Erico Andrade*
El gobierno de Bolsonaro ha mostrado un desdén no solo por la pobreza, sino por todo lo que no es su espejo.
Si hay algo que ha demostrado ser ambidiestro en la pandemia del Corona Virus es la forma en que tratamos a nuestros muertos. La disputa política no se trata solo de quién pagará la factura de la muerte. Sobre quiénes serán los responsables de las muertes que ya comienzan a aumentar en Brasil, a pesar del flagrante subregistro. La disputa es aún más grave.
Si, por un lado, es con burla que el presidente y su séquito tratan a las personas fallecidas por el COVID-19, quitando al Estado cualquier posibilidad de decretar luto oficial y, por tanto, confiriendo institucionalidad al padecido, por otro lado , parte de la izquierda convierte imágenes de fosas comunes o cementerios construidos apresuradamente en un instrumento moral de castigo para los votantes de Bolsonaro.
Sin duda, se trata de actitudes asimétricas porque el gobierno cumple la función institucional de gobernar el país y no puede otorgarse el derecho de ridiculizar las muertes de las que también es responsable; menos por su omisión. Sin embargo, el uso de imágenes de fosas comunes y el sufrimiento estampado en los rostros de familias, cuyos seres queridos fallecieron a consecuencia del COVID-19, es utilizado libremente por cierta izquierda en una lógica de mérito. Como si ciudades como Manaus, en la que Bolsonaro obtuvo una expresiva victoria, tuvieran que pasar por el sufrimiento frente a la pandemia.
Hay que decir que nadie merece morir. No hay merecedor de la muerte. El punitivismo que impera en la extrema derecha brasileña contamina a tal punto a una parte importante de la izquierda que le impide simpatizar con los muertos. Es cuando la política no deja lugar al duelo. Pero eso solo sucede cuando perdemos el respeto por los vivos.
Y el gobierno de Bolsonaro ha mostrado un desdén no solo por la pobreza, sino por todo lo que no es su espejo. Con eso sedimenta su electorado por el odio y el desprecio explícito a la vida; por lo tanto, para los muertos.
En efecto, su gran victoria es contaminar a la izquierda con el mismo odio que veda toda posibilidad de una política creativa que no sea de mera resistencia, en este caso con las mismas armas. Cuando empieza a repetir el comportamiento de los que critican a la izquierda, no solo está siendo incoherente, al fin y al cabo, la incoherencia nos atraviesa como humanos. Es sepultar la posibilidad de cambiar una estructura punitiva hundiéndose en un revanchismo sin fin.
*Érico Andrade es profesor de filosofía en la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE).