sintomatología del horror

Imagen: Elyeser Szturm
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Por Mirmila Musse*

Una respuesta a lo inesperado necesita tener en cuenta la “falta”. Frente al vacío, poniendo en jaque los monstruos y certezas que avalan y persiguen a cada uno en su subjetividad.

La pandemia introducida por el coronavirus ha paralizado al mundo. Si por un lado revela el descontrol de la vida y de lo que creíamos dominado, por otro lado revela los problemas de un sistema que, para bien o para mal, funcionó: crisis económica y financiera, desigualdad, el colapso de la salud y la globalización. Junto a ello, también revela lo que aquí nos interesa, el sufrimiento psíquico.

Nos sorprendió lo que Lacan llama lo “Real”. Me viene a la mente una escena, de un personaje de uno de los cuentos (“O amor”, en Lazos familiares) de Clarisse Lispector, que queda paralizada al ver a un ciego masticando chicle. Ana, el personaje, llama a lo sucedido “una crisis”, porque “un ciego mascando chicle destrozó todo eso”.

Su vida estaba debidamente controlada por las tareas cotidianas para que “no explotara”. Pero luego supo que “esta tarde se había roto algo de tranquilidad”. Una escena aleatoria se convierte en contingencia cuando pone en entredicho una certeza que parece haber sido resuelta. Estas situaciones no necesariamente ponen en peligro la vida, pero ciertamente hacen vacilar las certezas de la existencia. A menudo es un momento decisivo para que alguien decida buscar un análisis, por ejemplo.

Frente a lo “Real” hay dos salidas posibles: o respondes con lo que tienes, o inventas algo nuevo. Por lo general, te quedas con la primera opción. Es más seguro y cómodo asegurar que el encuentro con la contingencia -que, a primera vista, paraliza- es el resultado de un mero hecho fortuito, comportándose como si nada hubiera pasado.

En el caso del confinamiento provocado por la pandemia, se tiende a que la vida fuera sea dentro. Aunque le provoque angustia y sufrimiento, los sentimientos serán similares a los de antes del aislamiento: el jefe fastidioso y abusivo, las estrategias descabelladas para encontrar al amante, los ejercicios físicos regulares, el pan francés recién hecho, las preocupaciones estéticas, etc.

Darse cuenta de la gravedad en cuestión puede, en este primer caso, funcionar según la misma lógica. Aunque el pánico, en un principio, se apodere de él, afrontándolo, se concluye que lo mejor es que nada cambie radicalmente: abastecerse de papel higiénico, volver a la casa de la infancia en el campo o incluso optar -para los que puedan- por seguir trabajando

En este caso, la respuesta a la angustia, nos enseña Freud, pasa por la construcción de un síntoma que garantice la estabilidad, al menos psicológicamente. Hay una contradicción del síntoma que, aun acompañado del displacer, encuentra satisfacción en el hecho de no querer saber el por qué de la angustia. Así, con “el dolor y el deleite” de ser lo que ya somos, seguimos siendo los mismos.

Ante el surgimiento de lo “Real”, la segunda salida sería darle otra interpretación a la vida, distinta a la existente. No se trata, sin embargo, de cumplir un sueño largamente acariciado, si se pudiera elegir otra vida. Esta opción sería posible si al sueño no le siguiera el “si”, o el “pero” indeterminando el deseo y, en consecuencia, ampliando las opciones hasta ahora.

En esta perspectiva, cumplir un sueño nos hace volver a la primera opción, porque se apunta con el fantasma y el síntoma preestablecidos, constituidos a partir de la repetición de lo conocido. El sueño paradójicamente garantiza y sostiene que continuamos con el ensueño conocido y familiar. Por tanto, una nueva salida para este encuentro con la Real sería no cumplir un viejo sueño.

Una respuesta inédita a las necesidades inesperadas de tener en cuenta la carencia. Se enfrenta al vacío, se ponen en jaque a los monstruos y certezas que avalan y persiguen a cada uno en su subjetividad, para luego responder de una forma inédita. Faltan palabras, falta repertorio y desfallece la existencia. Traigo otra referencia, esta vez más cercana a lo que estamos viviendo. La película melancolía, de Lars Von Triers, presenta, a partir de varios personajes, una singular forma de salir de la caída de un meteoro en la Tierra.

En la película cada uno responde con lo que ya sabe, con su síntoma, la desesperación, la demanda de amor, las peleas reivindicativas. A excepción del personaje principal que encuentra su propia salida, a diferencia de todo lo que ya estaba preestablecido en su vida. Como ninguno de esos rituales y relaciones sociales tenía sentido, se hizo necesario para ella establecer algo nuevo. La respuesta de Justine a la tragedia inminente atraviesa el horror del fin del mundo, "no tener nada que perder", ya que no se trata de ganar o perder. Mientras todos los demás personajes recurren a sus síntomas, viejo conocido, la elección de Justine no pasa por alto a la otra.

Volvamos al encuentro con lo “Real” y el desajuste de la existencia, ya sea un ruido, un evento, un virus o algo que interrumpe el buen funcionamiento de lo que está, por así decirlo, conectado “en automático”, algo alrededor. que gravita, pero faltan palabras para describirlo y producir su significado. La angustia está presente y puede paralizar porque no se localiza el punto, el objeto, lo que hacía vacilar la existencia en la escena. Se desconoce la causa y el horror paraliza cualquier intento de acción posterior.

La pandemia actual se ajusta a esta sintomatología. La sociedad ha apostado todas sus fichas al capital ya la ciencia para garantizar una “armonía” de vida, aunque sea ilusoria e imaginaria. Hasta ahora, ninguna de estas dos esferas ha logrado resolver el horror de la situación. La pandemia ha puesto al desnudo y ha dejado desprotegida cualquier realidad preestablecida, tal como sucede ante el trauma, una marca, un antes y un después.

El tiempo

Surge otra cuestión: la temporalidad. Si el trauma marca un antes y un después, el encuentro con lo “Real” suspende el tiempo. Todos los días y horas son iguales. No se pueden hacer predicciones para el futuro, ya que no hay garantías. También pierde sentido reivindicar y copiar el pasado, ya que nunca más volverá a ser.

libro de Albert Camus, La plaga, trae esta extraña noción sobre el tiempo: “Impacientes con el presente, enemigos del pasado y privados del futuro, nos asemejamos efectivamente a aquellos a quienes la justicia o el odio humano hace vivir tras las rejas. Finalmente, la única manera de escapar de estas vacaciones insoportables era, a través de la imaginación, poner de nuevo en marcha los trenes y llenar las horas con los repetidos sonidos de una campana que, sin embargo, persistía en el silencio”.

Hoy los trenes no llegan con tanta frecuencia, pero la espera para el encuentro también está suspendida. La angustia de la incertidumbre está puesta en esos planes que ya no pueden ser: desde el viaje planeado y suspendido, hasta la falta de dinero de muchos para alimentarse. La imaginación también deja de ser una estrategia porque se enfrenta al instinto de la realidad, en el momento, a la interdicción.

Pero es necesario apostar al tiempo para que la vida siga teniendo sentido, aunque sea, en este momento, escuchando pasar el tiempo. Todavía no hay pasado ni futuro, porque no hay manera de entender aquello que no se ha dado el tiempo suficiente para pensarlo, ya que hemos sido tragados y solo entendemos mientras vivimos, en el presente. Pero si logramos superar la angustia del silencio ensordecedor de la ciudad, será posible escuchar el paso del tiempo.

El otro día un paciente me decía que estaba perdiendo el tiempo porque no podía estar al día con las ofertas producidas por la pandemia: clases de yoga, cine gratis, vida, nuevas recetas, etc. Además de responder a las interminables exigencias del consumismo, es imposible reparar el vacío y la carencia que te ha impuesto esta situación, incluso y sobre todo aquellas que prometen bienestar durante la cuarentena.

La castración está en su lugar: hay una falla y no es posible repararla. No hay completitud, ni imaginario, ni mucho menos valor de un orden capitalista que burle lo suficiente la idea de que algo se ha perdido. Por lo tanto, hay estancamiento en el presente. Todavía no es posible el distanciamiento necesario para elaborar lo que se plantea como horror.

Aceptar la imposición del encierro es responder a la inminencia de la automuerte y a un pacto social. El encierro se refiere a la prisión y, por supuesto, a la falta de libertad. En cualquier caso, ello se produce en vista del objetivo común: la reducción de la propagación de una enfermedad, para muchos, letal.

También se puede recordar una cuarta referencia: La prueba de la ceguera. El libro trata la historia de una ciudad expuesta al horror desatado por una epidemia que puede llevar a sus habitantes a la pérdida de la vista. Ante ella, las elecciones únicas de cada personaje se basan en un pacto social, ya sea para bien o para mal. En la configuración propuesta, en un escenario determinado, por ejemplo, hay quienes, en nombre de su propio disfrute, crean leyes perversas. En nombre del pacto colectivo, las mujeres intercambian sus cuerpos por alimentos. El pacto social así configurado garantiza reglas, incluso de horror, para la interacción social.

En el caso de la pandemia en curso en el mundo, la mayoría de los que pueden optar por quedarse en casa para evitar no morir y no matar. Era necesaria una renegociación de los acuerdos sociales para mantener la vida. Como todo pacto social, algunos individuos no lo cumplen. Independientemente de si está de acuerdo o no, tiende a aceptarse en nombre de un acuerdo de por vida. Sin embargo, como decía un amigo: “Incluso en un pacto social, la elección es individual. Ahí es donde se revela lo peor y lo mejor de cada uno”.

En ese momento se pierde algo irrecuperable, falta sentido y comprensión del presente y, en consecuencia, del tiempo. En este orden de cosas, la cotidianidad del encierro revela nuestras opciones de vida hasta el momento: lo imposible de la relación conyugal, lo insoportable del rol paterno, la incesante demanda de trabajo, las tareas del hogar y la soledad. Al suspender el sentido automático que hacía que la vida sucediera, el virus puso en entredicho el deseo formado hasta ahora. Alguien dijo el otro día que solo los pecadores serán contaminados. Incluso para quien cree en la penitencia y, sobre todo, en la posibilidad de salvación, es necesario recordar que todos somos pecadores.

Si algo ha cambiado, necesariamente la vida no será como antes. Si no hay palabras para entender lo que está pasando, se vuelve imposible predecir el futuro. ¿Qué cambiará, qué nuevos padecimientos psíquicos aparecerán tras esta pandemia? Algunas ciudades de China insinúan algún comportamiento inusual. Terminada la primera etapa de la cuarentena, se registró la tasa de divorcios más alta de la historia. En la misma lógica, quizás también se pueda apostar por la alta tasa de natalidad a principios de 2021. Todos inventarán una posible salida a este caos. Hay que apostar, aunque sea sin garantía, a la existencia: a tiempo, a la estabilidad económica, al carnaval fuera de temporada. Hay quien, tras años de incertidumbre sobre si debía o no, hizo un proyecto de maestría.

Si nos faltan palabras para describir lo que estamos experimentando actualmente, tratar de poner este horror en palabras puede ser un intento de simbolizar este vacío. Pero debido a que es tentativo, todavía está inconcluso. A diferencia de lo vivido hasta ahora, existe la posibilidad de, ante el vacío impuesto por un virus, inventar saberes con el futuro. Por el momento y paralelo a esto, también se puede observar el horizonte sin contaminación.

* Mousse de Mirmilla es psicoanalista. Máster en Psicoanálisis por la Université Paris 8 – Vincennes-Saint-Denis.

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