Tareas actuales de la crítica literaria.

Imagen: Adir Sodré
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por JOÃO ADOLFO HANSEN*

La cultura de la sociedad neoliberal pone en tela de juicio el valor y significado de la literatura y la enseñanza de la historia de la literatura para las generaciones actuales

La invitación a estar aquí me conmueve por la posibilidad de expresar mi reconocimiento a los intelectuales de la USP, formalizándolo en la persona del profesor Aderaldo Castello, y me asusta con la representatividad que generosamente asume en mí. Comienzo a hablar del susto, ya que el alboroto no desaparece. Es imposible hablar en representación de cualquier generación de USP, no sólo por evidentes limitaciones personales, sino principalmente porque no hay pruebas suficientes que lo autoricen.

Lo que caracteriza el estudio de las humanidades en las generaciones de la USP es la historización o la continua exigencia de particularización y especificidad de cada práctica, que por definición impiden fáciles unificaciones y generalizaciones. No es esto lo que demuestran los trabajos de Maria Isaura Pereira de Queiroz, Antonio Candido, Aderaldo Castello y otros que es imposible nombrar, pero de los que veo a Décio de Almeida Prado, Boris Schnaiderman, enseñando con rara exactitud que es necesario ¿tiene suficientes pruebas documentales y hace bastante crítica de categorías y, a veces, espera lo suficiente para poder decir “así es”?

¿E incluso entonces, al mirar el pasado, los ojos en el presente para no perder de vista el futuro, incluir siempre la contradicción en el resultado y dudar de la evidencia adquirida? Sabiendo que podría presentar varias evidencias que muchos más calificados de lo que yo debería estar en este lugar, debo hablar, sin embargo, de mi reconocimiento a la obra de estos intelectuales, vive en mí aún cuando lo olvidé, de tal manera que lo absorbió, como el aire, básico.

Para mí, que vivo de la literatura, la cuestión fundamental que debe abordarse en esta charla sobre los aportes de las generaciones USP es el sentido del tiempo hoy, en la cultura de la sociedad neoliberal. Varios otros temas están relacionados con él, como la historia y, en este caso, específicamente, la historia literaria. Hablando de los aportes de las generaciones USP –creo que debe hacerse en el sentido de aportes a la sistematización de la cultura y su innovación democrática en el país–, creo pertinente hablar del valor de las transformaciones de la experiencia de las obras de estos intelectuales. Son obras animadas de un esfuerzo constructivo que es fundamentalmente una crítica a todas las formas de oscurantismo.

Hoy, sin embargo, los procesos económicos antidemocráticos excluyen a masas gigantescas del consumo productivo de la cultura, en un sentido diametralmente opuesto a sus esfuerzos. Por lo tanto, hablar del aporte de las generaciones USP no implica solo opciones literarias o académicas. Cuando una parte significativa de ex intelectuales de varias generaciones de la USP se alía con el gran capital que neutraliza la cultura y la crítica de la cultura en el museo de todo a cambio como la contraparte clásica y necesaria de la validación de los bienes culturales, se la llama a cuestionan la representación ilustrada que las letras, la crítica de las letras y la historia de las letras se han dado desde el siglo XVIII -la de ser factores progresivos de transformación e ilustración- que caracteriza también la obra de estos intelectuales.

También cuestiona, por eso mismo, el valor y significado de la literatura y de la enseñanza de la historia de la literatura para las generaciones actuales. La cuestión se agudiza aún más cuando recordamos que el lugar institucional que da existencia teórica a la historia y la crítica literarias, la universidad, está hoy al frente de estos procesos antidemocráticos que mencioné. En este nuevo orden de cosas, más que nunca, lo cotidiano y el saber no se integran, y la indiferenciación resultante aparece capitalizada en las formas de cultura regresivas y cínicas como la barbarie naturalizada que vivimos.

Por supuesto, esto lamentablemente no es nuevo. En Brasil, de la década de 1930 a la de 1990, la no integración permanente de la cultura y la vida cruzó y atraviesa las generaciones críticas de la USP. También es un problema hoy, como lo fue para las generaciones anteriores, el valor y significado de los usos sociales de los materiales culturales. Pero de otro modo, ciertamente, porque ahora, cuando la realidad es “todo vale” y “todo vale”, como dicen los japoneses, el abandono de la negatividad crítica hace que la pregunta de “qué hacer” con la experiencia del pasado sea las apropiaciones del presente ya no tienen relevancia, principalmente porque la tendencia naturalizada con sombría euforia también en los ambientes universitarios de la USP es apropiarse de la experiencia de forma acrítica, ahistórica o transhistórica, según la doble deshistorización que aliena la experiencia pasada de la particularidad de su tiempo y universaliza la particularidad del presente como una eternidad de intercambio mercantil y miseria.

Por eso mismo, al profesional literario –el profesor de literatura, el investigador de literatura, el crítico literario, el historiador literario– se le plantea la cuestión de los criterios para determinar el valor cultural de las apropiaciones de productos del pasado, a fin de para combatir el profundo olvido de la particularidad de la experiencia histórica producido hoy por la ideología neoliberal. Ella afirma que el tiempo se acabó y que el presente mercantil será eterno, por eso quisiera poder creer que en el caso de la literatura, para las nuevas generaciones de la USP, la cuestión política de definir estrategias para preservar el Se plantea con urgencia la disciplina de la historia literaria como disciplina crítica más allá de su mero mantenimiento escolar como formadora de corazones y mentes adaptadas al mercado.

Tras el radical declive de disciplinas como la lingüística, la sociología, la etnología, que en las décadas de 1960 y 1970 la criticaron indirectamente cuando criticaron el empirismo positivista de los historiadores, el interés teórico por la re-historización de las condiciones de producción de la historia literaria también es explicado, en nuestro caso, por una razón contextual. Es el mismo que menciona David Perkins sobre los EE.UU. [1]: los estudiantes de los años 1960 son los profesores de los años 1980 y 1990. Con excepción de los que se integraron en los diversos aparatos, no habrían perdido del todo la identidad política. motivaciones de su juventud.

Destacar las relaciones entre las realidades sociales y la literatura, como Ideologíacrítica, crítica de la ideología, sus estudios se involucrarían en cuestiones políticas contemporáneas, aun cuando el tema que abordan sean las prácticas de un pasado más que extinguido y remoto, como las del llamado “barroco”. En otras palabras, negar la implicación del conflicto social y las relaciones de poder en los textos críticos y literarios que producimos y leemos equivale a volver irrelevante nuestra profesión, más aún en la universidad neoliberal y competitiva. Esto es algo que aprendí de Profa. María Isaura, del Prof. Cándido, por el Prof. Castello y muchos otros.

No tuve el privilegio de ser alumno de ninguno de ellos en la graduación. Yo vengo de otra universidad y llegué a la USP tarde, tal vez temprano, según se mire, después de trabajar algunos años como profesor de escuela pública y cursos preparatorios. Pero conocía sus textos. Llegué a conocer al Prof. Castello personalmente en dos cursos de Postgrado en Literatura Brasileña, hace 25 años. En el primero, sobre las letras coloniales, proponía textos de varios géneros, no solo de ficción, sobre temas políticos, sociales, económicos, culturales y estéticos. Los propuso como documentos constitutivos de lo que llamó “formación de ideas críticas”.

La idea que guiaba la lectura de la gran masa de documentos que exigían incansablemente que nos registráramos era la de describir y definir la unidad, que supuse contradictoria, de una doctrina estética o de una posición política en las diversas prácticas del signo en un determinado corte cronológico. Por ejemplo, el siglo XVII, entendido por “XVII”, en este caso, un siglo que en Brasil dura casi 200 años, ya veces incluso más, considerando las diversas duraciones de las diversas estructuras de diferentes dimensiones. Esta unidad contradictoria se encontraría también en otras prácticas contemporáneas del signo, así lo permitieron inferir las lecturas, como homología definitoria de la forma mental específica de la formación histórica en cuestión.

Su definición ganaría sistematicidad no sólo teóricamente, sino a través de su constatación empírica en los diversos ambientes materiales y sociales en los que se produjo, lo que facilitó su intersección con otros referentes teóricos y documentales. La idea de documentación fue muy importante, pues ya me llevó a la idea del historiador sobre la necesidad de constituir series, cuya regularidad permitiera hacer inferencias más objetivas al tratar con textos particulares. Por ejemplo, a lo largo del siglo XVII, una de estas unidades tipificadoras de representaciones fue la agudeza de los estilos que hoy llamamos “barrocos”, refutados en los documentos de la educación jesuita, las actas de cámaras, las Cortes de Apelaciones , la etiqueta de modales cortesanos y otros códigos trasplantados al trópico. ¿Era la agudeza artificial, afectada, confusa, pedante, “barroca”, “barroca”? Ciertamente, según nuestro punto de vista ilustrado y romántico.

Pero era necesario verlo desde el punto de vista de los contemporáneos, cuando tomó valores de uso insospechados para los artistas de la Ilustración. Las lecturas propuestas por el Prof. Castello permitía sospechar que la agudeza de los estilos había sido, principalmente entre 1580 y 1750, dos fechas políticas, el inicio de la Unión Ibérica y la muerte de D. João V, que mucho más tarde llegaría a entender como un acontecimiento cultural. modelo extendido por todo el cuerpo del Estado portugués, y no sólo de “de arriba hacia abajo“, ya infirió, como un sentido unidireccional de dominación estatal para los gobernados, sino más bien como un patrón colectivo generalizado, imitado, deformado, tergiversado, etc. en asignaciones múltiples.

Al considerar las adaptaciones locales, las unidades tipificadoras del estilo o estilos de la época determinada como del siglo XVII podían ser tratadas según un doble propósito, que las historizaba y, por tanto, evidenciaba su valor contemporáneo en usos que iban mucho más allá del ámbito de letras. . Por un lado, las lecturas permitieron considerar los diversos valores de uso de las apropiaciones locales de las referencias doctrinales, asumiendo que los modelos metropolitanos fueron aquí deformados según usos que les otorgaban especificidad y funciones locales.

Por otra parte, al considerar la línea diacrónica de apropiaciones sucesivas, que repetían, asimilaban o negaban las mismas referencias, inventando con ellas o a pesar de ellas tradiciones locales, afirmando y negando la supuesta especificidad nativista y, a partir de 1822, nacionalista de la lugar. Descubrió que el establecimiento de homologías era básico, en definitiva, para describir la unidad formal de una obra o de un conjunto de obras. O para teorizar la estructura de un estilo. O para sistematizar y precisar la variación de usos y valores de uso de esta estructura y esta forma en un momento dado.

Muchas veces, los textos leídos me parecían de escaso valor poético y doctrinal, además de sumamente tediosos de registrar; pero el profe Castello insistió en que eran básicos para constituir un sistema crítico e interpretativo de las representaciones coloniales. Hoy en día, creo que realmente fueron muy importantes como documentación, aunque evidentemente la interpretación que les dio el Prof. Castello es tan discutible como cualquier otra interpretación.

Uno de estos textos, pero este excelente, era de Dom Domingos do Loreto Couto, Desagravos do Brasil e Glórias de Pernambuco, que solo leería mucho después de haber oído hablar de él por primera vez en una de las clases en 1975, pensar. , cuando el Prof. Castello pronunció su apasionado elogio, lamentando haberlo perdido, si en préstamo no lo sabía. Cuando conocí a mi esposa, en 1978, un día encontré, en uno de los estantes de su casa, un libro grande y grueso, encuadernado en cuero rojo. Fue Reparaciones de Brasil y Glorias de Pernambuco. A lápiz, en la portada, estaba escrito algo así como “Regreso al castillo”. Marta me dijo entonces que era la letra de su padre, Laerte Ramos de Carvalho, que había muerto en 1972 y había sido muy amigo del Prof. Castillo. Recuerdo que me hizo mucho bien entonces devolverle el libro, cumpliendo el deseo de un muerto que nunca había conocido.

Una de las lecciones que comencé a aprender en el Prof. Castello fue que, para evaluar históricamente la producción cultural luso-brasileña de los siglos XVII y XVIII, sería útil establecer series y clasificaciones que dejaran temporalmente de lado la jerarquía establecida de obras, géneros y autores en el canon de la historia literaria. . En la misma línea que los estudios de Daniel Roche sobre los literatos franceses del siglo XVIII, que conocería mucho más tarde, el establecimiento de lo que la sociedad colonial leía y escuchaba, escribía o componía oralmente debería sustituir inicialmente al análisis de las grandes obras. dotadas de significación intelectual y estética a través de una sistematización que, en lugar de ocuparse de las grandes ideas abstractas aisladas, intentaría reconstituir su ocurrencia en entornos materiales y sociales donde habían podido circular en múltiples usos, muchas veces secundarios o relegados al olvido, pero fundamental para el surgimiento de grandes obras.

Recuerdo haber escrito al Prof. Castello un texto sobre Antônio Vieira, en el que trató de relacionar la crítica a los estilos cultos que el gran jesuita hace en el Sermão da Sexagésima con la defensa de la libertad de los indios de Maranhão y de las capitales judías entonces refugiadas en Holanda. De manera aún incipiente, me guió la idea de establecer la homología de las intervenciones de Vieira con diversas prácticas luso-brasileñas, estudiando las representaciones del jesuita desde el punto de vista de la especificidad de los patrones o sistemas contemporáneos de su producción y consumo, es decir, según las adaptaciones de un artículo colectivo y anónimo luso-brasileño.

Al escribir sobre las academias del siglo XVIII, el Prof. Castello propone, como historiador que tiene el gran mérito de haber salvado su material de la previsible destrucción y el olvido en el país, que no pueden entenderse fuera del contexto de todo el movimiento académico del siglo XVII, que en Portugal conocemos , está dominado por la doctrina teológico-política del Estado y funciona como una extensión de la Corte caracterizada por formas de organizar la memoria y el tiempo muy diferentes a las nuestras.

Su estudio debe evitar aislar su material de su contexto de producción en un sentido meramente estético de disfrute desinteresado, lo cual es anacrónico; también evita descalificarlo a priori como mala calidad estética, que es prejuiciosa. Tal estudio debería tomar la forma de una actividad histórica que luego aprendería a definir como una arqueología, tratando de dar cuenta de la estructura, función y valor de las representaciones en su tiempo para evitar cualquier etnocentrismo.

Evidentemente, todo esto supuso una paciencia y un sentido de la historia que fui aprendiendo poco a poco de las obras de estos intelectuales. Y, sobre todo, suponía una continua ironía de mí mismo, porque, como decía un filósofo al que admiro, lo que yo intentaba se situaba, como sigue estando, entre lo que ignoraba totalmente y lo que sabía muy poco.

*Juan Adolfo Hansen es profesor titular jubilado de la USP. Autor, entre otros libros, de Nitidez del siglo XVI - Obra completa, vol 1 (Edusp).

Conferencia pronunciada el 12 de junio de 1999 en homenaje a José Aderaldo Castello en el Instituto de Estudios Brasileños de la Universidad de São Paulo (IEB-USP). Publicado en la revista plaga, No. 8. São Paulo: Editora Hucitec, 1999, p. 69-74.

Nota


[1]PERKINS, David. Cuestiones teóricas en la historia literaria. Harvard: Prensa de la Universidad, 1991

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