por CHICO WHITAKER*
Bolsonaro ya debería haber caído ante los crímenes que cometió, pero está pasando todo lo contrario y están normalizando todo lo inaceptable con la atención general enfocada solo en el proceso electoral.
Los brasileños parecemos tener una fuerte tendencia a acostumbrarnos a lo inaceptable, a normalizar lo absurdo. Como por ejemplo con la corrupción en el mundo político, casi tan antigua como la nación. La Asamblea Legislativa, en particular, siempre ha sido un terreno fértil para la acción de aprovechadores y oportunistas, capaces de chantajear con su poder, aunque siempre hay mentes brillantes pensando en el país.
Muchos intentan, dentro de él, pero desgraciadamente minoritarios, orientarlo hacia los fines para los que existen los parlamentos, y no para el enriquecimiento de sus miembros –aunque los “inteligentes” los consideren muggles o ingenuos. Pero su eficacia parlamentaria, que implica dialogar con los opositores políticos y con los que puede no tener ninguna afinidad, exige que no sean críticos hasta el punto de aislarse.
Mientras tanto, afuera, muchos sueñan con la posibilidad de ingresar también a este tentador mundo, para garantizar su parte del botín. Y cada cuatro años nos rodean enjambres de candidatos, para que les otorguemos nuestro poder de voto. Pero no es fácil distinguir a quienes, mezclados en el enjambre, apuntan efectivamente a trabajar por el Bien Común...
Y la vida sigue, porque a la mayoría de la gente le resulta muy difícil cambiar este marco, que ya parece constituir una cultura. “Así es la política”, dicen muchos, casi resignados.
Con eso también muchos admiten, sin el repudio general que merecen, prácticas corruptas que han ido surgiendo. Como “empleados fantasmas” en oficinas, para proteger a familiares y amigos, o “grietas” en legislaturas de todos los niveles, de lo que hoy se habla mucho, pero que es una vieja treta. Hace posible que un número de asesores bien pagados (que cada vez es mayor) transfiera vergonzosamente una parte o la totalidad del dinero público que ganan a los bolsillos de quienes utilizan tales sistemas. Muchas personas ya ni siquiera se molestan con tales desviaciones éticas, tan comunes que se han vuelto.
Aprendemos también sobre artimañas inventadas por hábiles articuladores, sin llegar a abolirlas como es necesario, como las “enmiendas parlamentarias”. Es un título pomposo pero engañoso. Son adiciones al presupuesto del gobierno. Si bien hay quienes logran utilizar estas “enmiendas” para fines más nobles, y quienes las defienden porque permiten satisfacer necesidades reales que los parlamentarios conocen más de cerca, en su mayoría apuntan a garantizar la reelección, asignando cargos públicos recursos a obras, equipamientos y servicios en las circunscripciones parlamentarias.
Así como para proporcionarles “sobras” y “comisiones” que van a parar a sus arcas. Recordemos los “enanos del presupuesto” y el “escándalo de la ambulancia”. Por otro lado, su negociación también sirve a los Ejecutivos, como uno de los principales instrumentos que tienen para la formación de mayorías que aprueben leyes de su interés, lo que puede ser bastante contrario al de la sociedad -como está ocurriendo ahora-. Basta que administren, según este objeto, la liberación de las cantidades así consignadas.
Por ello, una de las líneas de actuación de la Frente de Resistencia y Reconstrucción Nacional, propuesto a finales de enero, es entrar en el proceso electoral de este año para el Legislativo, más allá de la atención mucho mayor que tradicionalmente se le da al Ejecutivo. Es fundamental reducir el número de “hackeos” –“unos 300”, como dijo alguien hace muchos años– que regresan al Congreso para seguir socavando su importante función.
Pero si la corrupción privatiza así los recursos necesarios para satisfacer necesidades sociales urgentes, otros absurdos igualmente aceptados tienen efectos más trágicos. Tal es el caso del desmantelamiento de todo tipo de control social que está conduciendo a la destrucción de la Amazonía y el genocidio de los pueblos indígenas, o la impunidad en casos de asesinato por algún tipo de fobia o puro racismo. Y como colofón, el accionar intencionalmente necrofílico de la mala gestión frente al Covid 19, que provocó un altísimo número de muertes evitables. Todo esto está sucediendo y empeorando justo debajo de nuestras narices.
De hecho, el fuerte crecimiento del número de víctimas de la pandemia asustó a todos, pero parece que también nos anestesiaba, impedía por sí misma –y lo seguimos siendo– ser más numerosos en las manifestaciones de protesta. Mientras que el propio Bolsonaro, en lo personal, con los medios de comunicación de que dispone un Presidente, inducía a los incautos -y su gobierno aún lo hace- a buscar una cura con fármacos inocuos y hasta con efectos letales. Así como confundió y confunde a las personas sobre cómo protegerse de la enfermedad y crea dudas sobre la efectividad de las vacunas, también dificulta y retrasa su compra para una rápida aplicación general y para cada grupo de edad que entra en la cola.
Pero si las instituciones del Estado brasileño permitieron que todo eso sucediera, ahora todos nosotros, ciudadanos y organizaciones de la sociedad civil, nos estamos acostumbrando a lo más inaceptable de lo inaceptable: la permanencia en su cargo, hasta las elecciones de este año, de el principal responsable de todo, como si viviéramos tiempos normales de alternancia en el poder, con el agravante de que ya goza de total impunidad para una gran serie de delitos comunes.
Estos ya fueron enumerados formalmente en representaciones fundamentadas de organizaciones de la sociedad civil y del CPI del Senado ante la Procuraduría General de la República (PGR), quien es, según la Constitución, quien debe denunciarlo ante el STF. La apertura de una causa penal, tras esta denuncia, llevaría a la destitución inmediata del Presidente de su cargo.
Pero la PGR también prefiere prevaricar -uno de los tantos delitos cometidos por Bolsonaro- utilizando el poder que le otorga la propia Constitución para no hacer ninguna acusación y así blindar a su amigo. Un juez del STF ya le habría enviado un mensaje: su función no es observar, sino actuar. Pero aun así, el informe del CPI del Senado acaba de cumplir 100 días en sus cajones. Poco preocupado por su propia historia, posiblemente espera recibir una nominación para el STF: ¿no dijo un ex parlamentario que es dar lo que recibes? Esta frase evangélica perversamente interpretada para la política puede encubrir muchos tipos de corrupción...
Mientras tanto, otro tipo de acusación hecha contra Bolsonaro, de delitos de responsabilidad que requerirían su juicio político, ya denunciado en casi 200 procesos, duerme plácidamente hacia la eternidad en otros cajones, los del presidente de la Cámara. Este, también fiel aliado de los acusados, utiliza a su vez descaradamente instrumentos también inaceptables, como los “presupuestos secretos” recientemente inventados, para evitar que una mayoría de parlamentarios apruebe la apertura de un proceso de juicio político.
Ahora bien, la impunidad de que goza el Presidente, por delitos comunes y delitos de responsabilidad, sólo lo autoriza y hasta lo alienta a persistir en su carrera delictiva.
Y es para movilizarnos y organizarnos para reaccionar ante todo esto que muchas personas indignadas por lo que está pasando han escrito el Carta abierta al pueblo brasileño, con la citada propuesta del Frente.
Se dirige a aquellos que todavía esperan que Brasil logre salir de este cráter infernal en el que se hunde cada vez más, y repite algo que muchos han dicho: en lugar de gritar “¡Bolsonaro fuera!” tenemos que gritar “¡Fuera Bolsonaro ya!”. ¡Inmediatamente, lo antes posible! ¡Antes que sea demasiado tarde! Sobre todo teniendo en cuenta que ya existe un instrumento que permitiría lograr este objetivo -el proceso penal del Presidente, actualmente bloqueado por la Fiscalía General de la República- y que podemos exigir al Senado que retire esta PGR por prevaricación, posibilidad que parece ser aún poco conocido.
En cambio, se está normalizando todo lo inaceptable, volcando la atención general únicamente al proceso electoral, como si fuera la única salida. Ni siquiera en 2022, los líderes políticos pasaron a ocuparse únicamente de la elección de vicepresidentes y la formación de alianzas y plataformas electorales, mientras los comentaristas de la televisión nos divierten, como en los programas de entretenimiento, ellos mismos un poco deslumbrados, con la astucia -la los zorros se están olfateando unos a otros, alguien lo ha escrito, de los miembros del gran club político. Y mientras en diarios y listas en redes sociales los analistas difunden decenas de artículos sobre los caminos y desvíos de los candidatos y las “terceras vías”, obviamente pocos se preocupan por las miles de candidaturas a la legislatura, que emergen como hormigas hambrientas, y menos con lo que pueda pasar de aquí a las elecciones.
Las elecciones son evidentemente esenciales en una democracia. Son el instrumento que la sociedad tiene a su disposición para que sean los ciudadanos quienes, en un momento de renovación de esperanzas, elijan quién debe gobernar y legislar. Las campañas que las precedieron son también una oportunidad de oro, aunque poco aprovechada, para elevar el nivel de conciencia política de la sociedad; así como su capacidad para protegerse de manipulaciones, como las que actualmente realiza a través de las redes sociales la ya famosa noticias falsas que impiden que los electores voten realmente bien informados.
Pero en este momento, se destaca la necesidad absoluta de evitar que Bolsonaro permanezca en el poder hasta el final de su mandato: cada día que continúa allí, manteniendo su impunidad y las mentiras que lucha, el número de sus víctimas y aún más. ser destruido, de todo lo que logramos construir desde el fin del régimen militar.
Pero también nos enfrentaremos a otros riesgos. Las elecciones en sí pueden no suceder si algo para eso ya se está gestando, en la mente enferma de Bolsonaro y quienes lo rodean, cuando se dan cuenta de que puede ser derrotado, a pesar del apoyo de su pandilla y los intereses de sectores malsanos de la sociedad.
O, más trágicamente, su necrofilia podría incluso llevarlo al absurdo de fomentar una guerra civil –algo necesario según uno de sus hijos parlamentarios “chiflados”, como probablemente lo fue él mismo, que lo influencian– apoyado en la enorme cantidad de armas cuyo ingreso al país facilitó e incluso fomentó. Para que entonces las fuerzas policiales y las milicias, con la ayuda de inadaptados y brutales reprimidos, hagan lo que dijo que debería haber hecho la dictadura de la que nos deshicimos: eliminar físicamente a los que sueñan con otros regímenes políticos y económicos - por lo que muchas personas en el mundo anhela acabar con la desigualdad y garantizar la paz social y las condiciones mismas de la vida humana en el planeta.
Será que, menos penosamente que eso, esta escabrosa figura que nos desgobierna no se limita a preparar el caos social y económico para que las Fuerzas Armadas se vean obligadas a intervenir, primero para poner orden y luego para iniciar otro ciclo autoritario de gobierno en el país ?
¿Hasta cuándo los planes personales, los planes de ahorro, las alianzas por construir o la visión única de sus propios ombligos seguirán impidiendo que nuestros líderes políticos vean estos riesgos, para que no se materialicen y para que nunca más nos enfrentemos a ellos?
¿Será que se está preparando un pacto suicida, en despachos protegidos de todo el país, que sólo los líderes políticos y las organizaciones sociales que lo firman saben, y que muy pocos sospechan, normalizando todo lo inaceptable de golpe?
Después de todo, ¿quién le teme a Fora Já?
*Chico Whitaker es arquitecto y activista social. Fue concejal en São Paulo. Actualmente es consultor de la Comisión Brasileña de Justicia y Paz.