Sociedad administrada – la producción del miedo

León Zack, Quadro, 1952.
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Los hombres ya no temen a los animales salvajes ni a las fuerzas míticas de la naturaleza, sino a los poderes aniquiladores de la sociedad.

El progreso técnico y científico, que fue capaz de apaciguar las fuerzas de la naturaleza, haciendo la vida más cómoda para los hombres, no fue capaz de crear las condiciones objetivas para la felicidad humana. La civilización no ha sido capaz de cultivar su propia humanidad. Por el contrario, la civilización se ha convertido en una nueva forma de salvajismo, se ha convertido en una segunda naturaleza. Hoy, los hombres ya no temen a los animales salvajes ni a las fuerzas míticas de la naturaleza, sino a los poderes aniquiladores de la sociedad.

El miedo al hambre, la miseria, la violencia, el desempleo, la criminalidad y la exclusión social reemplazó al miedo al salvaje de las fuerzas naturales. Para disfrutar de los beneficios de la sociedad, el hombre moderno tuvo que racionalizar su acción para poder sobrevivir. Se vio obligado a hacer retroceder sus instintos a etapas antropológicamente más primitivas. Esta condición regresiva es inmanente a las sociedades modernas. Es fundamental para el mantenimiento del modo de producción capitalista.

En el hombre primitivo, el Ego se desarrolló por el miedo a la muerte frente a las fuerzas destructivas de la naturaleza. Ya en el hombre moderno, el Ego se desarrolla por miedo a las fuerzas aniquiladoras de la sociedad. Es por el mismo instinto de autoconservación que se forma el Ego. Así como el salvaje imitaba las fuerzas míticas de la naturaleza para sobrevivir, el hombre moderno imita las fuerzas opresivas de la realidad. El individuo imita las formas de comportamiento y patrones de pensamiento y conducta socialmente requeridos, identificándose con lo existente. Como siendo agresivo consigo mismo, moviliza todas sus fuerzas y todos sus pensamientos para ganarse la vida.

Como evalúa Horkheimer (2002, p. 146): “A través de la repetición e imitación de las circunstancias que lo rodean, adaptándose a todos los grupos de poder a los que finalmente pertenece, transformándose de ser humano en miembro de la organización, sacrificando sus puntos fuertes a su capacidad para adaptarse y ganar influencia en este tipo de organizaciones, se las arregla para sobrevivir. Su supervivencia se logra mediante el más antiguo de los medios biológicos de supervivencia, es decir, el mimetismo”.

La producción del miedo como forma de dominación es característica de una sociedad que se ha vuelto administrada. Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración mostró que esta forma de sociedad surgió con el avance de la tecnología, con el advenimiento del capitalismo monopolista. La sociedad administrada se define como una forma de dominación social basada en la racionalidad técnica, económica y administrativa, donde los individuos se transforman en objetos de organización, control y planificación a gran escala.

A partir de este aparato, la sociedad capitalista pudo desarrollar formas de conciencia, patrones de comportamiento y actitudes que predisponen a los individuos a aceptar e interiorizar sus mandamientos. En esta forma de sociedad, la conciencia se forma en el contexto de una realidad totalmente cosificada. Cuando los individuos reducen sus vidas al trabajo, el consumo y el entretenimiento idiota de la industria cultural, dejan que su pensamiento e imaginación sean moldeados por la producción de mercancías. Como observa Adorno (1995, p. 43), “si las personas quieren vivir en sociedad, no les queda más que adaptarse a la situación existente, conformarse; necesidad de renunciar a esa subjetividad autónoma a la que se refiere la idea de democracia”.

En un aforismo de Moralidad mínima, Divagar y siempre, Adorno habla de la avalancha de individuos en las calles de los grandes centros urbanos. Ve en esta prisa huellas mnemotécnicas de tiempos pasados. Este ajetreo del día a día en las grandes ciudades se asemeja al antiguo miedo del salvaje cuando huye de un depredador en la selva. Hoy, aunque el hombre ha dominado las fuerzas de la naturaleza y disfruta de una gran seguridad en la civilización, todavía teme su aniquilación.

Por eso, siempre tiene prisa por cumplir con sus compromisos: “Hubo un tiempo en que la gente corría de peligros que no permitían descansar, y sin darse cuenta todavía se nota quién corre detrás del autobús. El ordenamiento del tránsito ya no necesita preocuparse por los animales salvajes, pero no logró pacificar la raza [...] (ADORNO, 2008a, p. 158).

El gran objetivo de producir miedo en la sociedad dirigida era hacer que los individuos fueran cada vez más adaptables y eficientes. El crecimiento individual debe traducirse en eficiencia estandarizada. En un mundo dominado por las mercancías, el individuo también se convierte en mercancía. Se esfuerza por adquirir conocimientos, habilidades y capacidades para convertirse en una mercancía cada vez mejor. Su éxito depende cada vez más de su capacidad para adaptarse a las presiones que la sociedad le impone. Según Marcuse (1999, p.78), “esta eficiencia se caracteriza por el hecho de que el desempeño individual es motivado, guiado y medido por estándares externos al individuo, estándares que se relacionan con tareas y funciones predeterminadas. […] El individuo eficiente es aquel cuyo desempeño consiste en una acción sólo en la medida en que es la reacción adecuada a las demandas objetivas del aparato.”

El precio que pagó el hombre por su adaptación a las exigencias de la sociedad fue su renuncia a sí mismo. Renunció a su individualidad, a su autonomía ya su autoconciencia. Sus cualidades activas y las relaciones establecidas con la sociedad se han vuelto pasivas, fijas y automáticas. Como observa Goldman (2008, p. 139): “En tal sociedad, la conciencia tiende, en efecto, a convertirse en un simple reflejo, a perder toda función activa, a medida que el proceso de cosificación –la consecuencia inevitable de una economía mercantil– se extiende y penetra hasta el núcleo de todos los sectores no económicos del pensamiento y la afectividad.”

Al convertir el sentimiento de miedo en un instrumento para gestionar sujetos, el mundo industrial capitalista los enfrenta como algo absoluto y aplastante. El resultado de esto fue que los individuos se transformaron en átomos sociales aislados, ajenos a la totalidad que los oprime. Cuando el todo se disuelve en el individuo, éste desaparece y se convierte en un mero objeto social. Cada uno se transforma en un modelo de la gigantesca maquinaria económica.

Como señala Adorno (2008b, p. 103): “Un rasgo esencial de esta sociedad es que sus elementos individuales se presentan, aunque sea de manera derivada y luego incluso anulados, como relativamente iguales, dotados de la misma razón, como si eran iguales, átomos desprovistos de cualidades, propiamente definidos sólo por su relación de autoconservación, pero no estructurados sin estatuto y sentido natural.”

Lo que caracteriza a la sociedad dirigida es que su organización social sigue siendo heterónoma, es decir, ninguna persona puede realmente existir en la sociedad capitalista según sus propias determinaciones. A medida que el mundo fue nivelado por la forma de la mercancía, el ego ajustado a la realidad aprendió el orden y la subordinación a través del aparato económico que lo abarca todo. Así, “los fenómenos de alienación se basan en la estructura social”. (ADORNO, 1995, p. 148).

La adaptación, el conformismo, la ausencia de autorreflexión, el comportamiento convencional son características de esta sociedad. En consecuencia, para Adorno y Horkheimer (1985, p. 41), “es precisamente el progreso exitoso el que es culpable de producir su propio opuesto. La maldición del progreso imparable es la regresión imparable”.

*Michel Aires de Souza Días Doctor en Educación por la Universidad de São Paulo (USP).

 

Referencias


ADORNO, Teodoro. Mínima Moralia: reflejos de la vida herida. Río de Janeiro: Beco do Azougue, 2008.

ADORNO, Teodoro. Introducción a la Sociología. São Paulo: Editora UNESP, 2008.

ADORNO, Teodoro. Educación y Emancipación. Río de Janeiro: Paz y Tierra, 1995.

ADORNO, Teodoro; HORKHEIMER, Max. Dialéctica de la Ilustración. Río de Janeiro: Jorge Zahar, 1985.

GOLDMANN, Lucien. La cosificación de las relaciones sociales. En: FORACCHI, Marialice; MARTINS, José (org.). sociologia y sociedad. Río de Janeiro: LTC, 2008, pág. 137-146.

HORKHEIMER, Max. Eclipse de la Razón. São Paulo: Unesp, 2017.

MARCUS, Herbert. Algunas implicaciones sociales de la tecnología moderna. En: Tecnología, guerra y fascismo, São Paulo: Editora Unesp, 1999. p. 71-104.

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