¿Un Papa urbanista?

Imagen: Jenya SJ
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por LUCÍA LEITÃO*

Sixto V, Papa entre 1585 y 1590, entró sorprendentemente en la historia de la arquitectura como el primer urbanista de la Era Moderna.

1.

El reciente entierro del Papa en la Basílica de Santa María la Mayor, la iglesia que se convirtió en su cuna - en el sentido de Amós Oz[i]da al espacio que acoge la madre tierra a quienes dejan este mundo —, me recordó a otro pontífice que también fue enterrado en ese entorno especial. Dos Papas separados por más de cuatro siglos, pero unidos por su amor a esta basílica, su devoción a María y su atención a los más pobres: el Papa Francisco, como sabemos, y el Papa Sixto V, protagonista de estas breves notas, cuyo brevísimo pontificado duró de 1585 a 1590.

Sixto V entró en la historia de la arquitectura, sorprendentemente, como el primer urbanista de la Era Moderna. Tanto es así y hasta tal punto que la historiografía recoge que es a imagen de la propia Roma, transformada por él, que Sixto V grabó su nombre para la posteridad.

Sigfrido Giedion,[ii] Un erudito historiador de la arquitectura, cuyas huellas sigo de cerca al escribir este texto, llama la atención sobre la pasión por construir, por emprender, que movió a Félix Peretti, su nombre de bautismo, hasta el punto de dejar en segundo plano todas sus demás actividades pontificias.

Pero no fue esta pasión, aunque intensa como cualquier pasión, la que lo consagró como el primer urbanista moderno, sino su talento para trabajar en la planificación y la intervención física de la ciudad. Un talento intuitivo, vale decirlo, ya que, en rigor, el urbanismo, como práctica profesional y como campo específico de conocimiento, llegaría mucho más tarde –la palabra urbanismo Se utilizó por primera vez en Francia en 1910. A esta intuición se unió una capacidad extraordinaria que le hizo responsable de organizar, coordinar y llevar a cabo acciones y proyectos urbanos, con tal dedicación que “sólo su muerte prematura quebró su energía desbordante”, como escribe literalmente Siegfried Giedion.

Sixto V y el catolicismo de su tiempo fueron sorprendidos por una muerte temprana, ya que su elección había considerado la edad como uno de los criterios electivos. Se esperaba, de manera similar a lo que se lee en los medios actuales referentes a la sucesión de Francisco, que éste tuviera una larga vida y, en consecuencia, un largo pontificado, pues había alcanzado el más alto cargo de la Iglesia católica siendo aún joven.

Pero eso no fue lo que pasó. La malaria lo mató en menos de una semana, a los 69 años, impidiéndole realizar algunos de sus proyectos más importantes, incluida la propuesta de transformar el Coliseo en una ciudad obrera.

Dotado de una personalidad ambiciosa y extremadamente autoritaria —veladora de que reinase el orden, definida por una moral austera y puritana, y guiada por “la conducta despiadada de los inquisidores católicos”, determinó su modo de actuar—, Sixto V manifestó claramente estas marcas, o rasgos de personalidad, en la realización de sus propuestas urbanas. Además, el Papa, cuya “audacia era su fuerte”, tenía prisa y no se dejaba intimidar por ningún obstáculo que encontraba delante de él. Parecía, pues, al mirar atrás, que percibía el poco tiempo que tenía para cambiar definitivamente el aspecto de Roma.

La ambición de Sixto V, que trascendía la vida terrena, se vio en su presunción de diseñar y construir nada menos que la “ciudad celestial”. Así, aunque encontró las arcas de la iglesia vacías y la ciudad en decadencia después de la Edad Media —«Roma estaba dormida», señala Giedion, en comparación con otras ciudades—, Sixto V estaba decidido a convertirla en una ciudad sin igual. Roma debía convertirse en el centro del mundo, el polo indiscutible de atracción mundial.

Atento a la belleza y a su importancia en la construcción de las ciudades, esperaba que los más grandes artistas del mundo, especialmente de Italia, cuyas obras se hacían famosas en otras ciudades italianas, se sintieran atraídos por la atmósfera generada por las acciones urbanas realizadas bajo su inspiración.

2.

Sixto V luchó por poner fin a un fenómeno para el que la historiografía no ha encontrado respuesta: el hecho de que Roma no albergara grandes talentos artísticos, circunstancia que obligó a sus predecesores a importar artistas extraordinarios para realizar grandes proyectos en la ciudad, como Bramante y Rafael, de Urbino, y Miguel Ángel, de Florencia. Roma no era capaz de producir artistas excepcionales, aunque “ninguna razón precisa podía explicar esta situación singular”, escribió Giedion sobre este hecho.

En otro texto que escribí sobre este tema, consideré la hipótesis de que el deseo desmesurado —como es, de hecho, típico del deseo humano en su concepción freudiana—, cuyo fin era construir una ciudad celestial, digna de los dioses, habría inhibido por tanto la producción de artistas extraordinarios. Humanos, demasiado humanos, estos artistas crearon obras excepcionales en otras ciudades, pero no en Roma, que debía ser la ciudad celiaca.

La ambición que marcó la personalidad de Félix Peretti, cuando fue Papa, tenía también una razón práctica, terrena, más urgente. La implementación de la Contrarreforma. Sixto V asume la dirección de la Iglesia católica en el siglo que ve nacer la Reforma protestante. Fue en este contexto que surgió la Roma barroca, en un movimiento que se extendió por toda Europa y luego a las colonias de ultramar.

Como elemento y estrategia de la Contrarreforma, el arte barroco debía, como sabemos, provocar en los fieles una intensa emoción, de ahí la profusión de colores, figuras, movimientos y ornamentos en la pintura y escultura que se producían en la época —en oposición a la estética totalmente libre de figuras y símbolos eclesiásticos propia de las Iglesias reformadas—, capaces de, a través de la emoción y el miedo, con imágenes del infierno y sus demonios, atraer de nuevo a los devotos al catolicismo.

Haciendo de Roma, en aquella época, el mayor polo de atracción entre las grandes ciudades occidentales, ciudad marcada por la singularidad de presentarse al mundo como la “Puerta del Cielo”, la “Ciudad Divina”, se inserta por tanto en este contexto de lucha por el poder religioso y político, en consecuencia. Fue ante este desafío que Sixto V se puso a trabajar y se convirtió en el primer urbanista de la Era Moderna.

En materia urbanística, su extraordinaria e innegable competencia se basó en decisiones y proposiciones notables.

Sixto V encontró una serie de obras arquitectónicas de sus predecesores que cronológicamente habían desplazado la ciudad hacia el este. El papa constructor decidió entonces dar un nuevo sentido a estas obras, impulsando el crecimiento de la ciudad y la orientación de sus vías de comunicación en una serie de actuaciones simultáneas ejecutadas en todo el territorio urbano, que se convertirían en uno de los rasgos distintivos de su plan de intervención urbana.

Así surgió un sistema de carreteras, cuya función era conectar las siete —número asociado, en la Biblia, a la perfección— principales iglesias y santuarios en un recorrido que debía completarse en un solo viaje. La historiografía registra que esta propuesta vial, si bien marcadamente urbanística, pues promovía la movilidad urbana y la reestructuración física de la ciudad, también tenía el objetivo explícito de marcar el supuesto triunfo de la Contrarreforma y la revitalización del catolicismo.

Pero, además de la forma propuesta, un concepto que prefiguraba el urbanismo moderno, el trazado de las vías muestra el carácter autoritario de Sixto V, manifestado en diversas circunstancias. Amplios, construidos en líneas rectas, los caminos llevaban a los fieles directamente a los santuarios, sin posibilidad de error o desviación. Como otra estrategia de la Contrarreforma, el recorrido elegido imponía al caminante el encuentro ineludible con la Iglesia y, en consecuencia, con la fe, que, a tenor del diseño urbanístico, no debía ser posible evitar.

De hecho, el arquitecto Domenico Fontana, trabajando al servicio de Sixto V, observó que debido a la configuración dada al entorno de las basílicas, “se puede partir, independientemente de la dirección, para ir a pie, a caballo o en carruajes, en línea recta, [para llegar, de manera imponente] a los lugares de oración”.

3.

La determinación de no considerar ninguna dificultad para llevar adelante sus proyectos se ve también, junto al autoritarismo, en la implementación del entonces emergente sistema vial, pues se ignoraban obstáculos “de cualquier tipo”. Pero, en otra notable y acertada decisión urbanística, el plan de Sixto V consideró —aprovechó, en la jerga urbanística— la “extraordinaria diversidad de la situación topográfica para crear todo tipo de perspectivas diversas y variadas, una decisión que sólo los buenos urbanistas pueden proponer y valorar”.

Perspectivas diversas y variadas añaden encanto a cualquier ciudad. Despiertan curiosidad y asombro en quienes contemplan estos atributos espaciales.

Otro indicador de la maestría urbana de Sixto V y su equipo se puede ver en la elección que hicieron para la nueva ubicación del último de los cuatro obeliscos de la ciudad. Situado en el extremo norte, en la intersección de tres calles principales, a la distancia perfecta de la catedral inacabada, como si Bernini hubiera hecho esta elección de antemano para convertirla en el “centro mágico de su columnata”, este obelisco encuentra la ubicación más adecuada y hermosa. Giedion señala también que el único obelisco, fuera de Roma, que ocupa una ubicación tan privilegiada es el de la Plaza de la Concordia, construido en París en 1836.

Otro proyecto notable que pone de relieve la calidad del urbanismo de este Papa-constructor fue la decisión de llevar agua a los barrios y periferias de la ciudad que habían quedado deshabitados tras la destrucción de los acueductos romanos por parte de Alexandre Sévère (222-235). La propuesta de Sixto V fue llevar agua a las colinas de la ciudad. Los obstáculos para este plan, resultantes de la baja altura de la cascada captada en el exterior, a una distancia de veinte kilómetros, y de la topografía, hacían pensar en la imposibilidad de llevar a cabo dicho plan, ya que no era posible transportar el agua en línea recta.

Pero el urbanista que ocupaba el trono de Pedro, fiel a su práctica de no tener en cuenta los obstáculos, resolvió el problema construyendo un sistema que transportaba agua durante diez kilómetros mediante un acueducto y otros diez kilómetros mediante un sistema subterráneo.

Esta obra se realizó en dieciocho meses, tiempo durante el cual el Papa, que tenía como punto fuerte la audacia, como ya se ha dicho, experimentó la angustia, oficialmente registrada, surgida de las dudas sobre el éxito de estas acciones. Pero en octubre de 1589, coronando los esfuerzos de quienes no se dejaron paralizar por las dificultades, el agua brotó de las veintisiete fuentes públicas. Una obra magnífica, pensada, vale la pena decirlo, por Gregorio XIII, su archienemigo y predecesor, pero que había sido dejada de lado precisamente por las dificultades para llevar a cabo la idea. Así que fue el Agua feliz —Sí, dio su nombre bautismal a este proyecto, así como a una carretera y a un palacio—que invadieron las fuentes romanas.

Fiel a su empatía por los más pobres, el Papa, que había sido monje mendicante, instaló baños públicos, con dos grandes “lavabos” para quienes querían lavar la ropa, además de un baño cubierto para los días de lluvia y frío y, en otro sorprendente acto de atención a las mujeres, creó un ambiente para uso de las que se sentían en peligro o incómodas en espacios abiertos. Además, construyó asilos para albergar a los pobres, además de ofrecer trabajo a miles de obreros en las distintas obras de construcción repartidas por toda la ciudad.

Por último, hay que señalar que Sixto V, que encontró el tesoro vacío, además del admirable plan urbanístico, no descuidó, por así decirlo, la gestión empresarial. De hecho, uno de los blanqueadores públicos más importantes era precisamente el que se encargaba de lavar la lana para la industria, con el fin de fomentar el comercio de exportación, revitalizando así la industria lanera y sedera romana.

Su libro de caja, conservado hasta nuestros días, registra, de manera coherente con sus votos de monje mendicante, los gastos más insignificantes, así como el hecho considerable de que «el tesoro pontificio llegó a ser veinte veces más importante» durante su corto y extraordinario pontificado, según escribe Siegfried Giedion.

Así, el Papa descansa en Santa María la Mayor, avant la lettre, comprendió la complejidad y la importancia de la planificación urbana moderna.

* Lucía Leitao es profesor titular del Departamento de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE).

Notas


[i] OS, Amoz. ¿De qué está hecha la manzana? São Paulo: Companhia das Letras, 2019.

[ii] GIEDION, Sigfrido. Espacio, tiempo, arquitectura. París: Éditions Denoël, 1990.


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