Sorpresas desagradables

Imagen: Pok Rie
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por LEONARDO BOFF*

Hemos llegado a un punto en el que, si no cambiamos la naturaleza devastadora de los ecosistemas, podemos enfrentar nuestro exterminio como especie humana.

Desde la antigüedad, la Tierra siempre ha sido considerada una Madre, que, junto con otras energías cósmicas, nos proporciona todo lo que la vida en el planeta necesita. Los griegos la llamaron Gaia o Deméter, los romanos Magna mater, los Nana orientales, los andinos de la Pachamama. Todas las culturas lo consideraban un súper ser vivo que, por estar vivo, produce y reproduce vida.

Sólo en la modernidad europea, a partir del siglo XVII, la Tierra fue considerada una “mera cosa extensa”, sin propósito. La naturaleza que la recubre no tiene valor en sí misma, sólo cuando es útil al ser humano. Ésta no se considera parte de la naturaleza, sino su “señor y dueño”. Le hicieron de todo, sin ningún respeto, algunos buenos y otros letales. Esta audaz modernidad creó el principio de su propia autodestrucción con armas que pueden destruirse totalmente a sí mismo y a la vida.

Dejemos de lado esta forma fúnebre de habitar la Tierra ecocida y geocida, por muy amenazante que pueda resultar en cualquier momento. Retemos (sin intención de dar explicaciones) los últimos acontecimientos extremos que se han producido: grandes inundaciones en el sur del país y en Libia, un devastador terremoto en Marruecos, incendios incontrolados en Canadá, Filipinas y otros lugares.

En gran medida, se está creando un consenso entre la comunidad científica (salvo en la política y los grandes oligopolios económicos dominantes) de que la causa principal, no la única, se debe al cambio del régimen climático de la Tierra y a los límites del la insostenibilidad del planeta. Es la famosa Sobrecarga de la Tierra (Día del sobregiro de la Tierra): consumimos más de lo que nos puede ofrecer. Y ya no puede más.

Al ser un super ente viviente reacciona enviándonos calentamiento global, oleadas de eventos extremos, terremotos, huracanes, virus letales, etc. Hemos llegado a un punto en el que, si no cambiamos la naturaleza devastadora de los ecosistemas, podemos enfrentar nuestro exterminio como especie humana. Los últimos hechos son un presagio.

De todo hay que aprender lecciones. Hoy sabemos, lo que se les negó a las generaciones anteriores, cómo funcionan las placas tectónicas que forman el suelo de la Tierra. Conocemos sus peligrosas grietas, cuyas placas podrían estar en movimiento. La consecuencia es que si construimos nuestras ciudades y casas sobre estas grietas, puede llegar un día en que las grietas se muevan o choquen, produciendo un terremoto con incalculables sacrificios humanos y culturales. Ahí van las obras del genio humano. La consecuencia que debemos sacar hoy: no podemos construir nuestros hogares y ciudades en estos lugares. ¿O deberíamos desarrollar tecnologías, como hicieron los japoneses, que construyan edificios basados ​​en metales que equilibren todo el edificio hasta el punto de resistir los movimientos sísmicos?

Algo similar se aplica a las grandes inundaciones de magnitud abrumadora. Sabemos que cada río tiene su lecho por donde fluye el agua. Pero la naturaleza ha predicho que debe haber espacios lo suficientemente grandes en sus bordes para resistir las inundaciones. Estos espacios forman parte de la cama ampliada. Sobre ellos se construyen en vano edificios y ciudades enteras. Cuando llega el diluvio, las aguas reclaman el espacio por donde fluyen. Entonces ocurren grandes calamidades. Conscientes de estos datos, se imponen medidas de contención o simplemente no permitir que se construyan casas, fábricas y barrios en estos lugares. En términos más radicales, estas partes de la ciudad deben encontrar otro lugar seguro para evitar ser dañadas o destruidas.

Este es un conocimiento que los funcionarios gubernamentales y las autoridades públicas deben tener en cuenta. De lo contrario, por una falta de conocimiento que roza la irresponsabilidad, tendrán que afrontar de vez en cuando catástrofes que matan a personas, destruyen hogares y hacen inhabitable una determinada región.

Estas catástrofes pertenecen a la historia de la Tierra. Hemos llegado a conocer 15 grandes extinciones masivas. Uno de los más importantes ocurrió hace 245 millones de años cuando se formaron los continentes (a partir de la única Pangea). Allí desaparecieron el 90% de las especies de vida animal, marina y terrestre. La Tierra necesitó algunos millones de años para reconstruir su biodiversidad. La segunda mayor extinción masiva se produjo hace 65 millones de años cuando un asteroide de casi 10 kilómetros de largo cayó en Yucatán, en el sur de México. Esto provocó un inmenso maremoto, con un gran volumen de gas venenoso y una inmensa oscuridad que oscureció el sol e impidió así la fotosíntesis y el 50% de todas las especies perecieron. Los dinosaurios que vagaron por parte de la Tierra durante 130 millones de años fueron las principales víctimas.

Curiosamente, después de cada extinción masiva, la Tierra ha experimentado un fantástico florecimiento de nuevas especies. Después del último aparecieron especialmente los mamíferos, de los que nosotros mismos descendemos. Pero, misteriosamente, también comenzó una tercera extinción masiva. El actual no es como los dos anteriores que se produjeron a raíz de un golpe de Estado. Ocurre lentamente, a través de varias fases, comenzando con la edad de hielo hace 2,5 millones de años. En los últimos tiempos se ha observado una aceleración de esta extinción. El régimen climático aumenta día a día y los eventos extremos se multiplican como hemos descrito. Hemos entrado en alarma ecológica, porque, como dijo severamente el Papa en hermanos todos: “Estamos en el mismo barco, o nos salvamos todos o no se salva nadie”.

Como dice Peter Ward en su libro El fin de la evolución (Campus): “Hace 100 mil años, otro gran asteroide chocó contra la Tierra, esta vez en África. Este asteroide se llama homo sapiens”. En otras palabras, es el ser humano moderno quien inauguró el Antropoceno, el Necroceno y el Piroceno. Si el riesgo es grande, decía un poeta alemán, también lo son las posibilidades de salvación. Es en esto que espero y confío, a pesar de las calamidades descritas anteriormente.

*Leonardo Boff es un eco-teólogo, filósofo y escritor. Autor, entre otros libros, de habitar la tierra (Vozes). Elhttps://amzn.to/45TOT1c]


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