¿Un nacionalismo internacionalista?

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por EUGENIO BUCCI*

En nuestros días, la noticia más trascendental es que la extrema derecha nacionalista, cubriendo el escenario político con espesas sombras, quiere ser internacional.

La idea del internacionalismo proviene de la izquierda. Apareció en manifiesto Comunista, un pequeño libro escrito por dos jóvenes autores, Karl Marx y Friedrich Engels. Jóvenes de verdad: en febrero de 1848, cuando se publicó el folleto incendiario, Marx tenía 29 años y Engels 28. El eslogan que inventaron, “Proletarios del mundo, uníos”, les sobrevivió a ambos y demarcó el concepto.

En el siglo XX, una de las incompatibilidades fatales entre José Stalin y León Trotsky estaba ahí. El primero, ya entronizado como tirano de la Unión Soviética, abrazó (como un oso) la tesis de que era posible construir el socialismo en un solo país. El segundo, saltando de exilio en exilio, afirmó que la revolución socialista tendría que ser internacional –o no sería ni revolución ni socialista.

Joseph Stalin prevaleció y se estableció en un ascenso mortal. Su hoja de cálculo contiene millones de cadáveres, incluidos los que fueron devorados por la hambruna-terror en Ucrania, durante el Holodomor, en 1932 y 1933. En el mismo período, a través de los fraudulentos “juicios de Moscú”, el “genio guía del pueblos” diezmó a varios de sus compañeros que en 1917 formaban parte del Comité Central del Partido Bolchevique. Poco después, en 1940, envió al agente secreto Ramón Mercader a asesinar a otro de ellos, León Trotsky.

En Coyoacán, Ciudad de México, Ramón Mercader utilizó un pico de montañero para abrir el cráneo de su víctima y, en 1961, recibió la medalla de Héroe de la Unión Soviética. Sirvió al estalinismo en tierras lejanas, pero nunca fue un internacionalista: mató a uno.

Entre el bien y el mal, el movimiento obrero siempre ha estado vinculado a organizaciones supranacionales. Algunas eran mejores, otras eran viles. La Segunda Internacional, vinculada a la socialdemocracia, inspiró la creación del PSDB en Brasil. La Cuarta Internacional de León Trotsky se fragmentó en escisiones secuenciales hasta estallar en pedazos prácticamente invisibles. La Tercera Internacional, comandada por Moscú, se limitó a transmitir las órdenes del Kremlin a sus filiales en todo el mundo.

Ahora ya no está. El sueño del internacionalismo solidario se ha hundido en una tendencia descendente. A veces es un himno en el tocadiscos o en un baile saudade. Otras veces, es basura ideológica. En nuestros días, como ve, la noticia más trascendental es que la extrema derecha nacionalista, que cubre el escenario político con espesas sombras, quiere ser internacional.

Sí, es una contradicción en los términos. Las fuerzas xenófobas –de esas que aborrecen a los inmigrantes, desafían a la ONU, desprecian a la Organización Mundial de la Salud (OMS), desairan al Mercosur, halagan a Elon Musk y desdeñan los esfuerzos por contener el calentamiento global– se han dedicado a promover reuniones internacionales. ¿Reuniones para qué? Ahora, a celebrar la desunión y exacerbar el odio contra cualquier forma de entendimiento, acuerdo, encuentro internacional. Si hay algo que, por definición, no puede ser internacionalista en absoluto es el nacionalismo, pero el nacionalismo parece haber quedado sin anunciar.

Marx y Engels dijeron que el movimiento obrero tenía que ser internacionalista porque las relaciones de producción ya habían sido internacionalizadas por el capital. Por tanto, si querían cambiar el juego, los partidos revolucionarios no podían limitarse a los espacios nacionales. En ese momento, eran cartesianos. Puede que incluso no estés de acuerdo con los dos chicos, pero no puedes evitar reconocer la lógica de su razonamiento.

El nacionalismo internacionalista, por otra parte, es ilógico. Sus exponentes proclaman, entre otras aporías involuntarias, que están en contra de la globalización. ¿No han visto que la globalización es consecuencia del orden económico que juran defender con las armas? ¿No han visto que ellos mismos son un síntoma inverso de la globalización? Atacan al “globalismo” –al que culpan de las migraciones y del dinero digital, que da la vuelta al planeta en menos de un segundo–, sin reparar en que quienes llaman “globalistas”, lejos de ser los culpables, son los que más denuncian los perversos efectos de la globalización.

No se entendieron a sí mismos y aborrecen a quienes sí lo hicieron. En un trance anticívico, en un ritmo sísmico, acarician fantasías globalitarias. Quizás deseen un futuro en el que las naciones, fortificadas, armadas y encerradas en sí mismas, competirán entre sí hasta el fin de los tiempos. Quizás crean que, de la guerra de todos los nacionalismos contra todos los nacionalismos, el paraíso brotará como un hongo.

Para complicar el juego, una parte de Brasil se embarcó en este delirio tanático, entre la nada mental y la opulencia performativa. No hay sorpresas. Llevamos décadas conviviendo con fenómenos incongruentes que pasan como si fueran normales. Tomemos, por ejemplo, el adjetivo “progresista”, que se refiere a personas que se han convertido a pautas más conservadoras. Tomemos otro adjetivo, “republicano”, que bautiza a un segmento de fieles de la iglesia. También hay liberales antiliberales.

En este entorno, los nacionalistas internacionalistas son más de lo mismo. ¿Saben que el internacionalismo es de izquierdas? Probablemente no. Nunca supieron que el nazismo era (y es) de derecha.

*Eugenio Bucci Es profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP. Autor, entre otros libros, de Incertidumbre, un ensayo: cómo pensamos la idea que nos desorienta (y orienta el mundo digital) (auténtico). Elhttps://amzn.to/3SytDKl]

Publicado originalmente en el diario El Estado de S. Pablo.


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