tiempos capitales

Jackson Pollock, La loba, 1943
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por BENTO PRADO JR.*

Comentario al libro de Eric Alliez.

Hace cuarenta años, en un curso dedicado a la filosofía estoica, impartido en la École Normale Supérieur de Sèvres, Victor Goldschmidt sacó a la luz –y cuestionó– un postulado implícito de la historiografía filosófica en su conjunto: el postulado según el cual, en la filosofía antigua, el problema del tiempo se refiere exclusivamente a la física; lo que implica que sólo los modernos habrían “descubierto” la subjetividad del tiempo (V. Goldschmidt, “Le Systéme Stoicien et l'Idée de Temps”, J. Vrin, París, 40, pp. 1953-49). Posteriormente, Goldschmidt muestra cómo este postulado -aparentemente sólidamente anclado en la doxografía más antigua- es reiterado, y llevado al extremo, a lo largo de toda la reflexión de Heidegger sobre la historia de la metafísica.

En el estilo de línea dura de la meditación heideggeriana, incluso los más “modernos” de los modernos (Hegel y Bergson), que proponen desobjetivar el tiempo, acaban reiterando la neutralización aristotélica del tiempo “original”, que ver y el tempo tienen la tarea de recuperar. Todo el hermoso libro de Goldschmidt va contra la corriente de esta tradición, en el sentido de mostrar, en el seno de la filosofía antigua, la presencia de un reflejo ética donde la idea de tiempo ya está desconectada de su horizonte puramente cosmológico: los griegos no ignoraban el “tiempo vivido” ni la dimensión subjetiva de la temporalidad.

Em tiempos capitales, Eric Alliez retoma la cuestión, explorándola, con amplio aliento, en las direcciones más insospechadas. A primera vista, es una historia del concepto de tiempo, desde la Antigüedad hasta el final de la Edad Media. Y tu libro también se puede leer así. Como si hiciera caso a la sugerencia de Goldschmidt, el autor dinamita el citado postulado, describiendo con detalle y erudición cómo, desde la antigüedad clásica, la filosofía vislumbra, más allá del tiempo circular y sereno de los astros, una especie de temporalidad enloquecida, desconectada de cualquier métrica, protagórica o sofística.

Ya con el mismo Aristóteles, o en su crematística, lo que descubre, más allá de la definición del tiempo como número del movimiento, es el fluir incontrolable del instante o del ahora que compromete definitivamente, en la cara más visible del tiempo, el círculo perfecto de la eternidad, abriendo el espacio del abismo que recibiría de Hegel es el nombre del infinito malo. A partir de esta desviación original, se trata de describir la inflación de esta temporalidad exceso, desde Aristóteles al nominalismo, pasando por Plotino y San Agustín. Es, por tanto, un relato de la progresiva “subjetivación” del concepto de tiempo o una arqueología de las modernas teorías del tiempo (Kant, Hegel, Bergson, Husserl, Heidegger).

Pero, en realidad, el libro ofrece mucho más que un recorrido por la subjetivación del concepto de tiempo. No se trata sólo de mostrar la presencia del “tiempo vivido” en sistemas filosóficos donde se suponía que estaba ausente. Junto a la historia del “concepto”, encontramos otra historia, que podríamos llamar la historia de las “prácticas temporales”.

La historia de la metafísica y la historia de las prácticas sociales se entrelazan en este esfuerzo arqueológico, permitiendo una lectura “marxista”. Lectura que no es inapropiada, ya que la telos de la obra está explícitamente marcada en su apertura misma: leyendo a Marx leyendo a Aristóteles. Lectura, por cierto, realizada por Antonio Negri, quien identificó, en el libro de Alliez, el programa “de una historiografía materialista de la filosofía”. Está claro que -al menos tanto como Kant, Hegel, Husserl y Heidegger- la planos están en el horizonte de esta descripción de la “conquista del tiempo”.

Es claro que el objetivo último de esta reconstrucción es “el concepto marxista del tiempo en planos, en el que el tiempo abstracto, medida de exploración y subsunción del 'socius' bajo el régimen de equivalencia, se convierte en fuerza productiva de la sociedad” (Antonio Negri). Los relatos de los “tiempos capitales”, aunque atraviesen los entresijos de la historia de la filosofía antigua y medieval, apuntan en última instancia a la constitución del tiempo del capital, o del capital como sujeto último del tiempo y del ser.

Todo esto es correcto. Pero se necesita cuidado: un paso más, y la lectura puede que ya no le haga justicia al programa del libro. Un paso que da Antonio Negri, cuando afirma, describiendo la compañía de Alliez, que: “no hay historia del pensamiento: el pensamiento es un reflejo de la realidad, no se establece en un horizonte de continuidad, sino en permanente surgimiento de puntos singulares, de 'ejemplos', en una discontinuidad radical”. ¿Materialismo o una especie de platonismo invertido? Ciertamente, el vocabulario de “reflexión” no es adecuado para describir la sociedad en cuestión: negar autonomía, continuidad y teleología a la historia de la filosofía no significa hacer de ella un espejo pasivo de una historia que la precede o le es ajena.

El encanto del libro de Alliez consiste precisamente en rechazar esta alternativa y en superponer, como en la interioridad, los niveles esencialmente dispares de conceptualización y la experiencia vivida (social) del tiempo. Episodios conceptuales y no conceptuales se entrecruzan recíprocamente en un equilibrio siempre inestable y el narrador se mueve libremente, siguiendo los hilos de mil intrigas diferentes.Sin el pluralismo de las narraciones no podríamos comprender el privilegio metodológico de la discontinuidad. Tampoco podríamos justificar la sensación de novedad que acompaña la lectura del libro, la certeza de que no se nos está contando, una vez más, la misma vieja historia de la génesis del capitalismo y la razón occidental.

Digamos, para terminar, que este libro es interesante en la justa medida en que, como una novela policiaca, es capaz de mantener un suspenso permanente, con sus mil intrigas, con un fantástico collage de textos y situaciones, superponiendo textos antiguos y actuales y produciendo ecos recíprocos en los choques así efectuados.

Esta frase mía es puro pastiche de las “avant-propos” de Diferencia y repetición, que aquí viene muy por cierto. Deleuze abre el último párrafo de esta “avant-propos” con una frase que podría servir de introducción al libro de Eric Alliez: “Se acerca el momento en que ya no será posible escribir un libro de filosofía como se ha hecho durante mucho tiempo. tiempo: ¡Ay! El viejo estilo…”.

*Bento Prado Jr. (1937-2007) fue profesor de filosofía en la Universidad Federal de São Carlos. Autor, entre otros libros, de Bergson, Presencia y Campo Trascendental (Edusp).

Publicado originalmente en el diario FSP, el 7 de diciembre de 1991.

referencia


Eric Aliez. Tiempos capitales: relatos de la conquista del tiempo. Traducción: María Helena Rouanet. Prólogo: Gilles Deleuze. San Pablo, Editora Siciliano.

 

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