por FLAVIO AGUIAR*
La única vez que la izquierda brasileña interrumpió la trayectoria de un golpe de Estado ya en marcha fue defendiendo la Legalidad, hace 60 años
De entrada diré que observé con mi catalejo el 7 de septiembre, un vuelo de 12 horas (al menos) desde el aeropuerto de Guarulhos, que es donde suelo aterrizar cuando voy a Brasil. Por lo tanto, es más fácil observar el tamaño del bosque que los detalles de cada árbol, arbusto y claro.
Dicho esto, vamos.
Mirando todo el bosque, antes, durante y ahora en día siguiente del 7 de septiembre, teniendo en cuenta las manifestaciones a favor y en contra de Bolsonaro, los debates oficiales y no oficiales, las reacciones que pude observar en sitios web y grupos a los que tengo acceso, tengo la sensación de que el partido del 7 de septiembre terminó en empate técnico.
Recuerde, sin embargo, que un empate es siempre un resultado ambivalente: sabe a derrota para uno, sabe a victoria para el otro. Sin duda, el empate suena a derrota para los Ku-Klux-Koizo, aunque para los contrarios sigue sin sonar a victoria.
El KKK esperaba ganar de forma aplastante y fracasó. De hecho, ni siquiera pudo ganar. Esperaba un millón y medio, tuvo que conformarse con miles que, en el contexto, suenan como millones traqueteando dentro de una lata tan oxidada como los blindados humeantes que desfilaron en Brasilia hace unos días para intimidar los votos del Congreso.
Estas consideraciones tienen una premisa mayor: Brasil es muy grande. Seis mil kilómetros de norte a sur, otros seis mil de este a oeste en su mayor latitud, más de 210 millones de personas distribuidas desigualmente en este vasto territorio. Todo en Brasil es grande, no como en la República Popular China, donde una manifestación de 100 personas puede considerarse más pequeña. Aun así, 100 o 150 mil personas (sumando las manifestaciones pro-KKK en São Paulo, Brasilia y Rio), para quienes esperaban superar el millón y medio de personas, es muy poco. Y faltaban personajes importantes: PM armados o desarmados, con o sin uniforme; soldados de uniforme, de civil o en pijama; no apareció O desapareció entre la chusma política.
Las observaciones tienen una premisa menor. Hablemos de dimensiones. Recuerdo una portada de revista, de esas que destilaban odio a la izquierda y desprecio al país, en una época en que Brasil tenía una diplomacia orgullosa, proactiva y soberana, desafiando el ALCA y otros dictados imperialistas. La portada representaba una lucha desigual: el canario Piu-Piu, el que el gato Silvestre se quiere comer, con cara de enfado, desafiando al portentoso Águila Norteamericana, que con su mirada lejana ignoraba al pigmeo adversario. Así nos ve buena parte de nuestra élite económica y, a través de los medios corporativos serviles a ella y alojados en sus “locales de empleados”, transmite esa imagen servil a buena parte de la población. Presentamos el mapa de Mercator, en el que Brasil parece mucho más pequeño que Groenlandia, cuando en realidad es cuatro veces más grande.
Pero volvamos al 7 de septiembre. Del lado de la derecha, se vomitaron grandezas y amenazas, buscando sembrar el pánico y allanar el camino para aventuras más atrevidas, que podrían desembocar en un golpe de Estado. Del lado izquierdo, en escaramuzas verbales intra y extragrupales, surgieron tres grandes tendencias: la de los alarmistas, la de los alarmados y la de los “relajados”. Esta última tendencia la pongo entre comillas porque, en rigor, nadie se relaja ante el país en llamas o extinguido que ahora atravesamos. Pero aquí y ahora no estoy hablando del país en su conjunto, solo del 7 de septiembre. Resumiendo los argumentos de forma un tanto simplificada, podemos decir que para los alarmistas el KKK tenía el cuchillo, el queso y todo lo demás a mano, incluidos los PM y las Fuerzas Armadas, además del Centrão y los descentralizados o descerebrados, y podrías hacer lo que quieras, desde invadir el Congreso y el STF hasta tomar por asalto lo que queda de Brasil.
Los alarmados no vieron tanto poder en manos del KKK, pero temieron (y no sin razón) el comportamiento de los Kkk. El inicio del 7 de septiembre, en la noche del 6, cuando la multitud descerebrada rompió (o abrió) el cordón PM en Brasilia e invadió la Esplanada dos Ministérios, reforzó sus argumentos. Pero el tsunami de los kkk rompió en estela en la madrugada del día 7, cuando intentaban invadir la Praça dos Três Poderes y fueron detenidos por el mismo PM que los había dejado pasar horas antes.
Los “relajados” siempre habían argumentado que todo era palabrería y que el esfuerzo de la horda de la barbarie terminaría en pizza.
Confieso que para mí, desde toda esta distancia, era difícil justificar completamente cualquiera de las tendencias. Pero se requiere una consideración. El KKK había logrado imponer su agenda (la primera vez la escribí como “carpeta” en lugar de “pauta”, un error importante en el corrector automático) con respecto al 7. KKK en todo Brasil y en algunos otros países. De repente, lo que empezó a discutirse fue quién ocuparía la Avenida Paulista y qué pasaría con y en las manifestaciones favorables a él. Así que apunta a KKK.
Entonces amaneció el 7 de septiembre, comenzando con la derrota del grupo de KKK que pretendía tomar la Praça dos Três Poderes. Lo que siguió fue decepcionante para ellos. Treinta mil almas en pena se dieron cita en la Explanada para escuchar el discurso recalentado de las amenazas de siempre, pronunciadas por quienes tienen dificultad para articular sujeto, predicado, complementos, comas y puntos. Luego vino Paulista, con una multitud más grande pero todavía insatisfecha y un discurso rancio, rencoroso, bilioso, que rimaba con su apodo preferido, Bozo. Anunció un combate de pulso entre él, el KKK y su enemigo más cercano actual, el Ministro Supremo, repentinamente transformado en nuestro valiente Kojak, Alexandre de Moraes. A ver.
Para los que esperaban más, ya fueran descerebrados por allá, alarmistas o alarmados por aquí, fue poco. Para los que no esperaban nada o casi nada, del lado de los “relajados” fue un poco demasiado. Empate. De nada sirve que los locos de allá canten victoria: ella no apareció y mucho menos les sonrió.
Pues un empate técnico deja en el aire la idea de un desempate. Para que esto nos sea favorable, por este lado, me parece necesario recurrir a dos vías, para que se retome la iniciativa de la agenda
La primera es seguir manteniendo la presión en las calles, con todos los límites que nos impone la pandemia. Al otro lado no le preocupa -al menos así intenta parecerlo- el COVID. Bueno, esta es nuestra condición, ¿qué hacer?
La segunda es mantener la presión institucional, seguir construyendo el Frente más Amplio posible contra el KKK y su pandilla, manteniendo en el horizonte el 2022, porque aún se desconoce si esa presión resultará en un proceso de juicio político o no, aunque el día 7 el usurpador del Palacio del Planalto aportó más municiones a la hipótesis positiva.
Hay quienes acusan a la izquierda de un relativo inmovilismo, de seguir pensando en términos electorales, cuando el KKK y sus kkk piensan cada vez más en otros términos. Bueno, ¿qué otra posibilidad hay? Desde las huelgas de hambre o los sacerdotes inmolándose en el fuego frente al Palacio del Planalto hasta las tonterías de veladas insinuaciones de lucha armada, como he visto, nada me atrae como alternativa. Tampoco veo verosimilitud en la idea de que una multitud enfurecida asalte el Palacio del Planalto y expulse de allí al usurpador. En el fondo, ni siquiera sé si esto sería deseable.
Por limitante que sea, recuerdo que la única vez que la izquierda brasileña interrumpió la trayectoria de un golpe de Estado ya en marcha fue defendiendo la Legalidad, hace 60 años.
* Flavio Aguiar, periodista y escritor, es profesor jubilado de literatura brasileña en la USP. Autor, entre otros libros, de Crónicas del mundo al revés (Boitempo).