por CIRO BIDERMAN, LUIS FELIPE COZAC & JOSÉ MARCIO REGO*
Menos de 20 años después del Plan Real, el gobierno volvió a intentar controlar la inflación manteniendo las tarifas públicas de energía y combustibles.
Cuando empezamos a pensar en este proyecto que se convirtió en el libro Conversaciones con economistas brasileños (Ed. 34), hace unos 30 años creíamos que estábamos en el inicio de una nueva etapa en Brasil. Parecía que tendríamos un nuevo modelo económico después de décadas de un modelo agotado. La inflación crónica estaba en su acto final y una nueva y saludable visión de la política pública parecía afianzarse. Podemos decir que los 15 años que siguieron al Plano Real confirmaron nuestra percepción.
Los gobiernos de FHC 1 y 2, así como los gobiernos de Lula 1 y 2, trajeron una nueva perspectiva al país. El Plan Real, que en realidad resuelve la inflación inercial en el país, partió de un mecanismo teórico que resultó exitoso en la práctica: el anclaje de los precios en una moneda indexada y virtual. La famosa propuesta “Larida”, término acuñado por Dornbusch en referencia a sus dos creadores (André Lara Resende y Pérsio Arida), se basó en principios teórico-económicos establecidos aplicados al mundo real.
Pero hay otra contribución teórica original y no intuitiva, que jugó un papel relevante en la comprensión del contexto económico del período inflacionario: la idea de que, en Brasil, el aumento de la inflación reduciría, no aumentaría, el déficit del sector público. Sería un “efecto Tanzi a la inversa”, es decir, en Brasil el aumento de la inflación reduciría el déficit, ya que los gastos estaban menos protegidos que los ingresos, indexados por la corrección monetaria desde la dictadura militar de sesenta años.
Este efecto se conoció como “Efecto Bacha”, pues fue difundido por uno de los padres del Plano Real, Edmar Bacha, y fue la base de la Enmienda Constitucional que creó el Fondo de Emergencia Social, y promovió un desacoplamiento de alrededor de 20 % de los gastos, otorgando mayor libertad presupuestaria y permitiendo la gestión fiscal, que era crucial para controlar la inflación. El propio Edmar Bacha da crédito a la idea original, argumentando que el nombre apropiado sería “Efeito Guardia”, en alusión al fallecido ex Ministro de Hacienda Eduardo Guardia.
Es importante recordar que volvemos a una situación de restricción fiscal, donde vuelve a ser necesario desacoplar parte del gasto. Hoy estamos en el camino opuesto: de la escasa porción “discrecional” del gasto, alrededor de una cuarta parte está vinculada a enmiendas parlamentarias (fue solo el 7% en 2018).
Con optimismo juvenil, pensábamos que ya no veríamos el uso de precios controlados para contener la inflación. Esta estrategia, utilizada sistemáticamente por los gobiernos anteriores al Plan Real, sólo postergó el problema, generando distorsiones de precios relativos que hicieron que el problema fuera aún mayor en el futuro. Menos de 20 años después del Plan Real, el gobierno volvió a intentar controlar la inflación manteniendo las tarifas públicas de energía y combustibles. Una vez más, el mismo fantasma nos acecha hoy... y los resultados son conocidos.
Una variación de esta estrategia pseudoantiinflacionaria es frenar el aumento del salario mínimo con el mismo objetivo. Este expediente fue utilizado innumerables veces por los gobiernos antes de 1994. Pero, a partir del Plan Real, los aumentos consistentes del salario mínimo con sus efectos distributivos fueron el sello distintivo de estos 15 años de buena política económica que hemos visto. Para nuestra sorpresa, el aumento del salario mínimo y de los salarios de los funcionarios públicos por debajo de la inflación (junto con la ausencia de oposiciones) fue utilizado recientemente como estrategia para controlar el déficit primario en el gobierno anterior.
Hoy vemos a grupos autodenominados de izquierda aplaudir una vez más los movimientos deficitarios y las reducciones de los tipos de interés sin fundamento económico, sin preocuparse por la calidad del gasto y su financiación. Vemos grupos conservadores aplaudiendo el control del déficit a expensas del salario mínimo y la función pública, sin preocuparse por la insostenibilidad y el “cortoplacismo” de esta y otras estrategias.
Así seguimos, olvidándonos de lo aprendido, cada grupo con su propia irracionalidad para aplaudir. Se ahoga el constructivo debate técnico y se pierde la buena gestión de las políticas públicas y del presupuesto. La Reforma Fiscal, que debería reglamentarse este año, nos da alguna esperanza de que la racionalidad pueda volver a reinar.
Siguiendo la tradición de olvidar cada 15 años lo ocurrido en los 15 años anteriores, lo que más nos asusta es que ni siquiera recordamos el valor de la democracia. Desde la lucha “Diretas Já” hace 40 años, nunca imaginamos que la democracia sería cuestionada. Observamos con tristeza la existencia de grupos que ignoran este valor básico. Sabemos que es más fácil hacer política económica bajo una dictadura, como es más fácil ser veterinario que médico (¡porque en este caso el paciente se queja!).
Pero hubo un aparente consenso en que esta ventaja no compensaba todos los males de una dictadura. Seguimos creyendo que la democracia es el peor sistema de todos los demás, como dijo Churchill. Pero una parte de la población brasileña también lo ha olvidado.
*Ciro Biderman Es profesor de los cursos de Administración Pública y Economía de la Fundação Getulio Vargas (FGV-SP).
*Luis Felipe Cozac é Doctorado en Economía de la Empresa por la Fundação Getúlio Vargas – SP.
*José Marcio Rego es profesor de la Fundação Getulio Vargas – SP y profesor jubilado de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP).
Publicado originalmente en el diario Valor económico.
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