Transición ecológica en un mundo finito

Imagen: Eduardo Berliner
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por TOMÁS TOGNI TARQUINIO*

Sigue existiendo la ilusión de que será posible desacoplar o disociar el crecimiento de la riqueza del daño causado a los cuatro componentes de la ecosfera.

La Tierra es finita. Con apenas trece mil kilómetros de diámetro, la distancia que separa París de Montevideo, el planeta seguirá teniendo el mismo tamaño durante miles de millones de años. Un cuerpo celeste insignificante y errante en el espacio, pero excepcional: el único que alberga vida, hasta donde sabemos. Sin embargo, lo concebimos como ilimitado y cuya función es servirnos.

En el registro sagrado la visión es antigua; está presente en los primeros versos del Genesis. En el registro profano, la visión utilitarista de la naturaleza se impuso mucho más tarde. En el siglo XVII, René Descartes lo sintetizó colocando a los humanos en el pedestal como “maestro y poseedor de la naturaleza”. En el siglo XX, Joseph Schumpeter actualizó el concepto afirmando que la destrucción creativa es el motor del capitalismo. Entre líneas, el economista austriaco dijo que la modernidad fósil sólo prospera en un mundo infinito. Hoy en día, estas ideas son cada vez más controvertidas. Los humanos redescubrimos que somos naturaleza, que estamos en la naturaleza y que la naturaleza está en nosotros.

La sociedad industrial depende completamente de la energía fósil. Resultó incompatible con los límites impuestos por la naturaleza. La abundancia de energías fósiles y materias primas ha dado forma a la forma en que se organiza nuestra forma de vida. Y alimenta la quimera de un planeta sin fin. Esta forma de producir y consumir bienes y servicios alejó al ser humano de la naturaleza viva e inanimada. Ahora pone en riesgo las condiciones de vida de humanos y no humanos sobre la faz de la tierra. El utilitarismo nos separó de la biología –de las condiciones en las que se desarrolla la vida– en favor de la mecánica.

Ante la acelerada desregulación ecológica de la atmósfera, la hidrosfera, la litosfera y la biosfera (ecosfera), los defensores de estas concepciones intentan preservar este modo de producción y consumo de bienes y servicios nocivos. El discurso predominante transmitido por los medios de comunicación, también presente en la sociedad civil, supone que la transición ecológica se llevará a cabo sin cambios de paradigma. Suponen que la superación de este gigantesco desafío se producirá en un contexto de abundancia de materias primas y energía.

Las limitaciones futuras se minimizan y no están a la altura de los enormes obstáculos que la civilización termoindustrial ya enfrenta y enfrentará en una escala más aguda, en el corto, mediano y largo plazo. El supuesto contexto de opulencia en recursos naturales, asociado al optimismo respecto de las innovaciones tecnológicas, serían componentes favorables para superar las dificultades. La transición ecológica se observa como si fuera independiente del enorme sustrato material sobre el que descansa la modernidad. La gigantesca escala de recursos naturales que será necesario movilizar es insuficiente para garantizar el mismo nivel de vida. Una situación que empeora por el corto período de tiempo necesario para construir una sociedad post-carbono.

Se trata de sustituir la matriz energética global, que depende en un 85% de energías fósiles (carbón, petróleo, gas), y responsable de alrededor del 80% de las emisiones de GEI, por energías bajas en carbono (eólica, solar y nuclear que sólo producen electricidad). . E introducir nuevas tecnologías que requieran extraer una cantidad de metales equivalente a la que se ha extraído de la litosfera desde la invención de la metalurgia.

Pero la desregulación ecológica no afecta sólo al aspecto climático. Va acompañada de la pérdida de biodiversidad, el agotamiento de los recursos naturales no renovables y la diversa y variada contaminación del medio natural (agua, aire, suelo…).

Aún persiste la ilusión de que será posible desacoplar o disociar el crecimiento de la riqueza (PIB) del daño causado a los cuatro componentes de la ecosfera. En otras palabras, promover el crecimiento de la riqueza y, al mismo tiempo, reducir el uso de materias primas y energía –en términos absolutos. El aumento de bienes y servicios siempre ha ido acompañado del creciente uso de materias primas y energía. Hoy, por ejemplo, el consumo de materias primas es superior a la tasa de crecimiento de la economía mundial. Cuanto mayor sea la producción y el consumo, más materia y energía se utilizarán en el proceso económico y mayor será la degradación del medio ambiente natural.

La narrativa predominante sigue siendo difusa y desestructurada. Creen que los mismos privilegios que ofrece la modernidad fósil estarán garantizados por la transición ecológica: crecimiento económico, poder adquisitivo, movilidad, alimentación, vivienda, salud, educación, jubilación, seguridad social, ocio... Sin embargo, la prosperidad que proporciona la La sociedad industrializada se beneficia de manera extremadamente desigual para alrededor del 30% de la población mundial. Por ejemplo, el 1% más rico del planeta es responsable del 15% de las emisiones de CO2; el 10% más rico en un 52%; mientras que el 50% más pobre sólo el 8%. Si el 10% más rico ya provoca este nivel de degradación de la ecosfera, está claro que es imposible extender los beneficios de este modo de vida a la parte de la humanidad excluida del banquete.

Sin embargo, el modo de producción y el consumo desenfrenado de bienes y servicios siguen considerándose perennes y no transitorios. Se trata de un paréntesis de abundancia que comenzó con la revolución industrial y que ahora encuentra límites a su expansión. Estas restricciones están impuestas por leyes físicas, químicas y biológicas irrevocables y no por leyes económicas.

Mitigar y adaptar a la humanidad a los efectos nocivos causados ​​por la desregulación ecológica requiere afrontar el futuro con realismo. Aún no hay claridad sobre cómo será el futuro ni cómo construirlo. Las soluciones probablemente serán diversas, dependiendo de las condiciones locales y regionales, acercándose al ámbito de la producción y el consumo.

El futuro no será la extensión del modo de vida actual. La transición ecológica no consiste solo en cambiar las infraestructuras, reemplazando la energía fósil por energía baja en carbono. Se trata de una transformación cultural que requiere abandonar el modo de vida nacido con la civilización industrial.

Todavía hay tiempo para construir una sociedad guiada por la sobriedad en la producción y el consumo, por la moderación voluntaria y compartida. Superar implica saber qué producir, para qué producir, para quién producir y, sobre todo, cómo producir, dando prioridad a lo necesario y esencial, abandonando lo superfluo.

*Tomás Togni Tarquinio, antropólogo, tiene un posgrado en Prospectiva Ambiental de la EHESS (Francia).

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