por LUIZ MARQUÉS*
Nota sobre el ensayo de Byung-Chul Han
El filósofo afincado en Alemania, Byung-Chul Han, en sociedad del cansancio, considera que el fin de la era bacteriológica coincide con el descubrimiento de los antibióticos, en 1928. La pandemia del virus del VIH, que en 1977-78 mató a 32 millones de personas, y la Covid-19, que en el bienio 2020-21 llegó a 15 millones de muertes, por no hablar de los diferentes tipos de gripe Influenza (A, B, C y D) y el virus del Ébola, no le hizo cambiar de opinión. Su énfasis recae en las vacunas contra las enfermedades virales, ignorando las tragedias mundiales. La publicación en portugués del ensayo, sin el epílogo autocrítico, demuestra que el autor continúa con sus viejas convicciones al proponer un salto acrobático y arriesgado, de la biología y la medicina, a la filosofía, la sociología y la política.
El siglo XXI sería la época de las enfermedades neuronales: la depresión y los trastornos, ya sea el trastorno por déficit de atención con hiperactividad o el límite de la personalidad. Ya no moriríamos de una infección atacada por una alteridad, sino de infartos por un exceso de positividad (lo mismo). La globalización suspendió la negatividad (diferencia) cruzando las barreras nacionales e imponiendo un cosmopolitismo. Aquí, vale la pena recordar: “La burguesía sólo puede existir a condición de que revolucione incesantemente los instrumentos de producción, las relaciones productivas y las relaciones sociales… La burguesía obliga a las naciones a adoptar el modo de producción burgués, las constriñe a abrazar lo que llama civilización ”, como predijo Karl Marx en el Manifiesto de 1848.
De hecho (lo que libera), es el capital el que se ha globalizado. Si en la década de 1960 la “sociedad de consumo” era objeto de críticas académicas en los países desarrollados, más de sesenta años después el problema en los países en desarrollo no es el consumismo, sino la dificultad de la población para acceder a una canasta básica de alimentos. El autor abstrae la realidad del razonamiento. Borra de las estadísticas el aumento de las desigualdades sociales, consecuencia de las políticas neoliberales: desindustrialización, trabajo precario, desempleo y desocupación por la falta de absorción de mano de obra no calificada ante los avances extraordinarios de la tecnología.
Para el profesor de la Universidad de Berlín, “el mismo no da lugar a la formación de anticuerpos”, por lo que “no se puede hablar de una fuerza de defensa, salvo en sentido figurado”. El inmigrante solo sería una carga, en lugar de una amenaza. Bueno, en el capitalismo admitir que los individuos son engranajes del engranaje sistémico o que la competencia interindividual corrompe la solidaridad es razonable, pero no nivela lo desigual. En las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos y Europa, el tema predominante entre los votantes fue la inmigración. Las tribus que esgrimen un igualitarismo tóxico no son un parámetro para universalizar las tesis posmodernas (o peores) sobre la sociabilidad, en total. Más bien, se refieren a la ecuación cognitiva dentro-fuera.
sociedad de rendimiento
A diferencia de Michel Foucault, Byung-Chul Han considera que los estudios sobre las instituciones totales de la “sociedad disciplinaria” – hospitales, prisiones, cuarteles, fábricas, seminarios – han dado paso a instituciones como bancos, laboratorios de genética, aeropuertos, oficinas, etc. centros comerciales. Corresponden mejor a la “sociedad de la actuación”, en la que “los habitantes ya no se proclaman sujetos de obediencia, sino sujetos de actuación y de producción; son empresarios de sí mismos”. Tenga en cuenta que la matriz del espíritu empresarial, la desindustrialización, está secuestrada de la pantalla.
La sociedad disciplinaria se caracterizó por la negatividad (prohibición, coerción). La sociedad del espectáculo con “la creciente desregulación la está aboliendo”. El siguiente pasaje es muy ilustrativo: “El poder ilimitado es el verbo modal positivo de la sociedad de la actuación. El plural colectivo de afirmación. Si podemos expresa precisamente el carácter positivo de la sociedad del espectáculo. En lugar de prohibición, entra el mandamiento o la ley, el proyecto, la iniciativa y la motivación. La sociedad disciplinaria engendra locos y delincuentes. La sociedad del rendimiento produce depresivos y fracasados”. En la imagen descriptiva se pasa por alto la lucha de clases y el fracaso de la meritocracia. La condena hace eco de un lamento resignado, sin brújula. Un campo fértil para la literatura de autoayuda y las charlas neurolingüísticas motivacionales para emprendedores.
El impacto del neoliberalismo en el continente europeo resultó en el cambio de la socialdemocracia hacia la pensée única, que hizo borrón y cuenta nueva a derecha e izquierda. De repente, todo el mundo estaba a favor de la austeridad, el equilibrio fiscal y la contención del gasto social. Casi llamando a la puerta de Murray Rothbar, fundador del anarcocapitalismo, para el cual la organización social debe guiarse por el axioma “el Estado es un mal innecesario”. Esto, a pesar de las lecciones catastróficas de la crisis de 2008 que muestran la indispensabilidad de la regulación estatal. Sea testigo del descuido fatal de la seguridad privada en la tragedia de la sumisa, que llevó a los multimillonarios al cementerio del Titanic.
“La liberalización no siempre crea más productividad. Es necesario estimular el gasto público en áreas que traigan retorno (salud, educación, etc.)”, reconoce ahora el comentarista de la Financial Times, Martin Sandbu, contra los dogmas monetaristas de los 1990 que criminalizaban las inversiones esenciales. Sin embargo, el productivismo extractivo a expensas del medio ambiente sigue pegado como un karman al inconsciente social de la sociedad del espectáculo, en pos del beneficio inmediato. Según el viejo Marx, el proceso económico en curso marcha independientemente de la voluntad del sujeto: “se parece al hechicero que no puede controlar los poderes internos que pone en movimiento con sus palabras mágicas” (op.cit.).
Una brecha en la narrativa
Byung-Chul Han realiza una especie de fenomenología de los sentimientos que afloraron en la llamada posmodernidad, comenzando por el aburrimiento. Entonces explicaría por qué la gente, por un lado, rechaza el acto de contemplación y, por otro lado, corre el maratón de hiperatención con el radar en múltiples señales y una sola certeza: la derrota al final. Como un animal de la selva que al comer se cuida de no ser comido, los humanos seríamos seres inquietos. Sin la paciencia de los budistas zen, absolutizan vida activa y sumirse en la histeria y el nerviosismo del torbellino de la acción.
“La sociedad del cansancio, como sociedad activa, se despliega lentamente en una sociedad de dopaje. La elevación incesante de la actuación conduce a un infarto del alma”. La presión por los resultados, la ausencia de normativa y el agotamiento que provoca el superpositivismo inducen al uso de ansiolíticos y antidepresivos. Un fenómeno que Christian Dunker con sentido del humor llama “síndrome del domingo por la noche”, un momento entre la ociosidad y el activismo.
“El cansancio profundo afloja el control de la identidad. Las cosas brillan y brillan en sus orillas. Se vuelven más indeterminados, permeables y pierden cierta parte de su decisibilidad”. Quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Las famosas preguntas no se callan. El autor surcoreano metaboliza la subjetividad angustiada de la época marcada por la irracionalidad de la catástrofe climática, el terror de la guerra nuclear, la erosión de la democracia y el espectro de nuevas pandemias. Razones para combatir la distopía de la extrema derecha, la necropolítica, en el sentido foucaultiano del soberano que controla la mortalidad y define la vida como manifestación del poder. Es hora de movilizar la opinión pública y superar los malos augurios colectivos.
El neoliberalismo, es decir, la nueva razón del mundo, sirve de telón de fondo al ensayo y la película de Byung-Chul El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese, protagonizada por Leonardo DiCaprio. Sin embargo, en la obra de arte era conveniente evitar el concepto para valorar las emociones. En una reflexión teórica, el silencio sobre la sociedad que no se atreve a decir su nombre es un gran vacío en la narrativa. No contribuye al trabajo de decodificación del totalitarismo de libre mercado. Este es el punto principal. En el teatro de la política no hay diagnóstico sin responsabilizar al director del espectáculo y sin pronóstico con miras a reorganizar el papel de los actores y del público.
* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.
referencia
Byung Chul Han. sociedad del cansancio. Traducción: Enio Paulo Gichini. Petrópolis, Voces, 136 páginas.
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