por PEDRO DE ALCÂNTARA FIGUEIRA*
Vivimos en un momento histórico en el que todos y cada uno de los intentos de afirmar el poder de las instituciones burguesas demuestran su total fragilidad.
La capital Es una obra maestra inacabada.[i] Corresponderá al propio capital, por derecho histórico, escribir su último capítulo, algo grande que se está escribiendo ahora. El punto final será un protagonista, cuya formación se producirá según el grado de disolución de la antigua forma social, en el momento mismo en que sus instituciones, una a una, vayan a la quiebra.
El surgimiento en este momento de un nuevo poder significa precisamente que una nueva formación social requerirá el surgimiento de nuevas instituciones. Su característica fundamental es dejar atrás las formas de antagonismo que han prevalecido hasta ahora.
Si es cierto que este carácter tuvo, en otras épocas, que subsistir en alianza con otras fuerzas, burguesas, en definitiva, también lo es que el actual desarrollo científico y tecnológico bajo el cual el trabajo se vuelve productivo de una manera incomparable a cualquier otro momento en la historia allana el camino para una rápida transición hacia una nueva forma de sociedad.
Vivimos en un momento histórico en el que todos y cada uno de los intentos de afirmar el poder de las instituciones burguesas demuestran su total fragilidad frente a fuerzas que se manifiestan sólo como necesidades urgentes de transformación. La producción de riqueza, en resumen, la producción de vida, no revela nada más que la completa incapacidad de la sociedad capitalista, ya que el beneficio es un impedimento real para la liberación de una nueva forma de trabajo que conlleva un poder productivo ilimitado. Es este punto muerto el que demuestra la necesidad de nuevo poder.
¿Qué poder es este?
Su característica más general seguramente tendrá que representar una identificación absoluta con las nuevas fuerzas productivas que resultaron de ese desarrollo al que me referí anteriormente. Teniendo en cuenta este aspecto, se formará con absoluta exclusión de cualquier forma de antagonismo social que prevaleciera en épocas anteriores. El poder de estas nuevas fuerzas es tal que sólo la eliminación completa de cualquier rastro del pasado podrá darles rienda suelta.
Grandiosa tarea, por así decirlo, esta nueva etapa de la historia de la humanidad no podrá contar con las viejas clases sociales, aquellas precisamente que nacieron como manifestación del surgimiento del capitalismo. Como tales, estas clases están comprometidas con una forma de sociedad que consideran la forma natural de la existencia humana. La historia se encargó de derribar la pretensión de la forma burguesa de volverse eterna.
Dadas estas condiciones, el nuevo carácter, intransigente con las viejas formas, que, por cierto, son parte de la naturaleza del sistema en decadencia, es producto de las transformaciones que han acompañado a la sociedad humana al menos desde 1917, año en que que el cielo burgués fue convulsionado por la Revolución Soviética. Desde entonces, este personaje ha sido objeto de una política de represión total por parte de los dominantes, que no se limita sólo a la violencia policial, sino que pretende también un control ideológico marcado por una histeria anticomunista ilimitada. La contrarrevolución llegó a dominar la política del estado capitalista.
Precisamente allí reside el punto crucial de la historia de este período hasta nuestros días. A diferencia de la forma que adoptó hoy el anticomunismo, lo que prevaleció hasta 1945, año de la derrota del nazismo contra el socialismo soviético, fue una política de confrontación con la que se intentó demostrar la superioridad del capitalismo. Esta política, después de la Segunda Guerra Mundial, estuvo respaldada en gran medida por la recuperación económica de la Europa capitalista devastada por la guerra. A pesar de este intento, en 1949 estalló en China la revolución comunista, con la que el anticomunismo sufrió un duro golpe.
Sin embargo, la contrarrevolución, que pasó a ser una política exclusiva de los estados capitalistas, no desistió de sus intenciones. El golpe de Estado contra el socialismo en la Unión Soviética en 1990 sacudió profundamente al campo socialista.
La revolución china derribó el prejuicio ampliamente extendido de que el sistema económico capitalista es superior al socialista. A partir de un progreso económico sin precedentes, logrado en unas pocas décadas a partir de un desarrollo tecnológico y científico a gran escala, quedó claro que este resultado fue el resultado del curso libre y pleno que se dio a esas fuerzas. Estas fueron precisamente las fuerzas que el capitalismo intentó reprimir, ya que demostraron, en términos prácticos, la imposibilidad histórica de la tan cacareada eternidad del sistema económico capitalista.
Como producto histórico, los nuevos logros científicos y tecnológicos requerían una nueva representación social, ya que el modo de producción dominante había agotado sus posibilidades de poner en acción el poder contenido en su desarrollo.
Como en todos los momentos de transición en los que las viejas estructuras sociales y económicas dieron paso a nuevas formas de producción de vida, la transición actual, que ya prevalece en varias partes del mundo, exige un nuevo carácter. Sólo nuevas fuerzas históricas son capaces de engendrarlo. Como hemos dicho anteriormente, se trata de un personaje cuya calificación está en gestación histórica, pues su identificación con el nuevo mundo que emerge con la completa liberación de las fuerzas productivas es una condición de su existencia.
Lo catalogamos como “poder popular”, aunque lo entendemos como un componente de los diversos agrupamientos sociales existentes, y no sólo como una representación exclusiva de aquellos que el término popular sugiere. No se trata de una elección arbitraria, sino simplemente de un poder liberado de cualquier forma de compromiso con el pasado. Sólo así podrá afrontar las exigencias que plantea la nueva realidad.
Hasta ahora hemos abordado la cuestión sobre la base del principio de identidad entre las fuerzas productivas y el poder popular. Podemos, sin embargo, reducirlo a un único protagonista, el poder popular, ya que éste contiene, en realidad, como producto histórico, la fuerza productiva que será responsable de desencadenar el proceso de transformación que las circunstancias históricas han generado. En los poros de la sociedad capitalista ya están surgiendo formas de organización del trabajo que indican no sólo el avanzado proceso de desintegración del capitalismo, sino que también reafirman la necesidad de cambio.
Según Ladislau Dowbor, en A era do capital improvisativo, el capital, como lo muestra el título de su libro, dejó de alimentarse preferentemente de su nutriente esencial, la plusvalía, y entró en una fase en la que el saqueo y el expolio se convirtieron en su tarea principal.[ii] Tal poder destructivo ha sido erróneamente clasificado como capital financiero, cuando, en realidad, es dinero que ha perdido su función social y se ha vuelto incapaz, debido a su nueva naturaleza, de volver a producir. Otro grave error consiste en calificar de beneficio lo que resulta pura y simplemente del juego desenfrenado con este dinero inútil, lo que revela también la inutilidad de sus promotores.
Es cierto que la fuente que alimenta esta ruleta puede crear confusión sobre la diferencia entre la ganancia que se deriva de la relación entre capital y trabajo, que es la plusvalía, y el enriquecimiento de los bancos, principales organizadores de la ruleta monetaria, que hasta hace poco eran los financiadores del dinero productivo. Lo que queda de esta actividad, es decir, los préstamos bancarios, que conllevan el cobro de intereses, se ha vuelto secundario y una ínfima parte del dinero inútil que atesoran los bancos. Por tanto, lo que se ha catalogado como “financiarismo” no se corresponde con la verdadera relación que tenía el dinero con el trabajo.
Estas consideraciones, que en gran medida apoyan nuestros argumentos sobre la gestación de un nuevo personaje histórico, resultan precisamente de los datos empíricos concretos que aporta la obra mencionada anteriormente, un repertorio documental hasta ahora insustituible en términos de análisis sobre la necesidad de una transformación profunda de un modo de producción que es incapaz de dar un paso positivo en beneficio de la humanidad. Lo que queda de este modo de producción no son más que los escombros de lo que alguna vez fue una sociedad poderosa. Ya vivimos en una situación que ha perdido su identificación con la vida humana.
Por lo tanto, lo que todavía se llama comúnmente capital, capitalismo, sistema capitalista, capital financiero, etc., son denominaciones que correspondían a relaciones que comenzaron a perder su caracterización precisa después de la primera guerra civil europea que, como la segunda, demostró que aquellas contradicciones de El capitalismo, destacado por Marx, entró en una fase en la que seguía habiendo una solución única capaz de continuar el desarrollo social y económico.
Sin secretos ni milagros, esta solución es una colectivización general de toda la sociedad a escala global. Las dimensiones esenciales, es decir históricas, de esta crisis hacen urgente la creación de un nuevo protagonista, ya que es evidente el estado de debilidad en el que se encuentran las dos clases que hasta ahora constituían la base social y económica de la sociedad.
La respuesta a esta tendencia es la exacerbación de la histeria anticomunista, que se expresa en golpes de estado e invasiones militares permanentes en todo el mundo, perpetradas directamente por el Imperio con la ayuda de sus vasallos europeos. Por tanto, no sorprende que el anticomunismo declarara la guerra total al pueblo, hasta el punto de que la barbarie se convirtió en la única política del Estado, que abandonó su papel de apoyo a la acumulación capitalista.
Lo que queda de la burguesía abdicó de su papel histórico y otorgó su poder a una pandilla, organizada económicamente por el rentismo y grupos responsables de la violencia practicada diariamente contra la población.
* Pedro de Alcántara Figueira es doctor en historia por la Unesp. Autor, entre otros libros, de ensayos de historia (UFMS).
Notas
[i] Si alguien se alarmó por nuestra declaración de una obra maestra inacabada en relación con la obra magna de Marx, puede estar seguro de que la persona que afirmó claramente lo que sigue no fue otro que él mismo: “Los mismos hombres que establecieron las relaciones sociales de acuerdo con su material La productividad también produce principios, ideas, categorías de acuerdo con sus relaciones sociales.
Así, estas ideas, estas categorías, son tan poco eternas como las relaciones que expresan. Ellas son productos históricos y de transición. ”[La pobreza de la filosofía, Editora Global, pág. 106]).
[ii] La caída de la tasa de ganancia causa estragos en el campo capitalista. Inicialmente, la “solución” fue la monopolización de la economía; el segundo, el actual, es la huida de la producción. En un intento por evitar la caída de la tasa de ganancia, el monopolio desacopla, elevando artificialmente los precios, la relación entre valor y precio. Subida de precios: forma espuria de obtener beneficios. Un auténtico robo a la sociedad en su conjunto. Cuando se viola la relación precio-valor, ciertamente algo grave está sucediendo en la reproducción del capital mismo.
la tierra es redonda existe gracias a nuestros lectores y seguidores.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
CONTRIBUIR