por JOÃO CARLOS SALLES*
Conferencia inaugural del 7mo. Congreso de la Universidad Federal de Bahía
1.
La Universidad Federal de Bahía tiene historia y no sólo duración. Es nuestra suerte existir incluso antes de nacer y sobre todo medirnos por lo que aún no somos (investigación por hacer, clases no impartidas, alumnos que seguiremos aceptando), sin dejar de vivir las turbulencias de cada época y siempre determinada por la promesa esencial del conocimiento y la libertad. Cada momento de nuestra historia nos ha traído un desafío propio, en relación al cual nuestra comunidad ha buscado estar a la altura de los más altos valores de la formación académica, en el quehacer cotidiano de producir ciencia, cultura y arte. .
Forjamos nuestro camino a través de la tradición, sin que ello signifique inercia o simple reiteración. Podría significar que la tradición, en una institución como la nuestra, que debe ejercer su autonomía y, en todo momento, justificar su derecho a la existencia, nunca es un mero dato, ni debe ser una traba. Por el contrario, la tradición de la Universidad Federal de Bahía es justamente aquella que nosotros, como voz colectiva, reinventamos todos los días, para cumplir una promesa que se despliega más allá de los hechos y para hacer realidad los sueños y la brillantez de nuestro pueblo. .
UFBA no es lo mismo; su ser es movimiento, y su tiempo es siempre otro tiempo, de vida y transformación. Nuestro pasado destella entonces como un desafío. Y parte de este desafío es el lastre de un doble déficit de representación y representatividad, déficit que, de no superarse, podría apartar a nuestra institución tanto de los valores y prácticas de la comunidad científica internacional, como del talento y presencia de nuestra gente, con su fuerza y diversidad. La tradición no nos encadena, sino que nos desafía a superarla, pues tenemos el deber de remover de nuestro pasado y de nuestra convivencia las marcas de exclusión, atraso y prejuicios, tan fuertes en nuestra sociedad.
2.
Tenemos el deber de criticar, al mismo tiempo que respondemos por lo mejor de nuestra tradición. Y ese deber es imperativo. Debemos, pues, ensalzar a nuestra institución, dándole una mirada benévola y justa, capaz de avivar en ella los más altos valores, pero nunca debemos limitarnos a la mera apología, que suele sustituir la reflexión por la retórica y, en favor de la propaganda, anula el pensamiento, como si la institución debiera consentir todos los excesos simplemente para proteger intereses y no principios. En tiempos como los actuales, sin el ejercicio de la crítica, correríamos el riesgo de favorecer hasta el absurdo de tener un gobierno no sólo mediocre, sino peligroso. Un gobierno que se hace pasar por verdugo de las instituciones y políticas públicas que debe proteger, siendo hoy un claro ejemplo de oscurantismo y autoritarismo.
Es nuestro deber, pues, como servidores públicos, como servidores de un proyecto que tiene historia y que sólo se concreta en el largo plazo, mostrar nuestra extrañeza y hasta nuestro repudio a todo lo que conspira contra el suelo democrático, a todo lo que atenta contra conocimiento y vida, naturaleza y cultura. Solo cumplimos con nuestro deber cuando denunciamos a cualquiera que atente contra la ciencia, ponga en riesgo la supervivencia de las comunidades, comprometa la evaluación de la investigación, el financiamiento de la ciencia y la cultura y, además, deshonre los deberes cívicos de cordialidad, cortesía, serenidad.
En particular, nuestra identidad y nuestra autonomía están siendo atacadas hoy. Y son atacados tanto de la forma más insidiosa de supresión de recursos, como de la forma más vil de atacar a nuestras comunidades universitarias, tratadas como si fueran ineptas en los sucesivos ataques al ejercicio de su autonomía. En este escenario, muchos compañeros, con legítimas inquietudes y auténtica vocación universitaria, creen en el diálogo y se empeñan en lograr resultados, pero como si sólo se tratara de funcionarios públicos incapaces de afrontar bien una crisis.
El diálogo es ciertamente un valor y una obligación. Nunca renunciaremos a ese deber. Desafortunadamente, sin embargo, la realidad es cada vez más dura. La crisis no es un accidente, se configura hoy como un proyecto. Ya no podemos ignorar un proyecto explícito de desmantelamiento de nuestras instituciones y políticas públicas encaminadas al bien común. Los gobernantes ni siquiera ocultan su desdén por la ciencia, su desprecio por la cultura, llegando al colmo de, sin pudor alguno, demostrar que prefieren las armas a los libros. Y, por cierto, cuando parecen valorar el dominio de algún conocimiento, indican el más puro desconocimiento de lo que son las universidades, ya que hacen preguntas (por ejemplo, cuánto es 7×8, cuál es la raíz cuadrada de 4 o la molécula de agua) que están incluso por debajo del nivel de secundaria.
En tal escenario, algunos pueden ser engañados. No lo harán, sin embargo, por falta de señales. Tenemos una obligación de civismo, sin duda. Sin embargo, no podemos ignorar que estamos en un límite, ya que nos enfrentamos a gobernantes que nunca pierden la oportunidad de descargar el odio en las redes sociales y comprometer la salud del espacio público, que expresan sus burlas con franqueza y no tienen miedo de poner en peligro logros de décadas, como lo que están haciendo ahora con los procesos de evaluación de posgrados por parte de la CAPES o como lo han venido haciendo a través de la deconstrucción progresiva de la infraestructura de investigación en nuestras universidades.
Tales actitudes terminan por dejar al país en ruinas, al mismo tiempo que crean una cultura de desprecio o indiferencia hacia la educación. En un entorno deformado por el oscurantismo, se convierte en una simple y corriente operación contable practicar sucesivos recortes presupuestarios, como el que ahora sufrimos, realizado sin vergüenza por la ponente sectorial de la Propuesta de Ley de Presupuestos Anuales 2022, que acaba de ser retirada de la propuesta 300 millones previamente destinados a la educación superior. Esto equivale a un recorte en el presupuesto discrecional de las universidades, para un año en el que, por el contrario, necesitarán mucho más para afrontar el reto de volver a las actividades presenciales.
En el caso de la UFBA, se están recortando 8,6 millones, de ellos, 2,2 millones de asistencia estudiantil. Es decir, el 5,12% de nuestro presupuesto para 2022. El ponente puede enunciar argumentos engañosos para justificar tal recorte. Sin embargo, por este gesto, se convierte sólo en cómplice y servidor del actual desmantelamiento. Se coloca, en una posición de honor, entre aquellos que, en tiempos de crisis, no supieron optar por la educación, ignorando las lecciones de naciones que evitaron las crisis más graves invirtiendo en la formación de su pueblo.
De hecho, nunca nos hemos enfrentado a una crisis de este tipo. Al pandemónium de la política (grosería, descortesía, regresión retrógrada y autoritaria) llegó la pandemia, que agravó la vulnerabilidad de los más vulnerables y hoy ya nos lega la aterradora cifra de más de 616 mil muertos. Vivimos tiempos oscuros, el tiempo del cólera, del virus ahora extendido, que sólo hace más incierto el enfrentamiento al cólera, el cálculo biliar derramado en nuestra vida pública.
3.
Sin embargo, nada puede quitar la alegría de celebrar juntos el 75º aniversario de la Universidad Federal de Bahía. Cada decano tiene su impronta, su fuerza y su fragilidad. Y la historia de cada rectoría debe estar bien reflejada y siempre bien contada. En este momento, sin embargo, en que estamos cerrando un acto público verdaderamente nacional, dando inicio al Congreso de la UFBA, no pudimos recuperar toda la historia de 75 años. Ciertamente los grandes logros anteriores, que son inmensos, pueden y deben ser señalados. Y es nuestra tarea guardar su memoria, ensalzando los grandes gestos de nuestros antecesores. ¡Que todos se sientan bienvenidos y honrados aquí!
Sin embargo, teniendo en cuenta la limitación del discurso, concédenos ahora la mención más directa de nuestros siete años y medio de gestión, pues también tenemos el deber de un pequeño balance, aunque sea en pinceladas rápidas, un tanto impresionistas. Esta es una rectoría que no ha encontrado un día de descanso, sea que se diga tanto para criticarla como a su favor. En particular, en un escenario inédito de déficit presupuestario y ahora de sucesivos recortes presupuestarios, en un ambiente nunca antes visto de atentar contra la imagen de la institución, sus categorías, su vida, sus directivos, no podríamos caracterizar nuestra gestión por los resultados que pudo provenir de recursos abundantes o incluso suficientes, ni supimos marcarlo, como hubiéramos querido, con la plena afirmación de nuestros mejores proyectos.
Si nos quitaron, sin embargo, la oportunidad de hacer un gran decano, a través de este sesgo, nos dieron la oportunidad, la difícil ocasión, de hacer algo aún más decisivo y, de hecho, mucho más difícil. Hicimos, creo, una rectoría necesaria. Por eso mismo, era necesario preservar sus rasgos esenciales desde nuestra universidad. Entonces defendemos colectivamente nuestros principios. En otras palabras, pudimos mantener la unidad de nuestra comunidad, defender nuestra autonomía y nuestros valores, con el debido orgullo y serenidad. En esencia, podemos decir, no huimos de la lucha, pero también avanzamos en gestos e incluso, sorprendentemente, en logros.
Se hará una evaluación detallada de la gestión en el lugar apropiado, pero podemos hacer un balance de nuestra resistencia aquí. Terminamos más de la mitad de las obras inconclusas y, aún con cortes profundos, luchamos por mantener lo esencial de la vida universitaria. Grande es el dolor y el sacrificio al que hemos sido sometidos, es cierto. A pesar de todo eso, creamos tres nuevas unidades universitarias (el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación, que un día se instalará en el campus Carlos Marighella de Camaçari, el Instituto Multidisciplinario de Rehabilitación en Salud y el Instituto de Informática).
Mantuvimos nuestra calidad en la evaluación más severa de CAPES e INEP; innovamos con el Aviso de Profesor Visitante, tuvimos éxito con nuestra Capes Print, en nuestra comunicación con Edgard Digital, con nuestra Edufba (que mantiene la impresionante marca de más de cien libros por año), en nuestras resoluciones (con Propap y la Propev, por ejemplo), en nuestra acogida (con la implementación de la Defensoría del Pueblo y la profundización de las acciones afirmativas), en nuestra comprensión de la universidad (con la Ufba en números y otros instrumentos), en nuestra relación con los movimientos sociales. Con mucha responsabilidad suspendimos las actividades presenciales en marzo de 2020; con similar responsabilidad, decidimos retomar las actividades presenciales.
Y todo eso sólo fue posible porque la gestión coincidió hoy con la vitalidad institucional de nuestros consejos y se apoyó en la armonía de nuestras unidades universitarias. Así, en estos siete años y medio, hemos acogido el Foro Social Mundial y la Bienal de la Cultura de la UNE, realizado el Seminario Crisis y Democracia, el ciclo Mutaciones y nuestras diversas acciones en defensa de la educación pública, como la Educación Contra la Barbarie. Acto (que replican ahora), las dos ediciones de la UFBA Cultural, además de los diversos y variados eventos de entidades científicas y culturales. Y hoy, con números impresionantes, realizamos nuestro séptimo Congreso de la UFBA.
También reaccionamos a múltiples amenazas. Rechazamos “Future-se” en nuestras congregaciones y en nuestro Consejo Universitario, como ahora rechazamos “Reuni Digital”. Combatimos cortes y contingencias. En resumen, estamos peleando la buena batalla. Enfrentamos, juntos y unidos, la descortesía de los gerentes y su aparente cortesía, que puede volverse aún más devastadora y destructiva. Y lo hacemos y lo haremos siempre por la sencilla razón de que es nuestro deber, porque tenemos la obligación de no dejar crecer dentro de nosotros el desierto, ni de que, por cualquier razón aparente o eventual pragmatismo, podamos ser servidores o cómplices del absurdo.
Cada rectoría deja un legado, que expresa su comunidad y su tiempo. Esta será quizás la nuestra, la de haber buscado, al fin y al cabo, mejorar la calidad del consenso y del desacuerdo, sabiendo que corresponde a un buen gestor buscar equilibrar intereses, si son legítimos, y defender intereses, si son institucionales, sin jamás olvidando nuestros valores y principios. Tal vez por gestos como ese y hasta por la naturaleza de la universidad pública, nos acusaban de desorden, como recordarán, y entonces celebrábamos nuestro desorden (la UFBA y las demás universidades) en los laboratorios, en las aulas, en el suelo de la universidad, en las calles y hasta en las nubes; Mostramos la fortaleza de la universidad en la calidad de nuestra docencia, investigación y extensión, en la defensa de la autonomía cuya legitimidad deriva de ellas, en el sentido profundo de nuestras acciones afirmativas y en la recepción de ayudas estudiantiles, luchando día a día superar el doble déficit de representación y representatividad, con más conocimiento y más democracia. En nuestra política y en nuestros gestos, mostramos, a los cuatro vientos, nuestra verdad de que sí podemos ser el lugar de la agitación porque nunca seremos el lugar de la barbarie.
¡Viva la Universidad Federal de Bahía!
¡Viva la universidad pública!
*Joao Carlos Salles es rector de la Universidad Federal de Bahía (UFBA) y ex presidente de la Asociación Nacional de Directores de Instituciones Federales de Educación Superior (Andifes).