Por Leonardo Boff*
El ser humano es la mayor amenaza para la vida en la Tierra. Acumula medios de destrucción en los que, solo en 2019, se invirtieron un billón 822 mil millones de dólares: armas letales, totalmente ineficaces ante el invisible coronavirus
Cada vez crece más la conciencia de que la Tierra y la humanidad tienen un destino común, ya que forman una unidad única y compleja. Esto es lo que nos han presenciado los astronautas en la luna o en sus naves espaciales. Una parte de ella es inteligente y consciente: son los seres humanos. Desde los más altos ancestros se veía a la Tierra como la Gran Madre viviente y generadora de toda clase de vida.
En la actualidad, los científicos de las ciencias de la vida y el universo han demostrado empíricamente que no solo tiene vida, sino que está vivo. Surge como un ente vivo, un superorganismo que se comporta como un sistema que combina todos los factores y energías cósmicas de tal manera que permanece siempre vivo y produce permanentemente las más diversas formas de vida. Se llamó Gaia, el nombre griego de la Tierra como ser vivo.
A lo largo de su historia, el ser humano ha mantenido, resumidamente, tres tipos de relación con la Tierra y la naturaleza. El primero fue “interacción”: interactuaba armónicamente y tomaba lo necesario para vivir. El segundo fue la “intervención” cuando, hace unos dos millones de años, el habilidad homosexual quienes utilizaron instrumentos para intervenir en la naturaleza y garantizar mejor su sustento. Todo culminó en el Neolítico, hace 10-12 mil años, cuando se implantó la agricultura con el manejo de semillas y especies de animales también.
La tercera fue la típica “agresión” de los tiempos modernos. Utilizando todo tipo de maquinaria, incluso robots e inteligencia artificial, el ser humano atacó sistemáticamente a la naturaleza con el fin de extraer de ella todos los recursos para su comodidad y también para la acumulación de riqueza material. Esta guerra de agresión se libró en todos los frentes: en tierra, bajo tierra, en el aire y en los océanos. También sucedió entre los seres humanos que son la parte de la Tierra con inteligencia y conciencia.
Michel Serres, filósofo francés que frecuentó varias áreas del saber, escribió en 2008 un libro con el título guerra mundial (Bertrand Brasil). Describe la dramática historia de los ataques humanos a todos los ecosistemas y especialmente las guerras entre los propios seres humanos. Según los datos aportados, desde tres mil años antes de nuestra era hasta la actualidad, tres mil ochocientos millones de seres humanos han muerto en los conflictos. Solo en el siglo XX había 200 millones.
Hemos inaugurado, según algunos científicos, una nueva era geológica, el “Antropoceno” y el “Necroceno”: el ser humano es la mayor amenaza para la vida en la Tierra; con los medios de destrucción que maneja, se ha mostrado como una máquina de muerte (necroceno). Como resultado, en 2019 se invirtieron un billón 822 mil millones de dólares en armas letales, totalmente ineficaces y ridículas frente al invisible coronavirus.
La Tierra sintió los golpes y no dejó de reaccionar: por el calentamiento global, los tsunamis, los eventos extremos, las largas sequías o las nevadas prolongadas, los deshielos y el caos climático.
La reacción, una verdadera represalia de la Tierra, proviene de virus (hay alrededor de 200) cada vez más frecuentes y violentos, como el zika, chikungunya, ébola, SARS, gripe porcina y aviar, entre otros. Estaban tranquilos en su hábitats. Pero, la feroz deforestación, la erosión de la biodiversidad y la creciente urbanización del planeta, les hizo perder su hábitats y buscar a los demás, pasando de los animales a los seres humanos. No viven solos; necesitan células huésped para reproducirse. Así es con el actual coronavirus.
La hipótesis que propongo es que, en este momento, los papeles estaban invertidos. Siendo un superorganismo viviente, la Tierra reacciona, contraataca y se venga de la Humanidad. Con razón, como dice el Papa en su encíclica ecológica “nunca hemos maltratado y herido nuestra Casa Común como en los últimos dos siglos” (n, 53).
Ahora, con rabia, Gaia grita: “¡Basta! Soy una madre generosa, pero tengo límites vitales infranqueables. Necesito dar severas lecciones a estos hijos e hijas míos rebeldes y violentos. Y si no aprenden a interpretar las señales que les envié y no me respetan y cuidan como a su Madre, ya no los quiero en mi suelo”.
Creo que el Covid-19 es uno de esos signos, aún no definitivos, pero lo suficientemente letales como para sacudir los cimientos de nuestro tipo de civilización. Los biólogos temen que podamos ser víctimas de los llamados Próximo grande (NBO), el último tan letal e inexpugnable, capaz de acabar con la especie humana.
El coronavirus nos manda una alerta. Como dijo el sociólogo y ecologista Bellamy Fosters: “La sociedad tendrá que ser reconstituida sobre una base radicalmente nueva. La elección que tenemos ante nosotros es desnuda y cruda: ruina o revolución”.
En la misma línea de pensamiento, la física nuclear y ecologista india Vandana Shiva afirma: “Un pequeño virus puede ayudarnos a dar un gran paso adelante para fundar una nueva civilización planetaria ecológica, basada en la armonía con la naturaleza. O bien, podemos seguir viviendo la fantasía del dominio sobre el planeta y seguir avanzando hasta la próxima pandemia. Y finalmente, a la extinción. La Tierra seguirá adelante, con o sin nosotros”.
*leonardo boff es ecologista. Autor, entre otros libros, de Cuidando la Tierra - Protegiendo la Vida: Cómo Escapar del Fin del Mundo (Registro).