por GABRIEL AUGUSTO DE CARVALHO SANCHES*
Las potencialidades abiertas por un concepto de archivo que tenga en cuenta al psicoanálisis en lo que le es propio
“En cada cabeza un mundo cambiante\ Si somos la suma de tantas restas\ Otras generaciones nos multiplicarán\ El equilibrio es la semilla sembrada en los corazones, las acciones\ De otras cabezas que pueden soñar” (Raimundo Sodré, Maio 68).
El archivo y el mal
“¿Por qué reelaborar un concepto de archivo hoy? ¿En una misma configuración, al mismo tiempo técnica y política, ética y legal?” “¿Quién tiene, en última instancia, la autoridad sobre la institución del archivo?” (2001, p. 7) Estas son las preguntas que abren la conferencia de Jacques Derrida titulada La enfermedad del archivo: una impresión freudiana, también los elegimos para iniciar este ensayo ya que tenemos el objetivo de examinar las potencialidades abiertas por un concepto de archivo que tenga en cuenta al psicoanálisis en lo que le es propio. Se trata de tomarla como ciencia no sólo de la memoria, sino también y sobre todo como ciencia del archivo.
Para ello, es necesario desde el principio diferenciar entre memoria y archivo, y sólo entonces podemos intentar examinar qué se entiende por archivo y qué promesa encierra su definición no sólo para el futuro del archivo, sino también para el futuro del concepto en general. , es decir, la posibilidad de conceptualización,
Para el archivo, si esta palabra o esta figura se estabiliza en algún sentido, nunca será memoria ni anamnesis en su experiencia espontánea, viva e interior. Muy por el contrario: el archivo tiene lugar en el lugar de la carencia original y estructural de la llamada memoria. (DERRIDA, 2001, p. 22)
Por tanto, el archivo presupone un soporte (material o virtual), una prótesis o un representante mnemotécnico, es decir, de la memoria. es un lugar, un topos, de un oikos, de una casa. Es, en definitiva, un principio de domiciliación de la memoria que Derrida buscará en la figura del arkheion Griego, residencia de los magistrados, los arcontes, es decir, los que dicen la ley. Por lo tanto, el archivo se coloca entre el topos y el nomos, el principio y el mandato, la casa y la ley: arkê. Luego el archivo es depositado en un lugar y confiado a un arconte que tiene el poder legítimo de interpretarlo.
“Es cierto que el concepto de archivo contiene en sí mismo esta memoria del nombre arkê. Pero también se conserva al amparo de esta memoria que alberga: es lo mismo que decir que la olvida” (p. 12), la reprime. Digamos que este concepto de archivo no es fácil de archivar. No se entrega fácilmente deteniéndose en un documento. Sólo podemos captarlo a través de esa exterioridad representada por el documento, por lo que el archivo tiene lugar en un afuera. Esto nos lleva a descubrir otro principio del archivo, el de consignación, unificación, identificación y clasificación. Por tanto, “no hay archivo sin lugar de consignación, sin técnica de repetición y sin cierta exterioridad. No hay archivo sin exterior” (DERRIDA, 2001, p. 22).[i]
Este lugar exterior es el que da la posibilidad de recordar, reproducir, reimprimir y repetir. Esto, sin embargo, está indisolublemente ligado a la pulsión de muerte [de destrucción] en forma de compulsión a repetir. Por lo tanto, el archivo sólo tiene lugar en el lugar que lo expone a la destrucción.
Esta unidad con tres nombres está silenciada. Trabaja, pero como siempre trabaja en silencio, nunca deja ningún archivo que sea suyo. Destruye su propio archivo de antemano, como si esa fuera, de hecho, la motivación misma de su movimiento más característico. Ella trabaja para destruir el archivo. (DERRIDA, 2001, p. 21)
La pulsión de muerte es, por tanto, archiviolítica, no deja ningún monumento, ningún documento. No deja más rastro que su simulacro erótico. No sólo lleva al olvido, sino al borrado radical del archivo. En resumen, “la pulsión de muerte no es un principio. Amenaza, de hecho, todo principado, toda primacía arcóntica, todo deseo de archivo. Es lo que luego llamaremos enfermedad del archivo” (DERRIDA, 2001, p. 23), es decir, ese sufrimiento, ese síntoma que es desear el archivo, pero no poder tenerlo, añorarlo y no poder para constituirlo. Sin esta contradicción interna, sin la amenaza de la pulsión de muerte, sin este mal archivístico, no habría deseo de archivo, pero esta amenaza no tiene límite, arrasa con las condiciones mismas de conservación, abusa de sus poderes e implica, en el infinito, el mal radical, el mal por el mal, la destrucción total y completa del archivo. Se abre todo un frente de disputa, una dimensión ético-política del archivo.
Se sigue, por supuesto, que el psicoanálisis freudiano propone de hecho una nueva teoría del archivo; tiene en cuenta un tema y una pulsión de muerte sin los cuales, en efecto, no habría deseo ni posibilidad para el archivo. (DERRIDA, 2001, p. 44)
Estas contradicciones internas del archivo, su papel como productor y destructor de huellas mnemotécnicas, lo acercan al aparato psíquico. Freud trató de realizar una representación externa [un modelo técnico] del funcionamiento del aparato psíquico en las notas sobre el Bloque Mágico (2011). Así, “teniendo en cuenta la multiplicidad de lugares en el aparato psíquico, el Bloque Mágico integra también, en el interior mismo del psicoanalizar, la necesidad de un cierto exterior, de ciertas fronteras entre adentro y afuera” (DERRIDA, 2001, p. 31). Imprime la idea de un archivo psíquico distinto de la memoria espontánea, una memoria protésica, un soporte material. Con él, “la teoría del psicoanálisis se convirtió, por tanto, en una teoría del archivo y no sólo en una teoría de la memoria” (DERRIDA, 2001, p. 32).
Frente a todo este principado arcóntico ensamblado y descrito, el psicoanálisis freudiano funciona como un principio de contestación en la medida en que inserta la discontinuidad en el archivo y rompe con la posibilidad de la consignación. Al mismo tiempo, el psicoanálisis penetra en la intimidad, la domesticidad, la destapa, la archiva y la hace pública, rompiendo con el principio topológico de la domiciliación. Todavía impone o expone otra temporalidad que no es la secuencial de los archivos, sino una temporalidad en saltos, en regresiones, en reminiscencias, en repetición y en yuxtaposición. Por tanto, el psicoanálisis “no escatima ningún concepto de clasificación ni ninguna organización del archivo. El orden ya no está garantizado”, “los límites, las fronteras, las distinciones habrán sido sacudidas” por ella (DERRIDA, 2001, p. 15). Por tanto, es necesario buscar en la firma freudiana otro concepto de archivo, archivística e historia.
Todavía hay otra distinción conceptual del psicoanálisis que puede servir a una ciencia de archivos, es la distinción entre desplazamiento e uterdrückung, es decir, entre represión y represión. La represión concierne a la operación que permanece inconsciente en su operación y en su resultado y que hace persistir en el inconsciente el contenido reprimido. La represión, en cambio, es una segunda censura, entre lo consciente y lo preconsciente, de un afecto, es decir, de lo que no puede ser reprimido, sino que sólo puede ser desplazado y, por tanto, desaparece tan pronto como encuentra descarga. Esta distinción “bastaría para revolucionar el paisaje tranquilo de todo saber histórico” (DERRIDA, 2001, p. 43).
El archivo y el concepto
El subtítulo del libro de Jacques Derrida, “Una impresión freudiana”, nos da una pista para entender el concepto de archivo. Por impresión entendemos algo vago, que tiene lugar en el vacío de la memoria, noción que se opone al rigor del concepto. Qué pensar de una ciencia del archivo sin su concepto, sin el futuro del concepto de archivo, sin el concepto mismo del futuro. Esta indefinición ocurre porque el archivo es siempre contradictorio, siempre desarticulado entre dos fuerzas: la de la conservación [Eros] y la del olvido [Thanatos]. Esta contradicción interna de los archivos, esta disyunción implica, por tanto, que el concepto de archivo es necesariamente incompleto, hay algo en él que queda reprimido o reprimido y que da la posibilidad de reconceptualización. La carencia de un determinado concepto de archivo no es, sin embargo, una insuficiencia conceptual, teórica o epistemológica, sino que abre un horizonte de transformación del concepto, una cierta indeterminación reprimida a la espera de ser tratada.
“No es un concepto que tendríamos o no tendríamos ya sobre el tema del pasado, un concepto archivístico de archivo. Se trata del futuro, la cuestión del propio futuro, la cuestión de una respuesta, de una promesa de responsabilidad para el mañana. El archivo, si queremos saber qué hubiera significado esto, sólo lo sabremos en un tiempo por venir (…). Una mesianidad espectral atraviesa el concepto de archivo” (DERRIDA, 2001, p. 51).
El concepto de archivo cuyo vector apunta hacia el futuro necesita, sin embargo, incluir al psicoanálisis en todo lo que puede ofrecer a la economía de la memoria, sus soportes, sus huellas, sus documentos y sus formas psíquicas o tecnoprotésicas. Por lo tanto, necesita incluir los dos tipos de memoria expuestos por Freud en su Moisés: la memoria de una experiencia ancestral y el carácter biológicamente adquirido. En este sentido, su teoría no se reduce a adherirse a una doctrina biológica de los caracteres adquiridos, a una especie de lamarckismo, sino que contiene también una teoría de la memoria transgeneracional y transindividual ligada a las impresiones externas. Es en esta memoria que se basa su tema, que nada tiene que ver con la anatomía del cerebro y que no se reduce fácilmente a la dimensión filogenética. Por tanto, una ciencia de archivo no puede prescindir del psicoanálisis, ya que sin cuestionar esta memoria transgeneracional de fuerza incontenible no habría archivo.
Por lo tanto, la propuesta del psicoanálisis es precisamente analizar los síntomas que atestiguan un archivo donde el historiador no identifica nada, analizar archivos en ausencia de memoria espontánea, archivos interdictos, reprimidos. Sostiene, por tanto, la posición de que el inconsciente es capaz de retener la memoria, aunque haya habido represión, “puesto que la represión también archiva aquello cuyo archivo disimula o encripta” (DERRIDA, 2001, p. 86) y el objetivo del análisis [de files] es precisamente descifrarlo, descifrarlo. Por lo tanto, es necesario considerar un archivo de lo virtual que ocurre en un tiempo y espacio diferente, para concebirlo, es necesario, sin embargo, reestructurar nuestro concepto de archivo heredado de la historiografía y esto sólo será posible en el futuro, en por- ven.
freud y la memoria
Detengámonos un momento a analizar la obra de Freud. Ya al comienzo del desarrollo de su metapsicología, en el Proyecto para una psicología científica. (1982), Freud establece el inconsciente como un sistema de memoria e identifica, como hicimos con el archivo, los límites problemáticos de la memoria consciente, viva y espontánea. Esto lo obligó a considerar la represión como condición de posibilidad de una memoria inconsciente. En este sentido, la represión produce memoria. Esta idea ya es suficiente para dar respuesta a la pregunta de Gueller (2005): "¿Por qué recordamos más de lo que olvidamos que de lo que logramos recordar?" (pág. 53).
De una forma u otra, esta pregunta presupone la diferenciación que hace Paul Ricoeur (2007) entre memorialización y rememoración. Esto, a diferencia de aquello, supone el olvido, la represión.[ii] A partir de esta distinción, podemos sostener que el archivo tiene la función de recordar y no de memorizar. De este modo, el archivo supone también la represión [sin la cual no existiría la enfermedad del archivo], es decir, la imposibilidad absoluta de olvido, ya que todo lo reprimido queda como contenido psíquico inconsciente y, como tal, tiene una influencia decisiva en el psíquico. la vida como el otro desconocido de nosotros mismos.
Los síntomas serían precisamente la ejemplificación de una memoria inconsciente, un lugar de la memoria entre el recuerdo y el olvido, es decir, ni del todo recordado ni del todo olvidado. “Los síntomas neuróticos (…) revelarían que se pone en marcha un trabajo inconsciente, produciendo efectos que condenan al sujeto al no olvido y, al mismo tiempo, le impiden recordar” (ENDO, 2018, p. 80). Los contenidos así reprimidos pasan a frecuentar, en el síntoma, caminos desconocidos, se sitúan fuera del tiempo, o más bien en un tiempo de repetición. Son estos contenidos reprimidos y compulsivamente repetidos los que constituyen el otro desconocido, ya que, como dice Freud, la compulsión a repetir es la fuente del sentimiento desconocido y este no es más que “algo que debería permanecer oculto, pero ha aflorado” (2019) ., pág. 87). Es este retorno de lo reprimido, como veremos, lo que posibilitará desde los archivos el surgimiento de otros contenidos que son la condición de posibilidad de escribir una nueva historia.
Sin embargo, en el “Proyecto…” (1982), Freud sigue vinculado al punto de vista anatómico. Como neurólogo concibió el psiquismo en términos neuronales, idea que luego abandonaría, manteniendo, sin embargo, la idea de una dinámica psíquica, un tema y una economía que ya está presente entre las neuronas. fi y los psi. El propio desarrollo teórico de Freud atestigua así esta idea de que la represión mantiene ciertos rasgos que pueden ser elaborados más adelante. En este texto también concibe la memoria como reservorio de contenidos y el olvido como su vacío, trabajando así en el campo de la memorialización. Esto es especialmente claro en el método catártico, que consiste en reconstituir una memoria, recordarla, darle expresión, expulsarla, abreaccionarla. Vemos allí la erudito hablando, Freud el neurólogo, arqueólogo que entiende la memoria en un tiempo lineal, progresivo.
Será sólo con la teoría de la fantasía que comenzará a prestar mayor atención a los fenómenos de la memoria. Ya no se trata de provocar una abreración, es decir, de recordar, sino de hacer recordar algo que no es del todo cierto, pero que contiene una parte de la verdad.[iii], esa parte que se abre al futuro, a la alteridad y que, sin embargo, está o está reprimida.
La operación de re-presionar será lo que impida que las representaciones lleguen a la conciencia como mecanismo psíquico defensivo, pero será el motor de lo que insiste en reaparecer y hablar en el sujeto, garante de la memoria en tanto que inevitablemente se ocupan de la producción de restos, reactualizaciones cifradas, retornos en forma de huellas enigmáticas que exigirán su desciframiento. (VERÍSSIMO & ENDO, 2020, p. 776)
De eso se trata entonces el mal del archivo, el deseo irresistible e irrealizable de conceptualizar el archivo, de tomarlo como un todo, una totalidad. Se abre al futuro precisamente porque siempre hay una parte de verdad que en él señala el otro, la alteridad. Es esta parte desconocida, del otro, indefinible, la que permite nuevas interpretaciones, la que permite la diferencia, comprender de otro modo, interpretar de otro modo. Es también esta parte la que requiere desciframiento y análisis. Por eso dice Jacques Derrida: “Cada vez que la palabra 'unheimlich' aparece en el texto freudiano (...), podemos ubicar una imbebibilidad indomable en la axiomática, en la epistemología, en la lógica, en el orden del discurso y de los enunciados” (2001, p. 62), una indecidibilidad que es, sin embargo, , decisivo para pensar diferente .
El archivo y el otro
El principio de asignación del archivo da fe de una violencia, una violencia archivística de un “nosotros” impuesto sin contrato. “La reunión del Uno nunca es no-violenta y tampoco lo es la autoafirmación del Único, la ley del arconte, la ley de consignación que organiza el archivo. El envío nunca se produce sin esa presión excesiva (…) de la que la represión y la represión son figuras representativas” (DERRIDA, 2001, p. 99-100).
El archivo se instituye así a través de la unidad que excluye al otro, al diferente, una vez que hay archivo, “Una vez que está el Uno, está el asesinato, la herida, el traumatismo. El Uno se protege del otro. Se protege contra el otro, pero en el movimiento de esta celosa violencia contiene en sí mismo, guardándola, la alteridad o la diferencia de sí mismo (la diferencia hacia sí mismo) que lo hace Uno. El "Aquel que se diferencia de sí mismo". El uno como centro. Al mismo tiempo, pero al mismo tiempo desarticulado, el Uno se olvida de recordarse a sí mismo, guarda y borra el archivo de esta injusticia que es. De esta violencia que hace. El Uno se vuelve violencia. Se viola y se viola, pero también se instituye en la violencia” (DERRIDA, 2001, p. 100).
Esta es, pues, la dialéctica del archivo, cuando se constituye, guarda la diferencia como reprimida, se comporta como un resto y es precisamente eso lo que se abre al futuro, es eso lo que hay que buscar, recordar. La historia de la diferencia, de los otros, de los excluidos del principio arcóntico, es decir, de consignación del archivo. El otro es el doble desconocido del Uno que aparece en una primera lectura del archivo. Es esta identidad del Uno consigo mismo, en el archivo, la que vincula el mandato de la memoria [memorialización] a la repetición del yo que se rehace cada vez que se afirma la identidad de un archivo, la violencia que lo instituye como tal es repetido. Sólo a través de la represión, a través de la represión del otro, de la diferencia, el Uno se vuelve Único.
Derrida no nos da, sin embargo, la salida de esta dialéctica, sólo podemos pensarla si tomamos prestada la idea de un devenir-otro que operaría en la diferencia del Uno consigo mismo, hecha sólo en análisis por la observación de que el Yo, el Uno es siempre disjunto. En este sentido, es necesario insertar en el archivo la operación de una síntesis disyuntiva, la ruptura, la ruptura, la desviación que abre nuevos caminos, nuevas posibilidades, nuevas alternativas (DELEUZE & GUATTARI, 2011). Estos no son, sin embargo, mutuamente excluyentes, sino que están registrados, archivados como posibilidades igualmente posibles. Sólo así podremos conjurar la repetición, la pulsión de muerte, la violencia del olvido en el seno del futuro, de ese mesianismo presentado por Derrida.
Así encontraríamos una salida a la idea de Derrida de que “no habría futuro [enfermedad de archivo] sin repetición” (2001, p. 102), sin la violencia edípica que “inscribe la sobrerrepresión en la institución arcóntica del archivo” (pág. 102).
Freud fue probablemente el primero en darse cuenta de esto y en operar una síntesis disyuntiva inclusiva. Jacques Derrida también lo notó en su lectura de Freud, sin embargo, no dio el paso necesario para salir de la dialéctica.
Esta sería quizás la razón por la que Freud no habría aceptado, de esta forma, la alternativa entre el futuro y el pasado de Edipo, ni entre la "esperanza" y la "desesperanza", el judío y el no judío, el futuro y el futuro, la repetición. Uno se convierte, por suerte o por desgracia, en la condición del otro. Y el Otro es la condición del Uno. (DERRIDA, 2001, p. 101)
Por lo tanto, el análisis del archivo reinstalaría la cuestión ética ante la cual habría vacilado Freud (2020), a saber, la del otro amenazante. Llega a esta cuestión identificando la necesidad que tendría la cultura de vincular libidinalmente a los individuos, es decir, de establecer fuertes identificaciones entre ellos hasta el punto de hacer que uno ame al otro como se ama a sí mismo,[iv] aunque no se conozcan. En este sentido, el trabajo de la cultura consistiría en crear este “nosotros”, esta identidad que excluye a los que son demasiado diferentes, inconformes, anormales. Estos serían, en este esquema, funcionales ya que fortalecerían los lazos identitarios entre los miembros de la comunidad ya que aparecerían como enemigos externos, peligros para el patrimonio biológico de la raza pura.
Por lo tanto, es posible, a partir de los archivos, revelar lo que Foucault (2010a) llama una contrahistoria de la lucha racial; revela bajo el deslumbramiento del orden una división del cuerpo social en la que algunos están privados de gloria, genealogía y memoria. Estos no merecen que sus hechos sean narrados y quedan, por tanto, en el silencio y la oscuridad de los archivos como vidas infames (FOUCAULT, 2003), es decir, vidas que sólo subsisten en el silencio de los documentos que atestiguan el funcionamiento de una represión archivística que los condenó al olvido.
Esta contrahistoria es el prototipo de lo que será y fue la genealogía. Esto se opone, precisamente, a los “efectos centralizadores del poder que están ligados a la institución y funcionamiento de un discurso científico organizado dentro de una sociedad” (FOUCAULT, 2010a, p. 10), se opone al Uno y al Único. Se trata de oponer los saberes discontinuos y descalificados, inscritos en los sótanos de los archivos, a la instancia [teórica] unitaria “que pretendería filtrarlos, jerarquizarlos, ordenarlos en nombre del saber verdadero, en nombre del derechos de una ciencia que serían poseídos por algunos” (FOUCAULT, 2010a, p. 10), es decir, contra el principio arcóntico de consignación.
El sueño y el archivo
El archivo y su interpretación está todavía demasiado cerca de la interpretación de los sueños (FREUD, 1974a) en la medida en que estos también tienen una parte de verdad, el contenido latente. La cuestión de la memoria, en los sueños, se complica y se reposiciona precisamente en la clave del recuerdo, que también es creación. Así, el sueño rompe con esa temporalidad vectorizada del erudito. El sueño opera otras dos rupturas identificadas por Jacques Derrida (1995): en relación a la diferencia radical entre significante y significado[V] y en términos de gramática.[VI] En este sentido, en el trabajo soñado, Freud (1974b) establece su propia noción de temporalidad que es el tiempo de asociación, del latín asociado únete, conecta con un hilo de Ariadna[Vii] palabras que a pesar de su significado distinto tienen significantes cercanos. Este es el tiempo de la transposición lingüística, tiempo abierto a infinitas construcciones.
En el sueño “todo se recuerda y todo se olvida” (ENDO, 2018, p. 83), o mejor dicho, se recuerda una parte y se olvida otra y es precisamente esta la que parece contener la verdad última de los sueños, sólo parece porque lo que hace el psicoanálisis es destrozarlo. Desde entonces, es necesario recoger sus fragmentos e intentar ensamblar, como un personal de mantenimiento o como un surrealista, su paisaje. Es indicativo que Endo nos diga que lo que “ofrece el material onírico es la latencia de los vacíos” (2018, p. 83). Es lo mismo que nos ofrece el archivo, como lugar de falta de memoria estructural: otros espacios para interpretar e interpretar para hacerse otro, otro del otro, negando la identidad del Uno y el Mismo, devenir-otro .
De esta forma, el archivo y el sueño, sus interpretaciones, contribuyen a la construcción misma del sujeto. “Es la reacción misma que ocurre al soñar [y al leer los documentos]. Un sujeto que recrea su propio itinerario a partir de huellas aparentemente aleatorias e imposibles de seguir” (ENDO, 2018, p. 84). Tanto en los sueños como en el montón de hojas, expedientes y carpetas que componen un archivo, encontramos ese desorden que nos ofrece las piezas para ensamblar ese paisaje surrealista, esa “verdad histórica” de la que habla Freud en Moisés y el monoteísmo. “El sueño (…) tal como el archivo derridiano entiende el mal en su núcleo, es decir, la dimensión fragmentaria, indefinida, incompleta, desarticulada, nebulosa, deforme” (VERÍSSIMO & ENDO, 2020, p. 778). Verdad de los documentos, verdad de los sueños, verdad de uno mismo. Leer el archivo es, por tanto, soñar y soñar devenir-otro.
Así, lo que vale para la interpretación de los sueños vale para la de los archivos: “Los sueños rechazan, cada noche, la lógica lineal y fáctica, las verdades últimas, definitivas e inexorables y las posiciones de consenso y de orden. Los sueños juegan con certezas como cartas en una baraja. En los sueños está la única verdad, arreglada y reorganizada, mientras que lo recordado se revela y se oculta, se mantiene olvidado para siempre y lo olvidado nunca se recuerda por completo. En el sueño no hay nada que buscar, lo que revela es lo que eventualmente puede ser creado a partir de los rasgos que expone, (...) entre la multiplicidad de formas fragmentarias, indefinidas y obtusas, los sueños establecen creación psíquica y tu vínculo con la alteridad(ENDO, 2018, p. 84).
La creación de sueños así como la de archivos no es, sin embargo, sólo una técnica [mnemo] de uno mismo, sino también de los demás, es decir, del mundo. En este sentido, el sueño, como la fantasía, tiene la función de proteger al sujeto de las tensiones entre el deseo y el mundo, posibilitando la creación de otros mundos. Del mismo modo, el archivo, como soporte repetible que despierta en nosotros el sentimiento de desconocimiento, también funciona como mecanismo de defensa frente a la objeción que impone la realidad, podemos hacer otros usos subversivos de los archivos, rescatar la concepción animista y construir nuevos mundos a través de las cabezas que ensamblamos con las piezas que nos ofrecen los archivos.
Así, podemos extender lo que dice Freud (1974b) sobre los sueños transformando enunciados del subjuntivo al presente de indicativo a archivos. De esta manera, nos revelarían la plasticidad de la historia, la contingencia y la arbitrariedad de los acontecimientos y así nos abrirían el futuro como una diferencia en la medida en que todo lo que es decisivo alguna vez fue imposible. Nos recordarían que todo lo que aparece en los documentos en tiempo presente fue alguna vez un enunciado en subjuntivo, es decir, un deseo.
El archivo y la problematización
Se trata de adherirse a la discontinuidad, es decir, no tomar el pasado por pasado, sino hacerlo de arcilla flexible (NIETZSCHE, 2009), convirtiéndolo en una experiencia única, tomando su potencial para el presente. Se trata de cepillar la historia a contrapelo para “arrancar la tradición del conformismo, que quiere apoderarse de ella” (BENJAMIN, 2012, p. 243-244). Adhiriendo a la discontinuidad nietzscheana entendida como la afirmación de la unicidad de los acontecimientos frente a una historia orientada teleológicamente. Volviendo a lo irrazonable, impredecible e inocente en el devenir, podemos sacar a la luz discontinuidades, accidentes, desviaciones y rupturas temporales que sólo quedan plasmadas en la discontinuidad misma de los documentos. No es casualidad que Foucault (2010b) nos diga que los documentos no son materia inerte a partir de la cual reconstruimos la realidad, sino un tejido que podemos cortar, coser, etc., fue un gran lector de Nietzsche.
Con Foucault, el tema de la discontinuidad se convierte en objeto específico de investigaciones con los “casos” que servirán de fuente para sus trabajos con los archivos. El problema que aparece en estas investigaciones es: “¿qué tipo de unidad es capaz de producir la diversidad, cuando es plenamente adoptada?” (REVEL, 2004, p. 74).
La noción de caso designa, en el vocabulario corriente, un hecho aislado que, sin embargo, busca, de un golpe contundente, ordenar, es decir, aproximarse a una regla general. En cambio, Foucault lo designa como aquello que escapa al orden y afirma lo extraordinario. El caso es siempre real, pero una realidad que se desborda, una realidad desconocida, pues son casos que, siendo reales, amplían las posibilidades de la existencia precisamente porque escapan al orden del discurso y, precisamente por eso, tratamos de olvidar. reprimirlos en las polvorientas profundidades de los archivos. Se trata de tratarlos a través de nuestra enfermedad archivística, ese síntoma que los obliga a regresar una vez más.
Los archivos sirven así para problematizar el presente histórico. Por problematización se entiende el conjunto de prácticas que hacen que algo, previamente evidente, entre en el juego de lo verdadero y lo falso, es decir, se convierta en objeto de discusión y reflexión. Por tanto, la problematización implica un verdadero ejercicio crítico del pensamiento y corresponde a una ontología de la diferencia, es decir, ¿por qué las cosas son lo que son y no son de otra manera? Por tanto, si la discontinuidad, el azar, el devenir es el fundamento del ser, las posibilidades de existencia son infinitas, abriéndose así múltiples espacios de libertad.
Por lo tanto, el compromiso con los archivos nos trae de vuelta la pregunta de la Ilustración de ¿quiénes somos? ¿Cómo podemos ser diferentes? Cómo rechazar este “nosotros”, contrato firmado sin consentimiento, imposición de una identidad en una situación de absoluta heteronomía. La violencia de esta disimetría es la violencia de archivo, la violencia de alguien que habla por otro, la violencia comunitaria que “se da cada vez que nos dirigimos a alguien asumiendo, es decir, imponiendo un 'nosotros' y por tanto inscribiendo al otro en esta situación de bebé fantasmal”. y patriarcal a la vez” (DERRIDA, 2001, p. 57)
Aun así, preguntarse quiénes somos abre la posibilidad de disrupción y cambio por la contingencia histórica del presente, no tratándolo desde la perspectiva de una totalidad o de un fin futuro [a telos], sino buscando la diferencia con respecto a ayer. Es, entonces, una ontología crítica del presente, una búsqueda de la diferencia que caracteriza la actitud de la modernidad que Foucault (1994) transforma en un ejercicio filosófico, en una ética, que piensa la diferencia para pensar lo común.
*Gabriel Augusto de Carvalho Sánchez es estudiante de maestría en sociología en la USP.
Referencias
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Notas
[i] También podemos identificar un principio económico del archivo “como acumulación y capitalización de la memoria sobre algún soporte y en un lugar externo” (p. 23)
[ii] Es en este intervalo entre el olvido y el recuerdo que se ubican la fantasía, la imaginación, la creación, es ahí donde podemos concebir al otro, al Otro del archivo que veremos más adelante.
[iii] “¿Cuál es la verdad para Freud, frente a estos fantasmas? ¿Cuál es, a sus ojos, la parte de la verdad? Porque Freud creía en todo como un parte de la verdad” (DERRIDA, 2001, p. 113), o mejor dicho, la verdad siempre sería parte de Freud.
[iv] "Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
[V] En el sueño, como en el archivo, significante y sentido, forma y contenido son inseparables en la formación del sentido. Por lo tanto, no hay forma de reemplazar el significante sin cambiar el significado.
[VI] El sueño permite un afuera del lenguaje, así como el archivo permite un afuera de la memoria.
[Vii] Deleuze (2011) nos muestra cómo Ariadna, bajo la caricia de Dionisio, se convierte en afirmación de afirmación, devenir-activa y creadora. Podemos relacionar esta idea con una temporalidad abierta a la fantasía, al trabajo de los sueños, etc.
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