miel loca, de Türkiye a Francia.
En aguas fantásticas, Beluga bebió la sustancia junto a las aguas del río Sena, de las aguas del lavabo donde jugaba Ballenita.
Cuando la Beluga entró en el río, la miel se arremolinó en su interior, expulsando al Mestre Jonás, expulsando a Luciano que vivía dentro de la Beluga.
Cuando expulsó a los dos, acogió a Guedes, el que viene de Galicia.
La Beluga dio cobijo al gallego Guedes aunque le pisó el cuerpo con los zapatos sucios.
La ballena era piadosa. Guedes sin piedad. La bella ballena. Guedes injusto. Lo que hizo Guedes fue insuficiente, insignificante, pero amenazante y destructivo. A Guedes no le convenía. No sabía nada con seguridad, tenía mal carácter. No amaba violentamente, al contrario, odiaba violentamente. Tenía un espíritu mezquino, era cobarde, cruel, frío; Guedes fue egoísta. Era pequeño de espíritu.
Guedes era calculador, esclavo de sus ganancias. Era arrogante, orgulloso, afectado, grosero. Guedes estaba mal acostumbrado, mal organizado. Guedes era feo. No hay manera. No se puede endulzar la pastilla. No se puede remediar. Fue feo y eso fue todo.
Entonces él era feo. Había sido un niño feo, un joven feo, un adulto feo. No sería cuando fuera viejo que no sería feo. No sería durante el tiempo que estuviera subordinado a un presidente que no sería feo.
Como feto había sido feo. ¿Tienes un feto hermoso? Quizás todos los fetos sean feos.
Guedes era un niño mal nacido. De adulto, todavía tenía el pelo feo y ralo. Siempre tuvo una frente grande. Cuando perdió el cabello, solo le quedaba frente. Se puso más feo. Y con una nariz desproporcionada y torcida. Y con labios grandes y descamados.
Viejo, Guedes se quedó calvo. Se volvió más feo que nunca. El más feo de todos los más feos del mundo. El más feo de todos en Francia, en Portugal, en el país donde el presidente era su jefe y donde la perra Anita jugaba con Ballena.
Cuando llegó la peste, esa que hizo sudar a todas las ciudades, tener fiebre y la gente empezó a recitar poemas de la tierra plana, a recitar poemas anticiencia, a hablar poemas antivacunas, Guedes quedó adormecido, horrible. Se convirtió en una imitación de algo peor. Falsa ficción. Se convirtió en fantasmagoría. Era un mentiroso.
Pero como todo lo feo es feo, él siguió siendo feo. Con un solo agravante: desprovisto de ética, de todo efecto de pasión, Aristóteles se volvió feo. Le gustaba que todos lo adularan.
Guedes era ambicioso. Cuidó su poder con diligencia. La ballena se convirtió en su hogar, su ciudad.
Dijo que se llamaba Guedes. Dentro de la ballena, Guedes albergaba disparates y adjetivos asquerosos, siempre vestido con trajes mal cortados y zapatos sucios. La ballena estaba más segura que un barco grande.
Y dijo que se llamaba Guedes, dijo que se llamaba Guedes y su jefe lo llamó puesto de Ipiranga. Y dijo que se llamaba Guedes. Era un hombre neoliberal.
¿Qué había en el Gran Mar donde Guedes navegaba la ballena? Bestias de la crueldad de los hombres y formas de vida y bufonadas inéditas, del tipo de su jefe.
Guedes esclavizó los vientos con el Monstruo tuerto que estaba encabezado por Monstromínio, el Monstruo del Condominio, el presidente que comía carne cruda, leche condensada y pan de molde y firmaba documentos con un bolígrafo barato.
El presidente tenía un séquito de sirvientes buitres enojados, animales reales con varias cabezas sin cerebro que estaban siempre en un parque y no dejaban de gritar:
– Mito, mito, mito…
En el Sena, la Beluga regurgita lo que Guedes llevó consigo durante muchos años de navegación: suficiente agua dulce, muchas armas de clubes de tiro, granjas, grandes propiedades y compinches.
La Beluga navegó hacia donde nunca había llegado ninguna beluga, un lugar donde el vino corría en una corriente abundante y fuerte. Después de viajar muchos años y muchos lugares, Beluga vio la entrada a París a través del río Sena.
Despierta Lucero de la Mañana, no habitada dentro de ella, la cabalgata con un olor fétido, un olor muy pestilente, un infierno de peste, el olor de Guedes, arrasó con fuego su país.
Se quemaron museos, bibliotecas, universidades, sindicatos, organizaciones civiles:
– ¿Fue COVID?
Esa se convirtió en la pregunta. Quien no durmió, quien no comió, quien enfermó, quien murió, llegó a la pregunta:
– ¿Fue COVID?
Y todo podría deberse al COVID. Y algunas muertes se debieron a COVID. Pero, en general, fue por negligencia. En general, fue un genocidio.
Y en las fronteras del país, carteles: fue genocidio.
Y el COVID era una fiesta.
La letra del himno nacional pasó a ser: nuestros muertos están más muertos y en mayor número. Nuestras vidas inútiles. Un país de insultos se ha convertido en un eterno paria en el mundo. A los hijos de quienes adoran sólo la muerte y las acciones del genocida que produce cadáveres. ¡Muere, muere!
Había tantos cadáveres que no nació más gente. El país estaba poblado de armadillos. Debajo de los agujeros allí se alimentaban y reproducían. Tatupeba ya no es el pene que le dio nombre. Ya no es el árbol de color chamuscado. El país pasó a ser conocido como la tierra de los armadillos.
El jefe de Guedes plantó falos, armas, balas, municiones donde otros plantaron vacantes en escuelas y puestos de trabajo. Plantó tumbas y se regocijó en las muertes y en el silencio sepulcral sin carnaval. Dio un paseo en barco, hizo barbacoas y bebió leche condensada mientras, al llegar al umbral de la pobreza, reunía a más y más personas. Se reía al son de un torpe acordeón, en el lenguaje de las cifras, en el lenguaje de los signos. Engordó a las milicias, asfixió a la policía y engrosó las fuerzas armadas.
¿No había pecado en la parte inferior del Ecuador?
– Ahí, ah.
Hubo un tiempo en que el Banco Central era autónomo en relación con la política de Estado. Los banqueros se han vuelto más fuertes que nunca. El país se convirtió en el país de los banqueros. No había más empleos, excepto el bancario.
Casi toda la población murió.
Ya no hubo carnaval.
La pandemia, que antes era un virus, se volvió monetaria.
El presidente del país se convirtió en presidente de Branco Central. En dólares todo estuvo dominado.
Eran grupos de personas sumamente preocupadas por el desgobierno del país, por el genocidio. Y no hicieron nada. Y lo único que hicieron fue preocuparse y sellarlo en recortes en las redes sociales.
Eran grupos superiores. Y eran grupos de gente distraída, dispersa y dispersa. Y grupos de gente divertida y preocupada que también se divirtió. Y hubo grupos de personas que respiraron, aunque la población murió por asfixia. Y no fue sólo falta de oxígeno. Fue la asfixia de una idea fija. Parálisis.
Antes de navegar por el Sena, la Beluga estuvo en ese país, antes de estar en ese país estuvo en la Luna donde los habitantes no nacen de mujeres, sino de hombres, naciendo de la pantorrilla de la pierna. Cuando se genera el feto, la pantorrilla se hincha, la pantorrilla se engrosa. Otros nativos de la Luna nacen de cortarle el testículo derecho a un hombre y este testículo se planta en la tierra y se convierte en un árbol enorme como una gran paleta que procrea.
La Beluga, de unos doscientos setenta kilómetros de longitud, avanzaba por el Sena con la boca abierta, agitando las aguas del río y bañando de espuma todo a su alrededor.
Mostró dientes mucho más grandes que las grandes piruletas de los habitantes de la Luna.
– ¿Qué hizo la ballena? ¿Qué comiste?
Preguntó el tiempo.
Además de comerse a Mestre Jonás, Guedes, la ballena comía krill, un crustáceo de 6 centímetros de largo, en cantidades industriales.
Al comer, la ballena abre la boca y traga una masa de seis millones de krill. Cierra la boca y exprime el agua con la barba y la lengua de ballena. El plancton se deposita en el borde de la barba y es tragado.
La Beluga bordó un nuevo año sin nada nuevo bajo el sol.
– ¿Y la Ballena tenía los trucos?
El tiempo dudó.
Tenía los trucos, los hilos y las agujas.
La ballena tenía agujas que el gobierno del país de Guedes no compró. La ballena tenía los trucos. El gobierno no lo hace. El país era un país sin jeringas, agujas ni vacunas.
El jefe de Guedes jugando al fútbol y diciendo tonterías e insultos. Y el país quedó con el genocidio tirado en el césped.
El día que más de mil murieron en el mismo día, volvió a burlarse de los torturados.
Y el país se convirtió en un paria del planeta.
Las mujeres son asesinadas todo el tiempo, todo el tiempo.
El país se convirtió en el país de las bromas.
Y todavía había gente de izquierda que hacía chistes homofóbicos sobre la extraña pose del presidente en el césped.
El país del chiste. El país del meme. El sujeto de la sátira, desde lo alto de su presunción, todavía prefería ver a Jânio Quadros como el agente cuando veía tonterías. Pies bastante desparejados, más bien un acto populista que una broma homofóbica.
Al energúmeno lo que es del energúmeno.
Renunciar, al menos, a la sugerencia.
En aquel país poco a poco todo se volvió una broma. Memes. Cada vez más. Cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo. Para cuando la broma se apoderó de él. Los pájaros cantaban chistes, los motores de los coches y las motos rugían chistes. Los perros y gatos maullaban y ladraban chistes. Incluso la gente precaria contaba chistes.
Todo el mundo recibió bromas. Y para chistes falsos. De contenido falso. Las cosas seguían siendo serias, pero no serias.
La enfermedad subyacente, la falta de capacidad de interpretación. Nadie más sabía interpretar textos. Y no eran sólo las ironías las que eran difíciles de entender. El país se vio sumido en noticias falsas. Y en los chistes se lee como una noticia real. Todo ello con el agravante de las cepas reproductoras.
Cuando todos los mejores artistas, y cantantes, y actores, y autores, de canciones, de teatro, de prosa y verso, compositores, y pintores, y actores, y mejores artistas, y cantantes, y actrices, y autores, y similares murieron personas de género fluido y no binario, y el arte ya no existía en el país, solo quedaron las piedras. No los geológicos que, aunque lentos, están experimentando profundas transformaciones. Lo único que quedó fueron las piedras romas, curvas, cerradas e inertes. Cálculos como cálculos renales, cálculos biliares y cálculos intermedios. Seres zombies hechos de piedras con ideas fijas hechas de piedras.
Sin estática entre la aguja y el disco.
Zumbidos, ruidos, retroalimentación.
Cuando el país se quedó completamente sin teatro, sin cine, sin literatura, sin cuadros diversos, ni música, y los muertos eran quienes dominaban toda la Tierra, el país de Guedes era visto como un paria, como un planeta que flota en el Cosmos. , no como una luna que flota, baila y tiene luz, aunque sea artificial, sino como un desierto que indica que alguna vez fue.
Cuando se prohibieron todas y cada una de las formas de inteligencia, el país no quedó a la deriva. El país quedó olvidado. Sin embargo, todavía recibió la etiqueta de una gran patria sin importancia, una gran patria de hombres buenos.
La gente común, los derrotados, fueron arrestados, atados y castigados más. Esta fue la Guerra de los Héroes Muertos, liderada por el marinero portugués porque el país que Guedes destruyó había sido un error portugués, un chiste mal contado.
Cuando pasó el marinero portugués, el marinero portugués no caminó, se puso a bailar, como con las mareas. Cuando se balanceaban, lo hacían de tal manera, con tal arco, que para no distinguir si era un cuerpo humano o una canoa, saltaban de las barcas. De una vez pararías en Madragoa o Bairro Alto. Entró en Alfama e hizo de Alfama una baraja. Siempre decía que había Vasco da Gama en él, como siempre hay un Vasco da Gama en cualquier marinero portugués. Cuando pasaba con su vistoso alcance, siempre tenía piedras de sal en su mirada maliciosa.
El Marinero venció a Guedes, a pesar de que todos habían muerto.
El marinero portugués se puso maliciosamente su boina de marinero, pero si inventaba una caricia no había mujer que se le escapara. Un mechón de pelo suelto podría incluso ser el mechón que le gustara a una varina.
Pasó, pasó el marinero portugués. Pasó el mar, el río Sena, Francia, el país comandado por el jefe de Guedes en más de una amenaza que no era de mareas tiernas.
Había muchos otros dentro de la Beluga, inhóspitos y extraños, ardientes, xenófobos, chovinistas, endógenos además del feo y fétido Guedes.
El Beluga se secó como cuevas.
Guedes quemó el bosque dentro de la Beluga para que muriera y él pudiera salir de allí. Ardió, empezando por la cola, durante siete días y siete noches. Cayó enferma al séptimo día.
Entre la octava y la novena noche la ballena murió, no sin antes regurgitar a Guedes, el neoliberal.
Prendas de telarañas sin cuerpo, impalpables desencarnadas en Guedes parloteaban tanto que incluso decían que la esposa del presidente de Francia era fea. Y que su pueblo no necesitaría a Francia, dejándola atrás.
Guedes sólo tenía el lado derecho de su cuerpo y alma. Una de las mitades de Guedes era toda caca, pipí y mocos. La otra mitad estaba hecha de salivas de su jefe que, cuando hablaba, era una fuente donde se bañaban sus seguidores.
Sus pasiones eran la ira, la enemistad, el miedo, la vergüenza, la envidia.
Guedes practicaba la necrofilia. Fue una era de necropolítica, de necroacademia.
Del interior de la Baleia cuando Guedes partió con él salió un olor horrible a azufre, betún y pescado, además de mucho humo, como si los hombres hubieran estado quemando el aire, que se volvió oscuro y turbio.
Para el resto de la población se recomendó el uso de medicamentos como Busonid dos veces al día, Belladona cuatro veces al día, solución salina o agua con ácido bórico.
Se escucharon latigazos y gemidos. Después de abandonar el río Sena, la ballena quedó varada en Porto do Sono, que era un bosque con altos árboles dormidos y mandrágoras.
Porto do Sono era un lugar donde había un río llamado Passagem Noturna y había manantiales llamados Desacordadas y Pernoites. Cerca había una llanura llamada Indolência. Cualquiera que se hospedaba o visitaba allí tenía sueños en los que se asustaba por estar allí y por el sonido lastimero del lugar.
Lo que ocurrió después de que Guedes fuera regurgitado se contará en historias posteriores. Las profundidades del mar, los huesos y cráneos de muchos hombres asesinados en Araguaia lo dirán.
Como Guedes era extranjero, fue devorado por mujeres marinas. Sin embargo, antes de morir declaró:
– El país puede convertirse en Argentina en seis meses y Venezuela en un año y medio. Si lo haces mal, se acaba rápido. Ahora, ¿quieres convertirte en Alemania, Estados Unidos? En la otra dirección, se necesitarán unos diez o quince años. Nos extrañarás a mí y a mi jefe. Mira, me despidieron en 30 segundos si mi jefe ya no creía en mi trabajo.
Y como eran ajos y bugalho, clavos y carne, Guedes no dimitió, ni fue despedido.
– ¿Y su jefe?
Como nadie enciende una vela por los muertos, ésta quedó a oscuras durante los apagones que sufrió el país provocados por la privatización de la electricidad. Hacia su final no hubo llanto, ni vela, ni cinta amarilla.
– ¿Y el marinero portugués?
– Compró una estera de mimbre y dejó de curiosear.
*Eduardo Sinkevisque es becario posdoctoral en teoría literaria en el Instituto de Estudios del Lenguaje (IEL) de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp).
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