Thanos-Bolsonaro II – la raíz totalitaria

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por FERNÃO PESSOA RAMOS*

El rostro fundamentalista-religioso y miliciano-policial del bolsonarismo, articulado a través de las redes digitales, se apoya en una capa administrativa burocrática que absorbe al estamento militar

Por R.Fausto

1.

Modalidades de producción que acercan muerte y trabajo, exigen formaciones políticas autoritarias y se constelan en los intervalos de un espectro ideológico ligado al totalitarismo. Las formas de reproducción del capital incorporan un diferencial cualitativo al acercarse a la muerte: se convierten en una especie de metafísica del presente en la incorporación del valor en la mercancía. El tiempo se tuerce –como dijo Gilles Deleuze sobre el pensamiento de cierta imagen fílmica– y la dialéctica termina torcida.

El fundamento de cualidad de muerte marca la diferencia con todo su peso, porque el valor no llega a evolucionar cuantitativamente hasta este punto, como en otras formas de incremento de la plusvalía. La muerte, con su materia dura, trae algo de una dimensión que se mide en sustancia ontológica, que se abre en un quiasma que encarna el ser, una especie de 'ritornello', un encuentro mundano, que respira en el abismo del retorno. La incorporación del trabajo hacia la muerte, o de la muerte como trabajo, ya no se mueve sobre el eje del universal abstracto, sino que se ubica, de modo diferencial, en una negación absoluta en la que la fuerza de trabajo no es sólo anulada por la supresión en realización, pero comienza en su ejercicio cuando realiza.

La muerte en su aspecto absoluto puede pensarse como una negación de la individualidad, pero no siempre por el terror. En él, la pérdida de la experiencia vivida como subjetividad queda escindida desde el principio. No hay experiencia redentora. Epicuro, citado en lápidas romanas, dijo sobre este absoluto Yo no fui, fui, non-sum, non-curo (“Yo no era, yo era, no soy – no me importa”), como receta para lidiar con la muerte predicando, en la grieta, para no preocuparnos por ella, por la imposibilidad de vivirla : 'cuando estamos allí, está ausente y cuando está ya no estamos'. Este es el fundamento que aconseja no temer a los dioses y lograr 'vivir en la clandestinidad', en de bajo perfil, la clave que elige para la búsqueda del placer en su filosofía, en una mezcla que es la serenidad para lograr la 'ataraxia' (una especie de afecto, muy apreciado por los antiguos, resultado de poder estar imperturbable).

Epicuro es hermoso (el viejo Marx ya lo notaba en su juventud, cuando se puso decididamente de su lado), pero la cuestión ética en nuestro tiempo se manifiesta en otra escala, en la que la soledad, socialmente, ya no es 'estar solo'. La negación de la individualidad se logra a través del aislamiento enclaustrado, configurando un tipo de negación del sujeto que es su dilución en la mundanalidad compartida. En la fragmentación de los parches resulta la anulación de la voluntad, no su afirmación por modulación, como en Epicuro. Va unido a una demanda secuestrada que destruye la individualidad en la masa y canaliza esta destrucción hacia la realización del valor, que toma la forma de la fuerza social del trabajo encarnada en la cosa, enajenada como espíritu destruido. En la perspectiva marxista, es la fuerza del sujeto como acción de trabajo que se aliena en su fetiche, brillando como parte de la cosa social, la mercancía.

¿Cuál es la pérdida en el caso del trabajo hacia la muerte? Es doble, porque el valor incorporado no corresponde al valor enajenado, ya que éste repercute en un sujeto que ya no es nada, exterminado por la misma demanda (trabajo) con que inicia la acción que produce. Son las modalidades de lo que, en otra circunstancia, se denominó el 'fetiche del fetiche de la mercancía' (Fausto). Es una representación doblemente superpuesta (valor y muerte) del trabajo, que parece pertenecer a la cosa transformada, que se figura a sí misma en mercancía. Al brillar así para quien lo produjo, ella, la mercancía, genera la negación no sólo del valor como resultado de la fuerza abstraída que cuantifica el uso, sino que sella como propia la cualidad de la vida. La modalidad de intercambio que el fetiche encuadra en la cosa lleva entonces también el valor de la muerte.

Como primer fetiche, actúa en la abstracción del carácter social del trabajo sobre la cosa, que, a su vez, está todavía doblemente superpuesta por la cualidad de la absorción negativa de lo que puede llamarse el "absoluto de la vida". Es donde se hunde, definitivamente, la negación del trabajo para transformar el mundo. Como mercancía, la cosa pretende brillar en sí misma, pero, en realidad, se traga el trabajo y ahora también la vida de quien, hace un momento, todavía actuaba (trabajaba) para hacerla brillar como valor. En otras palabras, el valor resplandece doblemente poderoso en su pantalla vacía para quienes, simultáneamente, por la enajenación de la vida y del trabajo, jamás serán dueños de la cosa como propia.

Si el trabajo y su cosificación en mercancía implican la muerte, ¿cuál es el estatuto ético de este trabajo? ¿Cómo planificar el trabajo necesario si la racionalidad para la disposición de su fuerza en la transformación de la materia descansa en un valor absoluto que se le escapa, la vida? Se niega así la esencia de esta fuerza de trabajo: la de la individualidad, como vida, a través de la cual se expresa en la cosa. Es a través del terror que, socialmente, tal disposición puede prosperar. En su formación sistemática para generar valor conduce a una formación totalitaria encerrada en el sinsentido destructivo en el que no está directamente en juego el sistema estándar de intercambio capitalista, al menos si lo desligamos de la estructura del trabajo en los campos de concentración.

La dialéctica del valor en la mercancía se tornaría entonces 'salvaje', torcida por la incorporación cosificada del valor-muerte, nuevo fetiche que trae el brillo de la mercancía. Cuanto más cerca está la muerte de su cara de valor, y cuanto más inmediata es su conciencia, más 'salvaje' es la mercancía (y el tipo capitalista) en su interacción en la supresión de la voluntad en el modo de dominación totalitaria, en su ataque a la naturaleza humana espontánea. acción, a lo que el sujeto tiene de más íntimo en su ser en el mundo, que es su propia individualidad como vida. De ahí la sensación de la obra como abstracción que toca un absoluto de cualidad, cuando se realiza bajo la acción que es el mal radical, carne viva hecha muerta para incorporar valor en ella, oa través de ella. Al incluir la dimensión social del exterminio y la muerte en la demanda de realización del valor del trabajo, la transformación de la mercancía a través de la muerte se vincula con la red de terror y tiranía que caracteriza al régimen totalitario. La diferencia de cualidad que se establece cuando la vida se incluye en el proceso de negación de la cosa a través del trabajo, marca una especie de terror que envuelve al mal en la acción de exterminio, un mal que Hannah Arendt supo llamar 'radical', cuando es absoluto en su ser, o 'banal', cuando prevalece en su abominable reproductibilidad.

El sesgo que valida el genocidio (el chasquido de dedos de Thanus-Bolsonaro) está vinculado a los regímenes totalitarios, en sus diversas matices. Pensadores como Hannah Arendt, Claude Lefort o, en Brasil, Ruy Fausto, tematizaron la cuestión del genocidio como el reverso del terror en la lógica excluyente que acepta la violencia, moneda corriente en el totalitarismo. Esta preocupación trae en su núcleo el desafío ético que sitúa el uso de la violencia (y también la posibilidad de su negación) como una necesidad histórica. Ella, la violencia, incluso si apunta a la afirmación de lo humano a través de la represión, en un movimiento dialéctico hacia delante y pospuesto, converge en la negación de esta humanidad. La oposición a la violencia, como medio o como fin, debe hacerse en la previsión, o predicción, de que ya hay un camino trazado antes en la historia y que condujo a constelaciones de exterminio con amplitud horizontal. Llevar el valor de la individualidad a la práctica humana, como punto absoluto de libertad, implica abandonar las ambiciones de explicación total del sentido de la historia. En su lugar, hay formas autónomas de un humanismo objetivo volcado a las ambigüedades de la experiencia que incorporan la indeterminación de la voluntad como espontaneidad.

Frente a la violencia como estrategia, la cuestión de la democracia se sitúa en el espacio del propio cuerpo político. Es un valor propio que puede desplegarse en las formas institucionales de tolerancia real de lo contradictorio. Ella, la democracia, está enredada en la cuestión de los valores humanos, ya que sufre los dilemas de la abstracción en sus fundamentos. En la controversia de la necesidad, a veces se niega como fin (propósito) y luego pasa a responder unilateralmente a particularidades históricas, muchas veces reducidas a modelos que tienen como eje la reivindicación social-igualitaria. Al responder a una concepción 'escénica', o evolutiva, adquiere, por el objetivo social previo que se plantea, la visión de sí mismo como conclusión en una provisión pospuesta, de una cierta manera mesiánica que tiende peligrosamente a imponer un explicación 'total' de la historia, que fácilmente resulta en un gobierno totalitario. De manera hegeliana, trae una especie de autoconciencia del hombre que tiende a la necesidad al vislumbrar el final de la prehistoria que, en la puerta de entrada de la realización del espíritu absoluto, se enfrenta a la posibilidad de materializarse socialmente, en un atajo. Es una visión negadora, que apuesta la preservación de los derechos a la supresión de la 'humanidad', expresada en la violencia contra los demás, para afirmar su momento necesario. Esta necesidad, sin embargo, ya ha mostrado su capacidad para salir del lastre totalitario y consumirse en el propósito mismo del terror que instaura. La violencia histórica, la violencia de las revoluciones y convulsiones sociales, tiende a transformar la realización objetiva transitoria en un fin en sí mismo, al servicio de las demandas que pueden generar tanto el totalitarismo igualitario, como otras abstracciones más nocivas, como la nación o la raza. Horizontalmente, tuvo en el pasado y lo mantiene en el presente, una sábana corrida de barbarie. Así son los escombros que caen sobre el ángel en la metáfora de Benjamín: en el momento en que cree que ya está tocando el brillo de delante, descubre que mira hacia atrás y acaba siendo golpeado por el viento que viene por detrás y lo pisotea. el camino llamado historia.

2.

La cuestión de la relevancia de los regímenes totalitarios del siglo XX, en su diversidad, surge en el Brasil contemporáneo. Asistimos a la arrogancia de una personalidad de tipo tirano que afirma, sin remordimientos, una demanda genocida como banalidad cotidiana, sumada a un discurso con claros tintes totalitarios. Son tentaciones que se configuran en un modelo político de sesgo autoritario de derecha, que busca el aterrizaje institucional. Es una constelación social que tiene raíces comunes con las analizadas por los autores mencionados, pero que tiene especificidades contemporáneas. Estos se pueden definir en un dúo de determinaciones que interactúan: por un lado, una estructura nepotista/corporativista que vuelve la política a favor. Por otro lado, la contraparte fundamentalista-religiosa y miliciana-policial, que permite el ejercicio efectivo del poder. Ambos se articulan a través de un fuerte apoyo mediático en las redes digitales, representando quizás la principal innovación de su constelación. En esencia, prevén el dominio progresivo del Estado brasileño por parte del bolsonarismo, apoyado por una capa administrativa burocrática que absorbe el estamento militar en diferentes niveles administrativos.

La primera estructura del dúo, la pata 'nepotista/corporativista', se expresa en la tradición del clientelismo, de raíz 'cordial', como bien la define Sergio Buarque de Holanda. Se trata de la superposición de la dimensión privada en instancias públicas por el nivel de familia extensa del clan. Un clan, en el sentido más amplio de la palabra, con un conocido patrón de uso de recursos públicos para beneficio privado. Está compuesta por el núcleo familiar Bolsonaro y sus compinches y actúa repartiendo favores y proyectándose, a trancas y apuros, en formatos impersonales y ultramodernos de reproducción del capital. De una manera claramente desigual, propia del capitalismo tardío, se establecieron en lo que llegó a constituir uno de los diez mayores centros de generación de riqueza del planeta. Presenta una contradicción, pero no del todo extraña. También se dan relaciones desiguales entre los lazos corporativos en el seno del poder nazi y las estructuras de capital que, buscando la estabilidad en la Alemania de los años 1930, se acoplaron y supieron realizarse a través de la dominación totalitaria.

Se puede señalar que faltan otras capas de apoyo, tradicionales a los regímenes autoritarios clásicos: ya sea en la forma de partidos políticos de masas, o en el modelo de apoyo popular a través de la mediación de una estructura sindical, o corporaciones, como en más fascismo clásico. Llama la atención, y en esto quizás haya una coincidencia con la modalidad totalitaria, la negación bolsonarista de la estructura partidaria y el intento de vinculación directa (ahora a través de medios digitales) con franjas sociales marginales de las masas, audiencia preferida de sus ' movimienot'. El núcleo bolsonarista llega a los sectores más resentidos y abandonados de la pequeña burguesía urbana, aunque también atrae a cierta clase media alta, con valores tradicionales. El paso hacia la masa dispersa de desposeídos y miserables parece ser cada vez más central. A través de la introducción del vínculo asistencial, estos comienzan a verse afectados en el campo ideológico.

El discurso religioso de corte fundamentalista sirve de eje sobre el cual los huérfanos de la modernidad resisten, intranquilos, la progresiva afirmación del entramado que se respira, al menos desde la década de 1960, en torno a nuevas categorías de derechos humanos, como los derechos de las mujeres (que contienen la cuestión del aborto y la planificación familiar); derechos de las minorías étnicas (incluida la negación del racismo y los derechos indígenas) y de género sexual (LGBT); temas aduaneros como legalización de drogas blandas; valores sustentados en metodología científica (vacunas, calentamiento global); cuestiones ambientales y desarrollo sostenible; nuevas pedagogías; resistencia a una expresión artística más libertaria.

La definición de la personalidad ideológica más característica del bolsonarismo se revela en el polo fundamentalista/miliciano y es eficaz en oposición al horizonte moderno. Se establece por oposición, a través de designaciones abstractas, que recogen contenido por oposición, fijando designaciones sintéticas vaciadas de su significado original, como el nombre 'comunista', el 'kit gay', la 'botella erótica', acusaciones de pederastia, etc. . Consume así discursos heterogéneos, en una negación unificada por sustrato que trae la explicación total del mundo. Es un 'supersentido' horizontal que universaliza proposiciones ya cerradas en sí mismas, con su propia gravedad, y que mezclan muy rápidamente fantasía y comprensión. En este sentido, incorporan la defensa de la violencia y sus representaciones más inmediatas, como la respuesta con armas de fuego, los grupos paramilitares de exterminio, la tortura, los linchamientos (virtuales o reales), y otras representaciones de la muerte como el símbolo del cuchillo en la calavera, insignia reciclada de las milicias nazis de las SS directamente encargadas de las acciones de exterminio.

En una comparación con el horizonte ideológico del régimen totalitario nazi, el discurso basado en escalas raciales y la centralización de la dimensión conspirativa en el antisemitismo están ausentes como elemento de movilización. Al tema del prejuicio racial se opone ahora la afirmación étnica, que emerge como una agenda contemporánea avanzada en la lucha por políticas de acción afirmativa. Esta agenda plantea la preocupación por la ocupación, con un origen étnico, del 'lugar del discurso', reemplazando, al menos parcialmente, a la conciencia blanca ilustrada (aunque bien intencionada y enunciando una posición progresista), que tradicionalmente llena el horizonte sin dejar espacio a la diversidad.

El discurso expansionista tradicional, más agresivo, nacionalista o pannacionalista, tampoco es central en la nueva constelación totalitaria. El antisemitismo, cuando aparece, a imitación del original, es rápidamente reprimido. Lo que sobrevive en el campo de las formaciones totalitarias es el discurso de la vinculación directa con las masas y su movilización como medio de legitimación, prescindiendo de las formaciones partidarias y del parlamento. La coincidencia totalitaria también es clara en el énfasis en la defensa armada, base de un régimen de terror, ya sea en la exaltación del exterminio y la tortura, ya sea en la acción explícita o encubierta de las milicias que la operacionalizan.

El rostro miliciano del bolsonarismo asume la elegía de los modos de acción que apoyan el uso de la violencia y las armas. La pata militarista del bolsonarismo tiene la característica de ser milicia, con grupos armados con estructura autónoma y jefes locales interactuando entre sí. La inserción en el cuerpo del ejército está al servicio de la institucionalidad, pero, en un principio, parece no ser orgánica y hasta casi prescindible. La visión de articulación directa con las masas apoyada en la acción de milicias policiales o paramilitares (típica de los regímenes totalitarios) constituye un rasgo aterrador. Su mayor expansión, en consonancia con la ideología de la muerte y la tortura, por el símbolo de la calavera por ejemplo (usado incluso por autoridades del Ministerio de Salud), se da libremente a través de la infiltración en las policías militares estatales y grupos de milicias independientes que se vinculan a ellas. ., a menudo incorporados más tarde al marco burocrático del Estado.

El lado corporativo, la cara de la moneda nepotista, tiene una dimensión dudosa, pues está enredado en la acción liberal que vibra sin mucha convicción dentro del sistema, específicamente dirigida a la desregulación económica. Pero esta no es la conexión que da aliento a la aventura totalitaria desde cero. Bolsonaro oscila en la agenda liberal por temor a llegar a su base de apoyo en las corporaciones, en particular la policía y el ejército. Transfiere la carga de la desregulación a entidades abstractas que ahora están dotadas de competencia, o carencia de valor, alternando. Es el caso del 'Posto Ipiranga' en las acciones económicas, o la 'vieja política' en el Congreso. Se hace necesario mantener las bases corporativas y trasladar las demandas más crudas, las 'salvajes' por así decirlo, necesarias para convertir el capital en aceleración, a las fuerzas políticas partidarias con representación en el Congreso que descalifica horizontalmente. Al moverse de esta manera, no siente la necesidad de articulación para el apoyo político y utiliza libremente la agresión verbal. Puede entonces brillar ligero y suelto, como un niño irresponsable ejerciendo la presidencia, lo que parece atraer, en algún momento, la demanda más masoquista de la conciencia nacional. Este desplazamiento, en apariencia, del conjunto de fuerzas sociales y sus formaciones partidarias o de clase, es propio de líderes totalitarios que heredan su posición en un tejido social deshilachado y articulan su posición por encima del choque de las entidades que se le oponen, o lo apoyan. .

3.

El bolsonarismo hereda de la tradición totalitaria la fascinación por las masas y el ejercicio de la persuasión ideológica a través de las nuevas tecnologías de la comunicación. Históricamente, en el siglo XX, las formas espectaculares con tecnología audiovisual avanzada también estuvieron ligadas a constelaciones políticas totalitarias. Los medios digitales continúan con este aspecto, en armonía entre la negación de la individualidad y la tecnología de punta. El espectáculo audiovisual es cotidiano en el bolsonarismo, en una sociedad del espectáculo (como bien expone Guy Débord, en otra etapa) empoderada. El ciclo informativo se domina a una velocidad sin precedentes, ciertamente desconocida en las sociedades totalitarias del siglo pasado. En la etapa actual, la velocidad del ciclo, con idas y venidas recurrentes sin conexión con la objetividad, convive con la lentitud de los medios tradicionales. Estos comienzan a reproducir sin aliento los factoides, a un ritmo que no es típico de sus medios. El ciclo semanal ha quedado atrás por mucho tiempo, provocando la quiebra de los medios de revista que estaban vinculados a él. El ciclo diario también se ha pasado por alto, lo que ha dado lugar a formas mixtas. Éstos permiten titulares matutinos, una especie de resumen del día anterior, con acompañamientos progresivos, en un ritmo acelerado que sigue a la inmediatez y que lleva consigo, en la reivindicación de lo inmediato, el formato esencial para los nuevos medios, que es que de repetición

Es a través de los diversos mecanismos de repetición que la dilución de la objetividad se concreta en discursos fantasiosos o exóticos. La repetición acelerada se interrumpe en un punto aleatorio que luego toma objetividad y cristaliza, al mismo tiempo que abre el formato para un nuevo ciclo, en el que se constituye nuevamente la falsa unidad. Así, se da densidad autónoma a enunciados vacíos que se superponen y alternan, buscando siempre un lugar bajo el sol en las redes sociales para fundar un nuevo y breve ciclo que, a su vez, pronto se extingue. Los breves ciclos creados desde el exterior hacia el interior del sistema, pero emergentes como nativos de la objetividad, cada vez más breves en busca de la hegemonía, se denominan falso noticias.

El nuevo autoritarismo de derecha de derivación totalitaria respira de manera integrada en este movimiento. Hace su dominio en la proliferación de esquemas que implican la aceleración y cristalización del ciclo, mediante el uso de robots para desencadenar mensajes o expansiones de contenido centralizado en formato piramidal. Las formaciones totalitarias del siglo pasado siempre han tenido fuertes vínculos con los nuevos dispositivos tecnológicos mediáticos, y el nuevo orden no escapa a esta regla. Fue el caso del cine y la radio cuando se convirtieron en una herramienta de los regímenes totalitarios en la década de 1930. Ahora, las composiciones totalitarias vuelven a articularse en primer plano con la tecnología digital, integradas como medios en las redes sociales. La articulación fue bastante rápida y sorpresiva, tomando por sorpresa a las formaciones políticas tradicionales, progresistas o no. Estos, vinculados a las instituciones republicanas, o a los círculos sindicales, debieron adaptarse rápidamente para sobrevivir y lograr oponerse al fantasioso discurso conspirador en su forma de noticias falsas, a la velocidad de su reproducción.

La gama de fantasía exógena, o exótica, separada de la objetividad por la creencia, crea una capa propia que atrae y colapsa la comprensión. El campo absoluto de la voluntad como fe atraviesa e incorpora la totalidad, asumiéndose como explicación del mundo. Figura también como una objetividad desplazada, emancipada de la experiencia y la realidad. Las nuevas formas de discurso producidas en las instancias mediáticas apropiadas por la derecha sorprenden por su capacidad de generar esta capa de creencias dispersas en todas direcciones, desafiando el sentido común. Incluso afectan a paradigmas científicos absorbidos hace siglos, como la negación del terraplanismo, la negación de las vacunas, el evolucionismo biológico, las eras geológicas, etc. A partir de la primera negación fantasiosa, la objetividad se ve socavada en una serie, básicamente retórica, que se sucede a partir de la 'irresistible fuerza de la lógica', encerrada en sí misma y retroalimentando la idea que acaba sucumbiendo a este movimiento, corroída desde dentro. . Las redes sociales digitales son el medio tecnológico perfecto para la sucesión acelerada necesaria para este socavamiento, en el que la rápida rotación de argumentos presta fuerza a la velocidad.

Alternándose constantemente, los argumentos comienzan a exhibir una fuerza absoluta en su breve resplandor, huyendo de la argumentación. Más ampliamente, reproducen el sistema de ciclos mediáticos descrito, sin necesidad de un nivel básico de referencia objetiva común. Se abre entonces el abismo vacío de la desconfianza, ocupado por todo tipo de teorías conspirativas negacionistas, ya sea en el campo más volátil de la narrativa política o, como novedad, atacando metodologías propias de las ciencias 'duras'. La recurrencia a una instancia metafísica sobrenatural parece inherente a todo. Entra en la conciencia como un zumbido, traído por una disposición proposicional derivada falsa, que parece servir como una inferencia, pero está ligada a un argumento externo supremo (el 'super-sentido'). A algunos interlocutores les cuesta aceptar esta nueva realidad y acaban pisoteados por un argumento que parece vacío de contenido, pero que muestra peligrosamente fuerza retórica al dar vueltas en la superficie y alojarse en la voluntad secuestrada por la fe.

Aquí se revela plenamente el sesgo fundamentalista que señalamos como la contracara del militarismo bolsonarista. La referencia al universo religioso se articula en torno a lo que se denomina 'fe', sirviendo de centro de gravedad a las volátiles disposiciones discursivas de la centrífuga mediática acelerada. De esta manera, se obtiene un régimen artificial en las articulaciones ideológicas que se diferencia, en su consistencia, del que estaba vigente antes de la expansión de la sociabilidad digital. La fe, la volatilidad de la creencia que encarna la razón superpuesta a la voluntad, sirve para sustituir ese primer nivel común de objetividad que, desde el régimen de la Ilustración, se había establecido como referencia, incluso como negación. El vigor del nuevo régimen de 'objetividad exógena desligada de la experiencia' cristaliza a partir de mediados de la década de 2010, con la universalización de dispositivos tecnológicos móviles e individualizados que tienen gran capacidad de comunicación en formatos orales, escritos y también audiovisuales.

Podemos decir que su expansión horizontal, en sustitución de dispositivos digitales fijos y más pesados, se da en simultaneidad histórica con el ascenso progresivo de nuevas formaciones sociales con aspiraciones totalitarias. Nuestro punto, por lo tanto, es que, formando el bolsonarismo, la capa fundamentalista integrada en los medios digitales se suma a los grupos burocráticos corporativistas/militares y la articulación nepotista. Así se regocijan los leales seguidores que, además del campo ideológico, también están armados para un efectivo apoyo en forma de milicias. Al mismo tiempo, la rotación de capitales se mantiene a su velocidad de crucero (aún más floja de los lazos sociales vinculados a los derechos laborales históricos), completando el marco de apoyo. Un entramado que se maneja a través de una agenda costumbrista extremadamente conservadora, integrada al discurso alucinatorio de la no objetividad secuestrada de la experiencia.

4.

El contenido de este discurso tiene su articulación más sostenida en los nuevos 'pensadores enloquecidos' del objetivismo frío. Buscan un puente conceptual exótico, basado en un universo mítico con tintes de historia de la filosofía, queriendo adquirir respetabilidad a través del delirio de los nombres. Así, logran discutir con las estrategias retóricas del modo repetido, que los nuevos medios traen en su constitución. A partir de este punto se trasladan a alturas inefables que se fijan en las nubes de las ideas. La reiteración vacía es la que da ímpetu a las malas intenciones de las proposiciones desplazadas, los discursos hiperbólicos, las acusaciones persecutorias y las falsas inferencias paradójicas.

Olavo de Carvalho es el más conocido de los sofistas, no solo por su capacidad para conseguir aliados en puestos clave del estado brasileño contemporáneo, sino también por sus aspiraciones de ser un gran pensador. Los burócratas de la administración bolsonarista reverberan y actualizan formulaciones fantasiosas de pensamiento audaz en el negacionismo. Sus ideas respiran en una ametralladora rotatoria desorganizada, blancos fáciles de alcanzar que él mismo crea como simulacros. Subrepticiamente, Carvalho da la apariencia de una progresión lógica al razonamiento, pero encierra la consecuencia en argumentos que se enlazan en una progresión paralela al tema para luego ser trasladados en bloque y superpuestos al original, heredando un paralelismo exógeno como si fuera eran intrínsecos. Los conceptos se dilatan por la repetición y quedan atrapados en un sistema de pequeños sofismas desplazados que acaban socavando la red original, de forma que se libera de la razón. Son las formas de deducción lógica vacía que, ligando estrechamente la idea al desarrollo de la premisa, no admiten un argumento crítico fuera de la acusación o el insulto.

Así, se le permite sostener, con oídos sordos, falacias como el terralismo plano (y 'la tierra no se mueve'), o presentar 'pruebas definitivas' en un cuestionamiento subrepticio del heliocentrismo. Estas son las mismas estructuras retóricas que sirven de base para la defensa de la violencia y que llegan al argumento propositivo de la tortura en la negación de derechos. El uso repetido de la blasfemia es un ejemplo de este espacio abierto en el discurso de la nueva retórica. Unido a la pulsión irracional agresiva, escapa al espacio cadencioso de la sintaxis en el que los argumentos se cruzan con el juego dialéctico. Explora así la posición que le otorga este absoluto de intensa expresión, queriendo heredar la autoridad a través de la jerga baja, ignorando los percances naturales del debate proposicional.

El pensamiento y la práctica de Carvalho son significativos en la nueva derecha autoritaria brasileña, surgiendo como de la nada a principios del nuevo milenio, sin una huella previa muy clara. Pero se compone de la vieja amargura de un aspirante a gran pensador que, aún en la década de 1990, asistió a los seminarios promovidos en el MASP y luego a los ciclos de Adauto Novaes, resentido por el desconocimiento de su elevada visión de la historia de la filosofía, que es por eso, en el momento llamado 'Señorita Rigueur' de 'La filosofía de María Antonia'. Su principal obra del momento emergente, El jardín de las aflicciones, 1995, está impregnado de diatribas contra la colección 'Os Pensadores' de la Editora Abril y las conferencias del MASP/Novaes, centrándose en la persona que acredita como mentor, José Américo Motta Pessanha. El sorprendente éxito de público de una colección de textos clásicos originales sobre filosofía suscita y angustia el deseo de reconocimiento negado, que aparece en la retórica agresiva de El jardin. Superponiendo Pessanha y el epicureísmo, basado en la conferencia original de este último en el ciclo, encuentra espacio para dedicar la primera mitad de su libro al tema, buscando fundar una amplia negación del materialismo de Epicuro al revelar una línea evolutiva en el pensamiento filosófico que, aparentemente, solo a él se le dio el don profético de ver.

Fundamenta su discurso con el uso de los citados artificios retóricos, que explícitamente se jacta de conocer, pero que revelan, sobre todo, un dominio conceptual bastante revuelto. En él, a modo de norte, se encuentra una patética recuperación de la primera mística católica, acentuando el 'nuevo' individuo creado en los primeros siglos del cristianismo. El contacto directo con la divinidad, que la sensibilidad cristiana inauguraría con su Dios hombre, es la receta prescrita para los males de la civilización liberal-capitalista hedonista y, también, para el comunismo. Sobre una base fundamentalista, quiere recuperar el protagonismo histórico perdido de un pensamiento católico de derecha, reciclado en una nueva retórica agresiva de la persuasión, como hace tiempo que no se veía.

En la niebla de los sueños, imagina una comunidad cristiana de origen como un ideal. Se alejaría del estado y de la historia, rindiéndose culto a la conexión individual con la divinidad mediada por la inédita proximidad que proporciona la figura humana del hijo de Dios. A su alrededor, arden imperios contemporáneos que, lamentablemente, no supieron articular sus estructuras de poder temporal con el mismo éxito que la iglesia romana. La lucha es para oponerse a una conspiración masónica extemporánea, clandestina y universal. Esta conspiración, existente fuera de la iglesia, sería la responsable de las grandes dislocaciones políticas de la modernidad que se han producido desde la Revolución Francesa. La visión de la masonería opuesta a la Iglesia Católica Romana como el gran motor oculto de la historia moderna merece un capítulo aparte en el campo de los delirios persecutorios de nuestro autor. Revela los oscuros recovecos de esta mente que ejerce una fuerte influencia en el Brasil contemporáneo.

Por otro lado, el delicado Epicuro, con su telaraña tenue pero vigorosa, atraída a capturar la felicidad (eudaimonia) por placer, sorprendentemente se convierte en un objetivo prioritario para el aparato retórico reduccionista de Carvalho, siendo comparado con los manuales de la 'nueva era' que triunfaron en la década de 1980. que él visualiza, ya en la década de 1960, en clara oposición a la reivindicación fundamentalista. Es el lado 'yoga' del dúo 'yoga/commissar' (comisario en referencia a la izquierda), construido en oposición al mesianismo católico. De ahí, de un salto, llegamos a la atomística de la física clásica de Demócrito/Epicuro, su desviación en clinamen, llegando, en un mismo aliento, a la línea divisoria con Marx y las desgracias del comunismo, la desvergüenza de los filósofos libertinos, el soplo de Nietzsche etc, todo atravesado con la hermenéutica superficial que le es característica.

Lo que más le molesta de Epicuro (además del trampolín para desahogar su resentimiento contra Pessanha) no es el materialismo como abominable tendencia oculta de la filosofía, sino su rechazo a la dimensión mística como receta para la saciedad del espíritu. Epicuro, al negar el temor y la condescendencia derivados de la alabanza de las deidades, da cabida a una afirmación de la voluntad de sí que escapa al dominio de los afectos restrictivos que, en el futuro, se configurarían en torno a la culpa y la contrición en la misericordia cristiana. En la acusación de proximidad entre el epicureísmo y la New Age, en la reducción de esta aproximación, es la crítica a la mística manual de su pensamiento (y de su carrera abandonada como astrólogo) la que da en el blanco.

Volvemos a encontrar expuesta en su filósofo de turno la pata fundamentalista del bolsonarismo y la forma ideológica de la mística contemporánea que sustenta su aliento totalitario. Es la necesidad de voluntad secuestrada en la exaltación de la 'fe' la que tira de la cuerda de la lógica persuasiva que importa en su pensamiento y sostiene la retórica resentida. Carvalho aterrorizó a un 'jardín de las delicias' epicúreo corrompiendo y vaciando las exigencias de un fundamentalismo cristiano alimentado por el secuestro de la voluntad espontánea y la autonomía de la individualidad. La afirmación epicúrea, contra la que lucha Carvalho, está en la línea de un pensamiento puesto en práctica fundado en una libertad autónoma del determinismo, incluidos los átomos de la materia, que se refleja en la imagen del placer liberado de las cadenas de la creencia, escapando del ser. secuestrada, desde afuera, por la exigencia del miedo místico. En este camino, el autor parece haber logrado el objetivo trazado en su obra juvenil: transformar el 'jardín de las delicias' de Epicuro en un 'jardín de aflicciones' y horrores. Siguiendo el profético título de su libro, logró imponer esta especie de 'mal absoluto' en el conjunto de la sociedad brasileña, materializado en imágenes de tumbas y múltiples cadáveres.

5.

Así, en el contexto brasileño actual, hay una división en dos polos ideológicos, ambos provenientes de la clase media, determinando campos divergentes sin perspectiva hegemónica y en conflicto entre sí. A partir de ahí, se expanden hacia los estratos más miserables o excluidos de la sociedad, reflejando una primera división en otra: la resultante de una distribución del ingreso abruptamente escalonada, compuesta sobre un amplio nivel social degradado. En el primer polo, encontramos una porción de la sociedad claramente en sintonía con la absorción, en su práctica cotidiana, de valores derivados de la 'contracultura', tal como surgieron en la década de 1960 al hedonismo libertario. El segundo polo opuesto es el polo tradicionalista, el cual está constituido por referencias culturales retrógradas en términos de costumbres. Bajo la fachada del bolsonarismo, este último convergió en una mezcla de fundamentalismo religioso y militarismo miliciano.

Del lado de la milicia este eje prevalece a través del ejercicio de la violencia, del lado fundamentalista al desligar el pensamiento de la experiencia, cooptando la voluntad y la falsa conciencia. En su acción, se instituye la política fundamentalista/miliciana, prescindiendo, en la superficie, de una estructura orgánica de partido. Conforma un 'movimiento' parainstitucional que adquiere peso gravitacional para circular libremente, respondiendo a coyunturas particulares. El horizonte fundamentalista también proporciona la base para universalizar la lógica más cruda del cuartel. Los parámetros de la intendencia militar creen poder operar en campos heterogéneos, con su propia determinación categórica, en los que los métodos de la intendencia no tienen valor, o son insignificantes. El choque con la formación militar, su prepotencia (derivada de la autoridad jerárquica que se pretende universal), implica el intento de reducir complejos saberes a la lógica limitada de la planificación material, afirmando, en la reducción a esta lógica, la misma negación de la realidad y emancipación de la experiencia. Esto conduce a desajustes de gestión, aún en curso, que provocaron los desastres conocidos, de dimensiones genocidas. Para sustentar el derrocamiento militar en la administración, la interacción fundamentalista, acoplada en las funciones de 'creencia', sirve de tapadera a un proceso lógico-deductivo vacío.

El tipo irracional de creencia en la 'cloroquina' es el mismo tipo de creencia que subyace a la motivación para la acción en el discurso fundamentalista. Es interesante señalar que este eje, que ahora es nuclear, aún estaba ausente en el modelo ideológico militarista anterior, el de la época del 'Brasil Grande'. La evidencia del fracaso escapa a la vieja censura directa, pero adquiere su fantasía exógena a través del giro dinámico que analizamos más arriba en el giro digital. Es lo que permite que la estructuración lógico-deductiva despegue literalmente, transformada en pensamiento independiente de la experiencia y el sentido común. En el caso brasileño, su intensidad se revela plenamente desde principios del milenio en las características fantasiosas del discurso popular, incluso antes de la centrifugación digital (basta ver santo fuerte/1999, de Eduardo Coutinho, para vislumbrar la intensa presencia y alcance del discurso 'creencia'). La novedad, ahora, está en haber alcanzado, como fuerza dominante, el núcleo central del poder en la república, dándole soporte en un nuevo formato.

En el lado opuesto, en conflicto con el horizonte fundamentalista-militarista, está lo que ya hemos analizado como polo progresista: las demandas sociales de la nueva individualidad que, al afirmarse, se oponen a la exótica argumentación fantasiosa y a la dilución de la yo en la rueda niveladora de la creencia. Este campo, a menudo ignorado en toda su dimensión contemporánea, surgió hace décadas con el discurso contracultural (el lado percibido del 'yoga'/epicúreo) y, progresivamente, en los últimos cincuenta años, ha ido arraigándose, en variadas síntesis, en la sociedad brasileña. . Recientemente se afirma aún más, llegando a estratos sociales donde no llegó. También tiene un impacto dominante en los principales medios no fundamentalistas y los nuevos medios en las plataformas sociales. Una división importante en relación con los medios de comunicación mayoritarios se hace hoy a partir de la frontera, a veces difusa, entre 'valores fundamentalistas' versus apertura a figurar 'valores libertarios'. Este contexto tiene su origen ubicado en las rupturas libertarias ocurridas en la década de 1960, con expresión inicial esencialmente en extractos medios de la sociedad brasileña. Lo que sorprende, llegados a este punto, es que el movimiento regresivo, abierto con la proliferación de los nuevos medios sociales, se ha integrado a la constelación fundamentalista de tal forma que ha desmantelado una hegemonía del campo libertario, que antes parecía más lineal en su progresividad.

Para concretar el horizonte, se trata, en el caso del individualismo libertario, de una reivindicación de la valoración subjetiva de la autonomía y la espontaneidad, expresada en la afirmación de los derechos humanos como espacio (un espacio entre sujetos), a preservar. en la particularidad de identidad de cada individuo. Se trata de una reivindicación de los derechos de las mujeres, relativos no sólo a su voz autónoma en el trabajo, sino a su propio cuerpo y a la preservación de su derecho a disponer de todo su ser (derecho al aborto, penalización de la violencia intrafamiliar, etc.). En la misma línea, se incluyen temas de género relacionados con la preservación de los derechos civiles de las minorías sexuales; cuestiones étnicas relacionadas con la negación de prácticas de racismo e igualdad de oportunidades, en la medida en que emergen en su especificidad, muchas veces cruzando oposiciones de clase tradicionales; la racionalidad en el trato con las drogas, como forma de luchar contra el encarcelamiento masivo que niega al individuo; la propia cuestión indígena, en la reivindicación de sus formas culturales particulares y en defensa de la ocupación territorial; el derecho a la expresión cultural de los diferentes grupos sociales minoritarios y también la creación artística libre y libertaria, evitando la censura.

La valoración de la cuestión ambiental y socioambiental pasa a primer plano junto con demandas que inciden en la supervivencia del género humano y evitan la negación del hombre, flexibilizando incluso visiones más lineales del desarrollo de las fuerzas productivas. El negacionismo ecológico cumple, en el nuevo marco emergente de discursos de raíz totalitaria, una función similar a la de formaciones anteriores por marcos ideológicos que exaltan razas o clases elegidas, destinadas a conducir la historia. Si en el centro del agujero negro en el que gira la nueva raíz totalitaria, en su huevo de serpiente por así decirlo, se encuentra la fe de tipo místico fundamentalista, su objeto privilegiado es el poder de afirmación resultante. El poder de afirmar el sentido común, negándolo a través de la lógica endógena de la creencia. Es él quien sustenta la 'ley del movimiento constante', como la llaman Faust y Arendt, que determina el gran aliento ininterrumpido que posee la renovación de la acción en las formaciones totalitarias. Poder que se basa en el delirio negacionista, ahora enfrentando de frente la destrucción de la naturaleza y de la especie, afirmándolo en éxtasis al felicitar la palabra del líder.

Las fantasías de las conspiraciones globalistas para robar la Amazonía y sus bosques son el nuevo blanco privilegiado, el nuevo Protocolos de los Sabios de Sión de la derecha brasileña con ambiciones totalitarias. Sirven el tipo de argumentación que sustenta esta ideología, reclamando siempre en el horizonte una acción renovada, un alboroto que la haga girar en la exaltación del movimiento, a partir de la negación del pensamiento. Al volcarse en el vacío de la irracionalidad, deja lugar a la necedad de la arrogancia en la práctica, al final autodestructiva, como es propia de la experiencia totalitaria. Se afirma en un espacio donde 'el lugar de las leyes positivas es ocupado por el terror total' (Arendt, Orígenes del totalitarismo), o en el vigor de la idea que empieza a vivir autónomamente en su propia lógica. Aquí se pone de manifiesto que no es la dimensión utilitaria lo que realmente interesa al régimen totalitario, sino su capacidad de pisotear la experiencia y afirmar la locura (la destrucción de la naturaleza, o la política genocida), que luego se cierra sobre sí misma y adquiere altura en exaltación por la negación colectiva del yo, integrado al poder que se ve emerger de las masas y del cual se compone su movimiento renovado. El cuerpo totalitario como negación de la individualidad se afirma en esta reconciliación en el abismo, figura tan presente como aterradora, en la primera reflexión sobre el tema en el siglo XX.

Las estructuras de reproducción de bienes con demanda genocida –producción nuclear, pesticidas, tabaco, esteroides anabólicos animales y grandes productores de proteínas, productos farmacéuticos nocivos, contaminación química– están ahora amenazadas, principalmente porque están vinculadas a métodos de producción a gran escala, para plantas industriales con tecnología avanzada que potencialmente implican una destrucción global generalizada. Las formaciones totalitarias tienden a vincularse a ellas en su discurso porque encajan en la irracionalidad de la tontería, en la que la idea vacía recurre sólo para mostrar su autoridad en la venganza por exaltación. El genocidio encaja en este mecanismo de realización ideológica y no retrocede generando, al final, como culminación de su evolución lineal, la supresión misma de la especie en la que paradójicamente sitúa a quienes lo realizan actuando. Pero no hay contradicción en la paradoja, ya que es congruente con el tipo de ley de movimiento que la forma política totalitaria exige para su realización, en la que brilla el orgullo en la irrefutabilidad de la creencia junto con el 'desprecio totalitario por la realidad' (Arendt , Orígenes).

No es la extinción del bosque para el uso de la agroindustria, incluso en su dudosa utilidad, lo que está en juego en el frente de la demanda de destrucción. Puede entonces ser contradicho a su afirmación por políticas de posicionamiento internacional, por ejemplo, que chocan con la realización inicial. El núcleo de la acción no está ahí, en el logro utilitario, aunque sea la ganancia. Su demanda se canaliza en la acción de quemar, o destruir, con una exaltación del sesgo ideológico, permitiéndole afirmar el sentimiento de libertad que proviene de soltarse la camisa de fuerza del proceso argumentativo, a cambio de una explicación total del mundo. . Es la lógica endógena del pensamiento exótico fantasioso que brilla en su base. Para ello, este pensamiento niega el 'estar solo' independiente, propio de la individualidad, para realizarse como un ser en 'compartir' pero de impersonalidad, especie de mundanalidad que se afirma en medio de otra 'soledad', realizada en la negación del "yo" que se desvanece en el espíritu de la masa.

Es esta incorporación la que permite la destrucción de la experiencia del yo que, como libertad, afirma la existencia auténtica en la vida cotidiana. Lo que cuenta es la sensación de poder, o de amortiguamiento, que la reiteración de la tonta afirmación proporciona más allá de la evidencia. Esto ocurre en enunciados menos sofisticados, como el terralismo plano, o en la estampación de estrategias de terror, como la calavera en el discurso de las milicias. Es el mismo formato de lógica cerrada que sustenta el deleite en el razonamiento que se borra para sellar la pertenencia a una comunidad mayor, que afirma compartir en el supersentido, expresado en la pertenencia a la colectividad del 'mito'. El fundamento de la acción es de carácter colectivo y en ella el sujeto accede a congregarse de forma anónima, dispuesto a poner en bandeja su individualidad.

La composición ideológica que diluye la dimensión pragmática por exaltación, en la creencia de la raza, o de la historia, muchas veces camina ciegamente hacia su propia autodestrucción. Ya ha sido analizado en la debacle de los regímenes totalitarios y los grandes genocidios que se originaron en la década de 1930 y corre el riesgo de repetirse. Vivimos en un nuevo ciclo que, si hasta ahora no ha florecido plenamente en el horror, tiene claras raíces en este suelo, cambiando las modalidades que lo sustentaban en los nuevos formatos del fundamentalismo digital, permitiendo afirmar irracionalmente la destrucción de la naturaleza. Es ella, esta destrucción, la que ahora congrega el absurdo pensamiento mágico. Es lo que vino a sustituir a los viejos blancos a exterminar, el enemigo racial, nacional o de clase, como bien definió Arendt el giro de las formaciones totalitarias en su tiempo, respira nuestro cuerpo social y que antaño nutrió la 'locura de las sociedades totalitarias' en su mayor florecimiento.

El nuevo soplo del movimiento totalitario que hoy sentimos en el aire aún no ha llegado a su punto de condensación. Es cuestionado, o negado, con fuerza en varios frentes, particularmente por el discurso que mencionamos, que se originó en la contracultura. Reúne, hoy, en primer plano, acciones de valorización de las minorías étnicas y de género, excluidas del sistema del capital y del gran estado que se doblegó a las derivaciones totalitarias. En el campo progresista, las políticas afirmativas están logrando trasladar, de manera concreta, el lugar de la voz más allá de los puntos que tradicionalmente ocupan las clases medias ilustradas. La oposición más directa al delirio totalitario radica en este pronunciamiento político de trasfondo libertario, heredero de las mejores tradiciones humanistas que vino a representar el contexto inicial de la contracultura hace décadas. Actualmente, en su eje, también se demanda frenar la visión desarrollista de crecimiento y productivismo económico lineal, que lleve a un cambio en el patrón de consumo, principalmente el sin reciclaje en los países centrales, con el fin de preservar la integridad del planeta. amenazados por la realidad del calentamiento global. Es significativo que estos valores vengan a formar la primera línea en el choque con el lado más truculento del nuevo autoritarismo y reciban, sin doblegarse -porque su tronco también es fuerte-, la carga frontal opositora. Carga que se manifiesta en los recurrentes conflictos ideológicos que hoy afectan a sectores centrales del Estado brasileño, principalmente los vinculados al medio ambiente, la educación, la cultura, las relaciones internacionales y los derechos de las minorías y de las mujeres. La nueva figuración de la lucha ideológica en el siglo XXI tiene un punto privilegiado en el choque entre los efluvios totalitarios conservadores y las nuevas fuerzas democráticas que vienen a tener, en el contexto mencionado, su primera línea ideológica. En términos más generales, no se debe ignorar la preocupación unionista, aún con gran repercusión en la clase media progresista, que trae consigo su clásico motor histórico –principalmente porque se refleja en un país con un fuerte cambio en la distribución del ingreso y falta de estándares para oportunidades que permitan desafiar situaciones de pobreza generalizada en nuestra sociedad.

Las “pulsiones de egoísmo y agresividad” (Faust), o el “mal radical” de la “individualidad muerta” (Arendt), propias del ejercicio del terror en el trasfondo violento del ser humano en sociedad, deben ser de algún modo controladas por la mediación de estructuras sociales que preservan derechos que van más allá de una demanda de resultados sociales inmediatos. Incluida en este aspecto estaría la defensa de las llamadas estructuras formales de la democracia, a veces relegadas a un segundo plano porque no pueden ser operativizadas por una función 'histórica' mayor. A la hora de gestionar la renovación democrática del poder, que debe ser constante al interior del Estado, es fundamental que se brinden instrumentos de defensa para bloquear también las deformaciones de expansión burocrática, de tipo militar o corporativista. Mecanismos que salvaguarden la individualidad y eviten su destrucción. La diversidad, frente a la violencia totalitaria, no puede ser un medio para un proceso finalista mayor, un proyecto de humanidad a realizar en el camino de la postergación y el futuro. Por el contrario, es el fin en sí mismo de la transformación, que tiene en el presente ejercicio su incorporación a las oposiciones de un modo que puede llamarse 'democrático'.

Los "impulsos egoístas" de la agresividad humana que son liberados por la subjetividad valorada también gestionan la reproducción de la mercancía y, por lo tanto, no pueden dejarse libres en el ámbito de la libertad. Es importante, sin embargo, que sus frenos no acaben alcanzando otras modalidades de realización del sujeto en la esfera pública. Estos frenos no pueden articularse sólo en la negación, bajo la forma de un sistema con porciones estancas, toleradas para imponer prioridades distributivas en el conjunto del tejido social. Los controles para sofocar, o reprimir, al 'hombre primate' del capitalismo 'salvaje', modalidad adjetiva extrema de un modo de producción, deben dejar amplio espacio para que la individualidad respire la voluntad de su poder. Las estructuras sociales frente a las formaciones del totalitarismo deben traer, por tanto, como horizonte inherente, la negación de la violencia inhumana en cualquiera de sus demandas. Son normas éticas que se pueden afirmar sin necesidad de reducir o negar la diversidad y tensión política de lo contradictorio, preservando el espacio de la espontaneidad como libertad. Su afirmación pasa, hoy, por el desmoronamiento que revela nuevas configuraciones totalitarias, que, en un principio, pueden parecer inocuas, pero que llevan, en el tejido de su identidad, el yugo de la historia con sus fallidos edificios llenos de muerte y tragedia.

*Fernão Pessoa Ramos, sociólogo, es profesor del Instituto de Artes de la UNICAMP. Autor, entre otros libros, de La imagen-cámara (Papiro).

Para leer la primera parte ir a https://dpp.cce.myftpupload.com/thanos-bolsonaro-e-o-trabalho-da-morte/

 

 

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