por VINÍCIO CARRILHO MARTÍNEZ*
La nueva normalidad es pura anormalidad
En Terra Flata, que está lejos de ser un criterio para hacer o identificar a los brasileños, muchas situaciones locas se inmortalizan en forma de memes. Hay muchas correlaciones en todo esto: casos de psiquiatría; teorías refinadas de manipulación de la conciencia; refinadas técnicas de comunicación y dominio de la psicología de masas.
Además de muchas otras configuraciones en el campo político: un resurgimiento del miedo y el pánico social (el “miedo a la muerte violenta”, como diría Thomas Hobbes), con anomia planificada que acompañan a la enorme miseria social; muchas tipicidades del fascismo, especialmente criminales, que proliferan en tiempos de redes sociales digitales; implosión de lazos sociales que reciben en movimiento casi continuo los efectos más crueles, disruptivos y bárbaros provenientes de esta fase de eterna crisis del capitalismo rentista.
A todo esto se suma el hecho de que, en Brasil y en muchos otros países, el propio poder político ha abandonado su premisa de un estado de bienestar constitucional para convertirse en un capitalismo monopolista de estado rentista. Es decir, el propio Estado rentista retira una parte importante de sus recursos a través de inversiones, especulaciones, en el mercado financiero. Un ejemplo concreto proviene de la masa de dividendos recaudados (en botín estatal) de las propias empresas públicas brasileñas –como Petrobrás, Banco do Brasil, BB Seguridade, Caixa Econômica Federal, por nombrar las más grandes– y, por lo tanto, convirtiendo la renta, dividendos, en el sistema electoral de fondos aplicado a la compra de votos con base en las llamadas ayudas financieras (“Auxílio Brasil”).
Las consecuencias son infinitas, individuales y sistémicas, ya que los individuos, sus familias y la sociedad sufren, enferman, empeoran o mueren –salvo excepciones que confirman la regla de dominus impuesto al menos desde 2016, con el Golpe de Estado. A partir del golpe de 2016, por ejemplo, surgen dos temas/consecuencias que están legal, política y sistémicamente interconectados – veamos un resumen, ordenado lógicamente:
(i) La Premisa Mayor marca el Golpe de Estado de 2016. Pues bien, ¿cómo evaluar, salvaguardar, el Estado Democrático de Derecho, si, precisamente, sufrimos un Golpe de Estado regresivo, represivo y reactivo a la Justicia Social?
¿Cómo reconocer el “pleno funcionamiento de las instituciones” si aún estamos subyugados por las fuerzas disruptivas y destructivas de la Democracia, la Constitución, la República, la sociabilidad básica – a través de la cultura del odio social (“miedo a la muerte violenta”?
Si no hay un marco de “normalidad”, ya que el golpe de Estado contra las fuerzas políticas legítimamente juramentadas continúa, ¿qué está vigente?
(ii) Bajo la premisa menor, vemos que las condiciones estatales, políticas, jurídicas, activas y opuestas (contradictorias, antagónicas) prevalecen en dos sentidos, e igualmente excepcionales.
Es decir, hay una imposición patente del Estado de Excepción Permanente (sin la urgencia y necesidad prescritas en los artículos 136 y 137 de la Constitución Federal de 1988), sin embargo, ésta se da en una condición invertida, como en el golpe de estado de una “intervención militar”, dentro del Estado y de las instituciones públicas.
Seguimos la disolución de todas las Políticas Públicas, negacionismo resiliente, ante el COVID-19 y el hambre que afecta a 30 millones de personas, en una grave ilustración del aparato fascista del Estado.
(iii) De este lado, sin embargo, también actuando a través de recursos excepcionales (extrapolando la Constitución), están el STF y, más visible en el proceso electoral, el propio TSE. En suma, ambos actuaron (actúan) bajo la invocación de un instituto constitucional muy reciente, denominado “estado de cosas inconstitucional”. En definitiva, implica actuar fuera del CF88 para que los marcos humanitarios, la sociabilidad y la dignidad humana sean (aunque sea residualmente) salvaguardados y cumplidos.
Por supuesto, este fenómeno - actuando en consecuencia a una excepción (excepción), combatiendo otra excepcionalidad del poder, para garantizar el ejercicio de una regla lapidaria – es en sí misma una especie de aberración institucional, social; por otro lado, es obligatorio actuar (institucionalmente) bajo las condiciones de esta lógica, de hecho, sigue siendo la misma lógica empleada por quienes invierten contra, por ejemplo, el principio de no regresión social. En otras palabras, implica buscar la equiparación de armas, en defensa de la sociedad. Cuando la Constitución se convierte en una hipérbole de la descomposición social, hay dos alternativas: (1) o te acomodas en el silencio de Weimar, que costó más de 50 millones de vidas en la Segunda Guerra Mundial, o (2) empleas fuerzas adicionales para para combatir el fascismo institucional post-2 entre nosotros.
Específicamente, el “estado de cosas inconstitucional” parte de la valoración de que el poder público actúa deliberada, insistentemente –con miras a desmantelar el aparato de contención del uso abusivo, arbitrario, ilegítimo, violento, virulento– para que los medios adecuados para una toma del poder por fuerzas autocráticas, autoritarias, deshumanizadas, para aspirar al pleno control del aparato legislativo y represivo del Estado. El “estado de cosas inconstitucional” es, de este modo, un “agente moralizador” de las mínimas condiciones democráticas y republicanas, mediante el uso de medios, instrumentos y recursos excepcionales: como si manejáramos la técnica del “fuego contra fuego”. , para combatir incendios “sofocando el oxígeno” del ambiente. O, aún: son agentes políticos con capacidad de decisión que actúan a través de excepción, justamente, para combatir la excepción estatal sistemática.
Nuestro escenario, por así decirlo, es una nueva normalidad. Sin embargo, así como la celebrada “cordialidad” no viene de “cordis”, en las raíces y rincones de la cultura nacional, “nuestra” nueva normalidad viene de la anormalidad. La normalidad se rompió en 2016, convulsionada en negaciones (desde 2013), en sucesivos quiebres institucionales, y golpeada hasta el momento actual. La anormalidad resultante –fascismo versus “estado de cosas inconstitucional”– es evidente desde cualquier ventana abierta que permita ver la lucha política, en medio de la lucha de clases, la lucha por los derechos (perdidos).
Convulsa, la nueva normalidad trajo capítulos muy recientes: desde el amaño de la PRF, congestionando carreteras, impidiendo el derecho al voto de miles de personas -seguido del llamado golpe electoral-, hasta los bloqueos de las mismas carreteras por mercenarios a sueldo. por el capital reaccionario y golpista. Lo que perdura hasta hoy es una insólita ironía, porque, en una especie de circo, luego del cerco planeado, alborotadores de la democracia, en las carreteras, fusilaron al mismo PRF (golpe electoral) que pretendía sacarlos de allí.
Hagamos una prueba sencilla: ¿son normales estos episodios, por citar dos?
Otras dudas surgen del “cómo hacerlo”, la longevidad y la fuerza remanente de los dos bandos contendientes, presentes en el dominio institucional: a partir del 1 se enfriará el “estado de cosas inconstitucional”, al igual que el objetivo de frenar el golpe de Estado da sus frutos y el nacionalfascismo? ¿Volverá el fascismo institucionalizado (militarización del Estado, en el otro o en el mismo extremo) a los cuarteles y, por tanto, podrán ser encarcelados los patrocinadores de los crímenes de lesa humanidad, la democracia, el estado de derecho?
¿Será capaz la “nueva República” que viene después de 2023 de restaurar, en tiempo y forma, esa mínima normalidad constitucional (sistémica, organizativa, social) de antes de 2016? ¿O la “nueva República” -sin fuerzas o sin voluntad política explícita- pertenecerá al grueso de la vieja Nueva República?
Evidentemente, estas preguntas ya se están haciendo, tanto como las elecciones municipales de 2024, y también las elecciones presidenciales de 2026. Estos bloques ya están en las calles, en un desfile político, por mucho que el fascismo mercenario no abandone las carreteras y ciudades tan fácilmente.
De todos modos, ¿cuál será la nueva normalidad a partir de 2023?
Ese es otro capítulo… eso es para otro día. Como dicen, popularmente, con sabiduría, "cada día su propio mal". Por ahora, el mal prospera mucho: la única certeza que tenemos, además del binomio fascismo x “estado de cosas inconstitucional”, es que será necesaria mucha lucha para recomponer los rasgos del proceso civilizatorio (art. 215 de CF88[ 1 ]), mínimamente dibujado y descompuesto en 2016.
*Vinicio Carrilho Martínez es profesor en el Departamento de Educación de la UFSCar.
Nota
[1] “§ 1 El Estado protegerá las manifestaciones de las culturas populares, indígenas y afrobrasileñas, y las de otros grupos participantes en el proceso civilizatorio nacional” (en verbis").
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