por LUIZ AUGUSTO ESTRELLA FARIA*
El camino de la restauración de la democracia obliga a depurar la ideología de la dictadura de las instituciones donde aún encuentra cobijo
“Salve al navegante negro,\ Que tiene como monumento\ Las piedras pisoteadas del muelle” (Aldir Blanc & João Bosco, El amo de los mares).
En la ciudad de Porto Alegre, a orillas del lago Guaíba, existe un hermoso parque llamado Marinha. El parque alberga un “espacio cívico” donde se encuentra una alegoría náutica, el mástil de una fragata y un antiguo cañón de fortaleza. En este espacio también hay un busto de Tamandaré. A lo lejos, y medio oculto por los árboles, se vislumbra otro busto, el de João Cândido, el marinero nacido en Rio Grande do Sul que lideró la Revolta da Chibata en 1910.
El movimiento liderado por João Cândido fue una insurrección de marineros y soldados que servían en los barcos de la armada brasileña, entonces la segunda más poderosa del mundo, que reclamaban el fin de la práctica del castigo físico como forma de castigo por faltas o errores. 21 años después del fin de la esclavitud, los marineros en Brasil aún eran sometidos a torturas que João Bosco describió así: “Cascadas rojas brotaban de las espaldas de los santos entre cánticos y látigos”. Bajo el liderazgo de João Cândido, los rebeldes tomaron los principales buques de guerra de la Armada y amenazaron con bombardear la ciudad de Río de Janeiro, capital de la República, para forzar la negociación de sus pretensiones. Siguieron conversaciones y se llegó a un acuerdo que, además de abolir el castigo físico, ofrecía amnistía a los rebeldes.
La historia nos cuenta que los marineros fueron traicionados por el presidente Hermes da Fonseca y sus comandantes, y el pacto prometido por el gobierno no se cumplió. Si se abolieron los azotes, y no tanto, los castigos físicos, aunque ilegales, siguen siendo habituales en las Fuerzas Armadas hasta el día de hoy, como el incidente del innombrable general Pazuello, que castigó a un subalterno obligándolo a desfilar por el cuartel tirando de un carro. La amnistía para los rebeldes nunca sucedió. Por el contrario, muchos fueron perseguidos hasta el final de sus vidas, como el propio João Cândido, que fue expulsado de la Armada y pasó a trabajar como cargador en el muelle de Río de Janeiro.
Hoy, 112 años después del hecho, se discute en el Congreso Nacional una propuesta para incluir a João Cândido en el libro de los héroes de la Patria. Sin embargo, y para asombro del lector, la Armada de Brasil se opuso a la iniciativa. Y, asombrándose aún más, afirmó en su demostración que “no hubo valentía” en la acción del “Almirante Negro” y sus camaradas. Para el Alto Mando de la Fuerza Naval, desafiar a un poder que imponía la humillación y el sufrimiento, armas en mano, arriesgando su vida frente a una evidente injusticia y en defensa de su dignidad, honra e integridad física, no era un acto de valentía. Sin embargo, la percepción de un coetáneo de los hechos fue muy diferente, ya que el mismo episodio fue calificado como tal por Rui Barbosa en un discurso en el Senado: “Señores, esto es un levantamiento honroso”.
Es necesario tratar de comprender qué lleva a nuestros militares a adoptar esta visión que, en el fondo, significa el desprecio por las posiciones subordinadas en las fuerzas armadas, que son el corazón y los pulmones de la organización de combate. Por el contrario, y en una expresión prejuiciosa acuñada en Europa, soldados y marineros serían mera “carne de cañón”. Y no se debe dejar de señalar que, además de los prejuicios sociales contra los marineros provenientes de los estratos más pobres de la sociedad, el racismo también estaba y sigue estando, ya que la mayoría de ellos siempre han sido negros y morenos.
Ahora bien, tal prejuicio lo podemos calificar como demofobia e identificar que está presente en innumerables generaciones de oficiales y comandantes en la carrera de las armas desde entonces y hasta el día de hoy. Su versión contemporánea, y que parece predominar principalmente entre los actuales generales, brigadieres y almirantes -formados durante la dictadura, en los años 1970 y principios de los 1980- es la desconfianza hacia cualquier movimiento de la sociedad que pretenda defender y promover los intereses populares, casi siempre etiquetados como una subversión del orden.
Son hombres que se hicieron profesionales en un ambiente donde criminales que practicaban la más espantosa y cobarde de las villanías, la tortura –como el perverso Brilhante Ustra– eran considerados “héroes” de una guerra contra el enemigo comunista. Por la naturaleza del conflicto, la contención de una supuesta guerra revolucionaria, su conducta sería justificable. Al fin y al cabo, a su juicio, se trataba de una guerra híbrida en la que no se debe seguir la norma que impone la intocabilidad del reo por la necesidad de obtener información a toda costa y bajar la moral de estos “enemigos”. Si se aceptaba la tortura, ¿qué pasa con el deber de preservar la vida de los presos? Además, como algunos de estos criminales eran sus comandantes, se impuso un precepto de fidelidad. Este culto a los ex comandantes es parte de las tradiciones militares. Pero, ¿qué lleva a este contraste de perspectivas?
Hablo de la abismal diferencia entre una justa revuelta, el honroso levantamiento de Rui Barbosa, y un vil crimen, un crimen de lesa humanidad. El meollo del asunto son las circunstancias de cada episodio, la motivación de sus actores y la interpretación que se hace del pensamiento dominante, no sólo en la Armada, sino en todas las Fuerzas Armadas. La Revolta da Armada es considerada, por el pensamiento conservador, un mero acto de insubordinación. Se desvaloriza su motivación de buscar extinguir la práctica de un acto bárbaro e inhumano como es el castigo con latigazos para hacer prevalecer el relato de la desobediencia, de la ruptura de la jerarquía.
Lo mismo sucedió con otros episodios de lucha por los derechos de los militares subalternos en las fuerzas, como los movimientos de sargentos, cabos y soldados en la década de 1960. Fueron movilizaciones por el derecho político al voto que, por el pensamiento dominante entre los militares, fueron considerados procesos de ruptura del principio jerárquico que rige a las fuerzas.
Esta visión se convirtió prácticamente en un pensamiento único a partir de 1964. Sobre todo porque se llevó a cabo una gran depuración de miles de miembros del Ejército, Armada y Fuerza Aérea con posiciones democráticas y de izquierda. Al mismo tiempo, se implementó un proceso de adoctrinamiento político e ideológico como parte de la formación profesional de los cuadros de las fuerzas, que consolidó una versión complaciente de la dictadura. Un ejemplo de este adoctrinamiento ideológico es la gran cantidad de citas de trabajos sin valor científico del astrólogo Olavo de Carvalho en las monografías de la licenciatura en ciencias militares de la Academia de Agulhas Negras.
Es interesante que en relación a otros movimientos con el mismo contenido de insubordinación, como las revueltas de Aragarças y Jacareacanga –para no hablar de la traición que fue el golpe de 1964– en la década de 1950, el pensamiento hegemónico es benévolo. En estos casos los insubordinados no sólo fueron perdonados sino elogiados.
Ahora bien, toda esta mitología revisionista y negacionista sobre movimientos que una mirada un poco más distante e imparcial vería como parte de un proceso histórico en el camino de profundizar la libertad, la democracia y la igualdad, su valor supremo, trae consigo una distorsión radical de la comprensión de la misión de las Fuerzas Armadas en Brasil. Si su fin último es la defensa de la Nación frente a posibles enemigos, la interpretación torpe, reaccionaria, fantasiosa y ciega de esta misión constitucional parte de una falsa definición de qué es esta Nación a defender y cuáles serían las amenazas de desafiarla.
En primer lugar, esta ideología de extrema derecha apunta a un supuesto enemigo interno manipulado por fuerzas adversas a nivel internacional como el más peligroso. Denominado como “globalismo marxista”, “gramscismo”, “marxismo cultural”, etc., su objetivo sería destruir la unidad de la Patria para dominarla. El discurso está abrumadoramente presente en los discursos y escritos difundidos entre los miembros de las fuerzas por sus comandantes e instructores, como aparece en los escritos de Avellar Coutinho o en el discurso del General Villas Boas.
Para empezar, tal enemigo no sólo no existe, estrictamente hablando, nunca existió. Incluso durante la Guerra Fría, la URSS nunca fue expansionista y, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los partidos comunistas políticamente alineados con ella se disputaban el poder dentro del juego democrático, buscando votos. Sólo en las luchas de liberación nacional, que tuvieron lugar en África, Asia y América Latina y en ocasiones muy puntuales de resistencia al colonialismo ya los regímenes dictatoriales, hubo un llamado a las armas. Además, no es labor de las fuerzas armadas combatir las amenazas internas, para eso están la policía y el Ministerio Público.
Entonces, ¿qué es este espectro amenazante? De hecho, es una aversión a todo lo que recuerda al pueblo y la promoción de sus deseos e intereses y que se remonta a la rebelión contra el látigo de los tiempos de João Cândido. Libertad de expresión, mejores condiciones de vida, democratización de la propiedad, organización sindical, distribución del ingreso, mejora en la prestación de los servicios públicos de educación, salud y asistencia, fortalecimiento del Estado como promotor de derechos, todas estas demandas son interpretadas como acciones de la “Marxismo cultural”. Incluso una prosaica lección de historia brasileña que describe la naturaleza dictatorial del régimen creado por el golpe de 1964 se confunde con una de las batallas de su guerra híbrida.
Los soldados y marineros son así entrenados para luchar por sus propios intereses, ya que casi todos provienen del medio popular. De ahí otro error conceptual. Lo que entienden por Nación parte de una inversión en su origen: primero está el territorio. Pues es todo lo contrario, las personas, su identidad común, su cultura y su destino son los que crean espacio en la geografía del mundo. Sobre todo porque, desde hace unos 200 mil años, las sociedades humanas formaron naciones sin asentarse en un terreno específico, hecho que solo ocurrió en los últimos 12 mil años. El deber del soldado es defender a su pueblo, y sólo por eso defiende el territorio que ese pueblo necesita para asegurar su modo de vida.
Esta ideología, de hecho, fantasea con un “pueblo” que sea un bloque unitario, sin contrastes ni diferencias, sin colores e ideas diferentes, sin costumbres e intereses divergentes. Una sociedad sin clases, razas y culturas plurales que parecería un monolito gris, lúgubre y sin brillo. Ahora bien, esta concepción es, sin quitarle nada, la misma del nazismo y el fascismo, que, a través de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y el genocidio, se encargaron de extirpar del seno de la sociedad a quienes no pertenecían. a lo que prejuiciosamente definieron como pueblo alemán o italiano: judíos, gitanos, eslavos, comunistas, socialistas e incluso enfermos y personas con necesidades especiales. La dictadura trató de hacernos lo mismo persiguiendo, torturando, matando y exiliando bajo la consigna de “ámalo o déjalo”.
La visión torcida que antepone la tierra al pueblo está detrás de toda la distorsión y la incomprensión que los militares, en su mayoría, expresan a la hora de proteger la Amazonía. Aprueban la acción criminal de usurpadores de tierras, prospectores, madereros y ruralistas que se proponen destruir la selva y asesinar a sus habitantes indígenas bajo la mirada indulgente de los escuadrones fronterizos. Como si el interés del pueblo brasileño no fuera la preservación de los bosques y el uso sostenido de sus recursos, y como si los indígenas no fueran tan brasileños como cualquier otro nacido aquí.
Si el fantasioso enemigo interno es tal caricatura del saber histórico, político, económico y social, cuando los mismos ideólogos se ocupan de las relaciones internacionales y de las amenazas que vienen del exterior, la ceguera también es impresionante. En cuanto a la defensa del lugar de Brasil en el mundo, se adoptó una posición halagadora y subordinada frente a los EE.UU., como si ese país no fuera precisamente la mayor amenaza para la seguridad de Brasil desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
La acción de la nación norteña pasó a tener un contenido positivo para el desarrollo nacional brasileño, cuando las inversiones de ese país y de sus aliados europeos y japoneses contribuyeron para nuestra industrialización. Sin embargo, después de la crisis que condujo a la reanudación de la hegemonía estadounidense y al final de la Guerra Fría en la década de 1970, Estados Unidos se convirtió en el obstáculo más poderoso para la continuidad del desarrollo brasileño y latinoamericano.
La inversión extranjera se convirtió en saqueo financiero y el país se quedó sin muchos miles de millones de dólares, transferidos a sus acreedores extranjeros. Recién en la segunda mitad de la década de 2010 se detuvo esta hemorragia económica, lamentablemente por poco tiempo. Desde 2013 hasta el golpe de 2016, los estadounidenses patrocinaron y apoyaron un proceso de cambio de régimen en Brasil que produjo el estancamiento y empobrecimiento promovido por Michel Temer y Jair Bolsonaro, sus amados aliados. ¿Cómo percibieron los militares este proceso de destrucción nacional? “Nos salvaron del marxismo cultural los 'nacionalistas' Temer y Bolsonaro”.
Cuando fue aprobada en 2012, la Política de Defensa Nacional tenía como uno de sus pilares la capacidad de Brasil de poder decir “no” a cualquiera que quisiera oponerse a nuestro proyecto de desarrollo nacional. La historia demostró en años posteriores que su aceptación fue, de hecho, un disimulo de la dirección militar. Tan pronto como tomaron el poder en 2016, Brasil comenzó a decir sí, sí señor. Destruyeron UNASUR y convirtieron al Mercosur en un mero acuerdo comercial, además de expresar enemistad con la mayoría de nuestros vecinos y con nuestros socios en África y Asia. La propia estrategia de defensa fue reformulada en 2020, haciéndose eco de prejuicios y mitologías reaccionarias. Asimismo, en el plano diplomático, el país está allí desde 2016, y más aún desde 2018, cuando el Estado fue capturado por militares reaccionarios, milicianos, oportunistas y bandoleros de diversa índole, asumiendo una posición servil con relación a EE.UU.
La adopción de esta orientación ultraderechista en política exterior y de defensa es una clara violación del mandato constitucional que adoptó los principios de soberanía, autodeterminación, no intervención e integración latinoamericana. Asimismo, está en contradicción con la tradición multilateral y cooperativa de Brasil y la prioridad en las relaciones con América Latina, África y todo el espacio que conforma el Sur global.
El camino de la restauración de la democracia obliga a depurar la ideología de la dictadura de las instituciones donde aún encuentra cobijo, en particular de las Fuerzas Armadas. Para ello, una reforma de la enseñanza y formación de nuestros militares, la puesta en valor de la memoria de las víctimas de aquellos años de plomo, la reafirmación de la separación entre militar y política, el regreso de estos servidores a los cuarteles y la consolidación de su subordinación incondicional al poder civil estos son pasos urgentes y necesarios.
Así, João Cândido podrá, 112 años después, tener su nombre inscrito en el libro de los héroes y venerada su memoria, ocupando así el lugar que le corresponde en el corazón de su pueblo y en la plaza que recuerda la valentía de tantos que ya no están entre nosotros.
*Luiz Augusto Estrella Faría Es pprofesor de economía y relaciones internacionales de la UFRGS. Autor, entre otros libros, de La clave del tamaño: desarrollo económico y perspectivas del Mercosur (ed. UFRGS).