por eric andrade *
Wittgenstein ya había dicho que no existe tal cosa como un lenguaje privado. Nadie es dueño del idioma. Nadie es dueño del tema del racismo. Pero lo que debemos aprender es que no podemos hablar por las personas sobre su experiencia subjetiva de racismo y cómo afrontarlo.
A nadie se le permite silenciar a nadie. Ni es este el propósito de la crítica estética del texto de Lilia Schwarcs, ni es esto lo que está presente en el concepto de lugar de habla. Recorrer este camino aleja el debate de dos puntos centrales de la discusión que se entrelazan. El lugar del discurso intelectual en relación a los movimientos sociales y los límites de la experiencia subjetiva del racismo.
Una crítica importante al texto de Lilia Schwarcs es el aire profesoral que emana del texto. Está presente en los imperativos que la llenan y en el subtítulo, no puesto por el autor: “tienes que entender”. La intelectualidad que no percibe esto en el texto, como Wilson Gomes, parece suscribir, a diferencia de la propia autora, que el intelectual tiene el poder de regular los movimientos sociales: su dinámica y su agenda. Ahora bien, ¿cómo se puede justificar la afirmación de Lilia Schwarcs de que los jóvenes negros no se reconocerán en la obra de Beyoncé? Es en este punto que opera el concepto de lugar de habla y que parece que la intelectualidad se empeña en hacer la vista gorda. Al afirmar a priori cuál será la recepción del público negro de una obra, producida por una cantante negra, Lilia Schwarcs se autorizó a hablar por la negritud. Es decir, toma la palabra de los negros para hablar por ellos sobre la recepción de una obra de un artista negro.
Ese me parece que es el punto. Es decir, Lilia Schwarcs, como cualquier persona blanca, no solo puede sino que debe hablar de la producción cultural e intelectual de la negritud porque el racismo, si bien es una creación blanca, solo se puede deshacer en una relación dialéctica que involucra a blancos y negros. Hay que hablar del racismo, que hablen todas las personas, incluso aquellas que no están directamente vinculadas al movimiento negro como dice Maria Rita Kehl. Entonces, el lugar del discurso no es silenciar a los blancos sobre temas negros o solo permitirles hablar solo cuando están cerca de los negros, sino guiarlos para que no hablen por los negros sobre la experiencia subjetiva de la negritud.
Y aquí llego al segundo punto: la experiencia subjetiva del racismo. Fanon es contundente cuando narra la experiencia a través de la cual se volvió negro. El carácter fenomenológicamente subjetivo de esta experiencia no es accesible a los blancos. Por eso los blancos no pueden hablar, desde un punto de vista subjetivo, de la experiencia existencial del racismo. Esto, sin embargo, no significa que no puedan hablar del racismo como una estructura social de opresión, y mucho menos que no puedan empatizar con la causa negra. De hecho, deberían hablar de ello y valorar hasta qué punto no están reproduciendo estas estructuras.
Wittgenstein ya había dicho que no existe tal cosa como un lenguaje privado. Nadie es dueño del idioma. Nadie es dueño del tema del racismo. Pero lo que debemos aprender es que no podemos hablar por personas sobre su experiencia subjetiva del racismo y cómo afrontarlo. Y esto no impide que nadie discuta estéticamente una obra producida por negros, sino que sólo señala que no se debe hablar por ellos sobre cómo recibirán la obra. Lo que escapa a la blancura es esta experiencia subjetiva del racismo. La blancura no puede hablar de ello y, parafraseando a Wittgenstein, es mejor escuchar.
*Erico Andrade es profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE).