por GUILHERME SCALZILLI*
Las animadoras de Lava Jato siguen trasladando la sospecha de Moro a Lula, incriminándolo exactamente con la prueba anulada
Después de la decisión a favor de Lula, hubo una erosión sin precedentes en el apoyo que el STF disfrutaba entre los círculos responsables de la popularidad de Lava Jato. El fenómeno pudo comprobarse, a través de las manifestaciones de columnistas y fuentes especializadas de los medios corporativos, en los espacios regulares de los vehículos y en los perfiles de las redes virtuales.
La gran prensa se enamoró del STF en el juicio del llamado “mensalão”, Acción Penal 470. Joaquim Barbosa, entonces presidiendo el tribunal, lanzó el modelo ético de periodismo que pronto abrazaría el Cruzada Anticorrupción: indignado, mesiánico, adepto a un pragmatismo selectivo con una virulenta inclinación punitiva.
Este perfil se difundió en la apoteosis de Lava Jato, marcando la propia identidad enunciativa de sus seguidores. El “exencionismo”, el germen inicial de la truculencia fascista, reflejó la cobertura noticiosa de los escándalos, en particular su demonización global de la esfera política como una tapadera para el evidente sesgo partidista de los cruzados.
Desde el juicio político a Dilma Rousseff hasta la conspiración que impidió que Lula derrotara a Bolsonaro, el STF sirvió como garante institucional del discurso mediático anti-PT. A cambio, perfiles elogiosos, entrevistas suaves y comentarios elogiosos dieron notoriedad positiva a los responsables de normalizar las decisiones de Lava Jato.
Mientras que Los recursos de Lula fueron rechazados, los vehículos neutralizaron las denuncias de sus defensores, tratando los despropósitos como “polémicos”, dando falsas equivalencias al delirio y al sentido común. Aunque en ocasiones lamentaron los abusos de Sérgio Moro, nunca se quejaron de la continua omisión del STF en este sentido.
Una vez garantes de la criminalización de Lula, los ministros ya no pueden dar fe de su inocencia. Elogiados como rígidos e imparciales cuando ignoraron los derechos del expresidente, se volvieron parciales al rescatarlos. Podrían menospreciar el riesgo de Bolsonaro, pero deben ser responsables de prevenir daños a Lava Jato.
Dos vicios se asemejan a la crítica tardía de la prensa y los ataques fascistas contra el STF. Primero, el negacionismo La multitud de Lava Jato sigue trasladando la sospecha de Moro a Lula, incriminándolo exactamente con la prueba anulada. Intenta descalificar al tribunal pretendiendo que sus decisiones son simplemente “narrativas” contradictorias.
Más grave es actuar como si la sentencia no revelara algo sobre el proceso histórico que estamos viviendo, comenzando por los roles del propio STF y de la prensa en el origen de la actual tragedia humanitaria. Es actuar como si fuera posible borrar las ilegalidades de Moro con su incompetencia. Como si la maniobra, aunque viable, cambiar los hechos.
En segundo lugar, la mentira. Artículos publicados en periódicos. Folha de São Paulo e estado de Sao Paulo, por ejemplo, acusó a la ministra Cármen Lúcia de cometer un delito de responsabilidad al cambiar su voto. La falacia ha sido desacreditada sólo después de circular en internet, con el aval de reconocidos profesionales del derecho.
Los nuevos debates en la actualidad jurídica pisotearon la percepción de estos episodios, pero no dejaron de revelar la diferencia en el trato dado a los ministros con posiciones antagónicas sobre Lava Jato. Además, ningún voto alineado con Bolsonaro provocó tanta agresión como los que restauraron los derechos políticos de Lula.
Tal vez fueron éxtasis fugaces. Pero suena extraño cuestionar la legitimidad del STF para imponer frenos al bolsonarismo en los tribunales inferiores cuando recibe un mandato informal para frenar al propio Bolsonaro. Al menos esa era la costumbre en la época en que la corte supuestamente afirmó la resistencia de las instituciones democráticas del país.
*Guilherme Scalzilli Doctora en Medios y Procesos Audiovisuales por la Unicamp.
Publicado originalmente en Observatorio de Prensa.