por J. CHASIS*
Clasificar una ideología no es explicarla, ya que identificar su naturaleza corresponde necesariamente a referirla a la totalidad concreta en la que emerge.
De la rusticidad a la sofisticación, en cualquiera de sus formas, el concepto de totalitarismo, en esencia, traduce la idea de poder monopólico.[i].
Simplemente siguiendo a un autor ya mencionado y de innegable prestigio, enumeremos lo que F. Neumann considera los “cinco factores esenciales de la dictadura totalitaria”:
1) transición de un estado de derecho a un estado policial; 2) transición del poder difuso en los estados liberales a la concentración en el régimen totalitario; 3) la existencia de un estado-partido monopolista; 4) transición de los controles sociales de pluralistas a totalitarios; 5) la presencia decisiva del terror como amenaza constante contra el individuo[ii].
"Estas son, dice Neumann, las características del sistema político más represivo".
que nos dicen?
Fundamentalmente, el totalitarismo es una oposición radical al estado liberal.
El contraste se puede ver fácilmente para los cinco factores enumerados. Así tenemos respectivamente: para el primero, la oposición entre ley y fuerza; para el segundo, la oposición entre difusión y concentración del poder; para el tercero, la oposición entre el pluralismo partidario y su contrario; para el cuarto, la oposición entre estado y libertad; finalmente, la oposición entre violencia y razón (consustanciada en el individuo) para el quinto factor.
De este modo, el Estado liberal se convierte en el sistema donde lei, razón y libertad, Garantizado por difusión del poder y por la estructura multipartidario. Y el estado totalitario es el sistema donde prevalece la violencia extrema — El horror — y la dominación hipertrofiada por la concentración del poder y alimentada por el monopolio político de los partido único.
Uno, por tanto, es el régimen de la libertad, regido por el derecho, por la razón; el otro, el de la opresión comandada por la violencia. ¿Quién es el beneficiario de la libertad, en un caso, y quién es la víctima de la opresión en el otro?
La respuesta, siempre en palabras de Neumann, es que lo que distingue al Estado totalitario “es la destrucción de la línea entre el Estado y la Sociedad, y la politización total de esa sociedad por medio del partido único”.[iii]. En otras palabras, donde prevalece la sociedad civil, tenemos el reino de la libertad; donde domina el estado, reina el totalitarismo.
Además del obligado registro de la extrema generalidad que caracteriza a todas estas formulaciones, cabe preguntarse también: ¿cómo se concibe la sociedad civil, en última instancia? El mismo autor nos explica: “El gobierno de derecho es una presunción a favor del derecho del ciudadano y en contra del poder coercitivo del Estado. En el estado totalitario esta presunción se invierte.[iv]. Obsérvese, entonces, que los polos del dilema son, por tanto, el individuo y el Estado[V].
Todo gira, como intentamos mostrar, dentro del universo del liberalismo. Y las determinaciones respecto al totalitarismo no son más que definiciones por negación respecto a las características liberales. En última instancia, la noción de totalitarismo no refleja nada más que liberalismo con el signo opuesto.
Esto, sin embargo, no es una simple coincidencia, ni un mero producto de la debilidad teórica. Si no, vamos a ver.
El análisis de los personajes de la dictadura totalitaria enumerados por Neumann revela estas implicaciones.
Sobre todo, los cinco factores del autor versan sobre la relación entre derecho y violencia, en los que la línea de razonamiento está guiada por una disyuntiva injustificada.
La oposición global entre ley y fuerza, en la primera característica, se yuxtapone a la oposición entre razón y violencia (característica 5), expresión diferente del mismo enunciado. De ellos, piedra angular de todo el esquema, se destilan las demás “oposiciones”: el partido único que constituye el instrumento para la superación del imperio legal, y la concentración del poder y los controles sociales monopolizados que son sus derivados necesarios.
Se establece, por tanto, una concepción cuyos supuestos necesarios son: una relación excluyente abstracta entre poder material y poder jurídico; y la atribución también en abstracto de un valor positivo al campo jurídico, y un valor negativo al poder material. Supuestos que implican considerar al Estado liberal como una suerte de fin de la historia, por tanto, racionalmente insuperable, eterno como valor práctico y teórico.
Así, la definición del totalitarismo frente al liberalismo no es casual, sino el resultado de una comparación con un modelo paradigmático. Por eso dijimos que la definición del concepto está impulsada por una disyunción injustificada. Ahora es claro que la acusación se realiza, por imperativo del concreto real, al nivel de los presupuestos de toda la fórmula.
La oposición abstracta que se establece entre el plano jurídico y el de la fuerza material refleja la clásica convicción de que el poder legítimo “es el imperio de las leyes, no de los hombres”[VI], y que “todos tienen derecho a los mismos derechos ante la ley y que todos tienen derecho a las libertades civiles”[Vii], por lo que “el fin principal del gobierno es defender la libertad, la igualdad y la seguridad de todos los ciudadanos”[Viii].
Todo ello porque “el mérito moral, el valor absoluto y la dignidad esencial de la personalidad humana han constituido el postulado fundamental del liberalismo. Por tanto, cada individuo debe ser considerado como un fin en sí mismo, no como un medio para promover los intereses de los demás”.[Ex].
La oposición se sitúa, por tanto, como ya hemos subrayado, entre el Estado y el individuo. No mediando, en el análisis, entre ambas, ninguna otra dimensión de la existencia social. El individuo, en la intangibilidad de su personalidad humana, es lo que funda la existencia, los límites y la finalidad del Estado legítimo.[X].
La sociedad, el pueblo, se concibe, como puede verse, simplemente como una población, una suma de unidades iguales cuyas únicas diferencias son las diferencias individuales en capacidad personal, y en juicio y fuerza moral.[Xi].
De modo que para el análisis liberal la cuestión del Estado se resume en el problema de la legalidad[Xii], dado que todo se genera y resuelve en el juego interindividual[Xiii], ordenado por reglas definidas por encima de lo social, excluyendo cualquier consideración relacionada con el problema de las clases y su hegemonía. En consecuencia, la crítica liberal no toma ni podría lógica e históricamente tomar[Xiv], el liberalismo como forma de hegemonía de una determinada clase, sino como expresión real de la igualdad entre los individuos[Xv].
Analíticamente, este ocultamiento es de la misma naturaleza que el operado por el concepto de totalitarismo. Es decir, el juego de las clases queda oculto por el juego de las individualidades; por el énfasis en lo legal, se prohíbe el acceso a lo real[Xvi].
A esto precisamente conduce el concepto de totalitarismo: a la imposibilidad de comprender los fenómenos que precisamente cree determinar.
Lo que lleva a esta alquimia es precisamente el procedimiento propio del análisis liberal: el uso de universales abstractos como único recurso del movimiento de aprehensión científica. Así, en lugar de reproducir conceptualmente lo concreto, destacando la particularidad decisiva en cada caso, nos lleva, por ese análisis, a confrontar la razón en general, la libertad en general, el ciudadano en general, el Estado en general, la violencia en general, etcétera etcétera.[Xvii].
No se puede dejar de observar que tales nociones están vinculadas a un espejo particular de su base generadora: la economía de mercado, concebida como el lugar natural de las relaciones de intercambio en general entre individuos igualmente considerados en general, es decir, el sistema capitalista de producción y su ideología.
Es precisamente el universal abstracto el que permite a la crítica liberal, dando la máxima extensión al concepto de totalitarismo, unir una multiplicidad de fenómenos, distintamente situados, bajo una misma etiqueta, que los confunde con el pretexto de explicarlos. Es en esta línea de procedimiento que asistimos a la transformación del “monopolio” del poder en un “monopolio” del poder en general (habiéndose convertido en “monopolio”, es decir, totalitario, precisamente porque no se difunde, ya que es pretende darse en el Estado liberal), obviando sin justificación el hecho de que el poder implica siempre la cuestión de la hegemonía. Todo razonamiento se basa claramente en una posición ideológica, afirmando, contra toda evidencia, que en el estado liberal todos tienen, o al menos tienden a tener, algún poder. En otras palabras, ese poder está, allí, difundido, diseminado en general. La difusión, además, que se toma como único antídoto contra el mal que es intrínsecamente el poder, sea cual sea. El poder, entonces, es un mal en general, al que sólo puede oponerse su propia fragmentación (difusión). A pesar de ser un mal, por tanto, la crítica liberal no se plantea la perspectiva de la superación del Estado y su poder, recomendando, por así decirlo, divulgarlos contractualmente. Lo cual revela, en la medida en que el contrato no se celebra efectivamente entre iguales, que la ideología liberal se apoya en lo universal abstracto para defender un particular privilegio concreto.[Xviii].
De modo que los supuestos del análisis que el sistema ofrece como su “explicación” de hecho guíen, recurriendo a generalidades[Xix], su justificación y continuidad, haciendo lo mismo respecto del discurso “científico” que le corresponde. De ahí que, y en la medida en que pretendemos haber demostrado que el concepto de totalitarismo es producto del punto de vista liberal, la afirmación de que la noción de totalitarismo es sólo la expresión con la que esta perspectiva acuña todo lo que, en el plano político, , contradice el arquetipo que forja de su mundo y de sí misma. Cabe señalar que lo que contradice el arquetipo, no necesariamente su realidad.
Con esta generalización que es a la vez un reduccionismo, ya que limita las cuestiones al ámbito político, el uso del concepto de totalitarismo permite mezclar y confundir a Hitler con Stalin, y, por si fuera poco, también fenómenos de la Tipo Vargas o Perón.[Xx].
Confundiendo manifestaciones históricas concretas, y reduciéndolas a su expresión política, el concepto de totalitarismo simplemente opera una especie de tautología al "determinar" el fascismo, el nacionalsocialismo y tantos otros eventos que se permite abarcar y que de alguna manera contradicen el perfil liberal. . No más que eso es decir que tales fenómenos traducen la monopolización del poder, el uso de la violencia y la represión del individuo. Incluso vale decir que si el razonamiento en relación con los fenómenos mencionados es tautológico, también lo es, en el límite, con el poder en general. Con esto no pretendemos confundir o disolver las distintas formas de hegemonía; por el contrario, queremos resaltarlos, afirmando que la hegemonía está siempre presente en el fenómeno del poder, contrariamente a lo que supone el análisis liberal.
Por tanto, y esto es lo que nos interesa particularmente, afirmar que el fascismo es totalitarismo es, en el mejor de los casos, un acto de clasificación formal, nunca una explicación del fenómeno. En realidad es un enmascaramiento.
Decíamos hace un rato que la ideología liberal se apoya en lo universal abstracto para defender un privilegio concreto particular. Cabe preguntarse, ahora, qué privilegio defiende al emplear el universal abstracto del totalitarismo.
Al transformar el concepto de totalitarismo en la noción clave para explicar el fascismo, el primer resultado es colocar todo el problema en la esfera de lo político, es decir, es descaracterizar el todo histórico que representa en favor de una descripción que encierra en la esfera del poder político, tomado de manera aislada y autosuficiente. Es reenviar la explicación del político por el político, del político por sí mismo. Por lo tanto, se asume como independiente, autónomo de la sociedad civil. En consecuencia, la explicación se hace sin referencia al modo de producción en que se manifiesta; con desprecio por la historicidad del fenómeno; sin preocuparse por investigar las relaciones infra-superestructurales concretas en las que emerge.
En definitiva, utilizar el concepto de totalitarismo como herramienta explicativa es “explicar” manifestaciones particulares determinadas por rasgos superestructurales genéricos. Es “explicar” lo particular concreto por lo universal abstracto. Es situarse en la perspectiva epistemológica liberal. No podemos aquí, reconociendo el claro carácter condenatorio con el que la crítica liberal envuelve todo su análisis del nazi-fascismo, hablar también, parafraseando a Lukács, de “epistemología de derecha y ética de izquierda”.[xxi]?
La otra consecuencia de utilizar la noción de totalitarismo, como ya hemos destacado, es identificar fenómenos distintos por apariencias similares.
Si articulamos, por tanto, las dos consecuencias de utilizar el concepto de totalitarismo, obtenemos que el análisis que lo utiliza, en un plano decisivo, se limita en última instancia a ser un discurso en general sobre lo político en abstracto. De modo que el privilegio conferido al político resulta ser de hecho su disolución, y la pretendida universalidad el instrumento de esta operación.
Como resultado, es fácil percibir las ventajas ideológicas que la noción de totalitarismo brinda al sistema que lo engendra. Al desvincular los fenómenos nazifascistas, es decir, los “fenómenos políticos” de las estructuras económicas, se da pie a la separación entre capitalismo y nazifascismo, al mismo tiempo que se busca reforzar la pretendida identidad entre capitalismo y liberalismo, además de establecer que los “regímenes del terror” son precisamente los que niegan el liberalismo, es decir, el capitalismo[xxii].
Sin embargo, la cuestión no se limita a las ventajas ideológicas. Creemos que la noción de totalitarismo no es sólo un instrumento ideológico, sino también el límite teórico de la perspectiva liberal para el análisis de los hechos nazifascistas.
Con tal concepto es posible omitir el nexo de causalidad entre capitalismo y fascismo, y esto es vital para que el sistema sea reconocido. De lo contrario, se rompe su fundamento racional y, en consecuencia, su carácter de fin de la historia: el capital-liberalismo, forma suprema a la que llega la evolución de la sociedad y del poder del Estado.[xxiii]. Una forma que en adelante sólo admite cambios en el sentido de mejorar los componentes que la componen, es decir, cambios que no perjudiquen su esencia, ya que sólo se trata de ir racionalizando progresivamente todas las áreas y sectores del sistema, de incorporando, a escala mundial, todo lo que todavía está en un nivel inferior. Entendiendo, entonces, que a partir de ella, cualquier cambio positivo sólo puede ser mejora (y cualquier otro cambio, ya que niega el sistema, es necesariamente negativo), todo se reduce, entonces, a grados de racionalización, a remodelaciones intrasistémicas, en una palabra, a victorias técnicas. Aquí, entonces, el progreso se reduce al progreso técnico, y la razón liberal se muestra exactamente como razón limitada, como razón técnica, por lo que el positivismo es su epistemología natural.
Si no se encuentra un método que rompa el nexo causal entre el modo de producción capitalista y los fenómenos nazifascistas, ¿cómo mantener entonces la utopía liberal?
Si el universal abstracto hace posible tal ruptura, el concepto de totalitarismo la refuerza, pues es en la condición de su contrario que se reafirma contemporáneamente, no obstante que como razón técnica, la razón liberal se muestra como razón limitada; quizás una debilidad menor y más sutil, ya que el progreso técnico se muestra como la forma de ser del conservadurismo burgués.
Ir más allá del concepto de totalitarismo es, en última instancia, reconocer la falsedad de los conceptos que sustentan la teoría del sistema. Si, como quiere el propio análisis liberal, el fenómeno totalitario es la negación de la igualdad de los hombres, negar el concepto de totalitarismo no es refutar esta desigualdad fáctica, sino reconocerla como perteneciente también al sistema que genera esa desigualdad. perspectiva, que obviamente aniquila la perspectiva misma, es decir, ilegitima el sistema mismo.
Aceptar los fenómenos nazifascistas como productos capitalistas es aceptar que este sistema se niega a sí mismo, por lo tanto, que no es la forma acabada de la historia, que ésta continúa y que la anterior es puesta en jaque. Por lo tanto, por el contrario, el fenómeno fascista debe concebirse como una negación de los fundamentos mismos de ese modo de producción. Esto es lo que opera el análisis liberal a través del concepto de totalitarismo. Y en la medida en que el comunismo es también una negación del capitalismo, los engloba bajo el mismo concepto; al hacerlo, identifica una negación real con una negación aparente.
Es fácil, entonces, percibir que la noción de totalitarismo es el límite teórico del análisis liberal. En otras palabras, la perspectiva liberal no puede decir nada más sobre los fenómenos nazifascistas sino que se trata de gobiernos de poder monopolizado en general, so pena de romper con sus propios presupuestos, encarnados en la noción de totalitarismo que se piensa bajo la vigencia de una relación excluyente entre fuerza y razón. Por tanto, el límite de la crítica liberal a los fenómenos fascistas es el propio sistema que los genera.[xxiv].
La total insuficiencia del análisis liberal del fascismo tiene ciertamente su explicación en este límite, y si puede contentarse con su “explicación” a nivel ideológico, en cambio a nivel científico no hace más que reforzar la tesis de la causalidad. vínculo con el sistema que lo produce y que también es genéticamente responsable de los fenómenos fascistas.
La tendencia hacia el formalismo en el tratamiento de tales problemas, y no sólo de ellos, en el campo de la teoría política se deriva ciertamente de esto. En todo caso, por otra parte, parece legítimo sospechar que también por eso los fenómenos fascistas han sido dejados de lado durante mucho tiempo como objeto de análisis científico, y que la voluminosa bibliografía dedicada a ellos ha sido predominantemente restringidas a brindar datos y testimonios, en lugar de explicaciones, y que sólo más recientemente, cuando fueron “igualadas” a otras formas de poder no liberales, comenzaron a merecer mayor atención.
Mencionamos anteriormente una tendencia hacia el formalismo. Sin detenerse ahí, por más de un momento, cabe señalar que el esquema sintetizado por la noción de totalitarismo tiende, pero no efectivamente, a un modelo formal, es decir, “vacío en cuanto se refiere a cualquier objeto”.[xxv]. Como obviamente no se refiere a ningún objeto, sino a ciertos objetos políticos, configura una noción abstracta, es decir, un “esquema de significados (…) que no considera todas las condiciones concretas de su realización”[xxvi]. Por tanto, como toda noción abstracta, opera un vaciamiento. Qué tipo de vaciamiento es este, en el caso particular que nos ocupa, y cuál es su sentido epistemológico, esa es la cuestión. Nos referimos, por supuesto, a su orientación hacia la cancelación de ciertos significados. Nos referimos precisamente a su forma de privilegiar o ignorar dimensiones de la realidad. Al no ser un concepto formal de tipo matemático, es importante saber, para comprender su particular capacidad de vaciamiento, qué tipo de abstracción es.
“Hoy, la concepción positivista de la ley natural se considera actualmente un dato científico, entendido como expresión de ciertas uniformidades fenoménicas empíricas, que nada dice sobre la realidad concreta que subyace a estas apariencias”[xxvii]. En esta concepción, el punto de partida del análisis es “cualquier concepto típico o la descripción detallada de la apariencia para llegar a una invariancia”[xxviii].
El terreno metodológico del concepto de totalitarismo es precisamente este.
Y toca darse cuenta, en el caso concreto del concepto que nos ocupa, de que es a la vez un concepto típico y una noción obtenida por saturación empírica. En otras palabras, es una generalización de apariencias que “coincide” con un coágulo significativo no generado por el campo fenoménico puesto a análisis. Es esta “coincidencia” la que nos parece muy significativa. Cabe señalar que como concepto típico, como coágulo significativo, resume lo que hemos tratado de mostrar anteriormente, esto es, un concepto determinado por definiciones negativas de los valores que componen la concepción liberal del poder; y mientras que la descripción empírica es un esquema de invariancia resultante precisamente de la aglutinación de los rasgos fenoménicos que ilustran la primera. Lo cual evidentemente no es una coincidencia, sino una relación de subordinación. Dada la infinidad de datos empíricos, de apariencias que el fenómeno nazi-fascista ofrece al observador, queda claro que la captura que realiza el concepto de totalitarismo está orientada desde el principio. El concepto de totalitarismo, por tanto, es una generalización de las apariencias, relacionadas con distintos concretos de los que, por fuerza no empírica, se abstrajeron sin justificación ciertas características, entre las cuales precisamente aquellas que harían irrelevante la semejanza fenoménica e imposible la confusión de ambas. hechos concretos, reduciendo así radicalmente el alcance de la generalización.
No descubrimos nada nuevo al mostrar que la captura de datos empíricos no es una operación inocente, ni que esta falta de “pureza” es un privilegio del concepto de totalitarismo. Al indicar la subordinación que existe entre las dos fuentes genéticas del concepto no estamos simplemente desenmascarando una operación defectuosa, sino señalando la ambivalencia del concepto. Por un lado, es una “explicación”, por otro, una plantilla para capturar datos empíricos; bifrontismo que es característico de la idea de modelo.
El concepto de totalitarismo es, por tanto, un modelo, y no una noción formal, ya que no es un esquema vacío, sino un entramado de contenidos privilegiados: una parte de la apariencia de lo concreto, a la que se le confiere la cualidad de esencia.
Esquema supuestamente esencial, una invariancia regida por leyes generales abstractas, da la impresión de ofrecer una forma neutra de investigación, válida para su uso en cualquier caso.
De hecho, no es una forma que se abre a la diversidad de la realidad, sino una abstracción que se cierra precisamente a esta diversidad, imponiendo una homogeneización sobre lo concreto que la disuelve. Es una "forma" que sólo tiene elasticidad para contener materiales del mismo tipo de los que ella misma está formada.
De ahí que la tendencia formalista de su análisis se exprese en un vaciamiento de contenidos, sí, pero de determinados contenidos, precisamente aquellos que negarían, que desafiarían por completo sus pretensiones analíticas. Realmente constituye una arbitrariedad de procedimiento que, sin respetar los niveles de abstracción, imputa a un mínimo entendimiento un poder de máxima determinación.
En una palabra, es una “forma” que se cierra a lo concreto, se impone sobre él y, sometiéndolo a la vigencia de la noción de recurrencia que le es intrínseca, condiciona las explicaciones analógicas y abre los poros de su tejido teórico a las soluciones explicativas que enfatizan los fenómenos miméticos.
Se presupone una línea de razonamiento de este orden para identificar tranquilamente, con “todo rigor”, el integralismo con el fascismo.
El recurso clasificatorio que pretende afinar el concepto constituyendo una tipología de los totalitarismos, reconociendo ramas principales y subdividiéndolas posteriormente, de forma que, en la parte que efectivamente nos interesa, empecemos a hablar de derecha, izquierda, tercera partido fascismo mundial, conservador, revolucionario, rural o muchos otros cuñados con expresiones equivalentes o parecidas[xxix], este recurso clasificatorio, repetimos, no sólo no refuta ninguna de las objeciones que presentamos, sino que, por el contrario, muestra aún más su pertinencia.
La perfilación de esta tipología reafirma la caracterización de las entidades histórico-sociales por su reducción a apariencias políticas, tomándolas como el nodo significativo esencial al que se le confiere la condición de norte de un rastreo que se realiza a pesar de los modos de producción y grados concretos su desarrollo histórico. En otras palabras, las manifestaciones concretas de lo que se toma como fascismo son captadas simplemente como fenómenos políticos, lo que confiere acríticamente a esta esfera de realidad autonomía de existencia y funcionamiento, en consecuencia de explicación.
Tales clasificaciones implican que el fascismo puede existir en diferentes modos de producción, en diferentes formaciones históricas, teniendo, por tanto, un carácter universal absoluto, y no que sea un producto particular de un modo de producción en circunstancias específicas.
El expediente clasificatorio todavía confunde las formas de ser del fascismo (manifestaciones concretas del fascismo en diferentes lugares y tiempos) con formas particulares de configuraciones de poder e ideología que generalmente no se ajustan al arquetipo de la democracia liberal. Se parte, por tanto, de una “clasificación previa” en la que las manifestaciones políticas se dividen entre liberales y antiliberales.
En definitiva, el uso de esquemas clasificatorios simples o complejos para los fascismos confirma las características del análisis liberal, pues las modalidades destiladas en tales clasificaciones no constituyen más que una evidencia empírica de la idea de totalitarismo, que en el mejor de los casos sería una determinación abstracta. .de las relaciones entre derecho y poder, pero que se toma como intelección plena. Estas clasificaciones, por ser entendidas exactamente como clasificaciones de un fenómeno dado, son la lista de variaciones de ese mismo fenómeno, y no la distinción de distintos concretos que tienen rasgos fenoménicos comunes por los que no están, sin embargo, sujetos a determinación.
Por lo tanto, clasificar una ideología no es explicarla, ya que identificar su naturaleza corresponde necesariamente a referirla a la totalidad concreta en la que emerge. [xxx]
*J. cadena (1936-1998), licenciado en filosofía por la USP (1962), en la década de 1960 integró el grupo dirigido por Caio Prado Júnior en torno a la Revista Brasiliense. A mediados de la década de 1960 fundó la editorial Senzala, y en la década de 1970, junto con otros colaboradores, la revista Temas de Ciencias Humanas. En la década de 1980 editó el Revista de ensayo y creó la editorial homónima, reuniendo a un grupo de activistas e investigadores bajo el lema “movimiento de ideas, ideas en movimiento”, un proyecto marxista que fue brevemente continuado como Estudos e Edições Ad Hominem, a fines de la década de 1990. introducción y difusión del pensamiento maduro de György Lukács en Brasil, así como el de István Mészaros. Su actividad intelectual se concentró en el “redescubrimiento de Marx” y en el rescate de sus líneas ontológicas, así como en el análisis de la realidad brasileña. Fue profesor de la Escuela de Sociología y Política (1972-76) y luego de la Universidad Eduardo Mondlane, en Mozambique (1976-78); Al regresar a Brasil, ingresó al Departamento de Filosofía de la UFPB, transfiriéndose en 1986 al Departamento de Filosofía de la UFMG, donde estableció una línea de investigación centrada en los estudios marxistas (editor: Diego Maia Baptista).
Publicado originalmente en Revista Temas de Ciencias Humanas, No. 1. Editorial Grijalbo, São Paulo, 1977.
Notas
[i] “Lo que distingue políticamente al totalitarismo es (…) la existencia de un partido estatal monopolista”. Franz Neumann, Estado Democrático y Estado Autoritario, Zahar Editores, Río, 1969, p. 269.
Hannah Arendt, por su parte, se refiere a “mon analyse des eléments de la dominación total”. H.Arendt, El sistema totalitario, Seuil, París, 1972, pág. 8.
[ii]F. Neumann, Estado Democrático y Estado Autoritario, op. cit., págs. 268 a 270.
[iii]Ibid., pags. 270)
[iv]Ibid., pags. 268)
[V] “El mérito moral, el valor absoluto y la dignidad esencial de la personalidad humana han constituido el postulado fundamental del liberalismo”. J. Salwyn Schapiro, liberalismo, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1965, pág. 12
[VI]Ibid., pags. 14)
[Vii]Ibid., pags. 13)
[Viii]Ibid., pags. 13)
[Ex]Ibid., pags. 12)
[X] “(…) un gobierno liberal, ya sea en forma monárquica o republicana, descansa en el estado de derecho, que emana de un cuerpo legislativo elegido libremente por el pueblo.” Ibid., págs. 13 y 14.
[Xi]Ibid., pags. 13)
[Xii] “Casi desde sus inicios lo vemos (al liberalismo) pelear por oponerse a la autoridad política, por confinar la actividad gubernamental en el marco de los principios constitucionales y, en consecuencia, por buscar un adecuado sistema de derechos fundamentales que el Estado no tiene facultad de facultad de invadiendo.” HJ Laski, liberalismo europeo, Fondo de Cultura Económica, México, 1969, pág. 14
[Xiii]El liberalismo "ha mirado con recelo... todo intento de impedir, a través de la autoridad del gobierno, el libre desarrollo de las actividades individuales". Ibid., pags. 15)
[Xiv] “Porque lo que produjo el liberalismo fue la aparición de una nueva sociedad económica a finales de la Edad Media. En cuanto a la doctrina, fue moldeada por las necesidades de esta nueva sociedad; y, como todas las filosofías sociales, no podía trascender el medio en el que nació”. Ibid., pags. 16)
[Xv]El liberalismo “nunca pudo entender, o nunca ha podido admitirlo plenamente, que la libertad de contratación nunca es genuinamente libre hasta que las partes contratantes tienen el mismo poder para negociar. Y esta igualdad es necesariamente una función de iguales condiciones materiales. El individuo a quien el liberalismo ha tratado de proteger es aquel que, dentro de su marco social, es siempre libre de comprar su libertad; pero siempre ha sido una minoría de la humanidad la que puede permitirse hacer esta compra”. Ibid., págs. 16 y 17.
[Xvi]Cabe agregar que tal procedimiento no produce, porque los enfatiza, mejores resultados en términos de conocimiento individual y jurídico. Desde nuestro punto de vista, su privilegio es precisamente la manifestación de un camino que no beneficia a la ciencia en ningún nivel.
[Xvii] “…el liberalismo (…) siempre pretendió insistir en su carácter universal…” HJ Laski, op. cit., P. 16.
[Xviii] “Se puede decir, en definitiva, que la idea del liberalismo está históricamente bloqueada, y esto ineludiblemente, con la titularidad de la propiedad. Los fines a los que sirve son siempre los fines de los hombres que se encuentran en esta posición. Fuera de este círculo estrecho, el individuo por cuyos derechos velaba tan celosamente no es más que una abstracción, a quien los beneficios previstos de esta doctrina nunca podrían, de hecho, ser plenamente conferidos. Y debido a que sus propósitos fueron moldeados por los dueños de la propiedad, el margen entre sus fines ambiciosos y su verdadera eficacia práctica ha sido muy amplio”. Ibid., op. cit., pags. 17)
[Xix] “…es posible confundir o liquidar todas las diferencias históricas formulando leyes humanos universales”. Carlos Marx, Introducción General a la Critique de L'Economie Politique, En ObrasI, Pléiade, París, 1972, págs. 239 y 240.
[Xx]Evidentemente estamos hablando aquí del significado y uso predominante del concepto de totalitarismo. No queremos diluir matices, ni dejar de reconocer que se introducen ciertas diferencias de sentido en determinados casos, de tal forma que se acaba hablando de un totalitarismo nazi-fascista y de un totalitarismo comunista o bolchevique. Sin embargo, estas distinciones están profundamente relacionadas; también en estos casos la construcción del concepto obedece básicamente al esquema que estamos presentando. Ver: Gregorio R. de Yurre, Totalitarismo y egolatría, Aguilar, Madrid, 1962, pág. X; JL Talmón, Los Orígenes de la Democracia Totalitariaa, Aguilar, México, 1956, pp. 6 a 8 y 271; LS Schapiro, op. cit., PAG. 1; mencionemos también a Karl A. Wittfogel (despotismo oriental, Ed. Guadarrama, Madrid, 1956) que, al tratar de la sociedad hidráulica, también se ocupa del comunismo, pero no incluye el nazi-fascismo cuando utiliza el concepto de totalitarismo. Sin embargo, no deja de revelar sus fuentes inspiradoras al identificar la noción con la idea de “esclavitud general (de Estado)” (p. 28, el paréntesis es del original), enumerando también a lo largo de la obra (especialmente los Capítulos 4 y 5) las características de los totalitarismos al estilo de los que encontramos en Neumann. Para indicar a qué nos referimos cuando mencionamos a Vargas y Perón, bastan las siguientes palabras: “Existe, sin embargo, otra forma de extremismo de izquierda que, como el extremismo de derecha, suele clasificarse bajo el epígrafe de fascismo. Esa forma, el peronismo, que está ampliamente representada en los países subdesarrollados más pobres,…” Seymour Martin Lipset, El hombre político, Zahar, Río, 1967, págs. 138 y 139.
[xxi]G. Lukács, Teoría del romance, Ed. Presencia, Lisboa, p. 20
[xxii] “El liberalismo ha tenido que luchar por su supervivencia a lo largo de su historia, algo que no es menos cierto hoy. La dictadura totalitaria, fascista y comunista, ha sido su enemigo declarado e intransigente dondequiera que ha estado”. JS Schapiro, op. cita., pags. 7)
[xxiii] “No es una simple cuestión de mayor o menor fuerza política. La diferencia es de calidad, no de cantidad. Cuando el poder se ejerce principalmente mediante instrumentos tradicionales de coerción, como en la monarquía absoluta, su funcionamiento se rige por ciertas reglas abstractas y calculables, aunque a veces se aplican arbitrariamente. El absolutismo ya contiene, por tanto, los grandes principios institucionales del liberalismo moderno. La dictadura totalitaria, en cambio, es la negación absoluta de estos principios porque los principales órganos represivos no son los tribunales ni los departamentos administrativos, sino la policía secreta y el partido”. F. Neumann, op. cit., pags. 270)
[xxiv] “Porque la concepción de los fenómenos, en forma de 'leyes naturales' de la sociedad, caracteriza, según Marx, tanto la culminación como la 'limitación insuperable' del pensamiento burgués”. G. Lukács, Historia y conciencia de clase, Grijalbo, México, 1969, pág. 193.
[xxv]JA Giannotti, Apuntes para un análisis metodológico de “O Capital”, en Revista Brasiliense, S. Paulo, n.º 29, 1960, pág. 66.
[xxvi]JA Giannotti, Apuntes para un análisis metodológico de “O Capital”, en Revista Brasiliense, S. Paulo, n.º 29, 1960, pág. 66.
[xxvii]Ibid., PAG. 61 (énfasis nuestro).
[xxviii]Ibid., pags. 66)
[xxix] “En el lenguaje actual, el término 'fascismo' no solo designa la doctrina de la Italia fascista, sino también la de la Alemania de Hitler y la de todos los regímenes de inspiración más o menos comparable (la España de Franco, el Portugal de Salazar, la Argentina de Perón, etc.). (...) Sin embargo, cabe señalar que este uso es muy discutible (...). Desde hace algunos años, el término 'totalitarismo' se usa mucho, especialmente por Carl J. Friedrich en los Estados Unidos. El término es cómodo, pero también parte de una discutible asimilación entre las 'dictaduras fascistas' y el régimen soviético. (…) Si bien las instituciones de los diferentes países 'totalitarios' son, en muchos aspectos, comparables, en cuanto a ideologías, las similitudes distan mucho de ser tan manifiestas. El uso de la palabra 'totalitarismo' lleva al resultado -que tal vez para algunos sea el objetivo- de ocultar las diferencias que derivan de la esencia misma del régimen y de sugerir paralelismos no siempre convincentes”. jean touchard, Historia de las Ideas Políticas, Tecnos, Madrid, 1970, pág. 608. Cfr. también la nota 20 de este trabajo.
[xxx] Este texto forma parte de un conjunto de inquietudes centradas en el análisis de la obra de Plínio Salgado, objeto de nuestro estudio (El integralismo de Plínio Salgado) que se publicará en breve [El Integralismo de Plinio Salgado – forma de regresividad del capitalismo hiperlato, LECH, São Paulo, 1978]. El propósito fundamental de la investigación realizada fue establecer la identidad del ideario pliniano, lo que nos llevó a la distinción entre fascismo e integralismo. El análisis convencional del integralismo siempre ha confundido los dos fenómenos, tesis que se consagró académicamente en la obra de Hélgio Trindade, utilizando, entre otros recursos, el concepto de totalitarismo. Las observaciones críticas, relacionadas con el concepto, contenidas aquí, se vinculan inmediatamente a las exigencias de nuestro trabajo específico, reflejando así los límites en los que fue compuesto. Sin embargo, sin mayor pretensión sistemática o de profundidad, las consideraciones valen por sí solas y constituyen una apertura de debate que pretende impugnar el carácter explicativo del concepto que muchos le atribuyen acríticamente, y que ha motivado muchos traspiés teóricos y prácticos. .