Bajo el cielo de junio

Foto de : Landiva Weber
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por MAYRA GOULART & THEÓFILO RODRIGUES*

Comentario al libro de Fábio Palácio.

Han pasado más de diez años desde los perturbadores acontecimientos de junio de 2013. Ese año el país registró la tasa de desempleo promedio más baja de su historia, alrededor del 5,4%; la inflación se mantuvo relativamente estable, alrededor del 5%; las tasas de interés estaban en el nivel más bajo jamás registrado; el salario mínimo se valoraba por encima de la inflación; millones de personas salieron de la pobreza. Aunque Brasil siguió siendo un país desigual, no fue diferente de lo que siempre había sido. La violencia de las manifestaciones, por tanto, sorprendió en su apariencia. Pero, como señaló Marx en La capital, si la apariencia y la esencia de las cosas coincidieran inmediatamente, toda ciencia sería superflua.

En los últimos años han sido numerosos los intentos de comprender el fenómeno, buscando ir más allá de las apariencias para investigar la esencia de los acontecimientos. A pesar de la cantidad de investigaciones en esta dirección, es difícil decir que la ciencia haya llegado a un consenso sobre lo sucedido. Aún es demasiado pronto si pensamos en una escala cronológica científica, que exige tiempo de observación y distanciamiento emocional del objeto estudiado.

En relación con 2013, esta separación ha sido difícil, ya que se trata de acontecimientos que marcaron la transición a un difícil período de regresión democrática en Brasil, como lo corroboran las interpretaciones sobre el tema.

Es en este contexto que el libro merece atención. Bajo el cielo de junio: las manifestaciones de 2013 a la luz del materialismo cultural, de Fábio Palacio. Fábio Palácio utiliza el enfoque teórico desarrollado por el marxista galés Raymond Williams para analizar los acontecimientos de junio de 2013, centrándose especialmente en cuestiones de comunicación y cultura.

La pregunta central del libro se plantea al comienzo de la introducción: “Es necesario investigar cómo un movimiento que prometía una revolución democrática podría resultar en una contrarrevolución conservadora” (p. 16). Lo interesante de esta formulación es que el término “drenaje” no expresa la intención de presentar una conexión causal entre las dos cosas. La reflexión, realizada a partir del concepto de “emergencia” de Raymond Williams, trae consigo una inflexión más allá de las limitaciones de la racionalidad instrumental, incorporando, en diálogo con otro legado –el gramossciano–, la idea de “estructuras de sentimiento” como elemento determinante en la configuración de procesos de hegemonía y contrahegemonía.

En este sentido, la hegemonía no puede entenderse como la imposición de un estándar cultural único. Está formado por un conjunto de mecanismos de coerción pero también de formación de consenso. Además, la hegemonía cultural no es un fenómeno total. La verdadera cultura de un período se entiende como estructuras de sentimientos que incluyen disposiciones contrahegemónicas.

La experiencia realmente vivida es siempre difusa, como lo fueron las protestas de junio de 2013 y los acontecimientos que las siguieron. En este sentido, los conceptos de emergencia y estructuras del sentimiento se convierten en herramientas útiles no sólo para identificar vanguardias, sino también para resaltar que la experiencia vivida no está previamente modelada por categorías que determinen su significado de manera unívoca.

Aquí conviene decir algunas palabras sobre el materialismo cultural. Durante mucho tiempo, los marxistas vieron el materialismo histórico a través de la metáfora del edificio, en la conocida expresión de Althusser en Aparatos ideológicos estatales. La estructura del edificio, es decir su parte inferior, sería la sociedad y la economía. Esta base serviría de fundamento a la parte superior del edificio, a su superestructura, que estaría representada por la ideología, la conciencia, la cultura, la comunicación, las instituciones, etc.

Esta interpretación surgió de ideología alemana, una obra juvenil de Marx y Engels que revirtió la lectura idealista propuesta por Hegel, para quien las ideas configuraban el ser social. Pero también estuvo presente en la obra madura de Marx, más precisamente en el famoso prefacio de 1859. En la disputa intelectual de su época, Marx y Engels acertaron al revertir el debate propuesto por los idealistas.

En una carta no tan conocida a Bloch de 1890, Engels explica que Marx y él necesitaban enfatizar la importancia de la economía en un momento en que sus oponentes la negaban. Algo parecido a lo que Lenin alguna vez llamó “teoría de la curvatura del palo”: cuando el palo está demasiado inclinado hacia un lado, es necesario forzarlo hacia el otro, para que, finalmente, acabe en una posición justa. – formulación que también está presente en posiciones por Althusser.

El problema es que, con el tiempo, esta inversión generó insuficiencias e interpretaciones erráticas, que separaron la conciencia, la cultura y la comunicación de la economía en campos distintos o incluso opuestos. Cabe decir: el propio Marx, en su obra madura, La capital, ya había demostrado el papel de la conciencia en la construcción del mundo material. Pero lo que permaneció en el materialismo histórico posterior, salvo excepciones, fue la lectura dicotómica, que separaba la conciencia de la vida material.

Para corregir el curso del materialismo histórico, para actualizarlo, Raymond Williams concibió el enfoque metodológico del materialismo cultural, articulando dialécticamente estas dimensiones. Es a partir de esta base teórica que Fábio Palácio destaca el carácter constitutivo y material de la cultura.

Cuestionando las lecturas marxistas que otorgan prioridad ontológica a una idea de “vida material” ajena a la dimensión del sentimiento, del pensamiento y de la cultura, recuperando el principio de la dialéctica como elemento central de la crítica marxista al idealismo hegeliano, Fábio Palácio invierte una buena parte de su libro –un capítulo de más de 50 páginas derivado de su tesis doctoral defendida en la Facultad de Comunicaciones y Artes de la USP– para explicar al lector las tesis del materialismo cultural. Y utiliza dos conceptos de este marco teórico –hegemonía y estructuras de sentimiento– para estructurar su interpretación de junio de 2013 en Brasil.

El fenómeno no puede estudiarse de forma aislada, sobre todo porque Brasil forma parte de un sistema internacional en el que se observan fenómenos similares. Fábio Palácio observa con perspicacia que el entorno internacional depende de la dinámica nacional. Su segundo capítulo revisa los movimientos políticos ocurridos en las dos primeras décadas del siglo XXI que están relacionados con el caso brasileño.

El autor categoriza estos acontecimientos de dos maneras: (i) movimientos vinculados a fuerzas hegemónicas, es decir, articulaciones vinculadas a los intereses de preservar el orden, como las llamadas revoluciones de color –esto incluye parte de la “Primavera Árabe” y la Iniciativas de mujeres latinoamericanas contra Chávez en Venezuela y Dilma Rousseff en Brasil.

(ii) Movimientos vinculados a fuerzas contrahegemónicas, como los Indignados en España y los Ocupar Wall Street en Nueva York, entre muchos otros. Aquí reside un punto fuerte del trabajo de Palácio: demostrar que, contrariamente a lo que afirman las opiniones reduccionistas presentes en la izquierda brasileña, las grandes protestas internacionales del ciclo 2011-2013 no fueron homogéneas y no pueden reducirse a una mera orquestación de un centro de mando. de Sociedad Abierta de George Soros, los hermanos Koch o la Fundación Ford.

Armado con las herramientas del materialismo cultural y su buena lectura del contexto internacional, Palácio logra identificar en el tercer capítulo la razón por la cual, a pesar de una aparente tranquilidad, el contexto que creó junio de 2013 guardaba en sí los elementos para que estallara lo sucedido. . Esas manifestaciones trajeron consigo una nueva carácter distintivo, una nueva estructura de sentimiento.

Los gobiernos progresistas de Lula y Dilma Rousseff permitieron avances relevantes en el campo económico de la redistribución. Aunque insuficientes para la necesaria reducción de la abismal desigualdad social brasileña, políticas públicas como la valorización del salario mínimo, Bolsa Família, Mais Médicos y la ampliación del acceso a la educación superior a través de Prouni y Reuni, entre muchas otras, generaron una falsa impresión. de satisfacción social.

Sin embargo, en el terreno de la conciencia, en el terreno de la disputa de ideas, estos gobiernos progresistas casi nada hicieron. Esto abrió el camino, dirá Palácio, “para que la derecha reaccionaria, invirtiendo fuertemente en los nuevos medios digitales, ofreciera su propia interpretación, despolitizando los logros, identificándolos como resultado del mérito y la iniciativa individuales, y no de un proyecto político deliberado”. (pág. 51).

Desde esta perspectiva, el argumento del autor es que las protestas de junio de 2013 señalan el surgimiento de una nueva estructura de sentimiento, liderada por fuerzas emergentes que se organizan en base a nuevas formas de comunicación: las redes sociales. El tema de internet y las redes ocupa un espacio relevante en el análisis. A diferencia de las interpretaciones idealistas, Palácio critica la ilusión del determinismo tecnológico, según el cual las redes producirían por sí mismas olas de participación libre y autónoma.

El marxista Fábio Palácio ve Internet como un nuevo escenario para la lucha de clases. Otro elemento importante del trabajo del autor es el hecho de que su inserción en las discusiones sobre comunicación se realiza desde una perspectiva sofisticada, desarrollada a través de estudios empíricos sobre el activismo digital.[i]

Fábio Palácio rechaza el determinismo tecnológico común en las lecturas sobre el ascenso de la extrema derecha en Brasil y en todo el mundo. Se cuestiona la idea de que “los cambios sociales son una consecuencia natural de la tecnología, que, a su vez, está condicionada sólo por su propia racionalidad interna” (p. 21), ya que, para el autor, “los sentidos de las nuevas tecnologías sólo pueden ser evaluados a la luz de un examen de las estructuras sociales más amplias que determinan estas tecnologías en su concepción, así como en sus usos” (p. 22).

Además, Fábio Palácio – basándose en datos de la Encuesta de Medios Brasileños de 2014 – deja claro el alcance de los medios tradicionales y su contribución a la difusión de sentimientos de insatisfacción que, en las redes, eran difundidos en grupos relativamente restringidos.

Además, si en el campo de la comunicación hay prácticas innovadoras como Mídia Ninja y nuevas posibilidades deliberativas abiertas por Internet, también hay una colonización de las redes por intereses a menudo inconfesables, que configuran las preferencias y vampirizan las luchas democráticas. En lenguaje de Gramsci, estos son los nuevos aparatos privados de hegemonía. Palácio no corrobora el optimismo posmarxista de Hardt, Negri y Castells sobre las redes sociales en Internet.

En resumen, la obra hace al menos tres aportes relevantes: en primer lugar, una fuerte crítica a los conspiracionistas que ven factores exógenos en todo, pero ignoran la estructura de sentimientos que configuran las formaciones sociales; en segundo lugar, la comprensión de Internet como un nuevo ámbito de lucha de clases; finalmente, la lucha contra el reduccionismo economicista.

De la larga estirpe que viene de Marx y Engels y pasa por Lenin, Gramsci, Bajtin, Williams y Eagleton Palácio se presenta como un discípulo honesto, indicando que su contribución al marxismo estaría precisamente en la discusión sobre el nivel de la sociedad civil, rechazando falsas dicotomías y reforzando la dialéctica que caracteriza a esta tradición.

En sus palabras: “Gramsci evita un error que podrían terminar sugiriendo los modelos piramidales de “base y superestructura”, en los que la base está abajo y la superestructura arriba. Gramsci no ve la superestructura como una abstracción de segundo orden, un mero reflejo de la base económica de la sociedad. Por el contrario, la superestructura está en el Estado, pero también en la sociedad civil. Éste no es sólo el mundo de las relaciones económicas. Allí también hay política, ideología y cultura. Ésta es la concepción que desarrollará más tarde Williams” (p. 59).

Para el autor, es necesario utilizar una lente teórica que subraye la primacía de lo económico para que sea posible comprender un movimiento cuyas causas se sitúan también en el nivel de los sentimientos. Como se demuestra a lo largo del texto, las manifestaciones de 2013 no son producto de una crisis económica, sino de la frustración de expectativas futuras por parte de quienes de alguna manera fueron afectados por los procesos de inclusión económica y simbólica llevados a cabo a lo largo de las administraciones de el Partido de los Trabajadores.

Todavía queda un último atributo a destacar en la obra de Fábio Palácio, que es su dimensión estética. El libro implica no sólo la profundidad de la narrativa sino también la forma en que está escrito. Sin excesivo formalismo y sin rehuir tratar temas de alta complejidad y abstracción, cada palabra parece cuidadosamente seleccionada y colocada, brindando una fluidez única que cautiva desde la primera página hasta el resultado final.

Es notable la capacidad del autor para construir oraciones elegantes y descripciones vívidas, transportando al lector a la narrativa de una manera incomparable. La claridad y precisión del escrito hacen de la lectura una experiencia placentera, mientras que la profundidad y densidad analítica del texto aseguran que el debate conceptual se lleve a cabo con el rigor necesario.

En definitiva, el libro ofrece una aplicación práctica de un materialismo renovado y necesario para comprender nuestro mundo en el siglo XXI. En el caso brasileño, si el libro de Fábio Palácio deja un mensaje para nuestro tiempo es la idea de que el nuevo gobierno de Lula que comienza no tiene derecho a cometer los mismos errores que el pasado. Las políticas económicas redistributivas son bienvenidas. Estos elementos son verdaderamente indispensables y esenciales. Sin embargo, sin una fuerte inversión en la disputa de ideas y sentimientos, en organización y en educación política, la izquierda no podrá acumular la fuerza política y social necesaria para lograr el salto cualitativo que requiere la historia y avanzar hacia una era posmoderna. sociedad capitalista.

*Mayra Goulart es profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).

*Teófilo Rodrigues es docente del Programa de Postgrado en Sociología Política de la Universidad Cândido Mendes (Ucam).

referencia

Fabio Palacio. Bajo el cielo de junio: las manifestaciones de 2013 a la luz del materialismo cultural. São Paulo: Autonomia Literária, 2023, 326 páginas. [https://amzn.to/3B1UfNy]

Nota


[i] Me refiero a la investigación “En las redes y en las calles: el ciberactivismo a la luz del materialismo cultural”, coordinada por Palácio en la Universidad Federal de Maranhão (UFMA). El estudio analizó experiencias de activismo digital lideradas por dos movimientos juveniles: la União da Juventude Socialista – de izquierda – y el Movimento Brasil Livre – de derecha. Los resultados de la investigación se publicaron no sólo en el libro, sino también en anales de eventos y revistas académicas.


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