por GÉNERO TARSO*
Fascismo, analogía alemana e italiana: una reflexión
La polarización entre izquierda y derecha, ambas integradas en el proceso democrático dentro de las reglas del juego, es lo mejor de la política en la democracia liberal. Se trata de una confrontación de sentidos para la vida humana, dentro de un sistema económico hostil a una vida humana pacífica y solidaria, sentido perseguido siempre por las grandes mentes utópicas, reformistas y revolucionarias de la Ilustración y la Ilustración.
Sin embargo, no podemos confundir esta polarización regulada con la polarización histórica entre el extremismo de derecha –fascista o simplemente criminal– y la democracia liberal, como régimen constitucional apoyado en elecciones periódicas. En todos los centros orgánicos de poder del capitalismo financiero, donde la democracia está bajo asedio –según sus enemigos- porque el Estado de Derecho hoy no tiene vías capaces de resolver los problemas del sistema-mundo, como si en algún momento alguien o algo los hubiera resuelto.
Problemas como la pobreza, la inseguridad, la inmigración “ilegal” y el crimen organizado, en todos aquellos centros donde fuerzas políticas extremistas están empeñadas en destruir el estado de derecho liberal-representativo, sólo han mejorado en los 40 años transcurridos desde la Segunda Guerra Mundial. El excedente colonial-imperial, obtenido mediante métodos análogos a la esclavitud, financió esos años gloriosos, en las nuevas y viejas metrópolis coloniales y neocoloniales de todo el mundo.
En la polarización entre la democracia constitucional y el extremismo fascista o simplemente criminal, los sujetos en combate no están fijados en un lugar, como en una “guerra de posiciones”. Se trasladan a varios “frentes” de las “guerras de movimientos”, tanto porque la polarización se produce en un entorno de flujos informativos y materiales de crisis, pero también porque este tipo de lucha no tiene reglas: se desarrolla fuera y dentro de las instituciones y de las redes, como una disputa entre la vida y la muerte de la democracia y, probablemente, entre la vida y la muerte de sus contendientes.
A diferencia del fascismo y el extremismo de derecha, que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, cuando la unidad interna para la formación de mayorías políticas –tanto para la opresión como para la resistencia– podía formarse teniendo en cuenta un enemigo externo visible, de otro Estado y de otra nación, hoy lo interno y lo externo conforman el mismo espacio político y se confunden. Y lo hacen a través de vínculos inmateriales y materiales, que generan frentes políticos internos en países en crisis, ya no motivados por “extraños de afuera”, porque estos están tanto dentro como fuera, y no todos los “extraños” pueden ser fácilmente señalados como enemigos, ni los “iguales” pueden ser fácilmente señalados como amigos.
Antonio Gramsci siempre vio en Benito Mussolini la derrota de la Ilustración italiana y en Benedetto Croce, primero lo admiró e incluso lo defendió como líder de un nuevo renacimiento nacional italiano. Pero se volvió contra él y lo abandonó cuando lo percibió como el verdugo de la democracia política, el enemigo de la democracia liberal misma y del destino nacional de la Italia moderna.
La democracia, al final, sucumbió en el altar homicida del fascismo y los dos grandes filósofos italianos y –en un sentido más amplio– los dos grandes organizadores de la inteligencia política italiana moderna –Croce y Gramsci– no tuvieron la posibilidad de comunicarse entre sí para bloquear a Benito Mussolini, pero sufrieron la misma suerte: prisión y humillación. Antonio Gramsci, ya en 1926, cuando el fascismo estaba en ascenso, y Benedetto Croce, en 1943, cuando éste se derrumbaba.
Los gobiernos liberales de Giolitti, Bonomi y Luigi Facta –entre 1921 y 1922–, vacilantes e incapaces de instaurar una nueva hegemonía democrática bajo su liderazgo, así como la humillación sufrida por Italia después de la Segunda Guerra Mundial, entregaron el país al totalitarismo de extrema derecha, configurado ya como proyecto fascista.
La analogía no es igualdad de situaciones, es semejanza; no es mimesis como ocurre en la naturalidad; Se trata, sin embargo, de contextos cuya tipicidad “enseña” teoría política, en lugar de recibir lecciones de ella, y por tanto ayuda a revelar ciertas realidades.
Creo que vivimos una situación análoga, en parte a la italiana y en parte a la alemana, en la que un parlamentarismo de facto, armado no por el ingenio político de una oposición sin dirección, sino por las distorsiones asignadas en nuestro propio marco jurídico –partidista y electoral–, así como por la propia moderación del gobierno Lula al pensar en soluciones no tradicionales dentro del orden, puede llevarnos a un callejón sin salida.
Estas grandes encrucijadas históricas que normalmente afectan el rumbo de un país, en cualquier régimen político, hacen que muchas veces sus dirigentes recurran a “analogías” para interpretar su presente. Estas situaciones no son ajenas a los métodos de búsqueda de sentido de los grandes novelistas, a una doble complejidad de lo “moderno”, instalada tanto en la soledad como en la sociabilidad humana.
Italo Calvino, en su memorable ¿Por qué leer los clásicos? nos cuenta el proceso creativo de Daniel Defoe (1660-1731) cuando compone su espectacular Robinson Crusoe (“el diario de las virtudes mercantiles – “auténtica biblia de las virtudes mercantiles e industriales, en la era de la iniciativa individual”, (…) mostrando la “forma directa y natural en que se expresan en imágenes una costumbre y una idea de la vida, la relación de un hombre con las cosas y las posibilidades a su alcance”. Daniel Defoe hace una analogía – para crear el personaje con una vida solitaria e imaginada a partir de “un hombre que había vivido solo durante cuatro años”, en una Isla llamada Juan Fernández, que era un tal Alexander Selkirk, que también vino a existir por analogía, en las palabras y los gestos de Robinson Crusoe, como un ser universal de una época en transición.
Mi primera analogía es que Jair Bolsonaro intentó un golpe imposible porque fue concebido –por analogía de su imbecilidad instintiva– con el recuerdo de Hitler en el intento de noviembre de 1923, en la Cervecería de Múnich. Sin embargo, su semilla maldita continuó prosperando y más tarde renació en su brutalidad desenfrenada, con la victoria del Partido Nazi en las elecciones de 1932.
Mi segunda analogía es que debemos prepararnos para 2026, bajo el liderazgo de nuestros principales líderes democráticos contra Jair Bolsonaro y sus secuaces, para imponer una derrota aplastante al fascismo y sus secuaces en las próximas elecciones, lo que no sucederá si no encaramos como gobierno, rápidamente –con sentido de eficacia inmediata- la cuestión de la seguridad pública y los desafíos más urgentes de la transición climática. El personaje que debe hablar sobre estos dos temas y dar dirección a la sociedad civil democrática y sus partidos se llama gobierno. Desafortunadamente, no hay otro personaje de Daniel Defoe capaz de hacer eso.
Este “callejón sin salida” histórico en el que nos encontramos podrá ser superado en 2026, con respuestas a tres enigmas políticos concretos y actuales: ¿es lo mismo un régimen parlamentario pervertido que un régimen presidencial cansado? ¿Son las enmiendas secretas instrumentos legítimos para generar alianzas y construir bases electorales cautivas? ¿Debe un ministro de Defensa, que defiende la amnistía para los golpistas, ser el creador de hechos políticos embarazosos para un presidente que aún tiene dos años de mandato, hasta ahora relativamente exitoso, pero con serios problemas por delante?
Por analogía, recuerdo a Bertold Brecht, refiriéndose al desarrollo del nazismo, cuando preguntó, en un poema que puede leerse tanto como una indagación sobre cómo ellos, los nazis, llegaron a este punto, o incluso como una genuina curiosidad histórica, a la que ni siquiera él mismo sabía cómo responder, sobre el ascenso de Hitler: “El día en que se terminó la Gran Muralla China, ¿a dónde fueron los albañiles? (…)/ La gran Roma está llena de arcos de triunfo/ ¿quién los erigió?/ ¿quién pagó los gastos?\ Tantas historias\ Tantas preguntas” – se preguntaba Bertold Brecht, en su poema de 1935 “Un obrero que lee” –, pero ya en pleno régimen nazi.
* Tarso en ley fue gobernador del estado de Rio Grande do Sul, alcalde de Porto Alegre, ministro de Justicia, ministro de Educación y ministro de Relaciones Institucionales de Brasil. Autor, entre otros libros, de utopía posible (Arte y Artesanía). Elhttps://amzn.to/3DfPdhF
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