Tchutchuca: ontología y faniquito

Imagen: Thiago Kai
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por EUGENIO BUCCI*

Fue en nombre del mismo prejuicio que vino la rabieta del presidente

El pasado jueves por la mañana, un joven activista digital de derecha, Wilker Leão, se dirigió a la entrada del Palácio da Alvorada y maldijo al Presidente de la República como “Tchutchuca do Centrão”. (La rima en “ão” no debe ser en vano.) Lo que siguió fue un lamentable motín, que ya todos han visto en los celulares o en las noticias.

El presidente salió de su residencia para su trabajo diario. El provocador, que se define en las redes como un “partidario del militarismo”, gritó en repetidas ocasiones alguna que otra palabra, intentando acercarse al coche oficial del jefe de Estado. Celular en mano, filmando todo. En el muque, los guardias de seguridad intentaron contenerlo.

Mientras ocurrían los empujones y empujones, el gobernante escuchó el apodo que se le dirigía y se irritó. Ordenó que el auto se detuviera, salió furioso por la puerta trasera y avanzó hacia Wilker Leão. Con una de sus manos, trató de agarrar al joven por el cuello, pero no había ningún cuello: la víctima vestía una camiseta barata del São Paulo Futebol Clube, en cuyo cuello la airada autoridad cerró los dedos. Con la otra mano, el mandatario intentó tomar el celular del São Paulo, intento que fracasó.

No fue difícil ver que el gobernante estaba poseído. Después de contener los ánimos de uno y otro, es cierto, los dos incluso intercambiaron duras palabras, sin darse bofetadas, pero, en ese primer acto, cuando salió del vehículo en un estado de furia, el hombre hizo una rabieta histórica.

¿Porque sera? Ya lo han llamado negacionista, fascista, genocida y solo hace muecas y gruñidos, en el mejor de los casos. Esta vez fue diferente. ¿Por qué un estilo tan desmedido? ¿Cómo podemos entender las fuentes instintivas del tamaño siricútico presidencial?

Estas preguntas nos llevan necesariamente a una reflexión sobre la esencia del misterioso ente que responde al nombre de – ya lo sabes – “tchutchuca”. ¿Qué define a este extraño ser? En otras palabras, ¿cuál es su naturaleza óntica?

En la cultura funk, en la que el término se consolidó y luego se popularizó, la entidad fue consagrada por un hit, lanzado hace años por el grupo carioca Bonde do Tigrão. La letra tiene una forma nada sublime de traducir el cariño del poeta por su musa: “Ven, ven, tchutchuca / Ven aquí a tu tigrão / Te tiro en la cama / Y te doy mucha presión”.

(No, la rima en “ão” no debe ser en vano). Tocando su lira con un golpe, el juglar dice que quiere “un rale caliente” y le pide a su amada que escuche el “coro”.

Ya se ha dicho bastante sobre el carácter onomatopéyico del sustantivo en cuestión. Su sonoridad, su prosodia, evoca el verbo chuchar, que es pura onomatopeya, sugiriendo que el amor de los cuerpos es como un cilindro que succiona un pistón. (Ahora la rima vendrá en profusión.)

Esta metáfora mecánica de un motor de combustión es una especie de exaltación de una forma de dominación que el varón ejerce ejerciendo “presión”, seguro de que la mujer, vencida por la pasión, se complace en la servidumbre. El nombre del macho es "Tigre".

El “tchutchuca”, por definición, se deleita en la sumisión. Su feminidad radica en la concesión plena, la aceptación, la pasividad ansiosa, la objetivación desenfrenada. Va de ahí que el presidente aceptaría ser maldecido con todo, pero eso no. De eso, nunca. Para colmo, la ofensa sonó aún más grave cuando escuchó el agregado: “del Centrão”. Ahí no.

En este punto, hay que tener en cuenta el peso insoportable del aumentativo masculino, en “ão”, para conferir una señal de hombría a lo que sea. Sobre todo en la política. El Partido Comunista Brasileño, por ejemplo, el antiguo PCB, pasó a llamarse “Partidade”. El apodo lo hizo más varonil, más inapelable.

El mismo principio lingüístico se aplicaba a la corrupción: una cuota mensual sería soportable, más o menos como un chopinho, un torresminho, no una mensualidad. Llamado mensual, por el simple sufijo, el episodio adquirió algo oscuro, apocalíptico, escandaloso. En términos de perversidad, o perversión, solo perdió ante petrolão.

Para la pesadilla del inquilino de Alvorada, Centrão se llama Centrão, estrepitosamente, como una maldición, y, en este noviazgo, su relación con Centrão, el papel que le corresponde no es precisamente el de Tigrão. Que haya condenación.

Con eso, llegamos al final de nuestra muy breve investigación ontológica. Es más que evidente que la maldición dirigida al sujeto que pasaba en el auto es, antes que una ofensa a él, una ofensa a la condición femenina. La carga semántica del sustantivo que dio título a este modesto artículo trae ya, sin decir más, un prejuicio atávico de todos los tamaños, un prejuicio: la mujer es un ser subalterno, heterónomo, que se derrite al sentir la presión del macho.

Porque fue en nombre del mismo prejuicio que vino el faniquito, como si el tipo se pusiera de orgullo: “¿Qué? ¿Me estás llamando mujer? ¡Ven aquí, imbécil! En ese instante mágico, la extrema derecha cayó en la trampa de la extrema derecha. De repente. Qué servicio prestó Wilker Leão a la nación.

*Eugenio Bucci Es profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP. Autor, entre otros libros, de La superindustria de lo imaginario (auténtico).

Publicado originalmente en el diario El Estado de S. Pablo.

 

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