Un error infantil

Gustav Klimt, Muerte y vida, c.1911.
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por PRISCILA FIGUEIREDO*

La muerte había roído, o más bien purificado, el alma de este pariente hasta lo más profundo, hasta sus entrañas buenas y tiernas.

Cuando tenía unos seis o siete años, por alguna contingencia sabía el significado de la palabra “refinado”, pero no el significado de “terminado”. Entonces, cuando supe de su existencia a esa edad, pensé que significaba lo mismo que la primera, de modo que la fiesta de Todos los Difuntos pasó a ser para mí la “fiesta de los difuntos difuntos”, o “fiesta de los difuntos”. muertos refinados”, de aquellos que habían sido delicados en vida (fue mucho más tarde cuando supe que el primer adjetivo también podía ser una variación del segundo, pero eso ciertamente no sucedió en la frase en cuestión).

Y recuerdo que hubo ocasiones en las que, para mostrar cuán consciente era de que el sustantivo decisivo había sido escondido, ya que debo pensar vagamente que esto se debía a algún decoro, economía o costumbre, hacía explícita toda la estructura. : “¿Vamos a viajar en esta fiesta de los muertos, mamá?” Parecía admirada, suponiendo tal vez una especie de obstinación en la claridad, que me hacía repetir la misma idea con diferentes significantes, uno de función pleonástica.

Resulta que en aquella época, cuando ésta y otras fechas se tomaban más en serio, mucha gente viajaba para rendir homenaje a familiares enterrados en sus ciudades de origen, o reservaban especialmente la mañana, metódicamente nublada y fría, o llovizna en São Paulo, por estas visitas fúnebres. Estaba claro que en la calle donde vivía casi todo el mundo estaba ocupado con este día. Lo que me hizo imaginar una cantidad increíble de muertos con una historia de buenos modales, finura, bondad y hasta bondad, el mayor refinamiento de todos.

Formé algunas hipótesis: ay, es porque, como dicen, “murió, se hizo santo”, o nadie se acuerda de las groserías que cometieron cuando tenían energía. O porque, en esta condición, todos se vuelven inofensivos y, por tanto, más delicados. Se someten a refinamiento. Sabía, por ejemplo, que entre las tumbas visitadas estaba la de un familiar que había atormentado la vida de todos los que lo rodeaban, llevándoles sólo infelicidad y un sentimiento de derrota; sin embargo, también sabía que había cometido actos de gran generosidad, especialmente hacia los extraños. “En el fondo era una buena persona”, concluían cada año, tras recordar, de camino a casa, una serie de malas acciones. Entonces mi pensamiento adquirió un nuevo matiz: la muerte había roído, o más bien purificado, el alma de este relativo hasta lo más profundo, hasta sus entrañas buenas y tiernas; Por eso lo visitaron.

Creo que durante unos dos años, en el mismo período, seguí teniendo pensamientos de esta naturaleza, hasta que comencé a llegar a una comprensión colectiva del significado de la fecha, que pasó a ser sólo el día de los que terminaron, de aquellos que tenía un final, el mismo que tendríamos todos (para mí solo era una verdad muy teórica, pero antes la ignoraba por completo); el día de los muertos puramente sustantivos, no calificados ni seleccionados, desde los huesos más suaves hasta los más duros de romper en vida. Hubo un efecto nivelador, y eso le quitó cierto encanto a la cosa. Era extraño pensar que, cualquiera que fuera la naturaleza espiritual de la persona, entrara en una fosa general llamada "muerta".

La desilusión, sin embargo, competía en mí con la concepción católica que jerarquiza a las almas, cuya ubicación –ya sea en el infierno, el purgatorio o el paraíso– indica el grado de su virtud pasada. Pero entonces ¿para qué peregrinar a los cementerios si lo que se decía de la persona no estaba allí? Debió ser, en algún momento reflexioné y me tranquilicé, porque había una promesa bíblica -en la que los niños veían más motivos de terror que de alegría- de que todos los sepultados se levantarían a una hora tremenda, y que eso sucediera. era necesario cuidar esos restos, aunque fuera durante milenios. Luego serían convocados y devueltos a la carne, y la carne rehecha atraería al alma hacia sí misma. Esto es en el fin de los tiempos, es decir, cuando los tiempos serían los nuevos partidos.

*Priscila Figueiredo es profesor de literatura brasileña en la USP. Autor, entre otros libros, de Mateo (poemas) (bueno te vi). Elhttps://amzn.to/3tZK60f]


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