Un paseo con Florestan Fernandes

Imagen: Elyeser Szturm
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por JEAN PIERRE CHAUVIN*

Tanto los que enseñan como los que aprenden necesitan tener en máxima consideración al otro.

“¿Quién se beneficia de las contradicciones?” (Florestán Fernández).

Ocasionalmente, recibo mensajes de estudiantes que tienen la intención de hablar sobre un autor, debido a su popularidad entre los lectores. La semana pasada, llegó un correo electrónico curioso. El texto no me identificaba como su destinatario; en cambio, el remitente -nombre y apellido, curso de procedencia- me invitó a “participar” en “su” Podcast para “discutir” la obra de un escritor. Quizá en otro momento, menos turbulento, habría aceptado la tarea, aunque sospecho que solo fui el primero (o el mil) de una lista de maestros, a quienes la criatura disparó el mensaje, a la caza de sirvientes-útiles-en- los-fines-semestre.

Para no sonar altanero, desinteresado o arrogante, adopté un enfoque intermedio: respondí cortésmente a la invitación del sujeto, refiriéndose a él (destinatario con nombre y apellido) como debo: “Estimado Fulano de Tal, gracias, pero …”. Revelar la actitud: debe ser una de las consecuencias de actuar como docente y dar demasiado crédito a la educación brasileña. Desde que comencé a dar clases, adopté la costumbre de responder cortésmente a los alumnos, imbuida de la pretenciosa manía de tratar de dar ejemplo de cómo tratarnos con más respeto y solidaridad. Después de veinte años de enseñanza, supongo que el gesto no tuvo mayor efecto...

Este simple episodio, entre muchos otros, confirma la impresión de que una parte considerable de nuestro alumnado ha introyectado lo que podríamos llamar, a falta de mejor término, el “espíritu del estudiante-cliente-empresario”. Los docentes, en un país antiintelectual, neoliberal y sin memoria, estuvimos casi siempre sujetos a esto; pero cuando la actitud clientelista desborda el ámbito de las instituciones privadas y contamina a la universidad pública, supongo que algo más grave está ocurriendo en el ámbito en que nos desenvolvemos.

Ahora bien, enviar una invitación que suene a citación puede ser un síntoma de que parte de los estudiantes ya no se ven a sí mismos como miembros del estudiantado. Se ven en un círculo de vida tan sólo competitivo en el que es naturalmente obligatorio enfrentarse a sus compañeros de clase, curso o universidad, aplicando los tópicos de que “el mercado es competitivo”. Por eso “su” curso (en teoría, de un nivel “superior”) enseña, “en la práctica”, cómo prepararse para el “mundo” en el que “se mata un león al día”.

Afortunadamente, podemos compensar mensajes de este tipo y naturaleza con el trabajo de personas más humildes y sabias. Esta mañana, llevé a Florestan Fernandes a su café habitual. Pude leer y releer la “Nota Explicativa” del libro De la guerrilla al socialismo: la revolución cubana, publicado en 1979. Su texto llama la atención por varias razones. Para ilustrar este comentario, transcribo tres extractos del mismo: (1) “La sugerencia de editar las notas vino directamente de los estudiantes, quienes trabajaron con ellas mediante fotocopias o reproducción mimeografiada. No tenía intención de publicar las notas, pues creo que Cuba y la revolución cubana están muy por encima de una obra modesta y relativamente improvisada”. (2) “No modifiqué los guiones: los dejé en su forma original, como un homenaje a mis alumnos y también como evidencia de que las aulas aún constituyen una frontera en la lucha por la libertad y la autonomía cultural”. (3) “Recibí un conmovedor aporte espontáneo de mucha gente […] Esta solidaridad demuestra que no estamos solos y que el trabajo intelectual también puede asumir rasgos de guerrilla”.[ 1 ]

La “nota” ocupa página y media del libro, pero dice tanto. Es evidente que el maestro mantuvo una relación de amistad con los alumnos, y de solidaridad con sus compañeros de pensamiento, militancia y oficio. Un lector atento notará de inmediato que el texto de Florestan no suena autorreferencial. No lo vemos mencionando SU tesis, SU ensayo, SUS ideas. Por el contrario, los pronombres posesivos enfatizan no SUS obras, sino la forma en que se relacionaba con los demás. El segundo aspecto a observar es que el docente vio el aula como un lugar privilegiado de reflexión, capaz de cuestionar la concepción de un país neoliberal, egoísta y dependiente. Tercera observación: los agradecimientos ocupan prácticamente la mitad del texto, lo que sugiere que el curso y el libro resultante nacieron no por la competencia del autor, sino por el hecho de que tuvo acceso a materiales recibidos de generosos amigos.

Soy de los que defienden el lenguaje plástico y los modos espontáneos, con miras a mantener una relación no vertical con los alumnos. Pero, ¿le corresponderá al docente abdicar de su papel de estimulador del pensamiento crítico y de su lugar en el proceso formativo? Es deseable que la relación profesor-alumno/alumno-profesor sea una aventura capaz de fomentar el pensamiento libertario y solidario. Precisamente por eso, tanto el que enseña como el que aprende necesitan tener en máxima consideración al otro. ¿Qué dirían si volviéramos a adoptar una postura profesoral, aparentemente ajena a lo que sucede en nuestra sociedad, como terapia anticlientelista?

Jean-Pierre Chauvin Profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP.

Nota


[1] Florestán Fernández. De la guerra de guerrillas al socialismo: la Revolución Cubana. São Paulo, TA Queiroz, 1979, p. 1 y 2. El encabezado está en la página 35

 

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