por MARÍA SILVIA CINTRA MARTÍN*
Prefiero soñar con Krenak sobre el parentesco con la naturaleza y las piedras que embarcarme en la naturalización del genocidio.
Este artículo o ensayo –en la indecisión que hoy está presente– analiza, a partir de un caso reciente, el artículo publicado en el sitio web la tierra es redonda, la diferencia entre posiciones políticamente revolucionarias y retrógradas.
El profesor Filipe de Freitas Gonçalves –que sabemos que es profesor por las menciones que hace a sus alumnos, que parecen intentar disuadir las ideas defendidas por Ailton Krenak, consideradas por él regresivas– se refiere a él como autor de tres libritos, conociendo ciertamente muy bien el valor despectivo del diminutivo en lengua portuguesa en este caso. Según él, estos libritos tienen un fuerte poder de persuasión, derivado de una cierta oralidad indígena que transmiten. Pero no estarían dotados de cohesión o sistematicidad, lo que los haría reacios a toda crítica.
El autor de estos libritos –el escritor, periodista y filósofo emérito brasileño Ailton Krenak– sería alguien que conoce la cultura occidental sólo como alguien que sufrió sus consecuencias, y no por mérito intelectual. De hecho, su reconocimiento e ingreso a la Academia Brasileña de Letras sólo se habría producido por el carácter retrógrado de su pensamiento.
Desde lo más profundo de su resentimiento e ignorancia, Filipe no conoce a Krenak como intelectual (o no está dispuesto a atribuirle ese atributo), y no parece saber que el escritor y ambientalista indígena emérito recibió el título de médico. Honorario de la UnB. Cuando se entere, probablemente dirá que esto se debió a su encanto embriagador y no a un mérito genuino.
Curiosamente, sin embargo, desde cierto punto de su texto (publicado aquí en La tierra es redonda en julio, con el título “La producción ensayística de Ailton Krenak”), Filipe comienza a utilizar cierto lenguaje coloquial, sin conocerlo en profundidad (a pesar de entenderse marxista), lo que confiere a su lenguaje un carácter híbrido e imitativo, que pronto notamos al comprobar su falta de dominio de los refranes, al olvidarse de que al bebé se le echa dentro con el agua de la bañera – ¡y no, por supuesto, del cubo!
Y hablando de refranes, vemos que el mono no puede ver su propia cola – o cultiva el complejo Avestroutrem, si queremos ser más sofisticados.
El problema, tal vez, sea en realidad más profundo: si no, ¿de dónde vendría tanto miedo? Ciertamente de su marxismo religiosamente místico e idealizador, del que extrae sus dardos. Al fin y al cabo, aceptar la defensa que hace Krenak del retorno a la madre naturaleza provocaría un enorme shock en sus convicciones, ya que llega a creer que los pueblos indígenas en realidad están al borde de la extinción, y que deben ser así, según la lógica evolutiva prevista en el pensamiento desconcertante -y retrógrado- de la época al que se adhiere.
Racismo y etnocentrismo: esta es la trampa reaccionaria con la que todavía nos alineamos, ciertamente sin darnos cuenta.
Viviríamos en una sociedad en continua evolución, siendo parte también de esta evolución las crisis, así como la separación de la naturaleza. Sólo necesitamos tomar un mejor ritmo en este camino para evitar desastres mayores, pero nunca, jamás, imaginemos un regreso a la naturaleza o los retrasos de la cultura indígena. Después de todo, ¿quién estaría dispuesto a renunciar a la dipirona o a los tratamientos contra el cáncer contemporáneos?
Este es el pensamiento cohesivo y sistemático que nos ofrece Filipe, negando la posibilidad mística de hablar con una piedra, o de tener al río como abuelo.
Es cierto que los dos pensamientos no pueden, en principio, ser coherentes –el pensamiento analítico y racional y el pensamiento místico–, pero no es tan cierto que ambos no tengan su contenido pasional, o que ambos no se crucen, dinámicamente, en el camino evolutivo de la Historia.
Ni siquiera si el argumento de Filipe es tan coherente y sistemático como afirma. Nótese que, por un lado, critica mordazmente la afirmación de Krenak de que todo sería naturaleza; pero, por otra parte, ¡es él mismo quien naturaliza el genocidio! Parece, después de todo, que habría un cierto límite que evitar, para que no todos seamos destruidos y extintos, pero que ese límite no encajaría con los pueblos indígenas con su episteme mística –que necesariamente debe ser superada, en el único sentido negativo de ese término. En este punto, su pensamiento –que él considera cohesivo y sistemático– empieza a recordarme cierto nacionalsocialismo.
Pienso para mis adentros: prefiero soñar con Krenak sobre el parentesco con la naturaleza y las piedras -un sueño que prevé nuestra fraternidad humana con todo y con todos- que embarcarme en la naturalización del genocidio -dentro de un marxismo que sólo podría haber sido mal leído y mal leído. digerido, ya que no parece encajar con lo que aprendemos del materialismo dialéctico.
Por eso, su pensamiento es retrógrado, y aún no ha alcanzado ni siquiera los umbrales del siglo XX, mucho menos del XXI, en el que se insertan las palabras bien dichas y escritas por Ailton Krenak, como vanguardia revolucionaria.
Insiste en un marxismo (mal digerido) del siglo XIX, y considera –así parece– que esta forma de pensamiento limitada y mecánica daría cuenta de los fenómenos contemporáneos; se centra en binarios mecanicistas –salvaje/civilizado, oralidad/escritura– e ignora el pensamiento complejo que hemos ido construyendo desde finales del siglo XX, o incluso antes; desconoce el movimiento indígena contemporáneo, todavía llama indios a nuestros indígenas y los arroja al pasado, reservando tiempo y espacio contemporáneos para los que llama brasileños (que por su mención serían indígenas ya integrados y aculturados). Por tanto, en su opinión, la voz de Ailton sería una voz muerta, procedente de un pasado irrecuperable. En su racismo, secuestra el derecho de los pueblos indígenas a la contemporaneidad.
Es claro que uno de los movimientos importantes para salir de esta posición marcadamente retrógrada en la que se encuentra tendría que implicar un deseo genuino de saber más sobre nuestros pueblos indígenas, particularmente en todo lo que han ido construyendo desde la Constitución de 1988. en el ámbito cultural, artístico, cinematográfico, académico. De hecho, debido a su petulancia y desconocimiento de la causa, se refiere a las pinturas realizadas en su rostro por Ailton Krenak en 1988 como hechas de arcilla negra. Otra muestra de su desconocimiento de las causas y culturas indígenas que cree poder criticar.
De error en error, su posición se revela retrógrada, pero la principal reside en su lectura estructuralista del marxismo, estructuralista y por tanto no dialéctica, que compromete su propia noción de la Historia, que se vuelve lineal y mecanicista. No es lo que postula el marxismo, y por eso termina enterrando a los indígenas (a los que todavía llama indios) en el pasado. Para Filipe –en su argumento infundado, que pretende ser cohesivo y sistemático dentro de una lectura errónea del marxismo– están y deben estar muertos. ¿Dónde estaban las asimilaciones –es decir, rupturas y continuidades– previstas en el materialismo dialéctico en su lectura? Para él, ¿estarían muertos nuestros pueblos indígenas con todo su lastre místico, quedando sólo restos de su cultura material?
Según él, la voz de Krenak sería una voz ya destinada a morir, incluso porque vendría de entre los muertos. Esta línea de pensamiento prevé el asimilacionismo a la cultura hegemónica y, por tanto, la rendición de las culturas entendidas como subalternas, dentro de una perspectiva notablemente reaccionaria.
El estudio de este caso –que nos presenta el erróneo y presuntuoso artículo del profesor y doctorando Filipe– es digno de mención para reflexionar sobre el contraste entre el asimilacionismo (es decir, los movimientos de asimilación y aculturación a la cultura hegemónica, con marcada opresivo, retrógrado y reaccionario) y la asimilación como abrogación (que predice destrucción/superación y continuidad). Esto último –predicho por el materialismo dialéctico (y de carácter marcadamente revolucionario)– implica necesariamente la supervivencia del legado surgido de las capas subalternas –y no su muerte, como nos sugiere la mala interpretación de Filipe.
*María Silvia Cintra Martins es profesor titular del Departamento de Letras de la UFSCar y editor de Revista Indígena LEETRA. Autor de, entre otros libros., Entre palabras y cosas (Unesp). [https://amzn.to/4bNdQ0E]
la tierra es redonda existe gracias a nuestros lectores y seguidores.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
CONTRIBUIR