por LUIZ ROBERTO ALVÉS*
La importancia de la memoria del Holocausto y la responsabilidad de recordar las atrocidades cometidas para evitar que vuelvan a ocurrir
Una visita a Yad Vashem, el Museo Judío del Holocausto en Jerusalén, sin duda trae a la mente muchas conexiones con la memoria. Tenemos la muerte en nuestros cuerpos cambiantes, en el cruce de nuestros seres queridos, en los recuerdos amargos de los amigos y en los ejercicios bestiales de la guerra. Mi visita a ese Memorial –allá por los años 1970– me animó a delimitar el espacio, pues afuera hacía sol y caminar por su interior parecía llevarme a lo insondable.
Tal vez porque estaba acostumbrado a leer textos de Medio Oriente y de literatura hebrea y judía, me encontraba atrapado entre mirar los nombres y los muertos del nazismo y los cuerpos que habitaban historias, cuentos, novelas y poemas, que tenían algo de memoria desgarrada, de dolor de pérdida, recuerdos que hablaban de un mal descontrolado y de preguntas sin respuesta. De hecho, la pregunta inevitable que surgía aquí y allá era la infantil: ¿Por qué? ¿Por qué?
Hoy pienso que debo haber inventado un mundo que permeó Yad Vashem y se mezcló con el dolor y las muertes que conocí, así como las que aún viviría. Aunque infinitamente más pequeños que el dolor de las personas violadas en Auschwitz (a quienes también conocí después y donde sentí lo insondable), eran míos, reales e imaginarios, a los 30 años.
Debo haber estado, como dice Carlos Drummond, “disperso y ante fronteras” para la imaginación de la visita. El memorial, que es museo, biblioteca, escuela, centro de investigación, instituto, árboles memoriales, etc. (y por tanto es un pedacito del mundo) tiene su nombre basado en un texto del profeta Isaías 56:5 y por tanto conlleva una responsabilidad ante el mundo, este mundo calculador que se mata matando y olvida los nombres y los muertos para garantizar nuevos hechos de dolor y muerte en otros tiempos y lugares.
Ese monumento podría ser transportado a través de la Tierra y, a su regreso a Jerusalén, estaría aún más cargado de respeto vital, de nuevos pilares de memoria y de los sentimientos mundanos de millones, tal vez miles de millones de personas. Si volviera a visitarlo, necesitaría tener mucha más fuerza para organizar el movimiento del dolor y de la muerte. Quizás no pude.
Este testimonio reafirma mi respeto vital por Yad Vashem/Holocausto, incomparable e ineludible como recuerdo del dolor. Por eso, en tiempos en que la vida se trivializa, resulta indefendible. En vano se preguntará si este monumento no tiene nada que ver con el fenómeno A o B del presente, o del pasado, quizá del futuro…
¿Cómo puedes sugerir esto cuando todo el mundo está armado con lenguajes programados? También se arma de valor quien propone no comparar, o peor aún, no suponer analogías entre el Holocausto judío y los fenómenos A o B. Además, al profundizar en el valor de la incomparabilidad, Yad Vashem/Holocausto no tiene nada que ver con el actual gobierno de Israel, banal, sarcástico, incompetente y reaccionario. Su primer ministro se libra de ser acusado e incluso de ser castigado internamente; Así que no tiene nada que ver con el mundo conmemorativo colocado en el Monte del Recuerdo.
Más allá de las analogías, lo que es posible y deseable es dar testimonio, como lo hicieron los sobrevivientes del Holocausto, cuyos discursos y textos no se centraron en comparaciones o analogías sino en la imagen del dolor, la aflicción, el hambre y el desenfreno creados por los asesinos nazis y fascistas y su cadena logística de muerte. En esos testimonios, la imaginación también lleva al dolor y a la muerte de gitanos, homosexuales, activistas políticos, prisioneros de guerra, gitanos, discapacitados y personas diferentes.
No hay, pues, ningún temor contemporáneo ante la búsqueda mundial de Diversidad. Le dispararon durante el Holocausto y su recuerdo no produjo la buena cicatriz que conduce a la curación. Quedó abierto. Está abierto. Esto es lo que han testimoniado la literatura, los poemas, los cuentos y los casos, algunos de los cuales configuraron la extrañeza de mi recuerdo durante mi visita al Memorial.
En la dimensión del testimonio/testimonio, un acto radical de ver, el mundo contado y narrado por Yad Vashem gana el estatus de una voluntad de valor, un acto perfecto de la persona que, a través de la vista y la memoria, busca encontrar en el fenómeno de esa guerra, de esas tierras europeas, de esos tiempos y de esos procedimientos asesinos un conjunto de actitudes humanas que habrá que superar y derrotar, como nunca serán olvidadas. En este sentido, el olvido está empezando a morir. Y que los jardines de Finzi Contini sean siempre releídos.
Yad Vashem no es un lugar para hacer comparaciones, pero ciertamente se da el derecho a hacerlo. Siempre he estado entre los que no lo hacen, porque he visto allí el mundo concreto de la muerte que interpela a las mismas personas que crearon el memorial, me interpela a mí, interpela a la vida, interpela a todos. No se cuestiona a Israel en particular, ya que el Memorial se convierte en el mundo en la memoria del visitante comprometido con la memoria. Ese tiempo, esos muertos, esos asesinos en esos lugares metaforizan lo que las manos del mundo pueden hacer.
Por lo tanto, el nazismo y el fascismo deben ser profundamente delimitados y caracterizados por la mejor ciencia y un conocimiento preciso. Para muchos son necesarios testimonios para que las memorias intercambien significados y enuncien la precisión del mal y las formas de sus desgracias. Pero el cuestionamiento que se extrae del Memorial tampoco hace listas de males y muertes, pues es probable que salgamos del Memorial interrogados para siempre como alguien que crea una nueva responsabilidad, añadida a las otras que ya tenemos o teníamos. Se trata de la memoria activa frente al mal. Si bien esta memoria activa aún carece de teoría y práctica, es sin embargo a esta memoria a la que se dirige el Yad Vashem del Holocausto.
* Luis Roberto Alves Es profesor investigador de la Facultad de Comunicaciones y Artes de la Universidad de São Paulo y miembro de la Cátedra Alfredo Bosi del Instituto de Estudios Avanzados de la USP. Autor, entre otros libros, de Construir currículos, capacitar personas y construir comunidades educativas (Avenida) [https://amzn.to/42bMONg]
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