por BENTO PRADO JR.*
Comentario al libro de Davi Arrigucci Jr.
quien abre Ugolino y la perdiz, la novela de Davi Arrigucci Jr., sabiendo que el autor es un crítico y un erudito historiador de la literatura, puede dejarse engañar, en un primer momento, por el epígrafe con los versos del Divina Comedia en el pórtico del libro. Hay al menos dos Ugolinos en el gran poema, uno en el infierno y otro en el purgatorio, pero está claro que es el infernal el que habita la imaginación de Arrigucci.
Pero evitemos el malentendido al que se nos invita: Dante está presente, por supuesto, en el horizonte, pero de una manera muy indirecta, que toma su sustancia del paso por São João da Boa Vista, en el interior de São Paulo, cerca de Minas Gerais, y de una práctica del lenguaje que toca la escritura de nuestros más grandes escritores, Manuel Bandeira, Guimarães Rosa y Carlos Drummond de Andrade. Como estos autores, Arrigucci aporta a su escritura un discurso popular y sertanejo, manteniendo su frescura en su nuevo y trabajado entramado estilístico.
Empecemos por diferenciar a los Ugolinos. El nuestro ya no tiene mucho del trágico Ugolino della Gherardesca, del canto 33 del “Infierno”, ya nacionalizado por Manuel Bandeira, quien lo trajo a nuestro Nordeste en el poema “O Cacto”, minuciosamente comentado por Davi Arrigucci en el cacto y las ruinas (Ed. 34). Ugolino de São João de Boa Vista ni siquiera carece de bonhomía, lejos de las caatingas y la tragedia, deambulando frecuentemente contento por intrincados matorrales. Es, por supuesto, un personaje nada trivial: decoró versos de Dante, es un artista en la construcción sofisticada de sus vidrieras (su nombre completo es Ugolino Michalangeli), es un narrador inventivo, casi llega al estado de un "filósofo", "paradójico" en la búsqueda del significado de las palabras. Pero es ante todo un cazador, condición inseparable de la de un narrador interrogativo, ya que “…para él, rastrear el sentido de una palabra era todavía una forma de cazar”.
Desde el principio nos dimos cuenta de que, a pesar del horizonte geográfico y social bien definido, no estamos ante una narrativa realista, a la manera de la novela regionalista. El narrador advierte, ya en la primera página, tras calcar el perfil de Ugolino: “…y lo que cuento, sin quitar nada, son sus palabras exactas. Desafortunadamente, ya no está vivo y no puede confirmar la veracidad de esta historia…”. Sin una mirada objetivadora que sobrevuele la geografía y la sociedad, no dejan de aparecer desde las distintas miradas de los personajes, implicados en las formas en que su uso del lenguaje configura de forma diferente el mundo.
Pero eso no significa que las llamas del infierno de Dante a veces dejen de brillar en la narración, con el brillo y la explosión de los tiros en la cacería. Es más, algo así como una cierta “cosmoteología” sertaneja (similar a la “demonología” de Grande interior: veredas), que se refiere tanto a Divina Comedia como a la “Máquina del Mundo” de Drummond.
Ya sabemos que existe un vínculo interno entre la caza y la narración. Lo que tenemos que descubrir es cómo es una fractura para romper la hermosa circularidad entre la caza y su narrativa. Incluso antes de la crisis en la que termina la novela, ya podíamos adivinar el grano de angustia que habita en el placer de cazar: “El cazador es lo que caza […]. Con la caza, el cazador se ha ido”. Pero siempre será posible narrar la cacería que se perdió en el pasado con su cazador y tan pálido como estaba. Entonces todavía tenemos un presente vivo, incluso si el cazador está muerto. Pero, ¿y si la caza es inalcanzable? Estaremos condenados a la pura literatura, fuera de la vida.
Este parece ser uno de los significados de la novela. En efecto, Joãozinho y Ugolino consiguen, mediante una discreta amenaza al ganadero Aquilino, permiso para cazar en sus tierras, tras la noticia de que algo tan raro había sido visto allí en los últimos tiempos, una magnífica perdiz, no sólo una perdiz entre otros, sino más bien de alguna manera, La Perdiz. Con su conocimiento, Ugolino idea tácticas sucesivas para darle caza, en el contexto de una especie de topología (no exactamente “geometría”), definida por los términos de la circunferencia y su centro.
En efecto, la astucia del pájaro es esconderse, inmóvil, de los cazadores que lo rodean o volar en una órbita que trasciende el rango de tiros posibles. Tras fracasar en su plan de engañar a la perdiz, supuestamente escondida y camuflada, inmovilizándose en el centro del círculo, para sorprenderla allí, Ugolino ideó la astucia suprema: rodearla por todos lados, como hace el pulpo. con sus colmillos. Cuatro cazadores y dos perros, “16 patas y seis cabezas”, un pulpo gigante con 22 tentáculos, que sí sería un arma infalible. Pero es en ese momento cuando la topología se transforma radicalmente, para los ojos atónitos, en una cosmología en la que se invierten las posiciones de la circunferencia y su centro, como en la visión beatífica de los versos del “Paraíso” inscritos en el epígrafe de la novela
El vuelo de la perdiz recorre un círculo infinito, como en la definición de Dios de Nicolás de Cusa: ese círculo infinito que tiene su centro en todas partes, que no tiene exterior y que, por tanto, ningún tiro, ni siquiera una recta, puede tocar, tangente o tangencial. Recordar: "E' si se distiende en figura circular,/ en tanto che la sua circunferencia/ sarebbe en el sol troppo ancha cintura.[ 1 ] Es "cabeza abajo" (como el caminante de Drummond por caminos pedregosos, con "manos pensantes", tras la visión metafísica de la "Máquina del Mundo"), ese Ugolino, tras ser iluminado por la luz de la intangible perdiz, que en su vuelo circunscribe el mundo, abandona la caza y se resigna sólo a contar historias, a la literatura.
*Bento Prado Jr. (1937-2007) fue profesor de filosofía en la Universidad Federal de São Carlos. Autor, entre otros libros, de algunos ensayos (Paz y Tierra).
Publicado originalmente en el diario Folha de S. Pablo, sección “mais!”, el 18/01/2004.
referencia
David Arrigucci Jr. Ugolino y la perdiz. São Paulo: Cosac & Naify, 80 páginas.
Notas
[1] “Paraíso”, 30, 103-106, “La figura circular era tan vasta / que sobrepasaba en circunferencia / al propio Sol la amplísima cintura”, en la traducción de Cristiano Martins.