por ELEUTÉRIO FS PRADO
Consideraciones sobre el capitalismo contemporáneo
Los contornos de la hipótesis
Esta nota tiene como objetivo presentar críticamente una conjetura sobre la naturaleza del capitalismo contemporáneo contenida en el libro Techno-féodalisme - Critique de l'économie numérique de Cédric Durand (La Découverte, 2020). Según esta hipótesis, el capitalismo industrial, como modo de producción progresista, generador de crecimiento económico, ya ha sido reemplazado por un capitalismo rentista, lento y depredador, que ahora debería llamarse tecnofeudalismo.
Según este autor, las tecnologías digitales no han traído, como prometía la ideología de Valle del Silicio, un horizonte radiante para el capitalismo; por el contrario, endurecieron el neoliberalismo y produjeron la degradación de este modo de producción. Pues, reconfiguraron las relaciones sociales de forma reaccionaria: si ante ellos aún prevalecía un sistema descentralizado de producción de mercancías en el que primaba la competencia, con ellos y a través de ellos se produjo una centralización y monopolización que volvió a crear una estructura de dependencia en la esfera de la producción. , una nueva forma de sometimiento de las unidades productivas a los dueños del poder de la “tierra”. Y esta forma -dice- había sido históricamente suprimida por el capitalismo competitivo de los siglos XVII, XVIII y XIX, habiéndose mantenido incluso cuando sobrevino la fase monopolista a fines del siglo XIX.
He aquí, ahora todas las empresas individuales, pequeñas, medianas y grandes se han vuelto dependientes de un recurso, las plataformas digitales, que son propiedad de una fracción privilegiada de capitalistas; además, son mantenidos y comandados únicamente por un grupo restringido de trabajadores, quienes también dependen directamente de esta fracción. Ahora bien, estas plataformas se han convertido en medios universales de producción ya que contienen las bases de datos y algoritmos indispensables para el ejercicio de cualquier actividad económica importante y, por ende, en general.
Y si el acceso a ellos parece gratuito, sólo se produce a través del pago implícito o explícito de valores que así se pinchan a través del propio acceso ya lo largo de su uso ocasional o sistemático. Según Durand, el advenimiento de esta lógica de la ganancia pecuniaria y su predominio en la sociedad mata la lógica de la competencia en el ámbito de la producción mercantil, basada en la disputa por la ganancia industrial, que existía en el viejo capitalismo, porque introduce la lógica de la ganancia por apropiación, búsqueda de rentas, en todas las relaciones económicas relevantes.
Esta forma de dependencia -según él- tiene consecuencias: “la estrategia de las plataformas que controlan estos territorios digitales es una estrategia de desarrollo económico a través de la depredación, a través de la conquista”. Siempre se trata de recopilar más datos y adquirir más fuentes de datos. Hay, por tanto, una especie de competencia, pero no pretende operar de forma más eficiente para producir y vender más bienes, sino únicamente acaparar más espacios digitales para aumentar la cuantía de los ingresos castigados. El resultado de este proceso, según él, mata el carácter progresista de la economía capitalista.
Esta lógica que ahora impera en el mundo, según él, es similar a la que prevalecía en el feudalismo; porque en este modo de producción, como es sabido, los nobles competían por los espacios territoriales con el fin de aumentar el excedente que podían extraer de las unidades de producción bajo su dominio. Como estos excedentes se consumían suntuariamente o con fines bélicos, el feudalismo no tenía ningún mecanismo para fomentar una mayor productividad; por el contrario, se constituyó como un sistema marcado por el consumo destructivo, por el despilfarro de recursos duramente ganados.
El capitalismo propiamente dinámico, guiado por la rentabilidad del capital industrial dentro del proceso de competencia del mercado, duró -dice- desde el último tercio del siglo XVIII hasta fines de la década de 1970, es decir, apenas dos siglos. A partir de ese momento, con el advenimiento de la “economía digital”, se fue convirtiendo paulatinamente en un sistema guiado notablemente por la extracción de rentas. Pues el proceso productivo en su conjunto se ha vuelto dependiente de un determinado factor de producción que está monopolizado, algo que era característico del feudalismo y que ahora se ha recuperado un poco.
En el feudalismo, como es sabido, este factor era la tierra; ahora, consiste en los bancos y flujos de datos (big data), así como los medios que se deben utilizar para acceder a ellos. He aquí, un grupo muy pequeño de grandes corporaciones, como Facebook, Amazon, Apple, Netflix, Google, etc., actualmente tienen y controlan el sistema económico de Occidente, si no del mundo en su conjunto, porque tienen y controlan las grandes plataformas digitales. Y no dependen de la competencia y no buscan ganancias industriales para prosperar, sino que buscan lograr ganancias crecientes en escala basadas en un poder de monopolio indiscutible.
“La referencia al feudalismo” –dice Durand– “se refiere al carácter rentista, es decir, no productivista, del dispositivo de captura de valor. Actualmente se constata el predominio de la lógica de obtención de ingresos sobre la lógica productiva en empresas intensivas en intangibles, en especial en plataformas digitales. El poderoso auge de las actividades informatizadas puso así en entredicho la continuidad de los procesos competitivos de generación de beneficios”.
El origen de la hipótesis.
La hipótesis de que estamos ahora ante una especie de retorno al feudalismo se planteó, curiosamente, a partir de un artículo periodístico escrito por Karl Marx, el 24 de junio de 1856, en el New York Tribune. Allí, este autor examina críticamente un balance, así como los estatutos, de la sociedad anónima Crédito de propiedad, que surgió en Francia en la época del Segundo Imperio, con Napoleón III. El documento contable de diciembre de 1855 mostraba que esta empresa había obtenido una utilidad anual del 35%, es decir, había logrado obtener una rentabilidad extraordinaria aun para esa época; “no es tan malo”, como lo señaló el propio Marx.
Esta corporación se caracterizó por tener un fin monopolista explícito: pretendía funcionar como un solo banco, constituir un fondo con todos los títulos y acciones de las grandes empresas, controlar todo el financiamiento de la industria. Marx, con su conocida ironía corrosiva, consideró de inmediato que se trataba de un proyecto de “socialismo imperial”, que, a diferencia del odiado “socialismo revolucionario”, seguramente sería amado por la burguesía en general.
Allí, Marx, para designar este desvergonzado proyecto de monopolio, todavía utiliza, irónicamente, una denominación creada por Charles Fourier: “es un mérito inmoral de Fourier haber predicho esta forma de industria moderna, bajo el nombre de 'feudalismo industrial'”. Ahora bien, esta forma no había sido creada por los protagonistas del proyecto: “ciertamente” – dice el autor de La capital – “No fueron los Sres. Isaac, Péreire, Morny y Bonaparte quienes lo inventaron”. ¿Qué crearon entonces? Esto es lo que dice: “Había también, antes de su tiempo, bancos que daban crédito a sociedades anónimas industriales. Lo que inventaron fue un banco por acciones que apuntaba a monopolizar lo que antes era múltiple y estaba dividido entre varios prestamistas privados. El principio rector consistió en la creación de un gran número de empresas industriales, no con miras a impulsar inversiones productivas, sino simplemente a obtener ganancias a través de la negociación de acciones. Su nueva idea era hacer del feudalismo industrial un tributario de la especulación bursátil”.
Parece bastante evidente que la hipótesis de Durand nace de este pasaje, incluso porque apunta a un uso improductivo del capital que conduce al estancamiento. Aquí es necesario, sin embargo, superar esta apariencia.
Ahora bien, Marx no avala el uso del término “feudalismo” como categoría teórica, sino que sólo lo utiliza retórica y críticamente para referirse a un proceso de monopolización industrial que se convierte, por medio de la ingeniería empresarial, en monopolización financiera. Lamentablemente, sin embargo, Durand lo tomó como un término riguroso ya que lo utiliza para caracterizar una transformación del capitalismo que, supuestamente, viene a negarlo como tal. Bueno, si no es feudalismo, ¿entonces qué es? Es un desarrollo endógeno y tendencial del capitalismo que el mismo Marx había previsto en La capital? O, de no ser así, ¿habría proporcionado las categorías teóricas que permitirían aprehenderlo con rigor?
el capital como mercancía
Es necesario ver, de entrada, que en el caso especial examinado por Marx, así como en la etapa actual del capitalismo tal como la describe Durand, no hay supresión de la relación de capital, es decir, de la relación de capital al trabajo y, en particular, como trabajo asalariado. Ahora bien, ¿en qué se diferencia esta relación de la relación de producción que prevalecía en el feudalismo?
Nótese en primer lugar que la dependencia de quienes trabajan de los propietarios de los medios de producción no es exclusiva del feudalismo –aunque, en este último modo de producción, se caracteriza por una cierta permanencia e indisolubilidad; Como es bien sabido, el lazo social de dependencia en el feudalismo no puede ser roto, especialmente por la parte subordinada, ya que es orgánica, fundadora de la sociedad. En el capitalismo, sin embargo, esta dependencia se vuelve voluntaria y temporal, ya que la relación entre trabajadores y empresas toma la forma de un contrato entre personas físicas y jurídicas, contrato que puede rescindirse en cualquier momento. Es, por tanto, una dependencia que aparece como tal, pero como su contrario.
Sin embargo, incluso siendo así, esto no implica una independencia completa de las partes, sino solo una independencia formal. Porque todavía subsiste una dependencia recíproca, necesaria e incluso forzada, entre los trabajadores en relación con el capital social, con el capital en su conjunto. Como los trabajadores no son dueños de los medios de producción, tienen que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, con fuerte necesidad, a algún capitalista, a un miembro de la burguesía que es dueño de los medios de producción. Y los capitalistas no pueden subsistir como tales si no pueden subordinar formalmente numerosas fuerzas de trabajo.
Marx, como sabemos, para distinguir el feudalismo del capitalismo hace uso de la diferencia entre relación social directa y relación social indirecta, respectivamente. En el primer caso, las relaciones sociales fundantes se dan a través de los bienes, es decir, son “relaciones cosificadas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas”. En el segundo caso, hay relaciones que implican una dependencia directa, no mediada por cosas sociales que han adquirido el carácter de fetiches.[ 1 ]
Así es como este autor presenta esta distinción en La capital, basada en la metáfora del individuo independiente contenida en la célebre novela de Daniel Defoe: “Pasemos de la isla luminosa de Robinson a la oscura Edad Media europea. En lugar del hombre independiente, encontramos aquí a todos los dependientes: siervos y señores, vasallos y soberanos, laicos y clérigos. La dependencia personal caracteriza tanto las condiciones sociales de producción material como las esferas de vida estructuradas en torno a ella. Pero, precisamente porque las relaciones de dependencia personal constituyen la base social dada, las obras y los productos no necesitan adquirir una forma fantástica, distinta de su realidad. Entran al engranaje social como servicios y pagos in natura. La forma natural del trabajo, su particularidad y no, como en el caso de la producción de mercancías, su generalidad, es aquí su forma directamente social.
Durand, sin embargo, parece tener razón acerca de un cambio histórico en el modo de producción capitalista: con el advenimiento de la revolución digital, con la informatización de los procesos de trabajo y comunicación, sí se produjo una transformación de este sistema que hizo inquebrantable la monopolización. posible, de un factor de producción, las plataformas informacionales, cibernéticas, que pasan a mediar una parte muy significativa de las interacciones sociales incluso más allá de las actividades directamente productivas.
En este punto del argumento, hay una necesidad imperiosa de resaltar un punto crucial: en el capitalismo de plataforma, las relaciones sociales continúan tomando la forma de relaciones mercantiles. La interacción social sigue siendo una manifestación fenoménica de las relaciones sociales cosificadas. Las empresas ganan porque tienen la propiedad monopólica de estas plataformas; sin embargo, lo hacen porque siguen siendo proveedores de bienes; por lo tanto continúan, como todas las empresas capitalistas en general, vendiendo mercancías. La cuestión, entonces, es saber cómo se produce esta operación de venta: ¿se vende la cosa misma que soporta la forma, o sólo se vende el servicio útil que puede prestar?
Como es sabido, Marx distinguió dos formas básicas de la mercancía como forma elemental de la riqueza en este modo de producción, estructura básica que sustenta la sociedad moderna: la mercancía (M) como forma de capital industrial (en D – M…P … D – D') y el capital mismo (D) como mercancía (en D – D'). La primera forma comienza a presentarse explícitamente en el Capítulo IV del Libro I (implícitamente, comienza en el Capítulo I de la obra en su conjunto). Como esta forma M es la forma del capital industrial, pasa necesariamente por su circuito de valorización en la forma D, es decir, en la forma de dinero como capital. Y, por eso mismo, contiene en sí mismo una posibilidad que sólo aparece más tarde en la presentación de La capital.
La segunda forma mercantil se expone así principalmente en el Capítulo XXI del Libro III, denominado El capital que devenga intereses. Allí, muestra que el capital como capital se convierte en una mercancía sui generis. El pasaje es bien conocido y dice lo que también se intentó decir en este párrafo que ahora se concluye: “El dinero – considerado aquí como expresión autónoma de una suma de valor, ya sea que exista realmente en dinero o en mercancías – puede, sobre la base de la producción capitalista, transformarse en capital. Y, en virtud de esta transformación, pasar de un valor dado a un valor que se valora a sí mismo, que se multiplica. Produce ganancia, es decir, permite al capitalista extraer de los trabajadores una cierta cantidad de trabajo no remunerado, plusproducto y plusvalía, y apropiarse de ella. Adquiere así, además del valor de uso que posee como dinero, un valor de uso adicional, a saber, el de funcionar como capital. Su valor de uso, una vez transformado en capital, consiste aquí precisamente en la ganancia que produce. En esta condición de capital posible, medio de producción para la producción de ganancia, se convierte en mercancía, pero en una mercancía sui generis. O, lo que es lo mismo, el capital en cuanto capital se convierte en mercancía”.
Se trata, pues, ahora de examinar la forma D – D' que es precisamente la forma del capital que devenga intereses. Aquí no ocurre la metamorfosis del capital en mercancía común como ocurre necesariamente en el circuito del capital industrial, es decir, primero D – D, y luego la inversión de D – D'. El capital, en otras palabras, no asume la forma de capital productivo que dirige el proceso de producción de valor y plusvalía. Ahora bien, la transformación de D en D' depende únicamente de una transferencia de valor de manos de un propietario privado A a las de otro B, que sólo puede realizarse bajo ciertas formas y garantías legales. Garantizan la transformación de D en D + ΔD; he aquí, cierta cantidad de dinero, D, va de A a B y vuelve de B a A incrementada, como D + ΔD, en esta transacción. La forma de préstamo, por lo tanto, es peculiar del capital como mercancía. Y paga “alquiler”. Y esta renta proviene de la renta del capital, tiene naturaleza de interés y no de renta de la tierra. El interés es el pago de la renta adeudada por el uso del capital como mercancía.
Debe señalarse ahora que el capital que devenga interés no se materializa únicamente en el préstamo de dinero. Se materializa siempre que hay un préstamo de capital, ya sea corriente o fijo, advirtiendo que el capital fijo es un bien cuya forma social está siempre “pegada” a un soporte natural. Además, este soporte tiene una existencia puramente material, si esta existencia es tangible y/o intangible, no importa. Una máquina ordinaria, por ejemplo, es tangible como el hierro, pero intangible como la tecnología. De hecho, por lo tanto, una máquina tradicional o una máquina computacional es tangible e intangible al mismo tiempo.
Aquí, para no dejar dudas, es necesario citar extensamente al propio Marx en el pasaje que habla específicamente del capital fijo: “El dinero puede tomarse prestado (…) como capital fijo, por ejemplo, cuando se devuelve en forma de una renta vitalicia, de modo que con intereses siempre refluye una parte del capital. [Sin embargo] ciertas mercancías, por la naturaleza de su valor de uso, solo pueden prestarse como capital fijo, como casas, barcos, máquinas, etc. Pero todo capital prestado, cualquiera que sea su forma y cualquiera que sea su reembolso, debido a la naturaleza de su valor de uso, es siempre sólo una forma particular de capital dinerario.
Ahora bien, este momento de la presentación dialéctica del concepto de capital, contenido en La capital, no puede desaparecer del marxismo sin dejar rastro alguno, como parece suceder en muchas obras que circulan actualmente en el campo de la crítica de la economía política. Pues, como riguroso aporte teórico, tiene una fuerte e ineludible consecuencia para la comprensión del capitalismo basado en plataformas informacionales.
Una crítica a la hipótesis de Durand
Como se ve, Durand hace referencia al feudalismo para caracterizar la reciente transformación del capitalismo porque ve en los acontecimientos históricos el surgimiento de una regresión: si antes la rentabilidad era el motor dinámico del capitalismo, ahora lo que lo mueve, mucho más lentamente de hecho, sería rentismo. Y sustenta esta tesis de manera explícita, como muestra una cita de un pequeño extracto de su propio libro: “La referencia al feudalismo…”.
De entrada, ¿de dónde surge el interés por pensar el capitalismo contemporáneo a partir de nociones como “rentismo” y “tecnofeudalismo”? Ahora bien, la necesidad –común en el campo keynesiano, pero que también aparece en el campo marxista– parece irresistible de señalar la ganancia externa a la producción como un elemento regresivo, algo que está en el capitalismo, pero que no le pertenece como tal. , eso no es parte de él, inmanente.[ 2 ] Y esta tendencia, como saben, ya aparecía en las obras de autores como Proudhon y Keynes. Si estos autores consideraban que este tipo de ganancias podían y debían ser suprimidas de alguna manera, Durand, en cambio, ahora las ve insalvables debido al desarrollo tecnológico. Evidentemente se trata de un autoengaño o de una infiltración ideológica. El capitalismo no retrocede, sino que avanza -y de acuerdo con sus leyes inmanentes- hacia su ocaso final. Y esto, como sabemos hoy, puede no ser auspicioso, sino catastrófico.
¿Cómo, entonces, aprehender las transformaciones descritas por Durand de manera rigurosa desde la lógica de presentación de La capital?
Es bastante evidente que los programas de computación, las bases de datos recopiladas y, por ende, el servicio de las plataformas digitales, en virtud de su propia naturaleza de valores de uso, aunque no dejen de ser mercancías, no pueden venderse como mercancías comunes. Máquinas informáticas en general: de escritorio, portátiles, tabletas, etc. – se venden, eso sí, de esta manera más habitual. Pero, los servicios digitales que se necesitan en general para emplearlos adecuadamente en el ámbito de la producción e incluso fuera de él, no pueden comercializarse de la misma forma. Pues los costes de reproducción son prácticamente nulos en este caso. Su uso debe ser licenciado por un período determinado; como forma de capital como mercancía, por lo tanto tienen que ser alquilados, formal o informalmente.
En consecuencia, no se trata de una variante de la “renta de la tierra”, sino de interés, ya que así se denomina, como es sabido, el rendimiento de la renta del capital como mercancía. Además, es bastante evidente que la forma de capital involucrada en las plataformas digitales no es nueva; por el contrario, ha existido desde los albores del capitalismo. El potencial de monopolización en sí mismo ya estaba presente en los tipos de capital enumerados por Marx.
Lo nuevo de tales plataformas es que, debido a las economías de red que brindan, la monopolización ocurre y tiene que ocurrir inexorablemente. Como unos utilizan este recurso otros tendrán que utilizarlos, produciéndose así un cierre tecnológico (cerrar). Por tanto, permiten extraer “rentas” obligatorias de los usuarios, de forma similar a lo que tradicionalmente se denomina usura. Bueno, ambos explotan la debilidad situacional del cliente. Suprimen, además, la libertad de elección del consumidor tan alabada por los ideólogos liberales y neoliberales de todos los tiempos.
Por todo ello, la transformación provocada por la tercera revolución industrial compite con la llamada financiarización de las relaciones sociales que se ha expandido enormemente en el capitalismo contemporáneo, aunque, como fenómeno emergente, tampoco es algo del todo nuevo. Compite, por tanto, con otras tendencias que ahora se manifiestan allí, como el gran endeudamiento estructural de empresas, organismos estatales y familias y, en particular, con la difusión y predominio del capital social.
Esta tendencia a la socialización del capital, como es sabido, es inherente al propio capitalismo y así consta en el Capítulo XXVII del Libro III de La capital: “El capital, que en sí mismo descansa sobre un modo social de producción y supone una concentración de los medios de producción y de las fuerzas de trabajo, recibe aquí directamente la forma de capital social (capital de los individuos directamente asociados) frente al capital privado, y sus sociedades presentarse como empresas sociales en lugar de empresas privadas. Es la superación del capital como propiedad privada, dentro de los límites del propio modo de producción capitalista”.
Dado lo anterior, haciendo justicia al espíritu irónico del antiguo Marx, en lugar de tecnofeudalismo, se debería hablar de “socialismo capitalista”.[ 3 ] En lugar de rentismo, por lo tanto, se debería hablar de “juridismo”. En todo caso, hay un momento histórico de cambio; Según Marx, en el momento en que se produce este resultado del máximo desarrollo de la producción capitalista, es un punto de paso necesario para la transformación del capital en propiedad de los productores, pero ya no como propiedad privada de los productores individuales, sino la propiedad de los productores asociados, como propiedad directamente social. Dicho de otra manera, el tema no es “capitalismo versus feudalismo”, sino “capitalismo versus poscapitalismo”.
* Eleutério FS Prado es profesor titular y titular del Departamento de Economía de la USP. Autor, entre otros libros, de Complejidad y praxis (Pléyade).
Notas
[1] Quizás, a estas relaciones directas se las pueda llamar “relaciones sociales por reglas”, advirtiendo que estas reglas establecen una jerarquía social y que tienden a ser socialmente sacralizadas, deificadas.
[2] Esta forma de pensar aparece, por ejemplo, en la reseña de Ladislau Dowbor del libro el valor de todo: producir y extraer en la economía global, de Mariana Mazzucato, publicado en la tierra es redonda🇧🇷 Disponible https://dpp.cce.myftpupload.com/produzir-e-extrair-na-economia-global/
[3] Este tema está bien tratado en un artículo de Bruno Höfig, El capital social y su necesidad: elementos para comprender el proceso de financiarización de la empresa. Economía y Sociedad, vol. 26 (número especial), diciembre de 2017