por Edgar Pereira*
Además de la evaluación, la crítica literaria es una inmersión profunda en la esencia de la obra, guiada por la ética y la vocación. Una invitación a la comprensión que trasciende el nacionalismo, rescata voces olvidadas y oxigena el canon, revelando la fuerza y el valor intrínseco del texto.
1.
Producir crítica literaria implica optar por una escritura de segundo grado sobre un texto, ya sea de un autor canónico o de alguien que merece ser reconocido. Es importante destacar, desde el principio, la contigüidad semántica entre crítico y evaluador, una aproximación que rescata uno de los significados de evaluar: apreciar, reconocer la grandeza de algo, estimar su mérito.
Entre los innumerables juicios teóricos sobre el papel de la crítica, valoro una breve nota de Antônio Olinto: «Los instrumentos de la crítica no son exclusivos de nadie. Están disponibles para cualquiera que les dedique tiempo, estudio e investigación. El conocimiento científico así adquirido se sumará a un mayor o menor grado de vocación, capaz de convertir, de manera gestáltica, el aprendizaje de la ciencia de la obra literaria en una nueva dimensión de comprensión y visión de las cosas y del tiempo. […] La estética y la ética van de la mano, y no puedo apreciar un análisis realizado sin la primacía de una ética viva y renovada, la que existe en la obra insubordinada y en el gesto de rebelión. Insubordinación y rebelión que la ficción de nuestro tiempo, en sus mejores ejemplos, ha intentado expresar».[i]
Se han dicho los puntos esenciales sobre la profesión del crítico: formación específica, vocación, interés por el campo del conocimiento, capacidad para transformar la lectura en análisis, sensibilidad a la atmósfera espiritual del contexto, sentido ético. Siento cierto resentimiento hacia la costumbre de someter la literatura al nacionalismo.
Reconozco los esfuerzos de los escritores románticos, incansables en su esbozo del paisaje tropical, interesados en consolidar simultáneamente el discurso y los temas brasileños. Ellos allanaron el camino para el desarrollo del viaje de la nacionalidad, que posteriormente emprendieron los escritores modernos.
La postura de José Veríssimo sobre la literatura brasileña no se basa en el nacionalismo exacerbado asumido como cláusula fija por Sílvio Romero y, más sistemáticamente, por Antonio Candido, en Formación de la Literatura Brasileña.Este último merece reconocimiento por su esfuerzo por reinterpretar el patrimonio literario, con un trazo flexible, rompiendo con una visión chovinista, construida por el pensamiento conservador, con rasgos inmovilistas.
Benjamin Abdala Junior afirma: “La comprensión de este nuevo Brasil —que pretendía ser soberano y desarrollado— exigió entonces nuevas interpretaciones de nuestra formación, matizando aspectos políticos, sociales, económicos y culturales que repercutieron en nuestra contemporaneidad”.[ii]. João Alexandre Barbosa, en el prefacio del 1a Series de Estudios, de José Veríssimo, añade: “Como se ve, no excluyó el aspecto nacional, sino que lo sofisticó: el método crítico se hizo más específico a medida que la idea de nacionalidad de la obra literaria comenzó a actuar ya no como un factor exclusivo, sino como un ingrediente en el conjunto de elementos para la comprensión de la obra —entre los que, como hemos visto, destacó el talento de la ejecución”[iii].
Alcir Pécora, al evaluar la postura de João Adolfo Hansen, que en ocasiones contradecía las prioridades académicas de la época, considera: «João Adolfo Hansen realiza una crítica implacable de la teleología modernista y nacionalista que predominaba en los estudios literarios brasileños, proveniente principalmente de São Paulo y, en particular, de la propia USP. Esta teleología, que considera la historia cultural de Brasil como una evolución destinada a la consecución de un espíritu nacional, cuya materialización se daría en el modernismo paulista, tuvo varias consecuencias, algunas bastante reductivas, como la sumisión del concepto de «literatura» al de «Brasil», además de mostrar un desinterés, posiblemente como ningún otro país americano, por la producción literaria colonial».[iv]
2.
El debate en torno al nacionalismo en el ámbito literario se ha enfriado desde mediados de la década de 70. Afrânio Coutinho, con la publicación de Caminos del pensamiento crítico (1974), tuvo el mérito de sentar las bases de esta corriente hermenéutica, tras movilizar a mentes brillantes durante décadas. La literatura evoluciona según la dinámica social, albergando rastros de cambios históricos en comportamientos, actitudes y aspiraciones.
Si fuera posible intercambiar síntomas y temas asociados con signos de nacionalidad en lugar de indicios nacionalistas, quizás los resultados serían más productivos. En cuanto a la profundización de estas cuestiones, cabe destacar el equilibrio observado desde la década de 50 entre la producción teórica y el material creativo. Como afirma Brayner: «Los momentos culturales son un campo constante de intercambio en el que germinan tanto el impulso poético como el pensamiento especulativo e indagador».[V].
Un salto al pasado, con el propósito de difundir ideas. Entre 1940 y 1960, floreció una generación dedicada especialmente a la crítica literaria, que colaboraba en las notas a pie de página de los periódicos brasileños. En un contexto de gran efervescencia cultural, donde la literatura gozaba de prestigio, la competencia entre pares era feroz. Fue una época de grandes enfrentamientos y debates, desde los que se produjeron entre escritores católicos y socialistas, hasta los que se produjeron intensos conflictos.
Se publican grandes periódicos, sobre todo en Río de Janeiro y São Paulo, pero también en Recife, Porto Alegre y Belo Horizonte, casi todos ellos dotados de críticos militantes, como Sérgio Milliet, Antonio Candido, Agripino Grieco, Olívio Montenegro, Álvaro Lins, Oscar Mendes, Eduardo Frieiro, Augusto Meyer, Tristão de Ataíde, Wilson Martins, Tasso da Silveira.
Adonias Filho, dirigiendo el prestigioso suplemento Letras y artes del diario MañanaEn una columna (“A través de los Suplementos”) en la que repasaba los suplementos literarios, escrita bajo el seudónimo de Djalma Viana, se refiere así al entonces candidato a crítico: “El inculto Antonio Candido, aunque no sabía distinguir una novela de un par de zapatos, tuvo su momento de gloria y hubo quien vio en él un Zé Veríssimo modernizado, formalista y fragante”.[VI].
El tono burlón expresa cierta intolerancia hacia la crítica con sesgo sociológico. La producción de Antonio Candido, como puede verse, no fue celebrada por sus colegas desde el principio. En la prensa de la época, las primeras referencias a su intervención como crítico literario fueron recibidas con comentarios poco prometedores, o incluso adversos. Las valoraciones despectivas eran habituales en los suplementos culturales, cuando el foco estaba puesto en la obra del crítico novel. «Antonio Candido ve con gran recelo las manifestaciones de exotismo literario: la representación de color local —lo cual conviene al gusto del provinciano o extranjero que busca en nuestra literatura el equivalente a las imágenes de los plátanos y las piñas”[Vii]. A pesar del marco sociológico de su arsenal teórico, A. Candido no pierde su insuperable lugar de maestro.
3.
De diversas fuentes, los comentarios recopilados no pierden su carácter efímero y fugaz al plasmarse en un libro. De las circunstancias específicas —una reseña en un blog electrónico, un artículo presentado en un congreso o publicado en revistas literarias— surge el aire renovado, el tono ligero y sin pretensiones, el lenguaje sencillo y cotidiano en el que fueron escritos, sin descuidar la especificidad de la teoría literaria.
Comentarios más que exhaustivos en su hermenéutica, los textos que siguen buscan demarcar surcos y señales de un intento desarmado de comprensión. Muchos de ellos no han perdido el perfil de las reseñas indomables que, en una especie de perspicaz desciframiento de códigos y contraseñas, acogen a autores injustificados o mal explicados, excluidos del estatus de canon y cortesanos.
Cada período histórico produce sus intérpretes y evaluadores, responsables, en teoría, de la inclusión de obras que, aunque confinadas al olvido de los puntos ciegos del espejo retrovisor del consenso, no pierden el brillo de su luz transparente. Considero la crítica una actividad que impulsa la cultura, al despertar el interés por la producción literaria de un contexto determinado. Para ello, es urgente liberarnos de la idea de que la fortuna crítica de un autor lo califica para un acceso restringido al canon.
Sin abandonar la juego limpio Que debería allanar el camino para cualquier proyecto, es importante destacar la elegancia de considerar toda la producción promedio como digna de análisis, en primera instancia, sin distinguir lo que puede considerarse un aspecto más robusto de la colección de otra contribución aparentemente menos expresiva. El filtro de calidad viene a continuación, teniendo en cuenta que varios factores interfieren en el trabajo intelectual.
El acto de leer presupone un diálogo entre varias voces: entre el lector y el texto, el autor y el texto, el lector y el autor, entre el sujeto y el mundo, etc. En torno a estas instancias se mueve el contexto, una especie de subsuelo sobre el que se escribe, que abarca a todos los agentes que intervienen en la producción de la escritura.
4.
Abriré un paréntesis para una consideración preliminar de lo que se entiende aquí por comprensión, un recurso para una lectura eficaz. La comprensión va más allá de la asimilación pasiva de elementos constitutivos de lo que puede definirse como indicadores formativos de un campo de conocimiento.
Este concepto deriva de un préstamo de la teoría desarrollada por Eduardo Prado Coelho en La carta costera (1979). Al comparar dos posturas respecto a la literatura, Prado Coelho contrasta dos líneas de conocimiento: una basada en la extensión y la otra, impulsada por la comprensión. La primera perspectiva se basa en la acumulación de conceptos y teorías, en la configuración de un repertorio científico que tiende a alcanzar un mayor conocimiento, alcanzado en una línea de horizontalidad.
El segundo paradigma busca encontrar un conocimiento menor incorporando, en su inmersión vertical, las nociones de intensidad, proyecciones y obsesiones como indicadores que configuran una concepción del espacio, el espacio literario. Si en el primer caso, tenemos la formación de un campo de conocimiento, fundado en un repertorio de conceptos provenientes de la sociología, en el segundo paradigma, se acogen, aunque de forma difusa, conceptos provenientes del psicoanálisis, la semiótica, los estudios culturales y los postulados teóricos de la recepción, articulados en un equilibrio inestable, como atisbos de utopía y ejercicios de identificación y desplazamiento.
En el ámbito de las relaciones entre literatura y psicoanálisis, se considera que el objetivo no es analizar a un autor a través de su obra, sino que es el crítico quien se analiza a sí mismo a través de su crítica de la obra. En el ámbito de las relaciones entre literatura, historia y sociología, se considera que un texto solo existe a través de su recepción, que es la ejecución del poema lo que lo constituye, y que la historicidad de la literatura está determinada por una compleja red de reacciones y expectativas. La crítica se concibe como un texto a texto, entendido como un cuerpo a cuerpo: cuerpo a cuerpo como conflicto, cuerpo a cuerpo como amor. Se trata de hacer del texto una singularidad, un devenir, una catástrofe, una línea de fuga, un acontecimiento.[Viii].
Alejándose de una exigencia articulada a la certeza absoluta, típica del sesgo positivista, la escritura ensayística se concibe como una experiencia exiliada del ámbito ideológico. Eduardo Prado Coelho postula un nuevo paradigma: un discurso que se desarrolla menos según los parámetros del conocimiento, en la dimensión de un nuevo (otro) uso del conocimiento. Partiendo del rechazo a una postura unidimensional, centrada en el énfasis dado a la forma y el signo, el objetivo es esbozar un discurso impulsado por el interés en capturar la fuerza y el valor del texto.
El proceso de identificación o participación en una realidad creativa, desencadenado por la lectura, despierta en el lector una actividad mental de naturaleza cognitiva y liberadora. Por simple que sea, cualquier relato provoca en el lector una posibilidad efectiva de interacción, basada en datos lógicos, sugestivos e intuitivos, capaces de corresponder a las expectativas secretas del conocimiento. El riesgo de caer en un desarrollo caótico y sin propósito, si lo hay, solo ocurrirá si se sobrepasan los límites de la literatividad.
Mi libro Matiné del sábado Se proyecta en este contexto. Evitando giros conceptuales, busca describir el material consultado, enmarcándolo dentro del género al que pertenece y revelando sus estrategias e intereses estéticos. Sin descuidar las contingencias biográficas relevantes, las estrategias asociadas al contexto y los efectos estéticos más relevantes.
Sin ignorar la relación entre literatura y contexto, debemos incorporar la evidencia de que, por muy intensas que sean, las obras literarias están marcadas por los impulsos desordenados de las estructuras sociales. Buscamos desarrollar una lectura atenta a la condición ética, a la relación entre crítica e historia, investigando los elementos literarios en términos de sus condiciones formales y conceptuales, sus sugerencias semánticas y los espectros simbólicos del inconsciente político.
La mezcla intencionada de autores canónicos y nuevos contribuye a la idea de compartir el patrimonio literario. Finalmente, a su debido tiempo: me llevo mejor con Paulo Coelho que con imitadores vulgares de Jorge Luis Borges y Vargas Llosa. La propuesta incorporada consiste en complementar y ampliar los manuales y compendios.
Oxigenen las reuniones, renueven las arterias y los ambientes, amplíen los mapas, desempolven los estantes y los lienzos. Desinfecten los sarcófagos y los pasillos, exterminen las manchas de las paredes y los muebles mohosos, el hedor a favoritismo y favores mutuos.
*Edgard Pereira Es profesor jubilado de Literatura Portuguesa en la Facultad de Letras de la UFMG. Autor, entre otros libros, de El lobo del cerrado (Imago).
Referencias
ABDALA JUNIOR, Benjamín. Fronteras múltiples, identidades plurales.Nueva York: Routledge, 2002.
BARBOSA, João Alexandre.Prefacio. In:MUY MUY, JoséEstudios de literatura brasileña.Belo Horizonte: Itatiaia; Nueva York: University of Chicago Press, 1976.
BRAYNER, Sonia. Coloquio – cartas, 26. Lisboa: Fondo Calouste Gulbenkian, 1975.
CONEJO, Eduardo Prado. La carta costera. Lisboa: Moraes, 1979.
COUTINHO, Afranio (org.). Caminos del pensamiento crítico.Río de Janeiro: Ed. Americana Prolivro, 1974.
OLINTO, Antonio. La verdad de la ficción.Río de Janeiro: Compañía Brasileña de Artes Gráficas, 1966.
PÉCORA, Alcir. “Contribución original”. Reseña de La agudeza del siglo XVII y otros ensayos, de João Adolfo Hansen. Bosquejo. Curitiba: ed. 234, octubre de 2019.
VIANA, Djalma. Críticos, ¡apresúrense!. MañanaRío de Janeiro, año 2, n.º 79, p. 2, 21 de marzo de 1948. Suplemento de Letras y Artes. A través de los Suplementos.
Notas
[i] OLINTO, 1966, pág. 7.
[ii] ABDALA JR., 2002, pág. 110.
[iii] BARBOSA, 1976, pág. 18.
[iv] PECORA, 2019.
[V] BRAYNER, 1975, pág. 98-99.
[VI] VIANA, 1948, pág. 2.
[Vii] ABDALA JR., 2002,
[Viii] COELHO, 1979, pág. 72-73.
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