por TADEU VALADARES*
¿Cuál es el objetivo estratégico del PT y la izquierda en el largo plazo, el generacional?
De entrada, cabe señalar que tal vez mi texto no se corresponda con lo que generalmente se espera de un análisis de coyuntura. Pero, dado lo que se me pidió, trataré de exponer una mirada estrictamente personal sobre las oportunidades y peligros que marcarán el tiempo que, en términos político-electorales, va hasta fines de 2022, pero que se extiende mucho más allá.
Reconozco también: mi análisis es limitado e incompleto, más aún porque no resulta de una reflexión colectiva, realizada en el ámbito de una organización, un partido o un movimiento. Por tanto, mi abordaje del tema tiene algo de vuelo en solitario, la soledad sociológica de quien no es líder ni militante, sino ciudadano.
En este ejercicio, también es importante señalar, hay algo de heterodoxo. Aun así, o por eso mismo, lo que presento puede tener su lado positivo, la negación que determina, la negación que incita a pensar un poco fuera de lugar, un modo de pensar que a veces suscita dudas fecundas.
El análisis establece un corte arbitrario. No vuelve al golpe de Estado contra Dilma, no vuelve a la posterior persecución sistemática desatada contra Lula, el PT y toda la izquierda. Tampoco trata en profundidad del “Puente al Futuro”, ni del gobierno de Temer. Ni siquiera se enfoca en el proceso que llevó a Bolsonaro a la cabeza del ejecutivo.
La línea de corte, compuesta por dos hechos ocurridos el pasado mes de marzo. ¿Por qué establecer los días 8 y 10 de marzo pasados como punto de corte en la línea de tiempo? Porque en ese brevísimo período hubo dos intervenciones sorprendentes, protagonizadas por poderosos actores y cuyas consecuencias aún nos acompañan.
La primera, el día 8, fue principalmente de carácter legal. La segunda, inscrita en el registro mucho más amplio que articula estrechamente lo político, lo social, lo económico y lo ideológico. Juntos, los dos hechos cambiaron el curso de las sucesivas coyunturas que la izquierda ha vivido desde que se pronunció el discurso del golpista Aécio Neves, en 2015, en el Senado federal, la puerta, al menos como oratoria, que nos condujo a una serie de derrotas tácticas y estratégicas.
El 8 de marzo, con el objetivo de proteger a Sergio Moro y la Operación Lava Jato, y mantener con fuerza la ideología moralizante de la república de Curitiba, que se refiere al udenismo de Carlos Lacerda, el ministro Edson Fachin, en un texto de poco más de 40 páginas, transformó y trastornó, de manera torpe e irreversible, la escena política brasileña.
Dos días después, en el Sindicato de los Metalúrgicos, Lula volvió a la vida política plena con un discurso que de inmediato se convirtió, para todos nosotros y también para nuestros opositores y enemigos, en una gran referencia. El discurso de Lula, manifiesto más que manifestación. Su fuerza clavó de manera indeleble el momento en que la ecuación electoral, hasta entonces mayoritariamente desfavorable a la izquierda, comenzó a caducar, caducidad que desde entonces no ha hecho más que afirmarse. Todas las principales encuestas electorales apuntan a que Lula ya se ha convertido en el principal candidato, aunque la candidatura sigue formalmente 'in pectore', sucediendo a Bolsonaro como jefe de Estado. Así es, si la elección prevista para casi finales de 2022 no se vacía de chicanas de todo tipo.
Por otro lado, si nos enfocamos en el campo extremista, la decisión monocrática de Fachin y el resurgimiento de Lula produjeron, dentro de esta guarida, una lucha fratricida. Por un lado, Bolsonaro y el bolsonarismo; del otro, Moro y sus asociados, los provinciales y otros. La polarización interna hacia el extremismo se mantiene, aunque Moro, debilitado, ha optado por el exilio dorado en Washington.
Pero si ampliamos nuestro ángulo de visión y observamos el campo de la derecha que se vende como tradicional, a pesar de ser oligárquica, es claro que ese otro grupo de golpistas, que ya se había sentido frustrado con los malos resultados electorales del candidato tucán en las últimas elecciones presidenciales, desde marzo se ha dedicado obsesivamente a un proyecto de reconstitución del centro que es de derecha, la derecha tradicional que es oligárquica. Esta alquimia, una verdadera operación de Lázaro, magnetizada por el deseo desesperado de descubrir o inventar un candidato que pueda hacer frente a Lula y Bolsonaro, con posibilidades de victoria.
Lázaro difícilmente resucitará; Los milagros no suceden todos los días. Pero, si resucita, Lázaro tendrá que enfrentarse, por un lado, a la derecha neoliberal neofascista y, por otro, al partido de izquierda más grande de la historia de Brasil. Peor aún para Lázaro, deberá encontrar la piedra filosofal que le permita exorcizar el carisma y la biografía de nuestro mayor líder popular desde Getúlio Vargas. Siendo realistas, en este grupo de personalidades y partidos desorganizados, no hay un nombre capaz de encarnar, con alta densidad electoral, los intereses del partido del orden oligárquico tradicional.
Por partido tradicional-oligárquico del orden entiendo esta amalgama de varias asociaciones partidarias con escaños en la legislatura, todas ellas en diálogo permanente entre sí, con el partido del orden que, formalmente fuera del parlamento, reúne y articula, en el -llamada sociedad civil, los intereses de la gran comunidad empresarial brasileña e internacional. En pocas palabras: no parece haber nadie, viniendo de la élite, que pueda vencer a Bolsonaro en la primera ronda y a Lula en la segunda ronda.
Ciro Gomes, dedicado por completo a la pesca en estas turbias aguas del 'imbroglio'. En su caso, el pescador y la pesca tienen como origen del deseo la vergonzosa huida a París. Probablemente Ciro se esté dando cuenta, hasta donde su egoísmo patológico se lo permite, de cuántos agujeros tiene esa canoa cuyo destino parece ser el naufragio.
Pasemos ahora, hecha la introducción, a considerar un elemento importante de esta ecuación que hasta ahora se ha centrado en la dimensión electoral.
Desde la perspectiva de la mayoría absoluta de la izquierda, esa que en la práctica, si no también en la teoría, ve en el juego político-electoral y sus calendarios municipales, estatales y federales el norte del gran arte, el futuro inmediato, que se extiende a las elecciones del próximo año, es portadora de grandes esperanzas. Esto, evidentemente, a pesar de los muchos puntos de preocupación que marcan las agendas de los políticos profesionales de izquierda. Todos terriblemente preocupados por el desenlace que pueda tener el gobierno de Bolsonaro. Todos evaluando a diario si el final será algo parecido al fallido intento insurreccional de Trump, o algo más cercano al victorioso 18 Brumario de Luis Bonaparte. En medio de preocupaciones, balances diarios y en vilo permanente, guardan en el corazón y en la mente las alentadoras perspectivas electorales.
Nada más lógico, natural y esperado, por tanto, para quienes defienden esta forma un tanto rutinaria de hacer política, que definir qué sería, en la coyuntura actual, lo más importante: lo más importante es no mover el barco más allá de la mínimo necesario, ese mínimo que colma las esperanzas de la militancia media, ese mínimo que confirma los anhelos difusos del electorado de izquierda en general.
En términos prácticos, esto significa estar abiertos, en adelante, a la exploración, en el ámbito parlamentario, de todo tipo de tentativas encaminadas a la composición de intereses electorales, y para la asunción de compromisos de los que a priori sólo quedarían excluidos irremediablemente los diputados y senadores neofascistas. Al hacerlo, esta fracción aparentemente mayoritaria de izquierda, mayoritaria tanto en el parlamento como fuera de él, con ejemplar buena conciencia y notable virtud republicana estaría debilitando la tendencia autoritaria del gobierno, la tentación bolsonarista de dar un golpe miliciano-militar o, peor aún, cívico-militar.
Si es así, y parece que lo es, entonces, a la luz de cierta lógica de probabilidades electorales, el regreso de Lula y el PT al Palacio del Planalto aparece como algo casi asegurado. La recuperación dependería crucialmente de los esfuerzos para hacer de la próxima saga electoral una campaña modelo.
Pero por qué así parece ser; tal vez este sea también el momento oportuno para preguntas incómodas y heterodoxas. Preguntas como: (1) ¿La estrategia señalada hasta ahora por Lula y el PT es esencialmente restaurativa? (2) en lo más importante, el discurso mayoritario dentro del partido, entre los parlamentarios y en buena parte de los movimientos sociales, ¿es un simple deseo de retrotraernos a los años dorados? (3) si es así, ¿cuál es la cadena lógico-empírica y cuál es la base histórica que sustenta esta restauración proyectada, cuando la primera experiencia terminó de manera tan desastrosa? (4) en definitiva, ¿es la vuelta al pasado una condición indispensable para que, en un segundo momento, el gobierno del PT pueda asegurar el futuro que queremos? (5) ¿Es este futuro algo o totalmente indefinido? (6) ¿cuál es el futuro que queremos? (7) ¿cuál es el objetivo estratégico del PT y la izquierda en el largo plazo, el generacional?
Hice estas preguntas; vale la pena reconocer y subrayar que, al menos como intención, todo lo que se haga como primer momento del movimiento restaurador apuntará a reconstituir el motor quebrado en 2016, para que el futuro destaque, aunque bajo la figura ambigua de la abrogación, del pasado del PT, Lula y el lulismo, desde al menos 2002. Habrá, por tanto, en este retroceso mucho más que una mera repetición. Lo que se hará a partir de enero de 2023 estará finamente calibrado, constituirá un todo mucho mejor estructurado. Todo será revisado, todo será actualizado, todo pasará por un más que exigente escrutinio analítico, enriquecido a su vez por la experiencia opositora del PT y de toda la izquierda. Riqueza amarga, sí, pero riqueza indiscutiblemente acumulada en los últimos cinco años.
También es necesario subrayar algo casi existencial: tanto Lula como el PT y la izquierda que se adherirá a este proyecto en algún momento del próximo año están sazonados por los sufrimientos, las represiones y las injusticias de todos, por las penurias que todos tenemos. tenido que sufrir desde el golpe de Estado contra Dilma hasta marzo pasado. En términos bíblicos, el desierto parece estar terminando, la gente recreándose durante la travesía. Canaán a la vista…
Aun así, es importante no olvidar: la experiencia compartida y las reflexiones críticas internas acumuladas desde 2016 por sí solas no garantizan que, al final del laberinto, tengamos una construcción política suficientemente robusta y flexible, capaz de sostener el gobierno y haciéndola avanzar, pero también ágil en la detección y superación de inmensos peligros, algunos de ellos ya plenamente discernibles. De estos, quizás el más desafiante es la persistencia de lo que André Singer llama reformismo débil.
Estas reflexiones me llevan a otra pregunta, quizás aún más inoportuna.
¿Desde 2016, el PT se ha reestructurado en profundidad, con miras a estar a la altura de los desafíos que le esperan en el camino que lleva a las próximas elecciones y más allá? Esta profunda reestructuración -si se produjo- no llegó al gran público. Se tomaron medidas auxiliares, dicen los de la izquierda del PT. Nada más allá de eso.
Y en términos de movilización de ideas; ¿cuáles ya están siendo defendidos y operacionalizados, más allá de la retórica electoral, como esbozos presagios de las políticas económicas y sociales del futuro gobierno? Esto es lo que nos permitiría, creo, percibir con cierta claridad, desde las formulaciones del partido, cuáles son, para el PT y para la izquierda en general, los nuevos obstáculos creados por nuestra historia reciente y, en cada caso, cómo superarlos. superarlos.los.
¿Nuevos obstáculos? La destrucción de los medios materiales e intelectuales del Estado desarrollista; la compulsión neoliberal que comenzó con Ponte para o Futuro, pero que ha sido potenciada por la conjunción del neofascismo de Bolsonaro con el neoliberalismo de Guedes; el debilitamiento de los lazos de solidaridad social a favor del individualismo posesivo; la instauración de un cierto darwinismo social que se traduce en una necropolítica cotidiana. La lista no es exhaustiva.
Tantas preguntas que piden respuestas, pero respuestas que necesariamente han de ir más allá del discurso moralizador, del humanismo abstracto, de los discursos edificantes, todo lo que, en su conjunto, tiende, en el límite, a situarse plenamente en el vacío. El desempleo, el aumento de la pobreza extrema, el regreso del hambre como flagelo, el debilitamiento del proletariado como núcleo de las clases trabajadoras, el fuerte crecimiento de la precarización y la sobreexplotación, tantos otros nombres y categorías que apuntan a esta misma realidad. , el de los nuevos retos que se nos plantean .
Ese problema interno se articula, en el plan interno-externo que es Brasil en el mundo, el momento, desconcertante para unos, predecible para otros, que marca el escenario geopolítico y geoeconómico planetario. Escenario caracterizado desde un inicio por la persistencia de la crisis que estalló en 2007-2008, y que aún no ha sido superada. Ni mucho menos, obviamente, y más aún porque esta crisis es general, no sólo económica en sentido estricto, una crisis que entreteje elementos desiguales y combinados, una crisis que ningún economista serio dice que está llegando a su fin.
En el plano socioambiental, la crisis se potencia por los daños crecientes, algunos ya irreversibles, que el megacapital, gran beneficiario del capitaloceno, produce ininterrumpidamente al explorar, con la ceguera y la codicia que le son propias, cuya naturaleza , se olvidan, somos parte. El proceso, que comenzó con la primera revolución industrial, se ha acelerado enormemente en los últimos 50 años y está previsto que continúe. El reciente informe sobre el cambio climático, la ilustración más actual de un camino que se agota, y que nos desgasta.
En materia de salud, la pandemia refuerza los rasgos teratológicos del capitalismo en su etapa neoliberal-planetaria, sin fecha límite de cierre. Cuando se tiene en cuenta que poco más del 2% de la población africana está vacunada, se hace aún más evidente que el Covid-19 tardará en ser contenido. Mientras tanto, el perfil actual de acumulación capitalista a escala mundial llama a la necropolítica, una demanda que se está atendiendo de manera diferente aquí, en Haití, en África, en el Sur Global, en todas las periferias, incluidas las ubicadas en países clasificados como capitalistas avanzados. .
Y ni siquiera después de iniciado el gobierno de Joe Biden, el panorama internacional tiende a tornarse estructuralmente aún más turbulento, en plena gestación de una nueva guerra fría, concebida, conceptualizada y operativizada por Washington. Es poco probable que se produzca un choque militar directo entre las potencias en declive y las potencias en ascenso en los próximos años, salvo errores de cálculo colosales. Pero las tensiones necesariamente aumentarán, las disputas se intensificarán y las guerras por proxies, en la que Estados Unidos es experto -China, al parecer, no tanto- seguirá siendo una de las cartas en la baraja de la disputa por la riqueza, el poder, los recursos y los territorios en el sentido más amplio, en la que ambos contendientes están comprometidos a escala global. . En este contexto, el clamoroso fracaso de Estados Unidos y la OTAN, tras 20 años de ocupación de Afganistán, la 'tumba de los imperios', tendrá consecuencias todavía muy indeterminables. Pero ya se puede decir que el completo fiasco occidental conducirá a una importante pérdida de influencia de Estados Unidos en Asia, a desencuentros y desconfianzas, por secundarias que sean, entre Washington y sus socios de la OTAN y a mayores dificultades internas para el gobierno de Biden, que se juega su destino en las elecciones intermedias a fines del próximo año.
Con las preguntas indiscretas respondidas y el panorama externo trazado de manera precaria, volvamos a Brasil.
En los últimos cinco años, marcados por tantas de nuestras derrotas, creo que al menos logramos llegar a algunas 'islas de claridad' en medio del 'mar de tinieblas'. Son ganancias de interpretación que me parecen indispensables si queremos entender el país con realismo, y al mismo tiempo renovar nuestras miradas de izquierda. Eso, o perecer.
Para mí: (1) Brasil sigue atrapado en la barbarie que nos sumerge desde la constitución de la sociedad colonial-esclavista bajo el dominio del estado colonialista; (2) el racismo nos sigue marcando a hierro y fuego. Este original monstruo es capaz de actualizarse en cada época. Racismo, racismo. Racismo colonial, imperial, republicano. Racismo moderno y posmoderno; (3) el conservadurismo religioso predomina en todas las iglesias, lo que en definitiva garantiza, salvo gran sorpresa histórica, que la religión popular seguirá estando influida decisivamente por una cierta hegemonía clerical, entre conservadora y reaccionaria, cuyos efectos acaban permeando la visión y el sentido de el mundo de la mayoría de la población creyente, independientemente de su afiliación de clase; (4) la ilusión de que la mayoría de la clase media estaría dispuesta a asumir un papel mínimamente progresista en la construcción de una sociedad democrática indeterminada se fue, una vez más, por el desagüe; (5) la idea de que podíamos contar con una burguesía nacional, izquierda nacionalista, en plan extremo algo neoilustrado, resultó ser, más que un espejismo, una alucinación. Aun así, muchos siguen esperando a un Godot que nunca aparece para el siempre reprogramado encuentro fantasmal; (6) El gran capital asumió decididamente su destino menor, el de socios subordinados del imperialismo, cualquiera que éste fuera. Vive en un mundo aislado de nosotros, y se ha convertido, en mayor medida, en lo que siempre ha sido: más cosmopolita, más burguesa, menos ciudadana, como diría el joven Marx. Su fracción industrial, hoy definitivamente entrelazada con la fracción financiera del gran capital, es un socio importante, junto con las fracciones agroindustrial, comercial y mediática. Un socio importante, aunque menor, en esta alianza que domina el país bajo la égida del capital improductivo y ambos partidos del orden; (7) la alta burocracia estatal y la alta tecnocracia comparten, en su mayor parte, una visión pendular del mundo. Oscilan entre el polo del supuesto neoliberalismo y el otro, mucho más ambiguo, de aspiraciones vagamente socialdemócratas. Este lado, cuando aparece, balbucea ideas que, tras el debido análisis, acaban resultando irrealizables, a pesar de que, en determinados casos, su sofisticación metodológica es notable. Es imposible pasar de la abstracción teórica y la riqueza empírica de la comprensión a la realización, aquí y ahora, de estas propuestas. Contra ellos, basta tener en cuenta nuestra realidad social, de máxima desigualdad, y el mapa genético del capitalismo brasileño, depredador entre depredadores, que nos gobierna. Esta ala, después de todo, ni siquiera es socialdemócrata; (8) el poder judicial también se despliega a lo largo de un gradiente en el que los matices van desde el habitual pensamiento jurídico conservador hasta concepciones francamente reaccionarias. Raros son los liberales que, en este conjunto, suenan como una campana más. Y todos los juristas críticos se niegan a revolcarse en este gran lago de mediocridad cavernosa; (9) los principales medios de comunicación? oh, los principales medios de comunicación... Cada día se condena a sí misma a su abyecto doble papel de cortesana y reina. Las dos caras de la puesta en escena, ambas sórdidas. Y los periodistas y analistas críticos que trabajan allí tienden, en su mayoría, a cambiar de opinión, en un grado o mucho más que eso, según sopla el viento. Son pocos, poquísimos, los que valientemente cultivan la constancia. A pesar de esto, mantenernos al día con los principales medios de comunicación es nuestro deber. Primero, porque permite un ejercicio diario de deconstrucción ideológica. Segundo, porque este medio es uno de los indicadores más precisos del sentimiento del mundo y del mundo de sentimientos de la comunidad empresarial con la que cuenta. En tercer lugar, porque allí siempre se puede encontrar información relevante; (10) ¿Qué pasa con las fuerzas armadas y la policía? Por mucho que quieras, por mucho que te esfuerces, es difícil, una dificultad que raya en lo imposible, encontrar una aguja intacta en ese pajar. Cuando la conocemos, el mayor sentimiento es de sorpresa. Sin embargo se mueve“… Los liderazgos son, todos, invariablemente toscos, a pesar de que su entorno ideológico de reproducción social señala la existencia de algunas distinciones. Esencialmente, lo que los une es la combinación de un corporativismo pleno y superficial con una concepción sesgada del país, el pueblo, la nación, el mundo y la historia. Además, sus valores más caros manifiestan las afinidades electivas más baratas con el autoritarismo crudo. Su mayor punto de convergencia interna es la falta de pensamiento, rasgo que es ampliamente compensado, sin embargo, por la riqueza de los prejuicios cuidadosamente cultivados, y por la recepción acrítica, del tipo que conduce a la ceguera y la sordera, de las ideas sobre las armas. fuerzas, estado y sociedad generadas en su mayor parte por el imperio para el consumo masivo de las provincias. Por eso acabaron, hace tanto tiempo, construyendo un universo discursivo deslumbrante en el que predominan las ideas bonapartistas, los discursos patrióticos o las manifestaciones del conservadurismo reaccionario “ilustrado”. El nombre elegante para este complejo regresivo es poder moderador; (11) y, finalmente, el congreso. De él, ¿qué se puede decir con certeza? Sólo que se renueve parcialmente en cada elección; a veces más, a veces menos. Pero bajo esta constante renovación, creciente decadencia. La degeneración comenzó en 1988, pero empeoró espectacularmente después de la elección que llevó a Bolsonaro a la presidencia. En mi opinión, este proceso denota sobre todo la resiliencia del Brasil moderno-arcaico, que también es arcaico-moderno. Un Brasil que, si depende del congreso que nos represente formalmente, es un país sin medicina, sin rumbo, sin solución. El 'centrão' demuestra que es –para unos como una certeza, para otros como una revelación– la única vocación real de la legislatura.
Por lo tanto, no sorprende que la izquierda parlamentaria nunca haya podido dejar su propia marca como signo de hegemonía en el Congreso. Nunca se detuvo, no lo hace y, hasta donde alcanza la vista, no podrá establecer esta hegemonía. En realidad, lo máximo que logra son pequeñas victorias, a veces proclamadas como grandes. De vez en cuando, éxitos tácticos o conquistas de actualidad que no modifican el rumbo estratégico porque no pueden, ni siquiera superficialmente, afectar la correlación interna de fuerzas. De vez en cuando, a través de dolorosas articulaciones, logra detener los absurdos más insostenibles. O te ves obligado a elegir entre uno de ellos.
Sé que llevo un poco o mucho en las pinturas al pintar este cuadro. Pero creo que esto está lejos de oscurecer la realidad efectiva, paradójica y profunda: Brasil como un país de barbarie dinámica, que sabe asumir tantas caras. Algunos de ellos son muy modernos.
Como resultado de todo lo dicho: si la realidad que enfrentarán Lula, el PT y sus aliados a partir de enero de 2023 es algo remotamente parecido a lo que les presento, aún surge una pregunta decisiva: ¿Cómo debería gobernar el PT? ¿Actuar de tal manera que, primero, reviva los buenos tiempos y luego dé el salto cualitativo prometido? En otras palabras: cómo recuperar el lado socialmente positivo de la vuelta al pasado 'redistributivo', utilizando para ello todo el arsenal del reformismo débil, sin volver a caer en las dinámicas económicas anteriores, a partir de las alianzas que permitieron, por un cierto tiempo, para contar con el apoyo de buena parte del gran empresariado, ese actor que, llegado el momento de la verdad, resultó ser un entusiasta golpista? En otras palabras: ¿cómo escapar de esta jaula de hierro?
Sin embargo, celebremos. Sí, celebremos. Celebremos porque hay algo que celebrar.
La victoria de Lula y la izquierda creará las condiciones para expulsar al neofascismo a la periferia del sistema político. Eso, por supuesto, si el proceso se lleva a cabo con valentía, y si se inicia tan pronto como se instale el nuevo gobierno. Es eso o nada, sobre todo porque, para impulsar el antifascismo, el gobierno necesariamente tendrá que ir más allá de las meras tácticas y estrategias defensivas. Para usar términos que guiaron la estrategia de los Estados Unidos durante la Guerra Fría, será necesario combinar 'contención' con 'rollback', contención con el conjunto de acciones ofensivas que harán retroceder al enemigo a su cloaca original.
Pero no nos engañemos. El desmantelamiento del bolsonarismo, un fenómeno que ciertamente va mucho más allá de Bolsonaro, es un proyecto de autodefensa democrática en el límite factible. Algo cualitativamente diferente, porque el animal es de otra especie y de otro tamaño, es enfrentarse al neoliberalismo. Derrotado Bolsonaro, la izquierda tendrá que volcarse al mal mayor, el mal que precede al actual gobierno y que, en última instancia, solo será arañado por la derrota electoral de algún que otro aliado. El enemigo más fuerte es y siempre ha sido el neoliberalismo, cuya partida de nacimiento más reciente es Ponte para o Futuro. Sin esta definición precisa de enemigo estratégico, y las prácticas resultantes, cualquier intento de llevar a cabo un programa de izquierda que no se agote en transformar todo lo secundario correrá el riesgo de quedar reducido a un mero voto piadoso. Y todos sabemos bien que en el conflicto entre los votos del corazón y el poder altamente concentrado que guía el rumbo real del mundo, la victoria invariablemente confirma la vigencia de los intereses materiales dominantes.
Concluyo con certeza subjetiva: si el futuro gobierno del PT sigue guiándose por una versión actualizada del reformismo débil, que incluso tiende a debilitarse mucho, seguramente iremos rumbo a otro fracaso, probablemente a un ritmo más acelerado. Sin romper el cerrojo neoliberal no se puede hacer casi nada históricamente relevante. Y lo poco que se haga, por inmenso que parezca frente a la miseria de nuestra situación y la situación de nuestra miseria, nos llevará a un callejón sin salida. Respecto al cerrojo, uno de los dos, uno: si la operación parece exitosa, garantizará esencialmente los intereses de ambas partes del orden. De lo contrario, será un pretexto para otro golpe. Entonces, como en el verso de João Cabral, “la hazaña no fue hecha por nadie”.
El cerrojo neoliberal, metáfora, símbolo y formulación sintética de la actual estrategia política de todas las fracciones de la clase dominante. Su vigencia consagra la dominación burguesa sobre las clases trabajadoras, sobre todos los sectores y movimientos populares, sobre la inmensa mayoría del pueblo brasileño depositado en las ciudades y sus periferias, mientras, también todos los días, los trabajadores sin tierra, los pequeños propietarios, las comunidades quilombolas, los pantaneros , los pueblos del bosque y los pueblos indígenas continúan, contra viento y marea, ejerciendo formas de resistencia que aseguran más que la mera supervivencia.
*Tadeu Valadares es un embajador jubilado.
Conferencia pronunciada en una reunión del Observatorio Político de la Comisión Brasileña de Justicia y Paz.